EQUIPO NIZKOR
Información

DERECHOS


06feb05


Presidio: el infierno tiene muros de piedra, un descenso a la peor marginalidad.


La Nación recorrió Casa de Piedra, la penitenciaría de Mendoza que es considerada la peor cárcel del país y por la que la Argentina está en la mira de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Un muestrario de horror y de violaciones constitucionales que ha provocado una crisis política en el gobierno provincial

El sol va a derretir esos muros. Es mediodía y no hay viento. La calle Boulogne-sur-mer, hacia el norte de Mendoza, está quieta como un cuadro. Sólo se oye el agua que discurre por las acequias. En todas las veredas de esta ciudad hay acequias y los árboles son altos y frondosos... Pero detrás de esos muros debe hacer 15 grados más que en el infierno. Bueno, tal vez el infierno sea eso que está allí adentro.

Los muros, de unos seis metros de alto y 70 centímetros de espesor, fueron construidos en 1905 con piedras de un gris rosado, desparejo. En el centro del paredón del frente está la entrada: un portón de metal pintado de verde. Arriba dice "Penitenciaría".

La cárcel es conocida como la Casa de Piedra. Dicen que es la peor de la Argentina. Acaso sea cierto. Adentro flota en el aire una premonición desgraciada, y vehemente como el sol del mediodía. El año pasado hubo diez muertos en este edificio. A uno lo descuartizaron el 4 de diciembre último. Se llamaba Sergio Salinas y tenía 24 años, problemas mentales y amigos que lo condujeron a las drogas y al delito. Eso dijo la madre, Julia Rosario Ares.

Antes de ese crimen, el que completó la decena, un grupo de abogados mendocinos ya había pedido la intervención a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El caso fue girado a la Corte Interamericana, y el homicidio precipitó la inspección. La Comisión encontró hacinamiento, mugre, ocio... una lista interminable de violaciones a la Constitución y a los derechos humanos.

También después del crimen, el gobierno del radical Julio Cobos cambió las autoridades penitenciarias. Sergio Miranda se hizo cargo de la cárcel, en reemplazo de Mariano Cortez Murillo. Pero la violencia continuó. En las últimas dos semanas otros tres presos fueron heridos a puñaladas y un cuarto, que estaba internado desde noviembre último, murió.

En medio de la crisis penitenciaria, el gobernador Cobos le aceptó la semana última la renuncia al ministro de Justicia y Seguridad Roberto Grillo. Después murió otro interno, que había sido herido en noviembre.

"Estamos desarmando las bandas. Ya desarmamos la del Pabellón 5, donde los tres presos fueron acuchillados. No sabe lo que era esto cuando me hice cargo, un caos", dice Miranda.

Miranda y la coordinadora general del penal, María Paula Vetrugno, se disponen ahora a acompañar a LA NACION en una recorrida por el penal. Un guardiacárcel abre una puerta y entra en un pequeño recinto. La cierra y abre otra, que conduce a un patio.

Aquí adentro el aire es pesado como el mercurio. No hay árboles altos y frondosos y, en lugar de acequias, hay unas pequeñas canaletas en las que un agua verde y espesa avanza lentamente, como los días tras las rejas. Las paredes están descascaradas, como en casi toda la cárcel, corroídas por la furia que transporta el hálito de los presos: historias llenas de cólera y de tiros, de putrefacción y de drogas, de fracaso y de sangre.

"Podemos ser rehenes en cualquier momento... El sistema no brinda seguridad", dice el guardiacárcel, mientras atraviesa el patio hacia la cocina.

Tallarines con salsa.

El director pregunta si se puede entrar. Se puede. Adentro hay 30 presos. Rancheros: así llaman a los que se encargan de la comida. Algunos depositan tallarines de un amarillo radioactivo en unas bandejas cuadradas y vierten salsa de tomates arriba. Otros controlan hervores.

El aire en la cocina es oscuro y casi líquido y el piso está cubierto por una pátina aceitosa. Un grupo de presos se acerca a Vetrugno y le pide audiencias. Vetrugno escucha cada solicitud con estoicismo. Es la única mujer en el lugar. "No, no tengo miedo. a lo sumo te dicen piropos, te levantan la autoestima", había dicho antes de entrar. Y ahora, después de atender a los reclusos: "Escuchamos a todos. La idea es cambiar las cosas".

Los presos ahora rodean a LA NACION para soltar un rosario de quejas: que los golpean, que no tienen duchas, que no les otorgaron beneficios pese a que son trabajadores. Hablan todos a la vez. Las sustancias que exudan los cuerpos y los alientos constituyen una nube fétida que neutraliza los vapores ácidos de la salsa.

El más viejo de los rancheros, un homicida con nariz de boxeador y el cuerpo lleno de tatuajes verdes, posa para las fotos. Encuentra un motivo en algún lugar de su cabeza calva y sonríe. Otro hace un paneo con los ojos para comprobar que nadie lo mira. Dice: "Tenemos una deuda y la estamos pagando. Pero no somos animales. Deciles que te lleven al Pabellón 4".

En las recorridas carcelarias, siempre gravita la sensación de que las autoridades ocultan cosas. El Pabellón 4. Hay que acceder al Pabellón 4.

"Nuestra filosofía es no ocultar -dice Miranda-. No vamos a asegurar que no va a haber más muertos. Sí, que no va a haber más impunidad".

Después de la cocina: el patio. Una puerta verde. Un pasillo. Otra puerta verde. Un corredor al aire libre conduce al centro del panóptico, al que llaman la rotonda, desde donde se accede a los pabellones. El corredor está cubierto por una malla metálica con la forma de medio cilindro acostado.

La Puerta 20.

En el fondo: otra puerta verde. "Prepárense. Acá empieza el espanto", dice el director y entra en un lugar lóbrego al que llaman La Puerta 20. A la derecha está el Pabellón 1 y a la izquierda, el 2. En ambos hay presos homosexuales. También hay otros presos aislados. Policías, por ejemplo.

El aire, aquí, parece distinto. Más pesado. Es como si una fuerza extraña hubiera alterado la presión atmosférica. Por La Puerta 20 se accede a dos espacios abiertos, semicirculares, desde donde se despliegan los pabellones. En el patio de la derecha está el Pabellón 7. Allí descuartizaron a Salinas. Una cáfila de condenados y procesados (en la Casa de Piedra están todos juntos) se amontona frente a la reja. Piden un teléfono y una pala "para limpiar la mugre". Vetrugno escucha y le indica a un guardiacárcel que consiga una pala.

Al lado, en el Pabellón 8, dicen que están en huelga de hambre desde hace una semana y media. Piden elementos de limpieza, un teléfono, beneficios judiciales, medicamentos para uno que tiene sida.

"Para poder ir a la enfermería, tenemos que cortarnos", dice un preso y estira un brazo lleno de tajos. De pronto, la reja es atravesada por un fárrago de miembros lacerados.

"Ahora parecen buenitos, porque están ustedes. Pero esos de gris te cagan a palos... Así cómo vamos a rescatarnos", dice un sujeto esmirriado y a la vez fofo, la espalda como una hoz.

Uno de esos de gris murmura: "Si salen y vuelven a entrar... Les gusta estar encerrados. Tienen mejor vida acá. ¿Reinsertarse? Mentira...".

El Pabellón 9 está al lado del 8. Ahí sí hay teléfono y, en algunas celdas, televisor. Pese a que es un pabellón de conducta, como lo llaman las autoridades penitenciarias, o vip, como lo llaman los presos, también está superpoblado. Aparentemente, hay mucha gente vip en esta cárcel.

"Acá se entra por líneas. Contactos. Si no, no -explica un individuo que entró por narcotráfico-. A mí me agarraron con merca. Tengo un conocido en el Estado. Y bueno... Acá estoy".

Los presos descubren a los visitantes y se alborotan. Surgen desde atrás de unas mantas colgadas y lugares lúgubres. Siempre hay mantas colgadas y lugares lúgubres. Y piden cigarrillos. Y se quejan. "Mirá, ¿ves toda esta porquería? Esto es lo mejor que tienen para mostrar. Pedí que te lleven al Pabellón 4".

El Pabellón 4... el Pabellón 4.

El túnel y la penitencia.

El Pabellón 4 está en el patio de la izquierda. No hay forma, aquí, de ocultarse del sol. En lontanza hay unas nubes de plomo. Lloverá. Seguro. Pero falta un rato.

"Agua. ¡Traigan aguaaa! ¡aaaaaguaaaaa!", grita una voz pastosa. Se oyen golpes, ruidos metálicos, otras voces que emiten quejidos y también improperios.

"En el Pabellón 4 encontramos un túnel, ayer. Por eso están encerrados en las celdas", explica Miranda.

El patio del pabellón está casi vacío. Sólo hay un preso. Uno de los cincuenta "fajineros", los que limpian. El resto está metido de a tres, o de a cuatro, en unas celdas de dos metros y medio por dos. Las celdas forman dos líneas rectas, que a su vez forman una L. En el vértice de la L está el túnel que a las 16.30, dentro de dos horas, llenarán con cemento. Sólo cuando el cemento haya fraguado, tal vez en dos días, los presos podrán salir.

"Acuérdese de mis hijos discapacitados", le dice el fajinero al director. Después se aleja, el mango de la pala en el hombro desnudo. Sólo viste un jean cortado que le llega un poco más arriba de las rodillas y zapatillas. Mira al director, a la coordinadora general y los guardiacárceles con los maxilares apretados. Lo que aprieta, en realidad, es su carácter propenso a encontrar querella.

"Estoy limpiando porque están ustedes -dice-. ¿Sabés lo que hay en estas bolsas? Mierda. Ahí adentro no hay baño y hay que cagar en bolsas y tirarlas para afuera".

Hay decenas de esas bolsas esparcidas por la galería. Y botellas con orín. Y pequeñas lomas de tallarines radioactivos. Y moscas. Las moscas entran y salen de las celdas por las ventanas enrejadas, de unos 45 centímetros de largo por 30 de alto. En las ventanas se amontonan caras que han asumido el color de las polillas.

"¡Mirá! -dice una boca con la dentadura marrón, desde una ventana. Saca un brazo que dice "MADRE" y señala un bulto en el piso-. ¡Eso es una rata! La matamos anoche".

Otro grita: "¡¡¡¡Aaaguaaaa!!!!"

Abajo, en la puerta desvencijada, hay un agujero. Un ojo. Después una boca. Otra vez un ojo. Y una boca que se mueve: "Con todo respeto, pedimos salir diez minutos...".

Un guardiacárcel mira al director, que asiente con la cabeza. La comitiva continúa su camino.

"Esto no se arregla -dice el director-. Hay que demoler la cárcel. La vamos a demoler".

Ahora sí, el cielo es de plomo. Agua.

[Fuente: Por Ramiro Sagasti, La Nación, Mendoza, Arg, 06feb05]

Tienda de Libros Radio Nizkor On-Line Donations

DDHH en Argentina
small logoThis document has been published on 06Jan05 by the Equipo Nizkor and Derechos Human Rights. In accordance with Title 17 U.S.C. Section 107, this material is distributed without profit to those who have expressed a prior interest in receiving the included information for research and educational purposes.