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10ene16


Fondo Indígena, la corrupción y los numerólogos


Cuando la corrupción entra a un plano competitivo para "verificar" quién es y fue más corrupto -"no, nosotros sólo dos milloncitos, los neoliberales 400 y más"-, es momento de percatarnos de que la revolución ya no es lo que era o, mejor dicho, lo que quiso ser. Ya no se contrapone un modelo de superioridad moral a otro empañado por los vicios de la corrupción.

La ética queda, así, reducida a convertirse en un problema de gradación cuantitativa: quién es más ladrón. El consuelo general para los bolivianos es que los gobernantes de turno sean, en el mejor de los casos, menos pillos. ¿Podemos entender la cosa así? Claro, y hasta podemos crear tipologías de choros: los neoliberales como los choros top, los del periodo de Mesa y Veltzé como los choros a media máquina y los nacional-extractivistas como los choritos o, para darle un aire más académico, los choro-embrionarios. ¿Pero no es obvio que siempre haya este tipo de gente metida en política? Sí, la verdad que sí, siempre hay corruptos, pero decir que todos los gobiernos del planeta tienen sus propios corruptos, es caer en una generalización que al final no dice nada. Si todos son corruptos, no hay nada que analizar. Sólo queda resignarnos ante un evento tan natural como la lluvia. Y en ese escenario, es pues hasta normal que nosotros también seamos corruptos y, por tanto, los hechos más flagrantes de corrupción como el caso del Fondo Indígena sean normales.

No habría pues mucho por escandalizarse o, en todo caso, lo verdaderamente escandaloso no tiene que ver con que algunos sean corruptos y otros no (ya que todos los gobiernos lo son), sino con quién es más ladrón. Lo cuestionable, en suma, es quién es más corrupto y no quien es o no es corrupto. Esta es la tesis que sostienen los numerólogos de la corrupción, con don Evo a la cabeza afirmando que "dos millones es poco". ¿Qué nos toca hacer? ¿Aplaudirlo y decirle "bien papá, eres el menor corrupto, qué capo, che"? No lo creo, y es por eso que en estas líneas que siguen quiero plantear una tesis que tiene que ver con Estado débiles (como el boliviano). Esta explicación surge ante el descalabro del Fondo Indígena.

La tesis es la siguiente: no creo que la corrupción sea una aberración en el manejo del Estado boliviano, sino que es la forma en la que funciona el sistema. Considero que en la ausencia o debilidad de instituciones políticas efectivas (con capacidad de fiscalizar al gobierno) y canales de movilidad social fuera del Estado (por ejemplo, en la empresa privada a la que se ha sometido), la política se convierte en un espacio privilegiado para lograr la acumulación de capital deseada.

Empero, detrás de ello se propicia una intensa competencia para ver quién se beneficia más con los capitales acumulados. Y es por eso que surgen redes clánicas organizadas jerárquicamente en patrones y clientes (ello consolida un modelo político clientelar). Algunas logran organizarse más y sacar más rédito, otras no lo hacen y quedan marginadas. No hay duda que aquellas que más lucran en esta relación son aquellas que más alaban al jefe, menos críticas resultan a la marcha del proceso, más agresivas y combatientes son en especial contra quienes se muestran críticos y pensantes, y más obsecuentes son con cuanta política ponga en marcha el gobierno.

Lo que quiero enfatizar pues es que la corrupción es esencial para lograr la supervivencia de este sistema clientelar, por la sencilla razón de que no bastan los dineros legales y públicos para solventar a las largas y siempre crecientes facciones clientelares leales del gobierno (ya sabemos que en nuestro caso, éstas abundan: desde gremialistas, hasta cocaleros, pasando por transportistas o maestros, entre muchos más).

No se puede contentar a todas ellas respetando la ley. Es imposible hacerlo así por un motivo evidente: cumplir las reglas exige, por ejemplo, la distribución impersonal de recursos públicos. Vale decir, existe una norma que define de antemano, al margen de los deseos de los gobernantes de turno, a quién va cuánto.

En un sistema como el nuestro, eso restaría todo margen de maniobra a Evo para hacer estadios, coliseos y, ahora, trenes eléctricos. ¿Qué es pues mejor? Ignorar las leyes, sin dudas. Y cuando éstas son ignoradas sucede que los puestos o licitaciones públicos se convierten en espacios tanto para el enriquecimiento personal como para la ampliación de más clientelas en cadena descendente, en lo que deviene en una red clientelar desde lo más alto cerca de la Plaza Murillo a lo más bajo en alguna comunidad perteneciente a algún sindicato.

¿Qué significa lo expuesto? Significa, visto desde el ejemplo, que el asunto del Fondo Indígena con seguridad no es la excepción, sino la regla. No es que otros espacios públicos se manejen mejor. No, sólo que la aparente excepcionalidad del Fondo es por la gravedad del caso al haber involucrado a muchos dirigentes.

Pero insisto: municipios leales al MAS tienen un pago por su lealtad: las licitaciones son "suyas"; militares lo tienen por su lealtad: diversas responsabilidades públicas (pago del Bonosol, creación de una empresa constructora, mejores salarios a las cúpulas, etc); maestros lo tienen por su lealtad: no se toca el escalafón magisteril y así un largo etcétera.

En suma, no es cuestión de montos, sean mayores o menores, aunque este juego de cifras contente a algunos despistados o llunkus, sino del tipo de sistema que estamos creando.

Y, en mi criterio, es un sistema que no margina la corrupción como algo anómalo, sino la absorbe como el motor que sedimenta las lealtades al jefe de turno y a su minúsculo pero codicioso entorno palaciego (la oligarquía más emblemática de las última décadas), que por estas razones evidentemente quieren perpetuarse en el poder.

No lo permitamos.

[Fuente: Por Diego Ayo, Página Siete, La Paz, 10ene16]

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