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27jun06


Los entretelones de un golpe militar que anticipó la tragedia de 1976


El golpe que derrocó al presidente Arturo Illia comenzó a gestarse poco después de que asumió el cargo. Fue otro capítulo de la crisis abierta tras el derrocamiento de Perón. Su propósito no fue corregir desviaciones del sistema, sino modificarlo de raíz.

La trama golpista fue más compleja de lo que sugiere esa tópica caracterización. No se trató de una conspiración donde todos los militares estuvieron comprometidos. Tampoco fue un movimiento donde los únicos protagonistas fueron militares con respaldo civil monocolor. Este golpe no se explica con la divisoria peronismo-antiperonismo. Una parte del sector unionista de la UCR alentó, en algunos militares, los planes para destituir a Illia, entre ellos el gobernador de Entre Ríos. También lo hicieron los más poderosos dirigentes de la CGT. Como en una comedia de enredos, intereses y fantasías diversas se cruzaron, convergieron y divergieron, al calor de enormes equívocos. La pugna entre Perón y el líder metalúrgico Vandor fue parte de la escenografía.

Cinco días después de iniciada la presidencia de Illia, en Plaza Once el peronismo lanzó una advertencia que resonó como amenaza: "Sin Perón no podrán gobernar". Esa temprana oposición negó legitimidad de origen a un presidente electo con el apoyo del 25,79 por ciento de los votos. En julio del 63, con el respaldo de 270 electores, Illia obtuvo mayoría absoluta en el Colegio Electoral.

Acatando la orden de Perón de votar en blanco, un sector peronista logró el 21 por ciento de los votos. El que desobedeció formó un bloque con 52 diputados nacionales que confrontó con 70 del bloque oficialista. Ese retorno parcial del peronismo al Congreso no resolvía el problema de su exclusión, pero abría la posibilidad de ponerle fin.

Illia dio cuenta de ese nuevo mapa político: "La democracia argentina necesita perfeccionamiento", señaló. El perfeccionamiento pasaba por terminar con la exclusión del peronismo abriendo el camino para su pleno reconocimiento legal. Con proscripciones, presos políticos, recortes de las libertades públicas y estado de sitio, no habría pacificación, explicó Illia.

A Illia se le reprochó el levantamiento de las proscripciones, incluida la del Partido Comunista, y la "falta de libertades". Se le cuestionó la "debilidad" frente a los desbordes sindicales y la "dureza" frente a la paralización de los servicios públicos y la ocupación de fábricas. Para algunos, el gobierno era "dirigista y estatista". Para otros, favorecía la "libre empresa".

El pase a retiro del general Juan Carlos Onganía, a finales de 1965, no alejó los riesgos de golpe. Los potenció: el ex comandante en Jefe del Ejército apareció como caudillo militar. Onganía adquirió la condición de hombre fuerte y de reserva para relevar a un gobierno supuestamente "débil". Pero Illia respondía: "Se dice que hay vacío de poder. No es verdad. Mi fuerza es la ley."

Semanas antes del golpe, manifestantes recorrían la calle Florida con enfáticos carteles: "¡Basta de Illia!" "No tenemos libertad", se quejaban estudiantes, empresarios, sindicalistas y no pocos intelectuales. "¡Abajo el gobierno de patrones!", clamaba la izquierda. Los observadores extranjeros tenían otra percepción: "Aquí se respira libertad."

El debate de ideas y la búsqueda de consensos no eran el fuerte en aquella Argentina crispada e impaciente, otra vez dispuesta a confundir la salida con una de sus cíclicas fugas hacia adelante. Imaginando que el camino más corto al paraíso pasaba por huir de aquella suerte de tibio purgatorio, el país parecía no advertir que, yendo por ese atajo, se encaminaba al infierno, alimentando la fantasía de recomponer esa alianza sin Perón. "Mi padre supo desde el principio quiénes y de qué modo tramaron el golpe", explica hoy Leandro Illia, hijo del ex presidente.

Un sector de los militares "azules" (fracción del Ejército legalista en 1962, entre los cuales estaba Onganía) veía al gobierno radical como una victoria del bando colorado (fracción furiosamente antiperonista). Tres años después aquel legalismo de 1962 devino en un golpismo poseído de sueños comunitaristas, deseoso de imitar la modernización del franquismo español.

En marzo de 1966 se intensificó la ofensiva golpista. Los sindicalistas redoblaron la apuesta opositora con el Plan de Lucha. Los militares reiteraban un compromiso verbal con el orden institucional que no se compadecía con sus pasos, encaminados a derogarlo. El fracaso de los esfuerzos legalistas se explica, en parte, por el compromiso de éstos con el orden constitucional y sus procedimientos.

Esta situación produjo una asimetría. Favoreció la eficacia de golpistas que no tenían apego a esas normas. Perjudicó a aquellos empeñados en respetarlas. Los golpistas, a diferencia de los legalistas, accionaban en varios frentes: Comando en Jefe del Ejército, militares retirados, sindicalistas, empresarios y políticos aliados.

Afinado, el mecanismo golpista se puso en marcha. La "guerra sicológica" que soportó Arturo Frondizi se volvió contra Illia. El discurso del general Juan Pistarini el 29 de mayo, Día del Ejército, abrió la cabecera de playa para el desembarco. Aunque advertido de la intención de Pistarini, Illia lo amonestó, pero no lo relevó. El ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, aconsejó destituir a Pistarini, reemplazándolo por el general Carlos Augusto Caro, comandante del II Cuerpo de Ejército. El 14 de junio los mandos del Ejército dijeron coincidir en no interferir en la acción del gobierno. Cándido López dijo a Caro: "No hay que confiar en estos tipos, pueden dar una puñalada por la espalda."

El día 20, Illia presidió en Rosario el Día de la Bandera. A su lado estaba Caro. "Usted será mi próximo comandante en Jefe", le dijo llia. "Allí mi padre se puso de acuerdo con Caro. Ante cualquier amenaza golpista, el presidente trasladaría la sede del gobierno nacional a Rosario", refiere Leandro Illia.

Dos días antes del golpe, un encuentro fortuito de Caro con tres diputados nacionales peronistas, entre los que estaba su hermano Armando, se usó como pretexto para precipitar el golpe. Uno de ellos, vinculado al golpe, filtró una versión distorsionada. "Esta comidita le cuesta la cabeza a Caro y a Castro Sánchez", comentó Onganía.

Lo que fue breve visita ocasional se presentó como prolongada reunión concertada entre militares y peronistas legalistas. Al día siguiente, un vespertino amplificó el encuentro: "Comida política", tituló. El detonante estaba servido. "No puede ser que un general se reúna con peronistas." Pistarini citó a Caro con el pretexto de darle instrucciones. Cuando éste se presentó, aquél ordenó su relevo, pase a retiro y arresto.

Neutralizada esa posible resistencia, a las 5.30 de la madrugada del 28 de junio se consumó el golpe. El general Julio Alsogaray y oficiales armados rodearon al Presidente. Le notificaron que había sido destituido y lo intimaron a abandonar la Casa Rosada.

"Mi padre, que fue muy valiente, enfrentó a Alsogaray", refiere Leandro Illia. Le dijo que era un salteador nocturno, un bandido cobarde que pisoteaba la Constitución: "Usted no es digno de vestir el uniforme de la Patria. Algún día sus hijos y la Patria se lo recriminarán."

A las siete y media de la mañana del 28 de junio, efectivos de la Guardia de Infantería, mandados por el coronel Luis Perlinger, desalojaron al presidente Illia.

"Aquella madrugada no sólo cayó un gobierno: junto a él fueron derribadas las instituciones", reflexionó —veinte años después— el general Caro, uno de los militares que trató de evitar un golpe que engendraría más y más violencia.

[Fuente: Por Gregorio A. Caro Figueroa Periodista y ensayista, Clarin, Bs As, 27jun06]

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