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21ene13


Viaje al interior del mundo Qom


La temperatura marca 47 grados. El sol raja la tierra, literalmente. Hace tiempo que no llueve ni una sola gota. Alrededor sólo pueden verse caminos que se pierden entre una vegetación extrañamente tupida a pesar de la sequía. Por los senderos no circula nadie. Ni siquiera animales.

Da lo mismo doblar en una esquina que en la siguiente: adentrarse en el monte hace que cualquier foráneo pierda el sentido de la orientación. Parece imposible imaginar que en un hábitat tan inhóspito se desarrolle algún tipo de vida. Y sin embargo, es en el corazón mismo del Impenetrable chaqueño donde la comunidad Qom lucha día a día por adaptarse y sobrevivir.

Son unos 15.000 los miembros de esta etnia que pueblan los parajes dispersos en los 40.000 km2 de bosque nativo del norte argentino. En muchos casos, viven sin agua corriente, sin luz y con grandes dificultades para acceder a una alimentación básica.

La cama bajo el árbol

Benancio se refugia del calor infernal del mediodía a la sombra de un árbol, bajo el cual también está su cama, porque dormir afuera en verano es la mejor opción. De las ramas, a manera de perchero, cuelgan algunos recipientes, una radio y una bolsa con torta frita, lejos del alcance de insectos y alimañas de la zona.

Los chivos están sueltos buscando alimento en los alrededores del terreno. La siembra de algodón se secó. Los cultivos de zapallos y sandía tampoco resistieron las altas temperaturas.

El panorama se repite en muchas de las pequeñas viviendas de los parajes que rodean Miraflores, una de las zonas habitadas por los Qom, que en los últimos meses perdieron a varios de sus miembros en diferentes hechos de violencia .

Benancio Cantero tiene 68 años y, como casi toda su familia, padece de mal de Chagas, enfermedad que afecta casi al 90 por ciento de la población Qom por encima de los 30 años, según indica Pablo Denardi, lenguaraz (vocero) de la comunidad.

Su humilde vivienda, hecha de barro y paja, es el ambiente ideal para la vinchuca, el insecto que transmite esa enfermedad. Varias familias de la comunidad aún habitan en esas casas precarias.

En una misma vivienda llegan a convivir entre 10 y 12 personas. Las construcciones suelen tener pocas divisiones, ya que las familias están acostumbradas a compartir la vida cotidiana en espacios comunes. En las zonas más urbanizadas, las casas cuentan con letrinas. Los que viven en parajes más alejados de los pueblos utilizan el monte.

En los últimos años se avanzó en la construcción de algunas viviendas de material, pero aún hay zonas con casas precarias. El gobernador de Chaco, Jorge Capitanich, justificó en diálogo con LA NACION: "El déficit habitacional es producto de un proceso de desinversión de los últimos 50 años".

La red eléctrica es deficiente, pero aún existe un drama mayor: el agua. Se trata de un recurso escaso en gran parte de la provincia. La mayoría de las casas cuentan con aljibes, que son rellenados periódicamente por camiones cisterna.

"Nosotros estamos trabajando fuertemente para garantizar la construcción de viviendas dignas para todas las comunidades indígenas. Hemos avanzado mucho, pero todavía falta más por hacer", indicó el mandatario provincial.

Los caminos de tierra que, como una enredadera seca, entrecortan la tupida vegetación, se convierten en una trampa para cualquier vehículo cuando llueve. Hay parajes que permanecen incomunicados durante semanas luego de un diluvio. Esto dificulta el reparto de agua y víveres.

Luchar contra la invisibilidad

Sólo los carashes (referentes) y unos pocos chicos que no abandonan la escuela hablan español. Pero todos aprendieron a usar una herramienta de la cultura "criolla": el piquete, la única manera de ser visibles en la sociedad.

"Hermano necesita salud, necesita comida, trabajo. Hermanos cortamos calle", dice el carashe Edilberto Pérez. Estas medidas de fuerza aumentan las rispideces con la comunidad "blanca", pero a la vez los ayudan a conseguir audiencias con los representantes del gobierno para poder plantear sus reclamos.

La barrera del idioma se extiende a la escuela. "La mayoría de los chicos Qom pasa los primeros grados concentrado en aprender español. Por eso se retrasan con respecto al resto de la clase y generalmente abandonan en cuarto o quinto", explica Denardi.

Agustina, una adolescente Qom de Miraflores, es de las pocas que ha logrado llegar al secundario. Está contenta con lo que aprendió, pero no tiene muchas certezas sobre su futuro. Es la única en su familia que no padece de Chagas, lo cual es una ventaja más para su desarrollo y progreso.

El abandono de la escuela tiene secuelas más graves que la falta de educación. "El problema con los adolescentes acá es que casi no hay actividades para ellos. Por eso muchos terminan alcoholizándose o consumiendo pegamento", se lamenta Denardi.

La salud, un problema de comunicación

No hablar español a veces puede llevar a la muerte. En la zona se construyeron varios hospitales, pero eso no es suficiente. "Muchos Qom mueren de malos diagnósticos o tratamientos interrumpidos", cuenta Denardi, y pone de ejemplo una adolescente que falleció de neumonía. La joven, por cuestiones de idioma, no había comprendido el tratamiento sugerido por el médico. Y lo que era una gripe se transformó en neumonía que acabó con su vida. Algo similar sucedió con un adulto Qom que falleció de peritonitis.

Estos casos hacen que la comunidad tenga miedo de ir al hospital, y recurran a sus pioxonaq , una especie de curanderos que hacen tratamientos basados en una serie de ritos. Los que no mueren, dice Denardi, a veces padecen complicaciones evitables de enfermedades que tienen cura.

Sobre esta situación, el gobernador informó que se construyeron 23 puestos sanitarios en El Impenetrable y que hay 634 agentes sanitarios para la atención de las comunidades indígenas.

Changas y pensiones

Tradicionalmente, los Qom vivían de la caza. En la zona hay animales como el pecarí, el puma, el yaguareté, el tapir y el oso hormiguero, pero la deforestación los fue ahuyentando. Hoy, la mayoría de los adultos de la etnia reciben una pensión por padecer, generalmente, mal de chagas. Eso les complica el acceso al mercado formal de trabajo.

Pérez, carashe de la comunidad en Bermejito, explica que esta situación genera fricciones con la población "criolla", como llaman a los habitantes de la zona que no son indígenas.

"Dicen que el indio es vago. Que no quiere trabajar. Es mentira. El hermano Qom quiere. Necesita alimentar a sus hijos", dice el referente, con el hablar pausado y armonioso característico de los suyos. Pérez es uno de los que dejó el monte para mudarse con su familia a Villa Río Bermejito, en busca de trabajo.

Para sumar ingresos, la mayoría de los adultos hombres realiza "changas" de pintura y albañilería.

Las mujeres se especializan en las artesanías. Casilda Mendoza estrecha sus manos resecas y esboza una enorme sonrisa cuando recibe a las otras mujeres que forman parte de su cooperativa. Organizarse y vender sus productos a los "criollos" es una de las pocas actividades que ayudan a mejorar su calidad de vida.

Rodeadas de sus hijos pequeños, unas diez mujeres tejen con una gruesa aguja canastos de hoja de palma. A pesar del filo de la planta, la habilidad de estas artesanas les permite culminar sus productos sin un solo rasguño en las manos.

Son las 7 de la tarde y la temperatura sigue superando los 40 grados. Dos chicos Qom de unos 10 años tiran de un hilo atado a una latita vacía de picadillo. El improvisado juguete repiquetea en la tierra seca. Arriba, las pocas nubes que se habían juntado comienzan a dispersarse. Mañana tampoco lloverá.

[Fuente: Por Sol Amaya, Miraflores, Chaco, 21ene13]

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