Impunidad en Argentina
Los Derechos Humanos y la Impunidad en la Argentina (1974-1999)

PARTE I

EL MARCO POLÍTICO Y ECONÓMICO


CAPITULO II

LA IDEOLOGÍA DE LA SEGURIDAD NACIONAL

"La vileza del sable que amenaza" Almafuerte, La Sombra de la Patria

Hacia la época en que se redactó la Convención Americana de Derechos Humanos empezaba a configurarse, paradójicamente, un elemento político e ideológico que obstaculizaría la vigencia efectiva de ese instrumento normativo. Los hechos político sociales serían hondamente contradictorios de las normas que solo décadas después empezarían a tener alguna relevancia práctica.

Refiere Noam Chomsky que la administración Kennedy acentuó la presión sobre América Latina militar, rotando el énfasis de "defensa hemisférica" a "seguridad interna". Esto último terminaba significando, huelga señalarlo, guerra contra la propia población.

Los expertos académicos, agrega Chomsky con uno de los sombríos sarcasmos que le son habituales, explicaron sobriamente que las militares pasaba a ser así una fuerza "modernizada", al estar guiada por tutores de los Estados Unidos. El razonamiento básico se explicaba en un estudio secreto de 1965 hecho por el Secretario de Defensa, Robert McNamara, en el que se establecía que "las políticas de los Estados Unidos hacia los ejércitos latinoamericanos han sido, en conjunto, efectivas para obtener el objetivo fijado para ellas: "mejorar sus capacidades de seguridad interna" y "establecer la influencia predominantemente (norte)americana". Esto incluía el derrocamiento de los gobiernos civiles "toda vez que, a juicio de los militares, la conducta de esos líderes (civiles) era dañina para el bienestar de la nación". Lo cual era necesario debido al "ambiente cultural latinoamericano", y sería llevado a cabo apropiadamente ahora que los militares están asentados "en la comprensión de, y en la orientación hacia, los objetivos de los Estados Unidos." Procediendo en esa línea, se podía asegurar el resultado previsto y garantir "las inversiones privadas de los Estados Unidos", y el comercio, la "raíz económica", que es la más poderosa de todas las raíces del "interés político de los Estados Unidos en América Latina" (1)

En este clima crece y florece la doctrina de la seguridad nacional.

1. Orden, seguridad y resistencia al cambio

El análisis de la constitución real de las dictaduras iberoamericanas mostraba un rasgo común a todas ellas. Es el lugar que ocupaba en estos regímenes la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional. Esto se complementa muy bien con otros rasgo que les era inherente: aquello que Pio XI llamó EL IMPERIALISMO INTERNACIONAL DEL DINERO en la Encíclica QUADRAGESIMO ANNO.

El primero de esos elementos ha constituido el marco ideológico en el cual las dictaduras militares iberoamericanas han cometido durante las décadas de los años 70 y 80 las mas atroces violaciones a los derechos humanos. Consiste en la exaltación incondicionada del orden y de la seguridad como valores absolutos y al servicio de la sociedad iberoamericana tal cual es, sin cambios, incluso con resistencia al cambio. El orden y la seguridad de una sociedad plagada por las injusticias, las desigualdades, las discriminaciones, los privilegios, la violación sistemática de los derechos fundamentales de las personas, la opresión, el analfabetismo y la desculturización; una sociedad con todas estas hondas carencias pero al mismo tiempo estimulada a sobrevalorar el TENER sobre el SER de las personas, a quienes se empuja al encuentro de su identidad en la adquisición de bienes que no pueden comprar o que muy difícilmente pueden comprar; una sociedad dominada por la angustia tantálica de masas acicateadas y a la vez frustradas por el ilimitado espejismo consumista.

En cuanto al otro elemento, el imperialismo internacional del dinero, se expresa hoy a través de las empresas multinacionales, la globalización dirigida hegemónicamente y el sometimiento total a las exigencias del mercado, como empezó a advertirlo ya en 1972 y con claridad Paulo VI en la carta OCTOGESIMA ADVENIENS.

En realidad, el peculiar ORDEN y la peculiar SEGURIDAD de las autocracias militares iberoamericanas, al servir la causa del inmovilismo, al impedir el cuestionamiento, la crítica, la discrepancia, el análisis racional - todos comportamientos PELIGROSOS, INSEGUROS, promueve en verdad la causa de las corporaciones multinacionales, como se advierte sin esfuerzo al examinar las políticas económicas de estos regímenes.

En este sentido, la ideología de la seguridad nacional es un claro y terminante rechazo de aquellas TRANSFORMACIONES AUDACES, PROFUNDAMENTE INNOVADORAS y de esas REFORMAS URGENTES que HAY QUE EMPRENDER, SIN ESPERAR MAS que Paulo VI reclamaba hacia la misma época en que se elaboraba la Convención antes mencionada. (2)

El mantenimiento y agravación de las desigualdades, al que esta ideología termina sirviendo, entra manifiestamente en conflicto con otro reclamo angustioso de Paulo VI: "NO HAY QUE ARRIESGARSE A AUMENTAR TODAVÍA MAS LA RIQUEZA DE LOS RICOS Y LA POTENCIA DE LOS FUERTES, CONFIRMANDO ASÍ LA MISERIA DE LOS POBRES Y AÑADIENDOLA A LA SERVIDUMBRE DE LOS OPRIMIDOS" (3)

Por eso es coherente la palabra de los obispos latinoamericanos en el documento de Puebla: "En los últimos años se afianza en nuestro continente la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional, que es de hecho, más una ideología que una doctrina. Esta vinculada a un determinado modelo económico político, de características elitistas y verticalistas que suprime la participación amplia del pueblo en las decisiones políticas. Pretende incluso justificarse en ciertos países de la América Latina como doctrina defensora de la civilización occidental cristiana desarrolla un sistema represivo, en concordancia con su concepto de `guerra permanente'. En algunos casos expresa una clara intencionalidad de protagonismo geopolítico...La Doctrina de la Seguridad Nacional entendida como ideología absoluta, no se armonizaría con una visión cristiana del hombre en cuanto responsable de la realización de un proyecto temporal ni del Estado, en cuanto administrador del bien común. Impone en efecto, la tutela del pueblo por elites de poder, militares y políticas, y conduce a una acentuada desigualdad de participación en los resultados del desarrollo".

Sorprendía y sorprende en estas condiciones la aguda desproporción entre la importancia de este fenómeno ideológico y la dominación política y económica, por un lado, y la escasísima bibliografía que en nuestros países lo estudie, discuta o llame la atención sobre sus consecuencias gravísimas.

2. El estudio de Joseph Comblin

Por eso creo conveniente resumir algunas observaciones, y comentar otras, del notable sacerdote belga Joseph Comblin, el más dedicado especialista sobre este tema. El P. Comblin, profesor ordinario de la Facultad de Teología de la célebre Universidad Católica de Lovaina - ahora en el campus francófono de Louvain-la-Neuve - y también profesor visitante de la Universidad de Harvard, medios académicos ambos nada sospechosos de bastiones de la guerra revolucionaria, produjo un trabajo exhaustivo al que título "La Ideología de la Seguridad Nacional". El libro de Comblin es de 1977, tiene como subtítulo "El Poder Militar en la América Latina" y esta dedicado a Leónidas Proano, el obispo ecuatoriano de Riobamba, "preso el día 12 de agosto de 1976 por motivos de seguridad nacional".

Muy propicio medio universitario el de Lovaina para una investigación como la que se propuso Comblin, donde se entrelazan lo latinoamericano y los valores universales.

Tiene aquella como profesores HONORIS CAUSA a Helder Camara, el famoso obispo del nordeste brasileño y a Marco Gregorio McGrath, el arzobispo de Panamá , y también al Dr. Willem Adolf VisserHooft, secretario general del Consejo Ecuménico de las Iglesias. En la Facultad de Teología, a la que Coblin pertenece, también es profesor M. Schooyans, autor de un libro penetrante sobre el Brasil contemporáneo.

No es así dudoso que Comblin haya contado con una información y una visión de la América Latina que le ha permitido acertar con los orígenes profundos de esta ideología que a despecho de su nombre irradia inseguridad y desnacionalización. Advierte que ella es un fenómeno exógeno a nuestros pueblos: ha sido estructurada en los Estados Unidos, y se expande a los ejércitos latinoamericanos desde el "National War College", el "Industrial College of the Armed Forces" y en lo que concierne a la oficialidad subalterna, desde el "South Command" del ejército norteamericano, con asiento en el enclave del Canal de Panamá , donde hacia fines de 1975 ya habían recibido instrucciones según las técnicas de Vietnam nada menos que 71.651 militares latinoamericanos. (4)

Antes el P. Comblin señalaba:

"Podemos afirmar, por lo tanto, que la Doctrina de la Seguridad Nacional, venida del exterior, en vez de pasar por un proceso de rechazo debido a las particularidades de los países involucrados, deriva en realidad, en una desnacionalización de la vida social y política de cada uno de ellos, al punto de dar la impresión de que, en esos regímenes, la sociedad escapa al control del hombre".

Y enseguida agregaba:

"La Doctrina de la Seguridad nacional es una extraordinaria simplificación del hombre y de los problemas humanos. En su concepción, la guerra y la estrategia se tornan la única realidad y la respuesta a todo. Por causa de esto la Doctrina de la Seguridad Nacional esclaviza los espíritus y los cuerpos. Siendo un sistema muy aplicado en la América Latina, ella trasciende ese continente para amenazar a Occidente todo. En verdad parece haberse convertido en la última palabra, el último recurso de la civilización contemporánea; vemos así, como los defensores de la Doctrina de la Seguridad Nacional invierten perniciosamente la formula de Clawsewitz: la política, para ellos, sería la continuación de la guerra por otros medios".

La observación de Comblin sobre la inversión del pensamiento de Clawsewitz parece de la mayor importancia. Ese trastocamiento supone un cambio total de perspectiva sobre el fenómeno de la guerra y también sobre el lugar de las fuerzas armadas en el marco estatal.

3. La Inversión del Apotegma de Clawsewitz.

Clawsewitz, que vivió entre 1780 y 1831, es probablemente el mayor de los teóricos de la guerra. Su más señalada contribución fue la doctrina de la dirección política de la guerra. Hacia el final de su vida en 1828, al revisar su obra cumbre VON KRIEGE (De la Guerra), formulo su apotegma ahora celebre:"Krieg is nich als eine Fortsetzung der politischen Verkehr mit Einmischung anderer Mittel" ("La guerra no es sino la prosecución del curso político con la introducción de otros medios") que generalmente se cita en forma simplificada como "la guerra es la continuación de la política por otros medios". Con estas palabras Clawswitz negaba que la guerra pudiera constituir un fin en si misma.

Curioso destino el de este prusiano, veterano de Waterloo, que ponía énfasis en la guerra defensiva como la que concede las posiciones políticas y militares más fuertes.

Su doctrina terminó resultando incómoda al ejercito alemán y desde 1853, según dice Arnold H. Price, se enterró el pasaje crucial de su obra, donde reclamaba el control del gabinete ministerial sobre la estrategia, haciendole decir lo opuesto. El planeamiento militar germano fue quedando desde entonces desprovisto de propósito político, conduciendo al rígido y agresivo concepto de movilización de 1914 y a la virtual dictadura de Ludendorff de 1916.

Hubo una considerable revitalización del interés en Clawsewitz entre las dos guerras y explicablemente su doctrina influyó en los oficiales de la WEHRMACHT que trataron de deshacerse de Hitler el 20 de julio de 1944. La idea central de Clawsewitz era, así, que la violencia debía expresar un objetivo político estatal; de ningún modo reemplazar a este.

Seis meses después de producir la versión final de VON KRIEGE, en la que introdujo la famosa sentencia, Clawsewitz fue requerido por su amigo Carl Ferdinand von Roeder para que opinara sobre dos ejercicios estratégicos que habían sido planteados en el Estado Mayor. Los problemas postulaban que Austria, aliada de Sajonia, estaban por atacar a Prusia. Se mentaban los detalles militares pero no se ofrecía información sobre los objetivos de los gobiernos ni de la situación internacional en general. A fines de diciembre de 1827 Clawsewitz contestó a Roeder descartando ambos problemas porque tal cual estaban formulados eran demasiado incompletos para proporcionar una solución suficientemente significativa, desde que no se establecía en el planteamiento el objetivo militar de las dos partes. "Este objetivo es grandemente el resultado de las relaciones políticas mutuas de las dos partes y de su relación con otros Estados que podían participar en la acción. Si estas materias no se establecen, un plan estratégico de ese tipo viene a resultar nada más que una combinación de unos pocos factores de tiempo y espacio, dirigidos hacia una meta arbitraria".

Según indica Peter Paret, autor de uno de los más recientes y completos libros sobre Clawsewitz (5) estos problemas y las respuestas del general prusiano fueron publicadas en 1937 en la MILITARWISSENCHAFTLICHE RUNDSCHAU con el titulo de ZWEI BRIEFE DES GENERALS VON CLAWSEWITZ: GEDANKEN SUR ABWHER. Creemos que constituyen un complemento importante de VON KRIEGE para entender su convicción definitiva de la condición políticamente dependiente de la guerra y de las fuerzas armadas. Allí, en esas cartas, la reitera con estas palabras: "La guerra no es un fenómeno independiente sino la continuación de la política por diferentes medios. De consiguiente las líneas maestras de cualquier plan estratégico son de naturaleza grandemente política, y su carácter político se incrementa en la medida en que el plan se aplica a una campaña entera y al Estado entero. Un plan resulta directamente de las condiciones políticas de los dos Estados beligerantes como de sus relaciones respecto de terceras potencias...Conforme a este punto de vista, no es cuestión de una evaluación puramente militar de un problema estratégico, o de un esquema puramente militar de resolverlo".

Esta subordinación de la estrategia a la política determinaba una subordinación del militar al gobernante civil, coherente por lo demás con el orden político que desde la Revolución francesa pugnaba por extenderse a toda Europa. En realidad, cuando 90 años después de la formulación de Clawsewitz, el Premier radical de la Tercera República francesa, Georges Clemenceau, acuñe otra expresión igualmente famosa: "La guerre, c'est une chose trop grave pour la confier a des militaires", no estará sino desarrollando, desde luego con una evidente carga polémica y un intención cáustica, el pensamiento del general prusiano.

4 . Los Principios Quebrantados

Son otros modos de decir que la preeminencia militar en lo político -y la guerra es un gran hecho político- es una situación anómala, irregular. En el plano de los principios debe quedar en claro que el poder militar no tiene en el Estado más que una función auxiliar de los gobernantes. Los funcionarios de las fuerzas armadas - de eso se trata en verdad: personas que cumplen una función estatal definida- deben, por eso subordinarse al poder civil, al poder de la CIVITAS, de la sociedad política toda, de la cual las organizaciones militares no son mas que una parte subordinada y coordinada civilmente, esto es: una parte de, por y para la CIVITAS; de, por y para la sociedad política.

La fuerza pública no puede pues sino estar a disposición de quienes tienen títulos para impartir ordenes estatales. La misión de los ejércitos es así de servicio civil, en el sentido de servicio a la sociedad política. Desde que los agrupamientos sociales se definen por su fin u objeto, no hay duda que a las fuerzas armadas les vienen impuestos los límites de su competencia por la misión de defensa exterior, objetivo que es sólo una parte muy limitada de los fines de la organización estatal, de la cual los cuerpos armados no pueden ser más que meros instrumentos.

Como los actos humanos, las agrupaciones e instituciones tienden necesariamente a un fin, son intencionales, se orientan hacia un objeto, y el fin u objeto de la CIVITAS, abarca como uno de sus medios, para uno de sus muchos fines, la organización militar, instrumento civil en todo caso, para la realización de una parte muy reducida de los objetivos estatales. (6)

Pero aun en ese circunscripto tema de la defensa -como lo indicaban Clawsewitz y Clemenceau desde perspectivas tan disímiles- los militares no tienen autonomía, son instrumentos y medios de la política del Estado.

De la supremacía del poder civil sobre el militar, se sigue que uno de los titulares máximos del poder estatal es, por eso mismo precisamente, la autoridad suprema de las fuerzas armadas. Es lo que traducen las constituciones al declarar al jefe del ejecutivo comandante en jefe de las fuerzas armadas, y lo que ya preceptuaba Thomas Hobbes expresivamente:"...whosoever is made general of an army, he that hath the sovereign power is always generalissimo". (7)

Estos principios son contradichos por la ideología de la seguridad nacional, que promueve una elefantiásica expansión de lo militar en el Estado y una ocupación casi integral de las funciones estatales por los militares, a título que una guerra imaginaria se disputa también en todas las áreas del aparato gubernamental. De tal modo la citada ideología tiende a acentuar la tradicional tendencia de las fuerzas armadas a desbordar en la América Latina sus cauces constitucionales y producir dictaduras militares. (8)

La inversión del pensamiento de Clawsewitz impuesto por la ideología de la seguridad nacional supone la militarización de la política, la autonomía de la violencia y, de consiguiente, el excluyente protagonismo político de los militares.

5. Iberoamérica, Prolongación de Vietnam

Esto último quizás ha contribuido a acentuar el impulso mimetizante con que se improntó a las fuerzas armadas latinoamericanas y le permitió a la ideología referida dos logros importantes: desplazar a Clawsewitz, que tenía un prestigio casi reverencial entre los sectores militares más cultos, y la adopción acrítica de los lineamientos conceptuales que acababan de certificar su frustración y su ineptitud frente a los desafíos de la realidad en Vietnam y la heroica resistencia de un pueblo en situación de extrema privación.

Dice a este respecto Comblin:

"Esta estrategia contra-revolucionaria fue aplicada en Vietnam con el fracaso que todos conocen. Sin embargo sirvió sobre todo para formar una escolástica militar rígida, un manual de guerra revolucionaria que se tornó, desde 1961, la base de la enseñanza impartida a los ejércitos latinoamericanos. Desde 1965 en adelante, la enseñanza de esa escolástica superó, en las escuelas militares, la enseñanza consagrada a otras formas de guerra. Y un buen número de oficiales aprendió a interpretar los acontecimientos en su país a través del esquema convencional de la guerra revolucionaria. He aquí la explicación para la extraordinaria distancia entre la realidad latinoamericana y el aparato conceptual de que disponen los militares de la seguridad nacional para interpretar esa realidad. Pues al final no hubo ni hay, en la América Latina, nada que se parezca, ni de lejos, a una guerra revolucionaria en el sentido de Mao. Y mientras tanto la estrategia adoptada trata la realidad nacional como si estuviera lidiando con una verdadera guerra revolucionaria. Los servicios de inteligencia hacen esfuerzos desmedidos por reconstruir, a partir del menor indicio, toda una trama de guerra revolucionaria. Ya que no hay ninguna diferencia entre subversión, crítica, oposición política, guerrilla, terrorismo, guerra, ya que todo es manifestación de un único fenómeno, la guerra revolucionaria, la inteligencia consiste en crear una red de relaciones entre la supuesta guerra revolucionaria y cualquier indicio de descontento por parte del pueblo. En todas sus partes estar la presencia del comunismo internacional; en todas partes una guerra revolucionaria.

El código de la guerra revolucionaria deforma sistemáticamente la realidad". (9)

Y esta deformación lleva a consecuencias muchas veces sangrientas y otras veces ridículas:

"El día 12 de agosto de 1976, en Ecuador, un joven Vice Ministro del Interior mandó detener a diecisiete obispos latinoamericanos reunidos en Riobamba: fueron acusados de estar preparando una guerrilla, la misma acusación de siempre. Cualquier escrito, cualquier crítica de un hecho social puede ser interpretado como indicio de la presencia de la guerra revolucionaria, ese monstruo intangible y omnipresente: (10)

La seguridad en si misma, como concepto y como valores ambigua. Por un lado es inherente a la condición humana un cierto mínimo de certidumbre y de protección contra los riesgos. Por otro, la vida humana es radicalmente insegura: la única, la sola seguridad total es la de la propia muerte, todo lo demás padece de diversos grados de inseguridad. Y ademas, como decía Hellen Keller, la seguridad es en gran medida una superstición, "no existe en la naturaleza ni los hijos de los hombres la experimentan como totalidad. Evitar el peligro a la larga no es estar más a salvo que exponiéndose. La vida es una aventura atrevida o no es nada".

Pero la seguridad de la ideología de la seguridad nacional es un concepto deficiente, y que conduce a consecuencias de honda inseguridad en el pueblo y de grave desnacionalización en el Estado.

Anota a este respecto Comblin:

"Es un concepto terriblemente simplista. Apaga una serie de diferenciaciones que parecían hacer parte de la herencia de la civilización. En primer lugar, suprime la diferencia entre la violencia y la no violencia, esto es, entre los medios de presión no violentos y los métodos de presión violentos. La seguridad es la fuerza del Estado aplicada a sus adversarios: cualquier fuerza, violenta o no. La seguridad es una cosa que puede ser obtenida indiferentemente por medios violentos o no; esto no tiene importancia. En el plano de la política externa esto significa desdibujar la frontera entre la guerra y la diplomacia: la tarea es la seguridad nacional y, dependiendo de las circunstancias, pase de una cosa a la otra, o mejor, todo se confunde, violencia y presiones económicas y psicológicas: todo constituye un único comportamiento. En el plano de la política interna la seguridad nacional destruye las barreras de las garantías constitucionales: la seguridad nacional no conoce barreras: ella es constitucional o anticonstitucional; si la distinción la entorpece, cámbiase la constitución. En segundo lugar, la seguridad nacional deshace la distinción entre política externa y política interna. El enemigo, el mismo enemigo, está al mismo tiempo dentro y fuera del país; el problema, por lo tanto es el mismo. Dependiendo de las circunstancias, los mismos medios pueden ser empleados tanto para los enemigos externos como para los internos.

Desaparece la distinción entre policía y ejército; sus problemas son los mismos. Ahora bien, la doctrina tradicional hacia una distinción capital. Reconocía que, en cuanto a las relaciones entre las naciones, el reinado de la ley no conseguía dominar el reinado de la fuerza, pero en cambio tenía por aceptado que en el interior de la nación se había conseguido controlar hasta cierto punto el reinado de la fuerza y crear así por lo menos algunas islas de vida social, donde las relaciones eran determinadas por el Derecho y los conflictos resueltos según m‚ todos convencionales, previstos por leyes y más o menos racionales. Esto desaparece de una sola vez, delante de las necesidades de la seguridad nacional. En tercer lugar, la seguridad nacional disipa la distinción entre la violencia preventiva y la violencia represiva. Dentro del concepto de defensa nacional, la doctrina tradicional intentaba restringir el empleo de la violencia entre las naciones a casos de agresión: el uso de la fuerza era una respuesta a una agresión caracterizada. En compensación, la seguridad nacional defiende del mismo modo preventivo los intereses nacionales, a fin de alejar posibles amenazas futuras: la seguridad no opone barreras a la guerra preventiva. En la política interna ocurre los mismo. El concepto de seguridad interna del Estado implica la represión violenta respecto de actos que ponen en peligro el orden público. La seguridad, por el contrario, exige intervenciones tanto en caso de sospecha de un posible peligro como en caso de delitos caracterizados. En fin, la seguridad nacional no apareja ningún límite. La defensa nacional est limitada por las agresiones externas. ¨ Cuando puede encontrarse que se alcanzó un nivel de seguridad suficiente? El deseo de seguridad tiende a ser, en si, ilimitado. Tiende espontáneamente a lo absoluto. Ahora bien, la seguridad absoluta es extremadamente ambigua. No puede ser considerada como un valor...Es necesario, por tanto que la seguridad encuentre en otro principio - en la política - sus límites y su justa medida. Empero, la Doctrina de la Seguridad Nacional tiene un punto de partida absoluto: no tiene nada para controlar la tendencia a la seguridad absoluta". (11)

Así pues, la seguridad que ofrecen los régimen es de seguridad nacional tiene un contradictorio y trágico sentido.

Esa pérdida de distinción entre la violencia y la no violencia, entre la política externa y la interna, entre la violencia preventiva y la represiva, su condición ilimitada y extremosa, engendra la mayor inseguridad para el pueblo, para los ciudadanos del Estado. Y tampoco genera seguridad para los gobernantes de estos regímenes y sus colaboracionistas: atrapados todos ellos por los mecanismos diabólicos de la violencia terminan asediados por culpas, responsabilidades penales y reproches históricos duraderos e ilevantables.

6 . El Terrorismo de Estado.

La honda ilegitimidad que suponen todas estas características de la ideología de la seguridad nacional conducen frecuentemente a sus adeptos y ejecutores a una situación de total hipocresía y mistificación.

Aun extendiendo los mecanismos represivos regulares del Estado, aun tergiversándolos o ampliándolos anómalamente, resulta esto insuficiente para adaptar o justificar esa ilegitimidad frente al sistema de valores imperante en los propios países y sobre todo frente a la comunidad internacional. Adoptan entonces el sigilo, la nocturnidad, el ataque por sorpresa, las prácticas delictivas, la infracción del propio orden jurídico que en las horas de luz, es decir ostensiblemente, dicen defender, y que en todo caso no se atreven a suprimir. Es, claro está, el terrorismo de Estado, es decir un poder público estatal que DE DÍA pretende comportarse como tal y ejerce todas las ampliadas potestades regulares del poder represivo, y DE NOCHE, esto es en la ocultación, les agrega todos los recursos irregulares que implica la infracción decidida del orden jurídico y de los valores y derechos más elementales inherentes a la persona humana; es decir, un poder estatal que, abiertamente, es POLICIAL, y al mismo tiempo, en las sombras es DELINCUENTE.

Esta suma de lo irregular más lo regular supone para los cultores del terrorismo de Estado una formidable usura de poder, una exorbitante y abusiva ventaja sobre sus hipotéticos adversarios y sobre la población toda. Lo cual apareja algunas consecuencias inevitables para el ETHOS de una fuerza armada que se asocia a esta técnica.

Por un lado, esa ventaja exorbitante lo constituye, tanto jurídica como moralmente, en individuo aun más reprochable que el terrorista extra estatal. No sólo, como el otro aterroriza mediante el crimen, sino que ejerce el terror desde el poder estatal, usando y pervirtiendo los medios provistos por este, para ocultarse, protegerse y hacerse impune. El terrorista extra estatal quiere destruir el Estado desde afuera: el terrorista estatal, desde dentro del Estado y aprovechándose de sus recursos, lo degrada, le sustrae el indispensable contenido ético, lo vacía de legitimidad, lo neutraliza desde el punto de vista axiológico; todo lo cual no es sino otra forma de aniquilarlo, pero mas aviesa, cobarde y desleal. En verdad, el terrorista estatal prolonga y completa - pero con el agravante de usar para su actividad y para su impunidad los recursos estatales- la obra de destrucción del Estado del terrorista extra estatal. A despecho de su superficial antagonismo, son complementarios y convergentes.

Por otra parte, también conlleva una perdida de capacidad combativa en toda situación en que no se verifiquen esas ventajas abusivas y exorbitantes. Así los ejércitos de la seguridad nacional tienden a volverse ferozmente imbatibles respecto de la desarmada población nacional pero alarmante y aun grotescamente ineptos frente al adversario externo y convencional. La represión externa y el fiasco cruento de las Malvinas parecen ejemplificar en la Argentina lo que acaba de decirse con triste claridad. Acostumbrados a sorprender en las horas de sueño o en los lugares de trabajo a la mayoría de sus víctimas, extendida regularmente la práctica de la tortura, hecha regla inconfesable el exterminio de personas atadas de pies y manos o puestas en estado de inconsciencia, estos funcionarios militares difícilmente pueden ser los apropiados para enfrentar a adversarios que no ofrecen tantas limitaciones ni desventajas. Tienden, explicablemente, a ser elusivos del combate y de rendición fácil y rápida. Tal vez lo vio claramente Eliza Cook (1818-1889):

"The coward wretch whose hand and heart / Can bear to torture aught below / Is ever first to quail and start / From the slightest pain or equal foe". (12)

En tercer lugar, ésta frecuentación de lo delictivo como instrumento funcional de la represión terrorista estatal produce una inevitable corrupción. Por la pendiente de la degradación ética que supone la tortura, el extermino de personas reducidas a la indefensión y el saqueo de sus bienes; por el plano inclinado de facilidad que aquellas ventajas exorbitantes y abusivas implica, se avanza rápidamente hacia el delito económico desde el Estado y frecuentemente contra el Estado. En parte, por efecto de esa degradación y de ese plano inclinado, o por contagio entre una órbita delictiva y otra; en parte, por la busca de medios económicos para la anticipada protección por las consecuencias de los delitos contra la humanidad cometidos en el marco del terrorismo de Estado, estos funcionarios se enriquecen en proporción solo explicable a través del ilícito. La narco dictadura de García Meza en Bolivia, sostenida con desvergonzados afán y solidaridad, por la dictadura argentina, pretendidamente pudibunda, y ésta misma, son buena demostración de lo dicho.

Recuérdese que en agosto de 1981, la revista norteamericana NEWSWEEK señalaba que la corrupción económica de la dictadura militar argentina ofrecía marcas insuperadas en toda la periferia capitalista. No poca cosa, como bien se sabe. Lo cual no excluía, por supuesto, una tosca moralina pseudo victoriana, expresada en la represión ostentosa de los aspectos más externos y formales de la conducta colectiva ("La vrai morale se moque de la morale" (13), según decía Pascal) y que llegaba a desvíos de imbecilidad y de desculturización, como aquellas celebres prohibiciones del "El Principito", de Antoine de St.Exupery y de la enseñanza de las matemáticas modernas como fuente de una imaginaria sedición.

7. El Oneroso "Amigo" Norteamericano

La relación de la ideología de la Seguridad Nacional con el terrorismo estatal y la nociva influencia de la Central de Inteligencia de los EE.UU. en América Latina, han resultado evidentes en Honduras y en otros países de América Central.

Allí, en Honduras, esa dependencia del Poder Ejecutivo de los EE.UU. y los asesores militares argentinos adiestraron a escuadrones de la muerte responsables de la desaparición de 184 personas, según han denunciado recientemente dirigentes estatales y privados de organizaciones de defensa de los derechos humanos.

"Los militares aplicaron en Honduras en la década de 1980 una llamada doctrina de la seguridad nacional dirigida a aniquilar a disidentes e izquierda, atendiendo a la estrategia de Washington en América Central para enfrentar crecientes movimientos guerrilleros...la doctrina de la seguridad nacional fue aplicada en principio por el ex jefe de las fuerzas armadas general Gustavo Alvarez, educado en la academia militar argentina y fiel seguidor de la política de Washington para Centroamérica". Un ex miembro de escuadrones de la muerte de Honduras declaró ante la Corte Interamericana de los Derechos Humanos en 1989, que condenó a Honduras por la desaparición de dos maestros. Revelo que gente de la CIA lo llevo a el y a otros 24 hombres a "recibir entrenamiento en el sur de Texas". (14)

8. Al Servicio del Imperialismo y de la Hegemonía Ajena

Es difícil determinar cual ha sido el punto máximo de la abyección en que sumió a la Argentina la dictadura militar. Uno de ellos ha sido el servilismo respecto de los responsables norteamericanos en las operaciones imperialistas en América Central. Allí la dictadura, feroz con su propio pueblo pero genuflexa ante el gran violador del principio de no intervención, fue cómplice diligente en actividades contrarias al derecho internacional.

El 20 de junio de 1988 los diarios publicaron un cable de las agencias europeas de noticias muy significativo. Revelaba la dimensión que tuvo la sicofancia militar argentina en la organización de los mercenarios antisandinistas en Nicaragua y en los países complacientes de la región gobernados por auxiliares de los Estados Unidos.

El comandante de esos mercenarios, el coronel Enrique Bermúdez, que antes había sido agregado militar de Anastasio Somoza en Washington, hizo entonces unas declaraciones en la Fundación Heritage, orientada por la derecha norteamericana. Bermudez aseguró que, luego del asesinato de Somoza, en el Paraguay, a fines de 1980, recibieron de los militares argentinos el apoyo inicial para la formación de la guerrilla subversiva llamada "Contras". Obviamente no era una iniciativa espontánea ni obedecía a tener una política propia en América Central. Era un servicio a los Estados Unidos que sostuvo sin vacilación a la dictadura militar durante toda su duración, a pesar de unas débiles fintas pro derechos humanos en el período Carter.

Decía el cable que según los medios diplomáticos el general Leopoldo Fortunato Galtieri, tercer jefe de la dictadura, calculó, con la ingenuidad y el desmaño político internacional con que se hizo la guerra, que los Estado Unidos responderían al gesto argentino en Nicaragua con una posición de neutralidad en el conflicto austral, lo que habría complicado seriamente a los ingleses en la NUEVA invasión de las islas en junio de 1982.

Bermúdez, el hombre de Somoza en Washington, con parcial verdad decía que aun cuando la impresión general es que movimiento fue respaldado inicialmente por los Estados Unidos, "fueron los argentinos los que nos dieron el apoyo necesario para iniciar nuestra lucha militar contra el sandinismo".

En los primeros días de enero de 1982, el ministro del Interior de Nicaragua, Tomás Borge, denunció que oficiales del ejército argentino estaban vinculados a una conspiración para derrocar al gobierno de ese país. La denuncia fue respondida unos días después por el portavoz del Palacio San Martín, quien calificó la revelación como "absoluta fantasía". Enseguida, el Ministro de Relaciones Exteriores nicaragüense, el Padre Miguel D'Escoto, insistiría en la denuncia e involucraría en ella al general Alberto Valín, quien había dirigido el servicio de inteligencia del ejército argentino y al coronel Mario Davico. D'Escoto precisó que Davico había recibido en Buenos Aires a elementos de los subversivos nicaragüenses, a quienes les entregó 50 mil dolares como un aporte "para que la cosa empiece a funcionar".

El 1ro, de febrero de 1982, dos meses antes del ataque argentino sobre las islas Malvinas, la cadena norteamericana de televisión ABC aseguró que la administración Reagan había "sondeado" al gobierno argentino sobre la posibilidad de infiltrar fuerzas de combate no uniformadas en Nicaragua con el propósito de subvertir el orden estatal de ese país, hermano de la Argentina en la Patria Grande hispanoamericana, la tierra de Rubén Darío, por lo demás. De inmediato, una fuente del congreso de Washington calificó la versión como "básicamente incorrecta", para producir una corrección más grave que la "incorrección" enmendada: "En realidad, agregó, no hubo propuesta norteamericana; los argentinos se ofrecieron y, de hecho, ya están allí".

Estaban allí haciendo política exterior norteamericana, intervencionismo norteamericano de la más sucia especie, violación del principio de no intervención - una de las grandes postulaciones de la tradición internacional argentina e hispanoamericana- al servicio de los Estados Unidos, al que cubrían profilácticamente, en una acción preservativa de la necesidad de ocultarse, sólo formalmente, por razones inherentes a la política interna de ese país.( Los adverbios y los adjetivos no son casuales).

Las desmentidas de Buenos Aires y Washington no eran ni demasiado enérgicas ni creíbles en modo alguno. El Secretario de Estado, Alexander Haig, admitía que operaban allí "en cooperación con nuestros amigos y aliados en el hemisferio". Y las negativas argentinas contrastaban con las declaraciones de los mercenarios que caían prisioneros, todas dando datos precisos sobre instructores militares argentinos.

El 12 de mayo de 1983, la televisión francesa puso en el aire una entrevista al subteniente del ejército argentino, Hector Francés García, quien ofreció una impresionante serie de datos, fechas, nombres y el esquema, - siempre oficialmente desmentido- con el que los militares argentinos intervinieron en las acciones de subversión en Nicaragua patrocinada por los Estados Unidos. Esta caracterización de las operaciones no es caprichosa, excesiva ni facciosa. Corresponde a la sentencia de la Corte Internacional de Justicia que en litigio iniciado por Nicaragua condenó en aquellos años a los Estados Unidos por actos subversivos.

La autoría norteamericana de esa subversión es revelada por el comandante Bermúdez: "...como comandante de la insurgencia, en pocas ocasiones se me ha permitido adoptar una decisión que yo considerara en el mejor interés de nuestras fuerzas...el control de los Estados Unidos ha sido más dañino cuando sus burócratas han elegido a personas de limitada o ninguna experiencia para ocupar posiciones de extrema y abrumadora responsabilidad...el liderazgo de la oposición fue enteramente designado por Washington".

Comentando estos cables, el mismo día de su publicación, el especialista internacional de Clarín, Oscar Raúl Cardozo, concluía irónicamente: "Reagan puso 'de moda' a los 'contras', al menos hasta fines de 1986 cuando estalló el 'Contragate'. Ahora que la oposición militarizada al sandinismo es una operación plenamente desacreditada, es casi natural que su paternidad vuelva a la Argentina".

Es la lógica de las relaciones de subordinación en la hegemonía colonialista. Ya se practicaban "relaciones carnales" pero AVANT LA LETTRE. Ese nombre desafortunado y depresivo de la nacionalidad es propiedad intelectual exclusiva del ministro Di Tella, quien pasará a la historia de la política internacional por ese logro penoso, y sobre todo por sus consecuencias prácticas.

Rubén Darío, en su gran poema antiimperialista, "Oda a Roosevelt", decía: "Tened cuidado. - Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del león español". No será tanto el cuidado, sin embargo, parece ahora, si algunos de los cachorros son amansados e instruidos por el adversario, que los pone a su servicio contra el resto de los cachorros, sobre todo contra los más débiles.

9. Variedades del Terrorismo de Estado

Sería una verdadera ingenuidad creer que el fenómeno del terrorismo de Estado se agota en actividades como las que se vivieron en la Argentina y en América Central. Estas corresponden solo a una especie, el terrorismo de Estado clandestino. Hay también un terrorismo de Estado abierto, pero que, a pesar de su apertura, no dice su nombre y no admite que el circo mediático diga su nombre, pero que no es por ello menos terrorismo de Estado. No sólo eso. En realidad es MAS terrorismo de Estado, porque es terrorismo de Estado AL POR MAYOR, no AL POR MENOR, como la actividad de los terroristas extra estatales, o la actividad del terrorismo estatal clandestino que precisamente por su índole encubierta tiene en común con el terrorismo extra estatal el rasgo de la nocturnidad.

Conviene oír en esto a Noam Chomsky. El capitulo "El Terrorismo: la dimensión ideológica del lenguaje" de su libro "Crónicas de la Discrepancia" (15) es absolutamente inexcusable, como en realidad toda esa obra, para quien se resista a ser manipulado por la desinformación sistemática del mentado circo mediático.

Dice allí el eminente profesor del Instituto de Tecnología de Massachussetts: "Un hecho importante que uno debe tener presente cuando escucha un discurso político (o está sometido a ‚él es que la mayoría de los términos se emplean con una especie de significado técnico que se encuentra muy alejado de su significado real, queriendo decir en ocasiones todo lo contrario...Orwell puso ejemplos que son clásicos hoy día, como el término 'pacificación'. Este término se usa para los asesinatos en masa; por tanto, nosotros 'pacificamos' Vietnam. Si se analiza lo que eran los programas de pacificación, de lo que se trataba literalmente era de asesinatos en masa para intentar suprimir y destruir a una población que se nos resistía.

Orwell escribió mucho antes del Vietnam, pero ya se dio cuenta de que era el uso que se hacía de la pacificación; hoy por hoy se ha convertido en una industria...El lenguaje es, en última instancia, un vehículo del pensamiento. Si falsificas el lenguaje falsificas el pensamiento."

Poco más adelante dice el autor de "Syntactic Structures": "La palabra 'terrorismo' comenzó a usarse de manera generalizada a finales del siglo XVIII; y se empleaba por aquel entonces para referirse a los actos cometidos por los Estados que reprimían a su propia población por medios violentos. El terror era la actuación de un Estado contra sus propios ciudadanos. Ese concepto no resulta útil en absoluto para quienes detentan el poder. Por tanto, como era de esperar, al final se ha modificado el sentido del término. Ahora se refiere a las acciones de los ciudadanos contra el Estado; de hecho, el término `terrorismo' se emplea hoy casi siempre para lo que podríamos denominar `terrorismo al por menor': el terrorismo de pequeños grupos marginales; y no el terrorismo de los Estados poderosos. Con una excepción, si nuestros enemigos están implicados en acciones terroristas, entonces, se puede hablar de `terrorismo de Estado'. Por tanto, dos rasgos definen realmente al terrorismo: se comete contra los Estados, no lo comenten los Estados contra sus ciudadanos; y lo comenten ellos, nosotros no. Fíjese, por ejemplo, en Libia. Gadafi es ciertamente un terrorista. La última edición del informe de Amnistía Internacional... incluye a Gadafi en la lista de los terroristas: asesinó a catorce personas, ciudadanos libios, sobre todo en Libia, en los años ochenta...Compárese con El Salvador. En los mismos años en los que Libia asesinó a catorce personas, quizás a veinte, la mayoría libios, el gobierno de El Salvador eliminó a unas 50.000 personas... Nosotros implantamos un gobierno allí, de igual modo que los rusos implantaron un gobierno en Afganistán. Nosotros creamos su ejército, un ejército terrorista; nosotros les suministramos, les organizamos y les dirigimos. Las peores atrocidades las cometieron batallones de elite recién entrenados por los americanos. Las fuerzas aéreas de los EE.UU. participaron directamente en la coordinación de ataques aéreos. El terror no consistió en meros asesinatos. El terror libio es suficientemente malo: matan a gente. Pero nuestros terroristas primero mutilan, torturan, violan, les hacen pedazos: odiosas torturas, al estilo de Pol Pot. A eso no se le llama terrorismo... El término `terrorismo' se emplea para ellos, no para nosotros. En el caso de El Salvador, los actos terroristas los comete bien a las claras un Estado contra sus propios ciudadanos, de hecho un Estado implantado por nosotros, un Estado cliente de los Estados Unidos. Por lo tanto, eso no puede ser terrorismo, por definición...Siempre es igual. Mi libro PIRATES AND EMPERORS (Piratas y Emperadores), debe su titulo a una bonita historia de San Agustín en La Ciudad de Dios. San Agustín describe un enfrentamiento entre Alejandro Magno y un pirata capturado por él. Alejandro Magno le pregunta al pirata: " Cómo osas molestar al mar?". El pirata le mira fijamente y le dice:" ¨Cómo osas tu molestar al mundo entero? Yo tengo un pequeño barco; por eso me llaman ladrón y pirata. Tu tienes una flota; por eso te llaman emperador". San Agustín nos dice que la respuesta del pirata fue excelente. Esa es básicamente la cuestión. El terrorismo al por menor dirigido contra nuestros intereses es terrorismo; los actos terroristas al por mayor cometidos en interés nuestro no son terrorismo".

Enseguida Chomsky aclara: "Yo no estoy justificando el terrorismo: justificar y explicar son dos cosas distintas. Lo que dices es que existe una explicación para el terrorismo y que, si quieres detenerlo, tienes que centrarte en la explicación. Cuando te centras en la explicación, muy a menudo descubres que Estados poderosos y violentos intentan provocar actos terroristas porque les interesa. Eso no es una justificación; es una explicación. Los actos terroristas son, sin duda repulsivos. Fue un acto repulsivo tirar por la borda en su silla de ruedas y asesinar a Leon Klinghoffer el 7 de octubre de 1985. También fue un acto repulsivo que Israel bombardeara a Túnez y causara la muerte de 75 personas utilizando bombas `inteligentes' suministradas, probablemente, por los Estados Unidos. Eso también es repulsivo. Consideramos que el primero es un acto terrorista, pero no el segundo, porque en un caso se trata de terrorismo al por menor por su parte y en el otro de terrorismo al por mayor de la nuestra... En nuestro sistema ideológico disponemos de un mecanismo muy simple para manejar todo este asunto. Cuando lo hacen los tipos que no nos gustan, es terrorismo. Cuando lo hacen los tipos que sí nos gustan, se trata de represalias."

Hay también una variable mixta de terrorismo de Estado. Es el que empieza siendo clandestino y luego resulta abierto, ostensible y de algún modo jactancioso. A esta variedad pertenece el asesinato del fotógrafo que integraba la tripulación del "Rainbow", el buque de Greenpeace, en un puerto de Nueva Zelanda. Era la época del primer gobierno socialista francés. El presidente era Mitterand y su ministro de defensa, Charles Hernu.

El gobierno neozelandés descubrió que el asesinato era resultado de un acto de sabotaje llevado a cabo por dos oficiales de la inteligencia naval francesa, destinados a preservar la viabilidad de los experimentos nucleares franceses en el Pacífico. Se los detuvo, juzgó y condenó a largos años de prisión.

A partir de ese momento el gobierno francés vetó en la Unión Europea las importaciones que hacía toda la región de los lácteos neozelandeses. Después de cierto tiempo, el gobierno de Nueva Zelanda, para recuperar sus exportaciones, no creyó tener otra alternativa que indultar a los terroristas. Y el gobierno francés dejó pasar un breve tiempo para finalmente condecorarlos con la Legión de Honor.

En agosto de 1998 los Estados Unidos, como "represalia" a unos actos terroristas perpetrados contra dos de sus embajadas en África oriental, dirigieron cientos de misiles con enormes cargas explosivas sobre una fábrica de productos químico farmacéuticos en Sudán y un supuesto campo de terroristas en el norte de Afganistán, al que se le atribuía el patrocinio del financista saudí Ossama Bin Laden. Los propios New York Times y Washington Post, que integran centralmente el complejo de "ingeniería del consentimiento" del gobierno de los Estados Unidos tuvieron que admitir que las "pruebas" invocadas por el presidente Clinton para lanzar ese ataque terrorista estatal no eran otra cosa que una pieza de retórica (16)

El mismo día en que esto se publicaba, el analista internacional de Clarín, Oscar Raúl Cardozo, asumiendo una perspectiva análoga a la de Chomsky, decía en un valiente comentario que "Organizaciones como la Jihad islámica, Hamas o los partidos religiosos que invocan el nombre árabe de Dios para producir víctimas inocentes son finalmente tan peligrosos a la idea de un orden internacional civilizado como la secretaria de Estado, Madeleine Albright, cuando afirma que lo de Sudán y Agfanistán es apenas el comienzo de una lucha en que la acción militar unilateral e inconsulta de su país puede ser la norma y no la excepción" (17). Más grave lo último, cabría añadir, desde que a diferencia de los primeros, los Estados Unidos tiene a su disposición un amplio marco de posibilidades no terroristas en forma de influencia y recursos compatibles con el derecho internacional. Agrega Cardozo un elemento que concierne a la falta de verosimilitud de las alegaciones norteamericanas para justificar su terrorismo "al por mayor". Dice así: "Aun la aparición de personajes como Bin Laden - si en verdad es la figura de proporciones míticas que hoy presenta el discurso de la administración Clinton - es rastreable hasta Washington, que en la década pasada lo tuvo como aliado en el hostigamiento a la ocupación soviética de Afganistán, iniciada en 1979. No es sencillo hacer el salto de comprensión de la retórica que entonces identificaba a Bin Laden como un 'combatiente de la libertad'- un calificativo que Ronald Reagan pronunció muchas veces con lágrimas en los ojos - a este nuevo rostro de 'asesino masivo'". (18)

10. La Familia Militar

La ideología de la seguridad nacional supone una desnacionalización de las fuerzas armadas en el preciso sentido de marginarse éstas de la población del Estado.

Esta ideología desplaza el centro de gravedad del operar militar desde la defensa hacia la vigilancia ejercida sobre los propios ciudadanos. Son así fuerzas armadas que crecientemente asumen un rol de policía político-militar postergando su condición de ejército defensivo.

Esta actitud respecto de la población del Estado deriva en un paralelo tratamiento del territorio del Estado. La ideología de la seguridad nacional tiende a constituir a éstas fuerzas armadas en fuerzas de ocupación del propio país, con todo lo que de hostilización y de sospechabilidad arroja sobre la propia gente. La concentración de grandes guarniciones militares en los principales centros urbanos acrecienta esta posición de vigilancia de la población nacional y de ocupación del territorio nacional, tratados como elementos alógenos a esas fuerzas.

Esta marginación se extiende y prolonga, explicablemente, a lo que se ha dado en llamar la FAMILIA MILITAR, el grupo de familias del personal militar en actividad y retirados, que también progresivamente han ido seccionando sus vínculos con la sociedad civil, separándose de ella como por medio de una membrana aislante. Barrios separados, círculos, centros o clubes deportivos, sociales y recreativos separados. Aun iglesias propias y sacerdotes propios.

No debe sorprender que las fuerzas armadas de la seguridad nacional tiendan así a percibir e interpretar las cuestiones generales de desde la óptica de sus propios y separados intereses corporativos, desde una suerte de autismo burocrático, lo cual aumenta la pérdida de contacto con la Nación como conjunto.

Esto ha significado también un incremento de las relaciones dentro del propio grupo, particularmente a través de los casamientos del personal militar con hijas de ese mismo personal. Se trata de un proceso de ghettificación en el sentido de diferenciación y aislamiento relativo.

Sólo hace excepción, al menos en los rangos mas altos y finales del escalafón militar, la vinculación de origen político con las oligarquías locales, y los jerarcas de las empresas multinacionales compatibilizados o asociados a esas oligarquías. A este respecto se ha observado que la adhesión y el entusiasmo militares en las últimas décadas por un tipo de política económica que enfatiza la penetración del capital transnacional, la concentración de ingresos y la acumulación oligárquico capitalista, ha encontrado adicional empuje en todos los miembros de la familia militar. Los vínculos funcionales con el poder económico les crea acaso la ilusión de un ascenso social y de una participación, siquiera sea tangencial y transitoria, en un imaginario GRAN MUNDO, que en las sociedades dependientes siempre es remedo de espejismos remotos.

11. Identificación Ideológica

Otra de las razones por las cuales los militares de la seguridad nacional resultan poco eficaces como profesionales de la defensa radica en su identificación ideológica con el adversario. La manifestación más notoria de esto se aprecia en la admiración que buena parte de los oficiales argentinos profesaban, y muchos siguen profesando, al dictador chileno Augusto Pinochet, a quien le reconocían la genialidad de haber "inventado" la técnica de la desaparición forzada de personas, esto es el secuestro y ulterior eliminación, procedimiento aplicado luego en la Argentina y ampliado a límites genocidas. Curiosamente, al mismo tiempo se hacía recrudecer y se amplificaban los conflictos limítrofes con Chile, a punto de poner a ambos países al borde de una guerra absurda.

Esta identificación ideológica, que a veces es franca admiración, los paraliza y los confunde frente al adversario, "y así los originarios matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de gran aliento e importancia, por ésta consideración, tuercen su curso y pierden el nombre de acción" (19)

Pero acaso no hay prueba más formidable de los desastrosos efectos de la identificación ideológica que lo ocurrido con la Sra. Thatcher.

De su caída, o al menos del substancial desprestigio de su partido en la política interior del Reino Unido, dependían en mucho, como parece obvio, los progresos que la Argentina podía hacer en sus esfuerzos para aproximarse a una recuperación de la soberanía sobre las Islas Malvinas. También deterioraba en mucho a Thatcher que el hundimiento del crucero Belgrano fuera un crimen de guerra.

El diputado laborista Tom Dalyell realizo una exhaustiva investigación que exhibía la inútil crueldad que importó el hundimiento del Belgrano, una nave obsoleta que notoriamente huía, alejándose de la zona de exclusión fijada por los británicos; y la personal responsabilidad de la primer ministro en ese acto censurable.

Dalyell estuvo muy cerca de hacer caer a Thatcher, o al menos de averiarla seriamente. Pero en el momento decisivo un almirante argentino fue quien la salvo, alguien que comandó la paralizada flota argentina en la guerra de las Malvinas, alguien para quien ella debiera ser una "most pernicious woman", para seguir con el pobre Hamlet.

Veamoslo: "Finalmente, consultado Dalyell si lo del Belgrano podría llegar a convertirse en un Watergate inglés, expresó que estuvo a punto, pero fue cuando Thatcher recibió una sorprendente ayuda: la televisión británica le hizo un reportaje al almirante Lombardo. Infortunadamente el almirante Lombardo dijo que en el caso de haber sido él comandante del Conqueror hubiera hundido al Belgrano. Eso fue usado por el gobierno británico hasta el cansancio para apoyar la decisión de Thatcher"(La Razón, 30-4-85).

El Cid Campeador ganaba batallas, dicen, aun después de muerto. El almirante Lombardo, aun pasado a retiro, contribuía a consolidar el éxito político de los conservadores británicos y a dificultar la recuperación argentina del archipiélago.

Parece éste un caso límite de esa autodestructividad nacional, tan entrañable a los militares de la seguridad nacional.

Esta misma identificación ideológica ha hecho de los servicios de inteligencia locales contribuyentes gratuitos de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos.

Miles Copeland fue‚ uno de los fundadores de la C.I.A. En 1974 escribió un largo libro en elogio y descripción de esa dependencia del gobierno federal norteamericano. Se llama "The Real Spy World" y su lectura es altamente instructiva. En ese contexto de elogio y celebración hace esta declaración reveladora: "En el pasado, la rama de espionaje de la Agencia cumplía sus misiones en el Tercer Mundo reclutando sus propios agentes individuales, o ganando el control de segmentos de los servicios locales de seguridad por el reclutamiento de sus jefes como agentes. Tales medios continuarán hasta un cierto punto, pero el énfasis variará hacia la obtención de una cooperación abierta y sobre la mesa de tales servicios"(pag.220).

Cuando en 1982 los Estados Unidos ayudaban decisivamente al Reino Unido en el conflicto del Atlántico Sud lo hacían, obviamente, entre otros recursos, con el material informativo proveniente, en el pasado inmediato, de los cooperantes servicios locales. Con lo cual estos habían ayudado al adversario a través de los norteamericanos. La simbiosis de inteligencia (espionaje) entre los servicios locales del Tercer Mundo con la CIA, derivaba fatalmente en que esos servicios locales, el argentino entre ellos, tributaba a los servicios británicos vía la simbiótica relación entre los Estados Unidos y el Reino Unido: una forma novedosa de lo en el fondo puede constituir una virtual traición a la patria. De cómo, cabe concluir, una identificación ideológica confunde y traiciona, en una medida alarmante, los precisos intereses defensivos de un país.

12. Símbolos y Fetiches

Esta marginalización respecto de la población nacional tiende a ser contrarrestada sobreactuando una pertenencia privilegiada a la Nación a través de la exageración de los símbolos. Aislados de la sociedad civil, del cuerpo de la Nación, contrapuestos a la población del Estado a la que vigilan y dominan como a la de un territorio ocupado, los militares de la seguridad nacional se sienten compelidos a exaltar su condición nacional por la vía de una exacerbación simbólica. El más f cil de todos, el recurso a la bandera, tan frecuente en las dictaduras militares de las últimas décadas, a las que en este sentido se los podría denominar con el título de la excelente novela de Evelyn Waugh, PUT OUT MORE FLAGS, traducida al castellano como "Más Banderas". Cada vez mas banderas; banderas mas grandes, descomunales casi; con mástiles más altos, sostenidos por sólidas estructuras de cemento. Sobre todo mucho cemento, que para eso está lo que se ha dado en llamar el "style casserne", al que hay que pagar tributo. Más ceremonias a la bandera, juramentos, ritos.

Pero ocurre, sin embargo, que la bandera es símbolo, y como tal vale, sólo vale, y es significativa, en tanto y en cuanto remite efectivamente a lo simbolizado: al Estado nacional con su atributo esencial de la soberanía. Cortado el vinculo entre la bandera y lo simbolizado, el primero no es nada, o casi nada, solo una fracción anodina del mundo material. Cortado el vinculo entre la bandera y el Estado nacional soberano, pasa ella a ser uno de los colores determinados sobre un pedazo de tela, y sólo eso. Y acontece que en los regímenes de seguridad nacional, al tiempo que se sobreenfatiza la bandera, se abandonan los resortes esenciales de la decisión nacional soberana en manos del capital transnacional y sus agentes, o se acoge como propia una dirección externa de la economía.

Ahora bien, un símbolo que ha perdido relación efectiva con lo simbolizado y que pretende adquirir significación autónoma, se ha transformado en fetiche. La utilización exacerbada de la bandera para cubrir el abandono de la condición soberana del Estado nacional, como ocurre sustancialmente en lo económico, y para disimular su propia marginación respecto de ese estado nacional al que OCUPAN pero no INTEGRAN, constituye un procedimiento de fetichización de la bandera, al que la ideología de la seguridad nacional acude y al que parece es preciso prestarle alguna atención.

El Dr. Samuel Johnson decía que el patriotismo es el último refugio de un canalla ("Patriotism is the last refuge of a scoundrel"). En otro plano, cabría decir que el agitar banderas descomunales es el último recurso de quienes no tienen ya otro válido para afirmar su pertenencia a la Nación de la que se han alienado.

13. Redefinición de las Fuerzas Armadas

La superación de la ideología de la seguridad nacional y la restauración de una doctrina de la defensa nacional deben estar acompañas por un redimensionamiento de las fuerzas armadas y una reubicación de estas en las sociedades nacionales. Ambos esfuerzos, el cualitativo y el cuantitativo, estarán decisivamente condicionados por la desmitarización de las llamadas hipótesis de conflicto, a lo cual deber ser paralelo una consolidación de principios que es preciso enraizar hondamente en el espíritu colectivo a través de todos los medios de educación y persuasión: el de la solución pacifica de los conflictos y el relativo a la integración latinoamericana.

En la Argentina la desmilitarización de las hipótesis de conflicto viene adelantada por dos hechos previos. Por un lado, las diferencias territoriales con Chile, fueron puestas felizmente bajo la mediación pontificia por la propia dictadura militar, que así desmilitarizó ese conflicto y lo DIPLOMATIZÓ, por así decirlo.

Resulto irrisorio que algunos militares de la seguridad nacional intentaran erigirse en encendidos censores de la aceptación, hecho luego por el gobierno constitucional, de la propuesta papal. Fueron ellos los que, primero, destruyeron los márgenes de éxito de la disputa al confiarla a un árbitro -los británicos, elegidos por el precedente gobierno militar a principio de los años 70- que al propio tiempo era el adversario del otro conflicto territorial; y luego fueron también ellos los que desahuciaron la opción bélica y la sustituyeron -en esto acertadamente- por la mediación pontificia.

Ulteriormente se intento torpedear la aprobación del tratado con Chile sobre el Canal de Beagle invocando una clandestina cooperación chilena a los británicos durante la guerra de Malvinas. Sin embargo, mucho más importante y grave que esa cooperación -si existió- fue el abierto y ostensible apoyo que dio la administración norteamericana a través de auxilios en muchos casos decisivos de las operaciones bélicas, como la información por satélites durante todo el conflicto, incluida la que determinó el hundimiento del crucero Belgrano. Escandalizar con el supuesto aporte chileno al enemigo de Malvinas -aporte en todo caso clandestino y en consecuencia de limitado alcance, proporcionado por un pequeño país del Tercer Mundo- y guardar silencio sobre la efectiva alianza de los Estados Unidos con el Reino Unido para obtener la rápida rendición argentina en esas islas, es bastante sugestivo: los mismos que invocaban un hecho para dificultar el vínculo con un vecino país latinoamericano no invocaban el otro para que la Argentina redefiniera sus relaciones con la administración de Washington.

La desmilitarización de la otra hipótesis de conflicto -la de Malvinas- también procede de un acto de la última dictadura militar: producida la rendición, ella misma reubicó el conflicto en el plano diplomático.

La guerra fue el fruto de un acto de profunda insensatez política, como que no se previeron hechos esenciales como la obvia y estrecha alianza y cooperación militares y de espionaje de los Estados Unidos como el Reino Unido, y la previsible reacción virulenta del gobierno conservador de este último Estado. Constituyó además una palmaria demostración de la irrelevancia del enorme armamentismo en que se había ahogado al país en años anteriores. El rápido desmoronamiento de las operaciones del ejercito sobre las islas y la ausencia de acción naval, certificaron la inanidad del enorme y costoso aparato bélico y el fracaso autodestructivo de la militarización desatinada de un hipótesis de conflicto.

Atacar al enemigo en las circunstancias de lugar, tiempo y modo que mejor permiten su respuesta victoriosa es una estupidez casi lindante con el autosabotaje.

En estas condiciones, disipada una de los hipótesis por los acuerdos con Chile sobre los problemas fronterizos y definitivamente desmilitarizada la otra, mal que les pese, por los propios militares de la seguridad nacional, la reducción drástica del aparato bélico y la reubicación institucional de las fuerzas armadas no hubiera resultado difícil. Puestas ambas cuestiones en el cauce diplomático por quienes promovieron un armamentismo desproporcionado, la solución caía de su propio peso.

El gran traumatismo histórico causado por la dictadura militar, tal vez el más grande de la historia nacional, creaba en 1984 una época de cambio excepcional que permitía hacer lo que los alemanes hicieron después de 1947, la transformación de la WEHRMACHT en la BUNDESWEHR, unas nuevas fuerzas con diferente ethos, con diferentes reglas, con diferente simbología, con plena inserción en el Estado democrático contemporáneo. Falto quizás imaginación y coraje para hacerlo.

Acaso entonces el Ministerio de Defensa debió desaparece como tal para pasara ser una Subsecretaría del Ministerio de Relaciones Exteriores. Esta formula guardaba coherencia con la pérdida de significación de lo militar en las dos únicas hipótesis que el país tenía. Se hubiera subrayado así el carácter auxiliar, eventual y accesorio de las fuerzas armadas respecto de la política internacional del país. Desprovista de viabilidad militar la única hipótesis de conflicto subsistente, el mantenimiento de unas fuerzas armadas hipertrofiadas terminan a la postre siendo instrumento de dominación interna y riesgo para los derechos humanos.


Notas:

1. Noam Chomsky, "Year 501: The Conquest Continues", pag.161, South End Press

2. Populorum Progressio, num. 32.

3. idem, num. 33

4. J. Comblin, A IDELOGIA DA SEGURANÇA NACIONAL, 3ra. edició, Civilizaçao Brasileira, 1980, pag 140

5. Peter Paret, CLAWSEWITZ AND THE STATE, Oxford University Press, pag.379.

6. Salvador María Lozada, LAS FUERZAS ARMADAS EN LA POLITICA HISPANOAMERICANA, Editorial Columba, 1967, pag. 15 y ss. Los párrafos anteriores proceden de ese libro escrito en 1964 como tesis doctoral y recién publicado en 1967.

7. Leviathan, II, 18.

8. Salvador María Lozada, ob. cit., pag. 30 y ss.

9. J. Comblin, ob. cit, pag.47

10. J. Comblin, ob. cit, pag.49

11. J. Comblin, ob. cit. pag. 55.

12. Prescindiendo de las rimas, quizás se pueda tolerar una traducción como la siguiente:

El infeliz, cobarde de mano y corazón,
Que aguanta el torturar como si nada,
Siempre es primero en miedo y susto,
Ante el dolor más leve o enemigo igual.

13. La verdadera moral se burla de la moral.

14. Página 12, 13 de junio de 1995, p.20.

15. Visor Distribuciones S.A., 1993, Madrid.

16. Clarín, 22 de agosto de 1998, pag. 41

17. Clarín, 22 de agosto de 1998, pag 21

18. lugar citado

19. Para decirlo con palabras de Hamlet (III,1) que en éste contexto pueden sonar extrañas


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