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DERECHOS


22abr07


Lo peor de esos abogados.


El asco social ante el crimen de Laura Abonassar ha dejado muy cascoteados a los defensores de los derechos humanos. ¿Se merecen tal nivel de rechazo?.

Los grandes perdedores de esta Mendoza asqueada por el crimen son los abogados defensores de los derechos humanos. A cierto nivel popular han quedado poco menos que como "cómplices" de quienes asesinaron a Laura Abonassar.

Han caído tanto en la consideración pública que hoy son tan o más despreciados que un concejal, un diputado o un corrupto, lo cual ya es mucho decir. Aunque en el caso del corrupto, en nuestra sociedad la condena suele ir acompañada por una secreta cuota de admiración, rasgo que en este caso no existe.

Pregunta calcada

Cada vez que Mendoza se conmociona con un asesinato absurdo se escuchan las mismas preguntas: ¿dónde están ahora los que defienden los derechos humanos? ¿Por qué hay derechos humanos sólo para los delincuentes?

Y cada vez que "algún pendejo de mierda" o "una de estas bestias" (como Alfredo Cornejo y César Biffi llamaron a los autores del crimen de Laura) comete una atrocidad, hay un marcado descenso en la consideración de los defensores de los derechos humanos, pero no sólo de los abogados sino de todos los que levantan esa bandera. Esa percepción negativa se observa de manera particular en los sectores menos instruidos. Pero no sólo en ellos. Es una idea que avanza.

Culpas al garantismo

La raíz de este desprecio es muy compleja. Veamos. Los que cuestionan a los defensores de derechos humanos impregnan su mensaje de otra reiterada pregunta: ¿por qué el garantismo de las leyes (una de las esencias del republicanismo democrático) rige sólo para los que delinquen y no para las víctimas del delito?

Por otro lado, lo que resalta en esa crítica es la acusación de que esos abogados están demasiado ideologizados y que siempre acuden en favor de las "víctimas del sistema", es decir las de los marginales que han caído en la violencia, el delito y la droga, y no de los otros ciudadanos que deben pagar el pato de esa exclusión cayendo -a su vez- bajo la bala, el cuchillazo o la humillación que significa, siempre que los dejen vivos, el hecho de ser asaltado.

Algo profundo se debe de haber quebrado en el entramado social para que amplias capas de la sociedad (no sólo ya los que cuentan con pocas herramientas para discernir) descrean y pongan en duda el concepto de derechos humanos.

Debajo del agua

¿Será porque el término está todavía demasiado volcado hacia concepciones sectarias de izquierda?

Es una paradoja que los derechos humanos sean una bandera de la izquierda cuando buena parte de los regímenes de izquierda (desde la ex dictadura de la URSS hasta Cuba) se han caracterizado por pisotearlos. Como también, claro, han sido pisoteados en los regímenes de derecha, desde la España de Franco hasta el Chile de Pinochet, pasando por nuestro sátrapa Videla. La diferencia es que la derecha no suele presumir de defender los derechos humanos.

Es sabido, no obstante, que existe otro tipo de izquierda, por ejemplo la fuertemente republicana de algunos países europeos, sobre todo los escandinavos, donde se ha podido congeniar de manera inteligente el progresismo de tintes socialistas con la defensa a ultranza de los "liberales" derechos humanos.

¿Para qué, para quién?

Parece, entonces, que nos hubiéramos quedado en la idea de que los derechos humanos están circunscriptos a la defensa de quienes fueron víctimas de la represión estatal tanto en la última dictadura como en el gobierno democrático de Isabel Perón. Y mucho más acá en el tiempo, a quienes han resultado víctimas del antiprofesionalismo de las fuerzas policiales a través del gatillo fácil y otras barbaridades cometidas en democracia.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes republicanos posteriores a 1983 y sin embargo la política aún no ha servido para hacer "carne" en la sociedad que la defensa de los derechos humanos está en el basamento de toda la filosofía democrática.

El primero

El principal derecho humano es el derecho de mantener la vida. Es decir, el que le fue cercenado de manera despiadada y absurda a Laura Abonassar. Ninguna razón asiste al asesino que disparó sobre la cabeza de Laura. Le podrían haber robado el auto sin necesidad de dispararle. Hubiera sido un robo agravado por el uso de armas. Lo que cometieron, en cambio, los hizo saltar todos los límites. Matar a otro es irse al infierno.

Una de las cosas más excelsas que tiene nuestra Constitución es la de asegurar el derecho a la defensa aún del peor asesino. Otra virtud es que la condena debe ser siempre la privación de la libertad del criminal, así sea a perpetuidad, nunca la muerte.

Esto habla de progreso moral y cultural. Esto es plantear que no somos bestias. Que los humanos hemos progresado.

Lo contrario hubiese sido quedarse en el ojo por ojo, diente por diente. Lo cual podrá sonar muy justiciero cuando en realidad es signo del peor atraso. La historia nos demuestra que los que pidieron paredón y guillotina terminaron ellos con el cogote cortado.

Sumar, no restar

No es sacando derechos instaurados por la Constitución como vamos a combatir a los delincuentes. La Constitución no fijó derechos diferenciados para delincuentes y otros para personas consideradas normales.

Pero tampoco podemos ignorar que las leyes son pasibles de revisarse y actualizarse cuando las exigencias sociales así lo requieran. Hoy el delito ha adquirido una virulencia tal, fomentada por la facilidad con que circulan las armas en el mercado negro y por el uso de drogas duras en los sectores más desprotegidos, entre otros aspectos, que es necesario tener la inteligencia para ir actualizando algunos aspectos de nuestra normativa, sin afectar ninguna de las bases filosóficas de la democracia.

Los peores

La mejor forma de defender a las víctimas del delito es algo que excede a los aporreados abogados defensores de los derechos humanos, a quienes otros llaman "abogados de los delincuentes", y hacia quienes he sentido por estos días un ramalazo de solidaridad. Aunque no estaría mal que éstos ensayaran alguna autocrítica.

Para que haya menos víctimas del delito la solución es una sola: debe haber más y mejor gestión política. Debe aparecer la eficacia en las investigaciones. Tenemos que lograr una verdadera policía científica. El cuerpo de fiscales que ahora actúa en las comisarías tiene que demostrar más muñeca. La justicia debe hablar no sólo a través de sus resoluciones. Y las cárceles no deben ser un remedo del averno.

En algo tiene razón la dupla Cobos-Cornejo. Que no volvamos a tener otro mártir del delito es algo que le compete no sólo al Ejecutivo sino que involucra a la Justicia y a la Legislatura.

Pero el área de Seguridad no puede quedar nunca más en manos de amigos o de supuestos voluntariosos, como Bondino o Tello, dos de las peores decisiones de Cobos.

[Fuente: Por Manuel de Paz, Diario Uno, Mendoza, 22abr07]

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