Impunidad en Argentina
Los Derechos Humanos y la Impunidad en la Argentina (1974-1999)

PARTE IV

LA PAZ, MARCO ESENCIAL DE LOS DERECHOS HUMANOS


CAPITULO I

LA CELEBRACIÓN DE LA PAZ

Como si el genocidio no fuera suficiente, la dictadura militar le infirió al país la guerra de las Malvinas, un acción en que la insensatez ha corrido parejas con la voluntad autodestructiva. De ningún modo el capitulo de la guerra es extraño o prescindible, cuando se trata de los derechos humanos en este último cuarto de siglo.

Huelga destacar que la guerra es fuente de innúmeras violaciones a los derechos humanos, y que por eso la paz constituye una condición esencial del respeto de esos derechos. No es poco obvio que la paz favorece la vigencia y que la guerra es una feroz productora del menoscabo de esos derechos humanos.

Menos obvio resulta advertir que no todos los que proclaman la paz la practican de veras. De otro modo no se entendería la floración de guerras en una comunidad internacional en la que todos simulan estar de acuerdo con los postulados pacifistas de la Carta de las Naciones Unidas.

Es que no hay, o hay solo muy débilmente, una cultura de la paz. Hay en cambio una poderosa "ingeniería del consenso" para disimular guerras, o sus motivaciones hegemónicas, o para articular guerras imperialistas bajo las banderas prestigiosas de la "democracia" o la "seguridad".

A lo largo de este cuarto de siglo ha habido, por lo menos dos muy buenas ocasiones para acrecentar esa cultura de la paz. Una, el centenario del libro de Alberdi, "El Crimen de la Guerra".

No fue posible. No estaban para eso los argentinos. La dictadura militar, que expresaba lo más opuesto al pensar pacifista de Alberdi, no lo hubiera permitido. Tuvo sentido, en cambio, recordarlo junto con el cincuentenario de la invasión de Normandía, una tierra con lo cual el eminente tucumano cultivó una especial afinidad.

La Argentina ha tenido en Alberdi a un gran adelantado de las convicciones contemporáneas sobre la paz y la necesidad de su imperio. Después de Alberdi, uno de los conformadores de sus instituciones y de sus ideales colectivos, todavía más grave, si cabe, es que en la Argentina se falte a la paz.

La otra fue el bicentenario de La Paz Perpetua de Emanuel Kant, en 1995. Tampoco esto cuajó. Había, a la sazón, entre europeos y norteamericanos demasiada mala consciencia respecto de la guerra de disolución de la vieja Yugoeslavia. Las indefiniciones, las mezquindades, las aparentes timideces, las irresoluciones de las grandes potencias contrastaban demasiado claramente con el entusiasmo con que un lustro antes se había marchado a la Guerra del Golfo para preservar las estructuras políticas opresivas y arcaicas de Arabia Saudita y Kuwait..y el petroleo de sus subsuelos. Era demasiado notorio que en la antigua Yugoeslavia no había nada más que seres humanos en juego, de ningún modo recursos energéticos a disposición de los poderes hegemónicos.

El bicentenario de Kant en el 2004, a 200 años de su muerte, debe ser la ocasión para suplir esa omisión de 1995.

1. Alberdi, Normandía y la Guerra (32)

"Moi, je crois qu'il etait un canadien". Un vecino de St. Andre-sur-Orne

Un Tucumano entre Canadienses.

Poco después del desembarco en Normandía, hace algo más de cincuenta años, casi 700 soldados canadienses, de un regimiento de Montreal, morían en las inmediaciones de St. André-sur-Orne. Eran las bajas aliadas en una de las furiosas batallas por el control de los puentes sobre el Orne, el río que atraviesa y desemboca en Caen.

En esta aldea, insignificante entonces y ahora, pasaba los veranos Juan Bautista Alberdi en los años 60 y 70 del siglo pasado. Una calle lleva su nombre, pero los vecinos, aun los que viven en ella, no saben, en general, dar razón de esa designación. Mas impresionados por los 700 muertos de 1944, recordados en un monumento junto al modesto edificio que es intendencia municipal y escuela a la vez, tienden a suponerlo uno de los canadienses sacrificado a la guerra.

La confusión es solo superficialmente irritante. La etapa de las visitas y estancias en St. André-sur-Orne coincide con el tiempo en que Alberdi pensó y escribió "El Crimen de la Guerra", un libro que ve en los nacionalismo meros provincialismos planetarios y anuncia una Estado universal: " Que la masa de las naciones que pueblan la tierra formen una misma y sola sociedad, y se constituye bajo una especie de federación como los ESTADO UNIDOS DE LA HUMANIDAD. Esa sociedad est en formación, y toda la labor en que consiste el desarrollo histórico de los progresos humanos no es otra cosa que la historia de ese trabajo gradual, de que esta encargada la naturaleza perfectible del hombre".

Alberdi no aprobaría, ni entonces ni mucho menos ahora, una susceptibilidad patriótica por el error sobre su nacionalidad.

Menos aun, cabe presumir, le molestaría ser confundido con una víctima de la segunda guerra mundial, esa terrible e insensata partera de instituciones y progresos jurídicos entre cuyos precursores él cuenta muy señaladamente. En las Naciones Unidas est expresada, en una versión todavía gravemente imperfecta pero perfectible, como lo estuvo antes en la Sociedad de las Naciones, esa federación de los Estados Unidos de la Humanidad, que recién citábamos y a la que también se refería de este modo: "La subordinación o limitación del poder soberano de cada nación a la soberanía suprema del género humano, ser el más alto término de la civilización política del mundo..."

Y en los Tribunales de Nuremberg (1945/1946) y de Tokio (1946/1948), consecuencia inmediata y directa de esa guerra, está la concreción de la gran novedad, la audaz anticipación de ese texto:

"La responsabilidad penal será al final el único medio eficaz de prevenir el crimen de la guerra, como lo es de todos los crímenes en general". y luego: "...un medio simple de prevenir cuando menos su frecuencia, sería el de distribuir la responsabilidad moral de su perpetración entre los que la decretan y los que la ejecutan", y enseguida: "La guerra se purificaría de mil prácticas que son el baldón de la humanidad, si el que la manda hacer fuese sujeto a los principios comunes de la complicidad, y hecho responsable de cada infamia, en el mismo grado que su perpetrador inmediato y subalterno".

El Nacimiento del Derecho Penal Internacional

La idea alberdiana sobre el juzgamiento internacional de los responsables de la guerra, estuvo consagrada por un artículo del tratado de paz de Versailles en 1919, pero fracasó en lo hechos por la resistencia de los Países Bajos en conceder la extradición del kaiser Guillermo II y a la falta de impulso y de convicción justiciera en los aliados, que terminaron dejando en las manos complacientes de tribunales alemanes los restantes procesos.

Puede decirse pues que Alberdi se adelanta en casi cincuenta años a la primera articulación práctica de esa noción. Es, en verdad, uno de los verdaderos adelantado del derecho penal internacional en el sentido que esta disciplina empieza a adquirir luego de la primera guerra mundial, es decir la que se ocupa de la potestad represiva de una autoridad supra-nacional, no la mera consideración de la ley penal en el espacio o la cooperación jurídica internacional en materia represiva. Est dicho al comienzo del libro: "La guerra considerada como crimen -el crimen de la guerra- no puede ser objeto de un libro, sino de un capítulo del libro que trata del derecho de las naciones entre sí: es el capítulo del derecho penal internacional."

Hubiera, eso sí, objetado la composición de los tribunales: el de Nuremberg, integrado sólo por jueces de los beligerantes victoriosos; el de Tokio predominantemente por estos mismos.

La justicia internacional sobre los responsables de la guerra, argüía Alberdi, debe ser fundamentalmente la justicia de los neutrales. Por eso hubiera celebrado, me parece, en el segundo de esos procesos, la disidencia de un juez de país neutral, R.B. Pal, ciudadano de la India en vísperas de obtener ésta su independencia. Este magistrado se refirió al holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki comparándolo en su ilegitimidad a las directivas del kaiser alemán en la primera guerra mundial y a la de los jefes nazis durante la segunda(33). Una conclusión que recientemente ha subscripto uno de los mayores internacionalistas contemporáneos, Antonio Cassese, en un libro que se impone recomendar con entusiasmo: "Violence and Law in the Modern Age"(34).

Lo mismo hubiera pensado Alberdi de otros crímenes de guerra como el bombardeo de exterminio que sufrió la ciudad alemana de Dresden, en las postrimerías de la guerra, cuando el resultado de la misma ya estaba definido. O los bombardeos de Baghdad en diciembre de 1998 por norteamericanos y británicos, sin autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con objetivos que resultaron ser comprensivos de hospitales y maternidades. Estos últimos actos, como unos meses antes los bombardeos a supuestas bases terroristas en Sudan y Afganistán, que también implicaron a un hospital, son manifestaciones de ese terrorismo de Estado AL POR MAYOR que con tan buenas razones denuncia Noam Chomsky, tantas veces mencionado en este libro. Tanto en el caso de Baghdad como en los otros dos, coincidentes todos con urgencias políticas internas - domésticas en el sentido más propio y menos anglicista del término- del presidente Clinton, de la índole más frívola, no pueden sino evocar la famosa BANALITÁT DER BÖSEN, o banalidad del mal, acuñada por Hanna Arendt (35).

Volviendo a Hiroshima, Cassese recuerda que el llamado "Comité Franck" propuso a Truman una alternativa que respetaba las normas internacionales y el propósito de rendir al Japón. Consistía en que los Estados Unidos usaran la bomba en un desierto o en una isla deshabitada, simplemente como demostración de su inmensa aptitud letal, para precipitar la capitulación japonesa. Solo si esta no era obtenida y se conseguía el respaldo de las Naciones Unidas, creada unos meses antes, y luego de un ultimátum, tenía legitimidad usar el recurso feroz, obviamente dirigido, por su índole, al exterminio masivo de la población civil no combatiente.

Actualidad del 'EL CRIMEN DE LA GUERRA'

Alberdi no profesaba un pacifismo beato e ingenuo. Era consciente de la persistencia de la violencia internacional. Aspiraba, sin embargo, a algo que nuestros días han visto: la reconducción de la violencia institucionalizada como instrumento de corrección de los violentos, las fuerzas armadas de la paz que se interponen entre los beligerantes, y aun los reprimen: "No es el empleo de la fuerza,...lo que convierte la justicia en delito; el juez no emplea otro medio que la fuerza par hacer efectiva su justicia". Esa fuerza debe ser la de los neutrales, jueces de los beligerantes: "...la sociedad del genero humano o los neutros son los realmente interesados y competentes para intervenir en la defensa del derecho violado contra ella misma en la persona de uno de sus miembros..". Y esta intervención puede incluso tener franco carácter bélico: "La guerra de todos contra uno es el único medio de prevenir la guerra de uno contra otro, sea que se trate de estados o de individuos. La fuerza no es presumida justa sino cuando es empleada por el desinterés, y solo es presumible el desinterés completo en la totalidad del cuerpo del Estado, que se encarga de resolver una diferencia entre dos o más de sus miembros".

Hay en el "Crimen de la Guerra" más de una observación pertinente para la Argentina de este tiempo. Véase sino esta, que parece pensada en relación a los genocidas y a su indulto - una indulgencia política (36), hija las más veces de la desprestigiada "razón de estado", o de su hermana la "real Politik", y que ahorra el castigo pero no borra ni el delito ni el juicio ni la sentencia condenatoria -: "La impunidad no es la absolución. El proceso no hace el crimen, y el verdadero castigo del criminal no consiste en sufrir la pena, sino en merecerla; no es la pena material la que constituye la sanción, sino la sentencia. Es la sentencia la que destruye al culpable, no la efusión de su sangre por un medio u otro".

Hubiera visto, sin duda, un sarcasmo innoble en el sofisma según el cual la justicia es obstáculo para la paz. Todo el libro predica la indispensable eficacia de la justicia para edificar la paz, la estricta complementariedad de esos dos valores. Bien podría tener como epígrafe las lindas palabras del Salmo 84 según la Vulgata: IUSTITIA ET PAX OSCULATAE SUNT (v.11).

Injusticia Social de la Guerra

Ni siquiera se le escapó a Alberdi otro aspecto, que parece más perceptible desde la pespectiva de nuestro siglo que desde los años decimonónicos. Es el de la injusticia social que apareja el hecho de la guerra y la extracción social de sus víctimas primeras: "La guerra ha sido hecha casi siempre por procuración. Sus verdadero y únicos autores, que han sido los jefes de las naciones, se han hecho representar en la tarea poco agradable de pelear y morir...La prueba de esto - agrega en una nota al pie - es que nadie va a la guerra por gusto. El soldado va por fuerza, ¿qué es la conscripción, si no? Y donde la conscripción del Estado falta, existe la conscripción de la necesidad, la pobreza que 'fuerza al voluntario'".

En todas las guerra, el campo de batalla y la lista de bajas son ocupados mayoritariamente por jóvenes pobres, con los mínimos rangos militares. En Vietnam, tres de cada cuatro norteamericanos muertos tenían entre 17 y 22 años y su grado era inferior al de sargento. El sistema de reclutamiento, especialmente sus excepciones, era groseramente inequitativos. Concedía prórrogas generosas a los matriculados en universidades. Permitía así a ricos y astutos - el ex vicepresidente Quayle, el actual presidente Clinton, por ejemplo- evitar el servicio, condenando al resto, principalmente negros y proletarios blancos, a pelear y, en una alta proporción, a morir. Y dentro de las fuerzas, la proporción de negros, en relación a los blancos, fue más alta en los roles combatientes que en los no combatientes.

En la guerra de las Malvinas, todos los oficiales pudieron evacuar el crucero "General Belgrano". Los cientos de muertos fueron conscriptos y suboficiales del rango ínfimo. En el ejército argentino menos de uno por cada diez muertos fueron oficiales. En la armada, los oficiales muertos fueron nueve contra ciento treinta conscriptos y más de doscientos suboficiales.

En la guerra del Golfo Pérsico, en el lado norteamericano, aunque los negros constituían solo el 14 por ciento de la población en condiciones de alistamiento, eran, sin embargo, el 22 por ciento de los efectivamente reclutados. En el ejército, que se suponía el segmento mas vulnerable y riesgoso, esa cifra subía al 28 por ciento. Los hijos del 15 por ciento más rico de la población estaban presentes en la guerra en una proporción de un quinto respecto del promedio nacional. Entre los alistados solo el 20 por ciento tenía un progenitor con graduación universitaria. La progenie del poder estaba lejos de las arenas de Arabia Saudita. Solo dos miembros del Congreso y ningún miembro del gabinete de Bush tenían hijos en la guerra. Los responsables estaban aislados de las consecuencias de sus decisiones y opiniones sobre la guerra. "Animémosnos y vayan", esa exhortación irrisoria que los argentinos le atribuimos a un general brasileño del siglo pasado, define en alguna buena medida una constante de todos las guerras.

Aun un autor sometido al alineamiento de la "corrección política" del complejo financiero, político, académico y mediático norteamericano, como lo es Thomas Powers (37), debe reconocerlo: "Los ejércitos están organizados en forma piramidal, y como regla general el daño disminuye en la medida en que se asciende hacia la cúspide. Hasta el advenimiento de las armas atómicas, los jefes de Estado raramente estuvieron bajo riesgo alguno. Efectivamente, se puede escribir la historia de la guerra como la historia de la invención de armas de alcance creciente - esto es, matar a la distancia- y de innovaciones organizativas orientadas a que sean otros los que peleen".

En el cincuentenario de la invasión que importó el comienzo del fin de la más grande guerra conocida, tenía sentido volver a las páginas de este elocuente promotor de la paz.

2. El Bicentenario de Kant (38)

"Beati pacifici, quoniam filii Dei vocabuntur." Mt.V,9."Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios"

Unos pocos años más y habrán pasado 200 desde la muerte del autor de las dos Críticas, La Paz Perpetua y la Metafísica de la Moral.

La consideración de su filosofía jurídica y política concierne a diversas disciplinas que abrevan en sus enseñanzas: la teoría general del derecho, la teoría política, aun los derechos internacional y constitucional, entre otras.

Cabe proponer un amplio congreso internacional para ese año del 2004, ocasión para ahondar en la contribución de Kant al progreso de la cultura jurídica y política. Con un cierto orientalismo se podría poner bajo el título: "Los frutos de la razón práctica en el huerto del derecho y la filosofía política".

No tiene Kant, para ser celebrado, ciudad en su Prusia natal. Könisberg no es ya más una ciudad alemana. Aun su nombre, Könisberg, está ausente del mapa de Europa. La rusa Kaliningrado no tiene conexión con el creador del disminuye la extrema importancia de la presencia germánica en el homenaje intelectual merecido y debido. Explica, sin embargo, por qué Alemania no es necesariamente el lugar para esa celebración bisecular. En cambio, parece legítimo proponer un país con una impresionante tradición de estudios germánicos, por lo menos desde la época Meiji.(39)

La Paz luego del Holocausto Atómico

Tiene el Japón, además, otra condición de pertinencia. El opúsculo La Paz Perpetua resume uno de los aspectos principales de su contribución al derecho y a la ciencia política. Tiene así elocuente simbolismo que sea Hiroshima, la ciudad internacional de la paz, la sede de ese acontecimiento. Es una buena indicación de cuán lejos los humanos tienden a llegar en el abandono de la paz. Algo que Kant en cierta manera previó. Tuvo una visión del apocalipsis nuclear que las bombas lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki anticipaban:"...una guerra de exterminio, donde el proceso de aniquilamiento golpearía a las dos partes al mismo tiempo de igual modo, y aportaría la Paz Perpetua sólo en el cementerio de la raza humana".

En las asociaciones de derecho constitucional, tanto latinoamericana como internacional, nos sentimos alcanzados por este bicentenario. Nuestra disciplina resulta afectada desde que las ideas de Kant incluyen a las constituciones como piedras angulares de su estructura pacifista. Las normas fundamentales eran, en ese enfoque, la expresión de la racionalidad dentro del Estado, un ancla a través de la cual cada Estado permanecía retenido en esa racionalidad. Y el proceso hacia la paz universal debía ser un camino de creciente racionalidad en la conducta externa de cada Estado respecto de los otros iguales. Y así, la paz y el derecho convergían como humanización de la naturaleza humana. Si, conforme al concepto aristotélico, la razón aparece como diferencia específica del hombre respecto del mundo animal, el incremento de la razón a través de la expansión de la racionalidad en la conducta externa de los Estados produciría, sin duda, una perspectiva desde la cual los humanos se desarrollarían más efectivamente como humanos. De este modo, para decirlo con palabras de Kant en La Metafísica de la Moral (núm.61), "...el arreglo de sus diferencias por la manera civil del proceso, y no por los medios bárbaros de la guerra, se puede realizar", para prevenir "verse uno mismo...degradado como los animales inferiores al nivel de los juegos mecánicos de la Naturaleza".

El mundo está todavía tratando de aproximarse, penosamente como se ve, a la paz perpetua. No es esta la razón menor para que, a dos siglos, el fin de la vida de Kant aparezca con tanto significación en los años primeros del siglo XXI.

Después de las dos grandes guerras de este siglo, y sobre todo del holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki, que Kant hubiera calificado como "bellum internecinum", el librito "Zum ewigen Frieden" sorprende con anticipaciones de los males de nuestro tiempo.

Kant y los Males de Nuestro Tiempo

Por ejemplo, la guerra fría, una paz en versión deteriorada, y sus siniestras consecuencias: el enorme e insidioso aparato de lo que con abuso y perversidad se suele llamar "inteligencia". Ella viene unida a la inmoralidad de espiar y llevar adelante actividades clandestinas en los otros Estados, especialmente, claro está , en los más débiles. También se acollara con la irrefrenable tendencia al terrorismo de Estado, no terrorismo al por menor, sino terrorismo al por mayor, éste último llamado "represalia" y no terrorismo por el circo mediático, como con justicia y coraje ha establecido y denunciado el notable Noam Chomsky. Decía Kant:"...esos actos infernales (asesinos, envenenadores, el uso de la traición, el espionaje) ya viles en si mismos, al ser puestos en circulación, no quedan confinados a la esfera de la guerra...vicios tales, una vez estimulados, no está en la naturaleza de las cosas que se los pueda detener y son llevados al estado de paz, donde su presencia es enteramente destructiva del propósito del Estado en cuestión". Algo sabemos de esto los argentinos del último cuarto de siglo.

Era evidente para él la intrínseca maldad del armamentismo y el militarismo:"...(los ejércitos permanentes) están siempre amenazando a los otros Estados con la guerra con el sólo aparecer en constante preparación para el combate. Ellos incitan a los varios Estados a superarse unos a los otros en el número de soldados y a sus miembros no se les puede fijar límite. Con las sumas dedicadas a ese propósito, la paz resulta aún más opresiva que una corta guerra, y los ejércitos permanentes son en sí mismos las causas de guerras de agresión, ejecutadas para liberarse de esa carga".

Kant previó asimismo otro asunto de nuestros días, la deuda externa como consecuencia de las carrera armamentista:"...Esta ingeniosa invención (el crédito) de los comerciantes del presente siglo es, en otras palabras, un tesoro para llevar adelante guerras que pueden exceder el tesoro de todos los otros Estados juntos...La facilidad con que la guerra puede ser hecha, acoplada a la inclinación que parece estar implantada en la naturaleza humana, es un gran obstáculo en el camino de la paz posible".

Guerra y Consentimiento Civil

Tal vez el aspecto de más relevancia, con todo, resida en la insistencia kantiana en el consentimiento del afectado por la guerra para combatir en ella: "Si, como debe ser bajo esta constitución (republicana), cada uno de ellos es requerido acerca de si habrá o no guerra, nada es más natural que sopesen el punto muy bien, antes de emprender tan mal negocio. Porque decretando la guerra, de necesidad están resolviendo atraer las miserias de la guerra a su país. Esto implica: deben luchar ellos mismos; deben solventar con su propiedad el costo de la guerra; deben esforzarse en reconstruir la devastación que deja atrás la guerra; y finalmente, deben aceptar el peso de la deuda que amarga aún la paz misma, lo cual nunca podrán ponerlo en la cuenta de nuevas guerras siempre pendientes".

Sobrestimaba, sin embargo, la eficacia del valor formal de la constitución republicana para evitar las guerras. Esta consistía para Kant en la mera separación de los poderes ejecutivo y el legislativo. No pudo prestar atención suficiente a hechos con los cuales hoy estamos familiarizados. Por un lado, que los legisladores que eventualmente pueden resolver la guerra no son quienes las combaten ni mueren en ellas. Por otro, que la clase política frecuentemente encuentra modos de excluirse de la guerra, como ha ocurrido en los Estados Unidos con el anterior vicepresidente y el actual presidente en la de Vietnam.

En esto, precisamente, como en algunos otros aspectos, las siguientes generaciones debieron y deben avanzar en el sendero abierto por Kant. Deben apoyarse no solo en la constitución formal y en las solas normas sino en una implementación cultural y política más amplia de la idea básica según la cual nadie que no consienta la guerra debe combatirla o sufrir sus consecuencias. Esto implica neutralizar las manipulaciones de la opinión pública por el circo mediático, develar las operaciones de la propaganda belicista, dejar al descubierto las falacias de la "ingeniería del consentimiento", denunciar las presiones del establecimiento militar-industrial y de los traficantes de armas, conjurar el pseudo patriotismo, la demagogia y el oportunismo político con una cultura de la paz en cuyo núcleo mismo esté el principio de la solución pacífica de los conflictos internacionales. También importa prevenir el uso de la técnica del hecho consumado, en manejo de la cual las poblaciones de los Estados se encuentran afectados por guerras que no tuvieron ni el tiempo ni la posibilidad de considerar con reflexión política, discusión y debate. Tal fueron los casos de conflictos tan diferentes como el de las Malvinas y la guerra de Vietnam.

Kant y el Imperialismo

Probablemente Kant fue el único, o a lo sumo uno de los muy pocos, pensadores del iluminismo, que fue un militante anti-imperialista. No tienen, por eso, poca significación sus observaciones sobre el imperialismo y el colonialismo de fines del siglo XVIII. Esos males se proyectan hoy bajo la forma de inaceptables hegemonías globales. Y deciden guerras como del Golfo Pérsico, distante pero distintamente enraizada en el diseño caprichoso del mapa de la región, trazado hacia el colapso del imperio otomano con obvios designios imperialistas.

Los efectos también se reconocen en la prepotencia de las grandes potencias, sistemáticas violadoras de los principios de no intervención y de autodeterminación de los Estados más débiles en la comunidad internacional.

La condena de La Paz Perpetua conserva actualidad y congruencia: "Si uno compara esto (la humanidad aproximada a una constitución cosmopolita) a la conducta inhospitalaria de los estados civilizados, primariamente comerciales, de nuestro continente, uno se horroriza por la injusticia que cometen en sus visitas a los pueblos y países extraños, desde que el visitar aparece como sinónimo del conquistar. América, los países negros, las Molucas, el Cabo, etc., allí descubren lo que les parece perteneciente a nadie, porque los nativos son totalmente ignorados. En la India bajo el pretexto de establecer meros centros comerciales, introdujeron una soldadesca extranjera y con ello unas extensas guerras, rebeliones, traiciones y la entera letanía de los males que son el peso de la humanidad..."

Para los pueblos del Tercer Mundo, particularmente para las jóvenes repúblicas del África, el pensamiento de Kant tiene una significación especial. Contestando a los escépticos de su tiempo que veían en la derivación demencial al terror de la Revolución francesa una prueba de la inmadurez de las masas para la libertad, como los escépticos de nuestros días ven lo mismo en la reciente y terrible guerra genocida de Ruanda, el filósofo decía: "Si uno acepta esa premisa, la libertad nunca será alcanzada; porque no se llega a la madurez para la libertad sin haber ya adquirido ésta última; uno debe ser libre para aprender a hacer uso de sus propios poderes libre y útilmente. Los primeros intentos serán seguramente brutales y conducirán a un estado de cosas más penoso y peligroso que la condición anterior, bajo la dominación y con ello la protección de una autoridad exterior. Sin embargo, se alcanza la razón sólo a través de la propia experiencia y uno debe ser libre para poder practicarla...Aceptar el principio según el cual la libertad no es merecida por aquellos bajo nuestro control y de tener el derecho a rehusársela indefinidamente, es una violación de los derechos de Dios mismo, que ha creado al hombre para ser libre"(40).

Su fe en la libertad era confianza en la capacidad de la persona humana para superar su propia negatividad. La celebración de su bicentenario debe ser la ocasión para refirmar esa confianza en el hombre y la libertad humana. También la rememoración de Kant a 200 años de su muerte debe ser la oportunidad para pensar de nuevo en la responsabilidad intelectual y los deberes de la razón, en la primera década del siglo XXI, después de la Guerra Fría y de la ilusión - sólo la ilusión, como se sabe- de un tiempo en el cual los inmensos recursos económicos de la guerra iban a ser empleados para combatir el hambre, la enfermedad y el analfabetismo en el mundo.

En agosto de 1997, el alcalde o prefecto de Hiroshima, Takashi Hiraoka, produjo una Declaración por la Paz en la que citaba la constitución de UNESCO: "Desde que la guerra empieza en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres que las defensas de la paz deben ser construidas". De esto trata la razón práctica de Kant aplicada al orbe jurídico y político, y de esto debe tratar la celebración de su bicentenario.


Notas:

32. V. también , Salvador María Lozada, "Alberdi, Normandía y la Guerra", La Gaceta, Tucumán, 31 de julio de 1994, Suplemento Literario, pag 1

33. Pablo A. Ramella, Crímenes contra la Humanidad, Buenos Aires, 1986, pag. 61.

34. Polity Press, 1986, Oxford, U.K. Hay un capítulo que concierne a la Argentina contemporánea. Se titula: "Crime without Punishment:The Captain Astiz Affair".

35. V. Ana Baron, "Una Llamativa Coincidencia", Clarin, 20 de diciembre de 1998.

36. En el sentido menos noble de esta palabra, la política como instrumento de la busca y conservación del poder, la política agonal o partidocrática, la "politique politicienne" de los franceses.

37. Thomas Powers, "The Roots of War",en "The Atlantic Monthly", agosto 1997", pag.88. Se trata de un comentario sobre el libro "Blood Rites: Origins and History of the Passionss of War", por Barbara Ehrenreich. Powers es el autor de "The Eisenberg's War: The Secret History of the German Bomb".

38. V. también Salvador María Lozada, El Bicentenario de Kant, La Gaceta, Tucumán, 4 de enero de 1998, Suplemento Literario, pag. 1.

39. Muestra de esa inclinación por los estudios y el pensamiento alemanes, por ejemplo, es el hecho de ser la influencia de Karl Jaspers en el Japón la más fuerte e importante del mundo. Ya en vida del profesor de Heidelberg se fundó la Sociedad Jaspers de Tokio, y el japonés encabeza la serie de idiomas a los que las obras de este pensador han sido traducidas.

40. Citado por Noam Chomsky, "Language and Freedom", The Chomsky Reader, pag.144)


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