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09nov10


Ambición sin medida


Emilio Massera creyó, en su época de esplendor en el poder, que la construcción política podía incluir hasta el crimen. Confundió las malas artes de una represión política, ya ilegítima, con los intereses privados o con la conveniencia política personal. Al final de su carrera en el poder, hasta se convenció de que volvería a la cima política elevado por los votos de la sociedad. ¿Cómo sucedería eso? Sencillo para él: conseguiría que el peronismo (o una parte de ese partido) lo apoyara y que la viuda de Perón le trasladara su todavía poderoso liderazgo en los primeros años 80.

Tuvo una relación rara con María Estela Martínez de Perón. Nadie conspiró tanto como él para tumbarla de la Presidencia y nadie, tampoco, la cortejó tanto luego para que ella le dejara la conducción del peronismo. La viuda de Perón hoy no es nadie en la política argentina, pero fue mucho hasta la aparición de la renovación peronista, en 1987. Fue mucho más todavía cuando se advirtieron, entre 1980 y 1981, los primeros síntomas del final de la dictadura. El peronismo, que se creía predestinado a ganar todas las elecciones, revoloteaba en torno de ella como si fuera una reina en el exilio. También algunos militares, incluido Massera.

La ambición presidencial de Massera era una utopía sin medidas, sobre todo si debía pasar por elecciones, pero ese proyecto define también, de algún modo, la dimensión de su audacia. La única gran victoria de la vida de Massera fue la de haberse convertido en una figura determinante de la dictadura desde la conducción de la Armada, que nunca tuvo la importancia ni la influencia del Ejército. Contribuyó a pergeñar el plan de represión de los grupos insurgentes de los años 70, que incluyó la desaparición, la tortura y el asesinato de personas. De su imaginación surgió la idea, también, de convertir la Escuela de Mecánica de la Armada (la conocida ESMA) en un centro clandestino de detención y, al mismo tiempo, de reclutamiento de guerrilleros arrepentidos.

Con esos nuevos aliados, intentó tender un puente con la conducción en el exilio de Montoneros, quizás para trabar acuerdos electorales. Nunca se supo fehacientemente si fue cierto que se reunió en París con Mario Firmenich, el entonces todopoderoso líder del grupo subversivo filoperonista. Lo cierto es que en el camino perdió la vida, asesinada, la diplomática Elena Holmberg, que habría comprobado ese encuentro e informado al gobierno militar. Se necesitaba una audacia sin límites, o una sensación infinita de impunidad, para llegar a tanto en los años más oscuros de la última dictadura.

Por cuestiones más prosaicas terminó vinculado a la muerte del empresario Fernando Branca, que no tenía ninguna filiación guerrillera, pero sí una fortuna. En medio de su disputa política con el Ejército, se le atribuyó también el asesinato del embajador en Venezuela Héctor Hidalgo Solá, un radical que hacía esfuerzos por moderar el régimen y buscar una salida democrática. Todo eso indica que el crimen era para Massera una herramienta política más amplia que la ya repudiable represión ilegal de los grupos que se habían levantado en armas contra el Estado, aún en tiempos de un gobierno democrático.

Massera fue un caudillo militar de la Armada como no hubo otro, salvo Isaac Rojas en la época del derrocamiento de Perón, en 1955. Una amplia generación de oficiales marineros no habían tenido tanto poder nunca como el que les dio Massera. Hasta se dio el lujo de quebrar políticamente al elefantiásico Ejército de aquellos tiempos. Se llevó con él a generales tan importantes como el entonces comandante del I Cuerpo de Ejército, Guillermo Suárez Mason, y el comandante del III Cuerpo, Luciano Benjamín Menéndez, que lideraban el ala más dura de los militares.

Audacia y ambición

La literatura política de la época pone especial énfasis sobre "duros" y "blandos" entre los uniformados. Supuestamente, los "señores de la guerra", Massera y Suárez Mason, comandaban la vertiente más dura, mientras que Jorge Rafael Videla y Roberto Viola mandaban sobre la franja más moderada. Si fue así, la historia no exculpa a los "blandos": ningún exceso fue evitado por nadie y ninguno pudo frenar la dinámica del régimen; además, tanto Videla como Viola se fueron del poder por otras razones, no por sus disputas con los "duros". Lo único que distinguía a Massera del resto era la audacia y el tamaño de su ambición, que rebasaba el período militar e intentó incrustarse, sin suerte, en la posterior vida democrática.

Massera formó parte de la historia de la empresa Papel Prensa, porque nunca quiso que el Estado autorizara la compra de esa empresa a la familia Graiver por parte de los diarios LA NACION, Clarín y La Razón . Consideraba que el gobierno militar debía hacerse cargo de esa empresa productora de papel para diarios, porque de esa manera intervendría en la distribución del principal insumo de los medios gráficos. Era la forma ideal de controlar lo que quedaba, muy condicionado por cierto, del periodismo independiente en el país.

Según él, a la dictadura le bastaba con sustraerle la papelera a la perseguida familia Graiver, como había hecho como muchos otros bienes de los herederos de David Graiver. Dos figuras periodísticas de esa época, extrañamente acusadas ahora por el gobierno kirchnerista, debieron vivir un largo período bajo amenaza de muerte. La guillotina de la brutal amenaza, que en esos tiempos podía terminar abruptamente con la vida de cualquiera, cayó sobre las máximas autoridades de LA NACION y de Clarín . Los militares tampoco aceptaban que una operación privada los tuviera como meros espectadores.

Massera perteneció a una época en que la vida no valía nada. Fue la expresión despiadada de una respuesta ya demencial a un desafío al Estado por parte de grupos armados, que también cultivaron el crimen como una forma de construcción política. Las prácticas asesinas de unos y otros no son equiparables por muchas razones. Pero vale la pena tener en cuenta ambas tragedias, la de la subversión y la de la represión, para apreciar el amplio significado -no sólo el electoral- del sistema democrático recuperado hace casi 27 años.

[Fuente: La Nación, Bs As, 09nov10]

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