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DERECHOS


05abr04


El pasado se supera con verdad, no con impunidad.

Por Martín Balza.


Ex Jefe del Ejército y embajador argentino en Colombia.

Las Fuerzas Armadas hicieron una profunda autocrítica, pero falta aún el arrepentimiento de quienes ejecutaron el terrorismo de Estado.

La Argentina vivió una década —la del 70— signada por la violencia, por el mesianismo y por la ideología. Esto originó una lucha sin precedentes en nuestro país. Los altos mandos de las Fuerzas Armadas creyeron, erróneamente, que la democracia carecía de la fuerza necesaria para imponer el orden y, con la anuencia de sectores civiles, tomaron el poder una vez más, abandonando el camino de la legitimidad constitucional.

Ello constituyó un grave delito, pero mucho más grave fue la violación de los derechos humanos fundamentales por parte del régimen militar, que planificó, y llevó a cabo, un verdadero sistema nacional de represión ilegal que, aún hoy, estremece e impide que nos liberemos del peso de nuestros muertos.

No importa discutir y analizar quién inició la espiral de violencia sistemática, si lo hicieron quienes la justificaron como método de liberación nacional o quienes desde el Estado respondieron de modo ilegal, inmoral y atroz, olvidando que era "ese Estado" el que debía garantizar el marco jurídico, pues era quien debía ejercer el monopolio legal de la fuerza. La represión no respetó la dignidad del oponente, ni el más mínimo condicionamiento al Derecho Humanitario de Guerra, vigente desde agosto de 1949, fecha en que nuestro país adhirió a la Convención de Ginebra.

Este derecho establece que "los prisioneros de guerra deben ser tratados con humanidad y protegidos contra todo acto de violencia, ...prohibiendo las penas corporales, encierro en locales no iluminados y cualquier otra forma de crueldad".

La metodología empleada por la dictadura militar atentó contra la tradición de las Fuerzas Armadas, el honor de las mismas, la propia conciencia, la humanidad y también contra Dios.

Las profundas heridas aún no han cicatrizado. Hace casi diez años, en nombre del Ejército, expresé: "Lavar la sangre del hijo, del padre, de la madre, del esposo, del hermano, del amigo, es un duro ejercicio de lágrimas, de desconsuelo, de vivir con la mirada vacía, de preguntarse ¿por qué a mí?, y así volver a empezar cada día. Quienes en este trance doloroso perdieron a los suyos en cualquier posición y bajo cualquier circunstancia necesitarán mucho tiempo para aliviar la pérdida".

Para ellos no tengo palabras, pero quiero tenerlas —como viejo soldado— para los jóvenes de nuestras Fuerzas Armadas. Que algunos de sus integrantes —en el pasado— deshonraran el uniforme que eran indignos de vestir no invalida el obrar abnegado, respetuoso y silencioso de la inmensa mayoría de los soldados de entonces.

Por ello no se deben atar a los pies de los oficiales y suboficiales de hoy los grillos del ayer tenebroso; de ese ayer en el que no tuvieron responsabilidad y, por ello, no debieran ser señalados. El pedido de perdón del Ejército, en 1995, fue sólo un pequeño paso hacia la reconciliación. Nadie gozó, ni goza, con nuestra triste historia de los 70 y mucho menos con su recuerdo.

Se puede mirar el futuro recordando —sin odio y sin rencor— y no olvidando ni mucho menos justificando crímenes, tal como, entre otros, lo hicieron hace unos meses tres generales (retirados), comprometidos y quizás hasta responsables de esos crímenes; ellos, y otros, quisieron convertir la traición a la República en honor, en una flagrante e hipócrita contradicción entre sus altisonantes palabras y la realidad. Ni siquiera valoraron a los combatientes de Malvinas.

Lo pasado se supera con la verdad, con la justicia, no con la impunidad. Las leyes e indultos que, abiertamente, persiguieron materializar esa impunidad, como se vio claramente, no consiguieron que uno, sólo uno, de los responsables del terrorismo de Estado expresara el más mínimo arrepentimiento y, aún hoy, a casi tres décadas de los acontecimientos, ninguno ha comprendido ni valorado la gravedad del mal ocasionado

Ellos nunca asumieron la responsabilidad que les correspondía, incurriendo en una omisión grave en oficiales superiores de las Fuerzas Armadas. Responsabilidad "es el juicio que forma la conciencia de un hombre como consecuencia de los actos libres realizados" y halla su más acabada manifestación mediante la realización de la obligación moral de dar respuesta por las decisiones adoptadas en función de la autoridad con la que fue investido.

La responsabilidad de una decisión no puede ser delegada en el conjunto, pues se disuelve al no poder concretarse y, en ese sentido, ningún superior podrá excusarse de intervenir en hechos que reclamen su participación. Lamentablemente, aún está pendiente que los responsables de haber instrumentado y aplicado una violencia marginal y estructural asuman las consecuencias de sus ordenes y de sus actos. Hoy la respuesta la tiene la Justicia.

Los jóvenes oficiales y suboficiales no avalan el pasado tenebroso, y todos los demás somos responsables de no colocar barreras de aislamiento con discriminaciones injustas e ingratas a hombres consustanciados con la plena vigencia de las instituciones de la República y de los derechos humanos. A estos jóvenes también les recuerdo que "son los hombres quienes hacen las instituciones y no a la inversa, y que ellos no son militares por el Ejército, sino por nuestra Argentina".

Finalmente, es incomprensible que quienes en el pasado perdieron el sentido de la mesura, del respeto a la dignidad del prójimo y rompieron la proporción entre el fin y los medios hayan aseverado que lo hacían para defender valores cristianos. ¿Cómo se pueden defender los valores del Evangelio, con métodos radicalmente opuestos al espíritu de la Palabra de Cristo?

Está claro que en los años 70, lamentablemente, miles de hombres en nuestro país han sido asesinados por sus ideas, por sus convicciones políticas o simplemente porque incomodaban a algún comandante militar. Los hombres de armas no debemos perder de vista que aun en los más crudos enfrentamientos es imperativo e inexcusable el respeto del adversario y la misericordia.

Los miembros de las Fuerzas Armadas actuales no pueden juzgar, pero han podido reconocer y deplorar todo el mal que se hizo. Estoy convencido de que el acto de arrepentimiento y de perdón nos reintegró al seno de nuestra sociedad.

[Fuente: Diario Clarin, Buenos Aires, Arg, 05abr04]

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