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11ene16


Algunas pinturas increíbles de la crisis


El jueves pasado se supo que uno de los sicarios todavía prófugo, Víctor Schillaci, se enfrentó con un gendarme, lo hirió en un brazo y lo redujo. Un acto de pericia llamativa. Sucedió entre las rutas 6 y 19, en Santa Fe, entre San Carlos Norte y San Agustín. En la misma zona, poco rato después, se informó que el mismo criminal -nunca se precisó si junto también a los hermanos Lanatta- había baleado a otro gendarme, Walter Aguirre, de 31 años, con un disparo en el abdomen. La realidad habría sido que ese agente resultó atacado por propios compañeros que hacían tareas de rastrillaje. El episodio fotografió el grado de desorden y peligrosa confusión que impera entre las fuerzas policiales y de seguridad nacionales y provinciales, que hacen 14 días persiguen a tres prófugos que escaparon de la cárcel de máxima seguridad de General Alvear.

No fue aquella una excepción del descontrol. El viernes a la noche policías y gendarmes distrajeron su búsqueda por un tiroteo en una casa quinta de la localidad de Recreo, a 70 kilómetros de donde se suponía que estaban los criminales. Luego de horas perdidas se comprobó que se había tratado de un ajuste de cuentas contra un ciudadano boliviano. Que tenía deudas de juego. Un asunto bastante frecuente en la vida cotidiana de Santa Fe. Los equívocos, el primero de ellos casi fatal, desnuda varios aspectos de la ruina estatal que ha encontrado el macrismo y de las debilidades políticas objetivas para enfrentarlo. De todas las sorpresas que ha deparado la persecución una asomaría ahora más llamativa que las demás. ¿Alguien tenía dudas sobre la complicidad de las policías bonaerense y santafesina con las redes de los narcotraficantes? En cambio, se creyó algo más en la supuesta profesionalización de Gendarmería. Error: esa fuerza estaría también perforada y en situación de similar amateurismo que las restantes. Habría regresado a los viejos tiempos en que el empresario Alfredo Yabrán era su financista de negocios oscuros.

Los gendarmes, por ejemplo, también fallaron en el primer operativo para capturar a los prófugos con una información precisa -una excepción- que había arrimado la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), que conduce Gustavo Arribas. El mismo empresario enredado en el pase de Jonathan Calleri al Bologna de Italia, con una triangulación vidriosa, vía Uruguay. Martín Lanatta (también su hermano Cristian y Schillaci) se movilizaron estas dos semanas con ropa igual o parecida a la de los gendarmes. Incluso camuflaron con los colores y logotipos de esa institución la última camioneta con la cual volcaron. O volcó el capturado. Los otros dos no se sabe. Con el vehículo pasaron cuatro puestos de vigilancia de la policía de Santa Fe. En todos ellos tuvieron vía libre.

La información indicó que los prófugos habían realizado el camuflaje de la camioneta en un taller clandestino de la capital provincial. ¿Es un taller vinculado a Gendarmería? ¿O la propia Gendamería facilita camionetas fuera de uso? Las autoridades macristas dudan. Y temen. Ese estado de desquicio podría explicar muchas cosas extrañas del largo operativo de persecución. También varios errores del Gobierno. Menos uno: el cometido en la comunicación sobre el desenlace. El PRO acostumbra a hacer alarde sobre dos de sus vigas políticas: la gestión, a veces acertada y otras no, y sus formas de presentarlas. En el caso de los prófugos fallaron ambas.

Encontrar el punto exacto de la verdad sobre lo que ocurrió durante horas cruciales del sábado parecería muy difícil. A las 10 de la mañana el gobernador de Santa Fe, Miguel Lifschitz, recibió una comunicación del jefe de la policial provincial, Rafael Grau, sobre una detención cerca de Cayastá. Creía que era Martín Lanatta, pero no estaba seguro. El mandatario le pidió una corroboración exhaustiva antes de difundir la noticia. Lifschitz asegura que nunca tuvo información sobre el apresamiento de Cristian y de Schillaci. Pero divulgó un tuit diciendo lo contrario. Un rato más tarde, en la Secretaría de Seguridad, Patricia Bullrich se juntó con María Eugenia Vidal, Cristian Ritondo, Eugenio Burzaco y Federico Salvai, el ministro de gobierno bonaerense.

Ritondo repitió allí que estaban todos los prófugos detenidos. Dato que certificó el ministro de Seguridad de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, que andaba en Buenos Aires y se corrió hasta las oficinas de la calle Gelly y Obes. A raíz de la buena noticia, Vidal habló con Mauricio Macri y decidió volar a Santa Fe. La idea original era brindar una conferencia de prensa con Lifschitz.

En pleno vuelo se enteró de que el éxito del operativo había sido parcial. Nadie sabía explicarles el paradero de Cristian Lanatta y Schillaci. Cuando llegaron al lugar se encontraron con algunas pertenencias del detenido. Un bolso con fajos de dólares. La plata necesaria, al parecer, para sortear la cantidad de obstáculos que se les presentaron desde que dejaron la prisión de General Alvear.

La decepción de Macri y de Vidal resultó entonces inmensa. La fallida información había dejado al Gobierno desairado en la comunicación frente a la sociedad. Marcos Peña, el jefe de Gabinete, salió como un bombero para tratar de enmendar la falla. Fue solo un paliativo. No logró revertir la percepción colectiva de fracaso de un éxito objetivo que significó la detención de Martín Lanatta. El más importante de los tres criminales. Por una razón: llevó ante María Servini de Cubría información sobre el triple crimen de General Rodríguez, el tráfico de efedrina y ciertas ramificaciones política. Allí se recortó, como en el testimonio televisivo, la figura de Aníbal Fernández.

Macri y Vidal debatieron, en medio del bajón, sobre la conveniencia de que la gobernadora asistiera al programa del sábado por la noche de Mirtha Legrand. La mujer bonaerense no parecía demasiado convencida, pero el Presidente encontró argumentos: era bueno, en plena crisis, abordar la cuestión de los prófugos desde una perspectiva más amplia. Vidal cumplió. El escándalo de los criminales prófugos habría persuadido a Macri a repensar el manejo de la política de seguridad.

No está contemplando el relevo de ministros aunque algunas actuaciones le habrían dejado un sabor agrio. Llegó a la conclusión que nada resulta suficiente, ni la declaración de la emergencia, para enfrentar con las actuales fuerzas de seguridad el combate contra el delito y el narcotráfico. Esos fueron dos de sus emblemas centrales de la victoria electoral. También los de Vidal.

Estaría meditando la conveniencia de continuar enfrentándolos con las precarias herramientas que dispone. ¿Propondría como primer recurso un próximo debate de política de Estado junto a los líderes de la oposición? El proyecto está en maceración. La novedad podría alumbrar en los días venideros.

[Fuente: Por Eduardo van der Kooy, Clarín, Bs As, 11ene16]

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