Narcotráfico y Política
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Post Scriptum


Cuando este libro, se hallaba ya en la imprenta, revelaciones de primera mano sobre la utilización de mercenarios extranjeros por parte del poder militar en Bolivia fueron hechas públicas en la revista italiana «Panorama» (números del 20 y del 27 de septiembre de 1982). Aunque, en el fondo, no añaden nada que sea sustancialmente nuevo a lo ya expuesto en diferentes capítulos de este libro, sí lo enriquecen, aportando numerosos detalles que permiten verificar, precisar, corregir, completar y profundizar la información disponible hasta entonces.

Se trata de dos sensacionales testimonios que, dadas las pruebas con que son presentados, ofrecen un gran margen de credibilidad. Por eso, y a título de ilustración, se reproducen a continuación amplios extractos de los mismos.

En el primer caso, un agente secreto francés de origen italiano, Elio Ciolini, aparece revelando ante las autoridades judiciales italianas los nombres de los autores del atentado terrorista cometido el 2 de agosto de 1980 en la ciudad italiana de Bolonia. En virtud de estas revelaciones fueron inculpados del asesinato de 85 personas, mediante la colocación de una bomba en la estación de ferrocarriles de Bolonia, los neofascistas italianos Stefano Delle Chiaie, Maurizio Giorgi y Pierluigi Pagliai, el neonazi alemán Joachim Fiebelkorn y el mercenario francés Oliver Danet. Según Ciolini, el comando terrorista estaba encabezado por Delle Chiaie y obedecía las órdenes de Licio Gelli, el «padrino» de una tenebrosa logia masónica denominada «Propaganda 2».

En sus extensas declaraciones, Ciolini asegura haber visto a los cuatro primeros en Bolivia. De Delle Chiaie dice que se encontraba en La Paz por lo menos desde abril de 1980, que estaba contratado por el Ministerio de Defensa pero asignado al Ministerio del Interior, que se hacía llamar Vincenzo o Alfredo Modugno y tenía un pasaporte boliviano con el nombre de Ramiro Fernández Valverde, que era muy amigo del coronel Luis Arce Gómez y que tenía a varios terroristas italianos, alemanes y franceses a sus órdenes. La revista «Panorama» recuerda a sus lectores que Delle Chiaie es un peligroso terrorista, responsable de innumerables crímenes políticos en Italia desde 1969, prófugo de la justicia italiana, fundador de la neofascista «Avanguardia Nazionale» y principal animador de la llamada «Internacional negra».

Según un informe de la CIA norteamericana, citado por Ciolini, Delle Chiaie se asoció con los argentinos Mario Mingolla (otro terrorista al servicio del Ministerio del Interior boliviano, que también se hacía llamar Pablo Hervas Chiriboga o Christian) y Jorge Lynch para editar una revista neofascista internacional con el nombre de «Confidential». La dirección de la revista estaba en Buenos Aires, a cargo de Sandro Saccucci y Maurizio Giorgi. Este último colaboraba, además, con la policía política del régimen de Pinochet y, según Ciolini, está implicado en el asesinato, en Buenos Aires, del general chileno opositor Carlos Prats. En cuanto a Pierluigi Pagliai (otro de los acusados de la matanza de Bolonia), Ciolini se remite también al informe de la CIA ya mencionado, que confirma que Pagliai se hacía llamar Mario Bonomi, que trabajaba para el Servicio de Seguridad boliviano y que «es un notorio torturador».

Tras referirse al alemán Joachim Fiebelkorn (de quien dice que era hombre de Delle Chiaie, que trabajaba como instructor militar en Santa Cruz por cuenta del Ministerio del Interior y que al mismo tiempo organizaba el servicio de guardia de Roberto Suárez Gómez, el «padrino» de la mafia del tráfico de cocaína en Bolivia), Ciolini termina confesando que él mismo estuvo al servicio de Delle Chiaie en Bolivia desde fines de 1980 hasta abril de 1981, con credenciales de inspector de la Dirección de Recaudaciones del Ministerio del Interior para Santa Cruz y con sueldo del «séptimo Departamento del Cuartel General de las Fuerzas Armadas bolivianas, entonces a cargo del coronel Zurita».

El segundo de los testimonios publicados por «Panorama» tiene otro carácter. Es una verdadera historia de los mercenarios neonazis en Bolivia, contada por uno de ellos y centrada en la figura de Joachim Fiebelkorn. Su interés es evidente. He aquí su transcripción literal:

«Todo comenzó hacia mediados de 1978. Habíamos sido reclutados en Alemania. Todos éramos 'negros'. Nos habíamos conocido en los mismos night clubs y en las mismas cervecerías. El jefe era él, Joachim Fiebelkorn. Tenía un saco de dinero. Lo había ganado en Frankfurt explotando a cuatro prostitutas. La policía le estaba pisando los talones. Había tenido que empacar sus cosas y huir a Sudamérica. De la generación de la posguerra, Joachim era un fanático. Desertor del Ejército Federal Alemán, había terminado en la Legión Extranjera Española. Coleccionaba uniformes, banderas, distintivos y armas del Ejército nazi y, sobre todo, de las SS. Tenía un uniforme negro. Se lo ponía en las veladas de gala de los oficiales bolivianos. Antes de llegar a Santa Cruz, la segunda ciudad de Bolivia y centro de oscuros negocios y oscuros personajes, Fiebelkorn había estado en Paraguay.

En Asunción, los nazis son bienvenidos. Sobre el Paraná, en los confines con Brasil, vive el doctor Mengele. Cuida a los niños y los indígenas lo aprecian tanto que lo protegen de los servicios secretos israelíes. Entre los alemanes de Asunción, todos más o menos nostálgicos de Hitler, Joachim se ganó buena fama. Se alojaba en el Hotel Guaraní. Frecuentaba los burdeles de lujo, como el Dardo Rojo, Casa Mami, el Imperial, el 741. Llegaba de noche, a caballo, con una pistola al cinto. Una tarde, en el Dardo Rojo, delante de una bella prostituta, propuso a Adolf Meinike, un ex SS de 63 años, jugar a la ruleta rusa. El viejo sacó su P38. Joachim tuvo suerte. Pero Meinike se mató. La policía de Stroessner, el dictador de Asunción, lo apresó. Durante algunos días lo torturaron, después lo soltaron en la frontera con Argentina.

Fiebelkorn llegó a Santa Cruz y allá, poco a poco, formó el grupo de los mercenarios alemanes. Helos aquí uno por uno. Estaba yo, ex boxeador de peso mediano. Estaba 'Ike', es decir Herbert Kopplin, de 52 años, berlinés, ex SS en la División Acorazada del general Steiner. Hasta 1952 había estado prisionero en Rusia: sabía desmontar y volver a montar todo tipo de armas. El más simpático era Hans Juergen, ex electricista de ferrocarriles, un alcohólico que murió después por beber demasiado. El más hábil conductor era Manfred Kuhlmann, un alemán de Rhodesia, un enano mordaz, siempre dispuesto a pelear con Kay, el alemán-chileno huido desde los tiempos de Salvador Allende. Rudi, un austríaco siempre sin dinero. Y Jean, el francés. Su verdadero nombre era Napoleón Leclerc. En Argelia, con la Legión, había torturado a mucha gente. Andaba siempre con uniforme militar y con granadas de mano en la cintura. No pagaba las cuentas en los negocios y veía comunistas por todas partes.

El amigo íntimo de Joachim era, sin embargo, Hans Stellfeld, de 65 años, ex Gestapo, huido a Sudamérica al fin de la guerra. Instructor militar, ceramista, comerciante de animales exóticos, contrabandista de drogas, guardaespaldas, importador de armas de los Estados Unidos, Stellfeld se suicidó hace pocos meses.

Nuestro grupo de nueve personas estaba en contacto directo con la central nazi de La Paz, dirigida por Klaus Altmann, ex capitán de las SS, gran traficante de armas y consejero del gobierno. En la segunda mitad del 78, nuestro cometido era uno solo: organizarnos para demostrar nuestra capacidad.

En Santa Cruz, nosotros éramos los que más sabíamos de armas. Los policías manejaban la pistola con poca destreza. Los soldados sólo sabían pelar papas y masticar hojas de coca. Cuando algún fusil-ametralladora se trababa, los servicios secretos, el ejército o la policía nos lo traía para repararlo. Trabajábamos para todos, también para Lidia Gueiler, la presidenta de izquierda. De día arreglábamos las ametralladoras y de noche nos divertíamos como locos. Nuestro punto de encuentro era nuestro restaurante, el Bavaria.

Para los altos oficiales y los grandes traficantes de droga, el servicio era gratis, mujeres incluidas. Los coroneles bolivianos se excitaban al oír cantar el himno de las SS. Para impresionarlos, Fiebelkorn se ponía su uniforme negro. Allí, en el Bavaria, se preparó el golpe del general García Meza. La gente nos tenía miedo. Por todas partes en Bolivia se decía que 'los alemanes' de Santa Cruz tenían un 'águila que saca los ojos a los enemigos'.

Nuestro gran protector era el general Hugo Echeverría, comandante del Segundo Cuerpo de Ejército con asiento en Santa Cruz. Ibamos a Estados Unidos a conseguirle armas ligeras muy sofisticadas y él nos garantizaba amistades y misiones importantes. Echeverría era el hombre de la mafia de la droga. Le pagaba Roberto Suárez, uno de los cinco reyes de la cocaína.

A Suárez le debemos nuestra fortuna de entonces. 'Don Roberto', así lo llamábamos los peones, tenía necesidad de hombres fuertes, de confianza, honestos. En Bolivia, en el comercio de la droga, cada uno engaña al otro. Suárez no quería perdernos. Puso a nuestra disposición una lujosa mansión en la calle Paraguá (teléfono 32 543). Era 'el cuartel Fiebelkorn'.

Viajábamos en Toyota Landcruiser de vidrios oscuros. Eramos los supervisores del tráfico de la coca. En Bolivia, las plantaciones de coca son legales. Se encuentran por todas partes en el territorio de Cochabamba. Cada boliviano tiene derecho a una ración mensual de hoja para hacer el té o para masticar. Pero al menos dos tercios de esta producción legal es transformada en 'pasta negra', el semiproducto del cual los refinadores extraen los cristales de cocaína. Un kilogramo de 'pasta' cuesta en el mercado 8.000 dólares. Mil gramos de 'nieve' cuestan 52.000 dólares. Es un negocio enorme que enriquece a los militares en el poder.

Roberto Suárez producía él mismo la hoja, pero también hacía acopio de la producida por los pequeños cultivadores. Su central estaba frente al cine Florida, en Santa Cruz. Apenas la 'mamá negra', su encargada, juntaba 200 kilos de 'pasta', nosotros los llevábamos al aeropuerto. Suárez tenía 28 pequeños aviones con un águila negra sobre el fuselaje. Dos de nosotros acompañaban al piloto: se aterrizaba en el territorio boscoso del Beni, cerca de la frontera brasileña, y se esperaba a los intermediarios colombianos.

Los 'capos' de la mafia boliviana se habían comprado amplios territorios en el Beni para ocultar sus negocios. Había una pequeña pista en medio de los árboles donde aterrizaban los aviones. Antes de nuestra intervención, sucedía con mucha frecuencia que los colombianos pagaran con paquetes ya preparados conteniendo pocos dólares y mucho papel y escaparan lo más pronto posible mientras disparaban ráfagas de ametralladora. Pero Fiebelkorn hizo instalar dos puestos de bazooka en torno a la pista. Desde aquel día, los colombianos empezaron a pagar regularmente. Tenían miedo y rabia de nosotros, los alemanes.

Era lindo hacer el viaje de regreso a Santa Cruz con el avión cargado de 'verdes'. Una vez tuve en mis manos cuatro millones de dólares, Suárez no nos hacía faltar nada y nos pagaba cinco mil dólares al mes, una gran suma para Bolivia. No sabíamos dónde gastarlos, porque en el Bavaria todo era gratis para nosotros. Había cinco chicas alemanas, más Gerlinde, la preferida de Joachim. Con las hermanas Marianna y Mara, dos ex cabaretistas del Treff, en el Taunus Feldberg de Frankfurt, Gerlinde había protagonizado breves films pornográficos. Los proyectábamos para los coroneles bolivianos y ellos perdían la cabeza.

Un día vino a visitarnos Klaus Altmann, entonces consejero de Seguridad del Ministerio del Interior boliviano. Nos dijo: "Llegó el momento. Es necesario hacer saltar este gobierno antes que Bolivia se transforme en una gran Cuba. Con los otros camaradas extranjeros (incluidos Delle Chiaie y Pierluigi Pagliai, NDR) estamos montando un servicio de seguridad. Uds. deben colaborar, pero naturalmente deben ser probados".

Comenzamos a seguir las manifestaciones sindicales, a fichar opositores, a amenazar y castigar a los subversivos. Trabajamos bien. Teníamos hasta una prisión privada para las torturas, las que, sin embargo, dejábamos a los bolivianos. Nuestro consejero político era el abogado Adolfo Ustárez, uno de los más famosos de Bolivia, administrador del patrimonio (que incluía el tráfico de drogas) del ex presidente Banzer. "Debemos matar a todos los comunistas" decía Ustárez. Y nuestro comandante le respondía: "Cuenten con nosotros. Estamos dispuestos a todo."

Desde aquel momento, nuestras relaciones con Roberto Suárez comenzaron a distanciarse. Estábamos al servicio de los golpistas. Retomamos el entrenamiento militar.

Nuestro cometido, fijado por los conspiradores, era la conquista del centro de Santa Cruz. Con un carro de asalto debíamos haber ido a tomar los reductos de los revoltosos. El día del golpe, no obstante, no fue muy trabajoso. Los militares habían pensado hacer una carnicería. Nosotros fuimos destinados a acciones importantes, pero no muy sangrientas y sin tener que usar el carro de asalto. El abogado Ustárez nos felicitó y nosotros festejamos su nombramiento como Contralor General de la República.

El régimen de García Meza nos puso en bandeja de plata. Trasladamos nuestro cuartel general a un edificio cercano al aeropuerto, rodeado sólo de árboles y un muro de cemento de dos metros de alto. Sobre la terraza, instalamos dos ametralladoras. Los generales en el gobierno habían decidido tomar en sus manos el tráfico de la droga, pasando por encima de comerciantes e intermediarios. El asunto era gordo, dos mil millones de dólares, que hasta ese momento había estado controlado por cinco 'capos', Suárez incluido. García Meza y el coronel Arce Gómez no querían sólo el porcentaje sobre los ingresos de los traficantes. Querían todo el pastel.

A fines de 1980, Klaus Altmann nos llamó desde La Paz. Dijo: "El ministro del Interior, Arce Gómez, quiere verlos. La misión es importante". Fueron tres: Fiebelkorn, el chófer Kuhlmann y Kopplin. Arce Gómez los recibió en una especie de edificio prisión, junto a la Embajada de la República Federal Alemana, en La Paz. Dio a Fiebelkorn una lista de 140 nombres de traficantes de coca de Santa Cruz. Ninguno de los grandes 'capos' estaba incluido. El gobierno quería comenzar haciendo tabla rasa de los pequeños y medianos comerciantes de 'pasta', para después concentrarse sobre los grandes. Justo en aquellos días, García Meza, para satisfacer a los norteamericanos, contrarios al golpe y convencidos que el contrabando de droga en Bolivia estaba secretamente protegido por las autoridades, había ordenado un ridículo operativo anticoca. "Debemos usar mano dura" nos dijo Fiebelkorn, "es una misión moral".

El presidente García Meza, para lanzar mejor la campaña, nos recibió en el Palacio Quemado. Nos explicó: 'Debemos operar de modo convincente'. Toda la cocaína, según el presidente, debía ser entregada a la autoridad. Todo el resto del material secuestrado debía ser para nosotros "botín de guerra".

En Santa Cruz hicimos una gran fiesta. Fiebelkorn estaba espléndido en su uniforme de SS. Las señoras del Frente de Mujeres y Madres Nacionalistas nos ofrecieron flores perfumadas. La fiesta terminó con el grito de 'Heil Hitler'.

El mayor René Linda y otros 16 soldados bolivianos trabajaban a nuestras órdenes. Teníamos credenciales especiales entregadas por el Ministerio del Interior. Eramos el Grupo Comando Especial 'Novios de la Muerte' (como canta el himno de los legionarios españoles). En los primeros meses de 1981, requisamos toda Santa Cruz. Eramos dueños de la ciudad. Irrupciones. Arrestos. Habíamos secuestrado más de veinte coches de lujo e incautado 300.000 dólares. Qué comilona. Lástima que haya durado tan poco.

Como se sabe, la presidencia de García Meza fue breve. Caído él, también Arce Gómez, el ministro del Interior, fue obligado a dimitir. El buen general Echeverría ya no era más el comandante de la plaza de Santa Cruz. El nuevo coronel no nos veía con buen ojo. Día tras día nos quitaban mansiones y poder. Al fin, nos amenazaron con arrestarnos.

El aire olía mal. Decidimos cortar la cuerda. Fiebelkorn salió primero, con sus dos amiguitas, Mara y Marianna. Escapó al Brasil y desde entonces no le vi más. Después desapareció 'Woelfi', otro de los nuestros, y el rhodesiano Kuhlmann (fueron capturados en Brasil por la policía con dos kilos de cocaína encima). Ike y Carsten, convencidos de poder sobrevivir en Bolivia, fueron arrestados. Kay, Gwinner y Napoleon Leclerc consiguieron escabullirse a otra zona y ahora están en La Paz. Kugel y Juergen, como se sabe, murieron. El 13 de agosto, en Wiesbaden, un periodista amigo mío pidió noticias de Fiebelkorn al inspector Terstiege del Bundeskriminalamt (policía judicial) de Wiesbaden. Este consultó en la computadora, pero no había rastros del comandante. El hijo de puta aún no figuraba en los archivos de la justicia alemana.»

Según informa la revista «Panorama», al enterarse de que Elio Ciolini había confesado a la justicia italiana lo que sabía sobre la matanza de Bolonia, Fiebelkorn se presentó a la policía alemana, estuvo encarcelado un tiempo y, finalmente, fue absuelto por los jueces de su país... Ąpor falta de pruebas!


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights el 05jun01
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