Persona, Estado, Poder
El lenguaje del miedo:
Dinámicas individuales y colectivas de la comunicación del terror

Presentación (*)

Este artículo pretende ilustrar sobre algunos mecanismos comunicacionales observados en una población humana sometida al terror.

Los fenómenos a que hacemos referencia, han sido recogidos de una experiencia asistencial colectiva y multidisciplinaria de más de cinco años a las personas víctimas directas de la represión (1), a sus familias y a sus grupos de pertenencia.

Este trabajo asistencial es realizado por un grupo ad-hoc del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU - Chile), en el que. sobre la base de conceptos integradores y con fines integrales, se coordinan la asistencia médica, psicológica, social y jurídica con las acciones educativas, preventivas, de investigación y de denuncia.

La propia naturaleza de los fenómenos observados, la conciente postura ética e ideológica de los observadores y la urgencia de las demandas y presiones a que permanentemente están sometidos tanto los sujetos asistidos como los sujetos asistentes (y observadores), hacen de nuestra observación siempre una observación participante y para la acción. Esta última es muchas veces apremiante y riesgosa. Asumimos concientemente que no podemos tener una pretensión neutral, ni de "asepsia" científica. Aún mas, afirmamos que la tal pretensión "científica" ha sido, en nuestro medio, más una forma de como ciertas instituciones humanas (las de las ciencias en este caso) caen en las dinámicas comunicacionales de la negación activa y pasiva, y mal por tanto pueden informarse y dar cuenta de los fenómenos.

Introducción

El objetivo principal de la llamada Represión de las Dictaduras Contemporáneas en América Latina es producir un cambio de conciencia de la mayor amplitud en la población bajo dominio.

Para el caso de Chile, este objetivo es explícito en el documento "Declaración de Principios del Gobierno de Chile" suscrito y dado a conocer por la Junta Militar de Gobierno en marzo de 1974: "Las Fuerzas Armadas y de Orden no fijan plazo a su gestión de Gobierno, porque la tarea de reconstrucción moral, institucional y materialmente al país, requiere de una acción profunda y prolongada" En definitiva resulta imperioso cambiar la mentalidad de los chilenos. " (2)

Una mayor precisión conceptual que discuta los conceptos de "conciencia", "mentalidad" o "identidad", es aquí irrelevante. La cuestión esencial es que, con la imposición violenta de cambios sociales, políticos y económicos y la implantación de un Estado Represivo, se apunta a una distorsión histórica forzada de valores, modelos y actitudes de cada miembro y del conjunto de la sociedad chilena.

Los instrumentos principales para conseguir este objetivo encuentran su cohesión y "programa" en lo ideológico, político y militar en la Doctrina de la Seguridad Nacional, que justifica y fundamenta la conducción de una "guerra interna". Esta guerra interna asume como forma más continua y amplia la de guerra psicológica al interior del propio país.

En Chile como en los otros países de Latinoamérica sometidos a Dictaduras Militares, los elementos más importantes que constituyen esta guerra psicológica son:

  1. La tortura funcional e integrada al Aparato de Seguridad del Estado.
  2. La propaganda sistemática, incluyendo el rumor y las operaciones de inteligencia a través de los medios masivos de comunicación social.
  3. El traslado de poblaciones, es decir, el exilio, el destierro, las expulsiones, las relegaciones.
  4. La desaparición forzada de personas.
  5. Las ejecuciones y los asesinatos por motivos políticos y,
  6. Una sumatoria de actos planificados aplicados a sectores de la población (presiones, chantajes, despidos laborales, allanamientos territoriales, etc.) que englobamos bajo el concepto de amedrentamiento colectivo.

El factor común a los elementos señalados de esta guerra psicológica es el Miedo. El miedo es, en todas sus modalidades de existencia, al mismo tiempo medio y fin, condición necesaria y resultado procurado. El miedo, como situación planificadamente creada y exacerbada por el Poder del Estado dictatorial, ha dejado de ser una reacción natural que protege al sujeto y una vivencia puramente individual, para transformarse en trasfondo y nexo de las relaciones sedales, es decir, de la comunicación entre las personas.

El Poder ha conseguido, por tanto, un ambiente relacional con graves distorsiones y cambios de reglas y hábitos comunicacionales de la población.

I. Análisis de algunos paradigmas

Introducción

Toda y cualquier comunicación humana para ser positiva-digamos sana necesita de dialogantes que se interpelen sobre la base de una mínima con- fianza mutua. Esta confianza es el fundamento de toda práctica comunicacional.

Para evitar equívocos, resumimos algunos principios de la comunicación que nos parecen válidos:

  • Toda conducta es comunicación.
  • No existe la no conducta.
  • Toda comunicación es por alguien.
  • Toda comunicación es percibida por alguien y tiene siempre algún efecto.
  • Este efecto genera por su vez un nuevo mensaje, renovando el continuum dialéctico de la permanente e infinita secuencia comunicacional.

Sin entrar en detalles, decimos que los modos y la calidad de la comunicación dependen de los dialogantes mismos y de su particular ambiente íntimo, pero también de la atmósfera grupal y social en la que se generan, modifican y crean las pautas y reglas fundamentales de la cornunicación. Estos son el contexto sociocultural y sus reglas.

¿Cuál es el contexto social predominante en el Chile bajo dictadura, y cual o cuales las reglas principales de la interacción comunicacional?

El contexto social ha estado determinado por un Poder hegemónico que ha tentado un cambio sustancial de la mentalidad del conjunto de los chilenos.

La regla fundamental que rige las conductas de este poder es la imposición política e ideológica por la coacción violenta y el terror.

El discurso de este Poder, sin embargo, necesita ser ambiguo y de hecho es contradictorio. Usa dobles mensajes de manera continua, creando así, en el marco de ser él mismo un Poder omnímodo e impune, reglas que impone y niega al mismo tiempo. Por un lado el poder se proclama apolítico; por otro, ejerce el Poder político. Dice estar en contra- y por encima- de las ideologías; y en contrapartida despliega todo un programa de adoctrinamiento en el cual pretende reclutar al conjunto de la Nación. Hace de hecho una guerra al propio pueblo por un lado, y afirma que hay paz, tranquilidad y orden, por otro. Arresta, secuestra, tortura, ejecuta, hace desaparecer personas y niega activamente que exista persecución política y presos políticos, etcétera, etcétera.

El Poder está cogido entonces, también, en su propia trampa contradictoria de apariencia y realidad; de Paz y Guerra; de proclamas de unidad nacional y exclusión física y civil de gran parte de la población. De ofertas de seguridad (la tal Seguridad de la tal Doctrina), y la manipulación de la inseguridad. Del deseo omnipotente de ser un pater legítimamente autoritario y confiable, y la más grande desconfianza en las relaciones que haya conocido la Nación en su historia.

La sociedad chilena ha tocado fondo: la confianza básica para una sana comunicación se ha trocado en una multifacética desconfianza. (3)

¿Qué sucede en este ambiente humano en el que la confianza ha sido sustituida por la desconfianza?

¿Qué pasa cuando el sustrato de los dialogantes es la inseguridad (y el riesgo) y el nexo principal en la comunicación es el miedo?

Algunas situaciones típicas, reseñadas al modo de paradigmas, nos ilustran.

1. El control de rutina y la posibilidad de arresto.

Supongamos la siguiente escena aparentemente banal: un agente de la autoridad, uniformado o de civil, interroga a un transeúnte cualquiera, en cualquier calle a propósito de cualquier control rutinario de seguridad.

En su interlocución, con el sujeto inspeccionado, el agente se guía en el nivel analógico por el siguiente silogismo:

  1. Si alguien está nervioso, tiene miedo.
  2. Si alguien tiene miedo es porque "algo" ha hecho.
  3. Luego, es sospechoso y deberá ser arrestado.

El mensaje específico de contexto en esta situación paradigmática, que el Poder difunde a la población civil para tranquilizarla es: "si Ud. no ha hecho nada (de lo prohibido) no tiene nada que temer (de parte de los agentes de la autoridad). Como se ve se funda en el viejo adagio: "Quien nada hace, nada teme".

El sujeto inspeccionado, por su parte, en nuestro paradigma, tenga o no motivos reales para temer, puede caer en medrosidad por la propia situación que el agente crea. Para aquel, por lo tanto el silogismo que lo guía es:

  1. Yo tengo miedo.
  2. Mi miedo no debe ser percibido. (4)
  3. Luego, debo negar mi miedo.

Examinemos ahora algunas particularidades relevantes de los participantes y del entorno real del paradigma que hemos diseñado.

Primero, no todos y cada uno de los sujetos de la población civil están permanentemente atemorizados, ni todos han hecho algo prohibido por el Poder, y de los que han hecho algo declaradamente punible no siempre están atemorizados aún frente a la autoridad misma.

Digamos en fin, que la acción y reacciones en la secuencia interaccional del paradigma, es particular y propio de cada sujeto.

Por otro lado, no obstante lo anterior, grandes sectores de la población son por su "ser en el mundo" ya sospechosos. Son los marginados, los desempleados. los jóvenes de las barriadas, los intelectuales progresistas. Para estos millones de seres humanos su "hacer" en el mundo es esta condición de estar arrojados en la indefensión, la humillación y el desamparo. Como cualquier y toda persona, cada uno de ellos, piensa, siente y se indigna (recordemos que las ideas son también punibles, incluso por Ley!). Cada uno de ellos, de todas maneras "hace" sus penas, dolores, miedos y rabias. De todas maneras pugna por la sobrevida y la dignidad.

Por esto, sólo por esto, que es el mínimo de la condición humana, estas personas deben entonces, temer. Quiere esto decir que aún sin "hacer nada" están en el Miedo.

He aquí que el aforismo que funda el mensaje interaccional de la Autoridad tiene en realidad otro contenido:

¿Es qué quien nada hace nada teme?

- No.- Muchos que nada hacen tienen miedo de tener miedo.

- Y tener miedo a tener miedos es estar obscuramente atrapados en la ilusión de no sufrirlo. De todas formas es estar medroso y por tanto necesitar ocultarlo y negarlo.

El lenguaje predominante del miedo, de los angustiados, lo puedan reconocer o no, es el de la negación y el ocultamiento activos.

Del mismo modo como el miedo ha dejado de ser sólo una reacción individual y transitoria, la negación como fenómeno psíquico ha dejado de ser, en este contexto, sólo un fenómeno inconsciente.

Más que un mecanismo defensivo no conciente ha llegado a ser una técnica de sobrevida, una hiperconciencia lúcida para operar con todos los signos y niveles de la comunicación. Se vive el absurdo de tener que confiar en la más vigilante de las desconfianzas.

Volvamos a la situación paradigma planteada:

  • El Agente muestra su autoridad explícita y analógicamente.
  • El sujeto inspeccionado, tenga o no motivos para temer, se amedrenta. Tema obviamente ocultarlo. Si el agente lo percibe, le devela esta negación ("está Ud. nervioso... ¿de qué tiene miedo?") El sujeto tendrá inmediatamente que negar dos veces: ni tengo miedo ni lo estoy ocultando.

Imbuidos como están ambos de la desconfianza interaccional, la situación se "resuelve" sólo por la conclusión que analógicamente saque quien tiene el Poder, y prácticamente cualquier tipo de conducta que muestre el sujeto puede ser condición para ser catalogado de sospechoso y arrestado.

2. La situación de vínculo comunicacional en la Tortura y algunas de sus consecuencias

Al comienzo del interrogatorio -tortura- el torturado vive la convicción de que está delante de semejantes. Al avanzar los tormentos le va pareciendo que ha vivido una "ilusión" al pensar que se encontraría allí con seres humanos. La incertidumbre sobre la cualidad esencial de los intervinientes en el vínculo tortura puede llevar a una experiencia horrorosa, de la más profunda indeterminación: los victimarios "no pueden ser personas, no pueden ser seres humanos!". Aceptar que aquellos individuos, por su apariencia iguales a el mismo sean sus semejantes, implica aceptar la deshumanización que los agentes pretenden imponerle.

Esquematizando:

1) Al comienzo el torturado determina al sí mismo propio y el del torturador como "seres humanos".

2) El torturador lleva al torturado a la indeterminación de su humanidad tratándolo de tacto y explícitamente como animal o cosa (o subhumano o "humanoide").

3) El torturado defiende la integridad, su determinación del yo propio como humana adscribiendo al torturador una calidad no humana ("bestia" o "máquina") o lo exculpa al catalogarlo de "psicópata" o "loco".

4) Sin embargo, los gestos humanos del torturador, en la técnica del "bueno" o en las pausas de los tormentos le devuelven a la víctima al conflicto de igualdad: ambos son al fin, semejantes, luego,

5) o ambos no son humanos,

  • o el torturador es no humano
  • o la humanidad es algo valórico y esencialmente indeterminado e impredecible. En todo caso y al final esta humanidad de las circunstancias concretas de la víctima es una humanidad no confiable.

Algunos torturados superan esta incertidumbre esencial inducida por la tortura, declarándole al torturador la identidad de funcionario de la represión, de enemigo, de psicópatas o de loco. Rescata con esto y reconstruye en sí la identidad de persona victimada.

Otros torturados, por desgracia, no superan la contradicción y se debaten por años en una tortura que les corroe el espíritu: ¿Quién es ser humano? En estas personas a la desconfianza, se suma la cautela y el fingimiento para sobrevivir un fenómeno de absoluta indeterminación: la mutilación o la pérdida de la certeza espontánea de ser él mismo un Ser Humano.

Este fenómeno, con los obvios matices que todo proceso individual tiene. es de gran importancia en la psicoterapia.. Allí donde la entrevista asuma cualquier atisbo de interrogatorio, se actualizarán por proyección y transferencia las defensas de ese yo mutilado, y provocará de inmediato una detención o regresión del proceso curativo, cuando no el fracaso y deserción del paciente.

Hemos aprendido de nuestra experiencia que la comunicación terapéutica en estos casos sólo será posible si los parámetros de la confianza son-para el paciente-grupalmente definidos y sancionados. Antes de la primera entrevista el torturado has hecho un largo camino de acercamientos sucesivos en que va definiendo los elementos con que reconstruirá una confianza mínima con aquel o aquellos que serán sus terapeutas. Sin selección y gradual aval de sus grupos de pertenencia, no hay psicoterapia posible, sólo habrá un parcial alivio sintomático, o un remedio de psicoterapia.

Despojado ya de una confianza humana espontánea mínima, el torturado necesitará de condiciones y determinantes relaciónales que escapan al contexto clásico de un encuentro psicoterapéutico bipersonal. Necesitará tener certezas de una acogida no sólo profesional, sino también valórica, es decir, político-ideológica. Y en algunos casos, exigirá incluso inquirir acerca de las experiencias personales de sufrimiento y de la disposición a compartir el horror de la persona del terapeuta. Sólo entonces podrá comenzar la lenta reconstrucción del basamento comunicacional: una mínima confianza humana.

Aún así, podrá llevar años en conseguir articular su voluntad de elaborar los traumas. Como nos dijo lúcidamente un paciente que fuera torturado por meses en 1974 -una persona sensible e inteligente- y a quien atendimos 10 años después: "Me doy cuenta que, a pesar de forzar mi mente -porque se que está todo en mi memoria- ahora hay una nebulosa que impide que lo que viví se transforme en ideas y luego en palabras. Siento que es una pesadilla que está ahí, en mi mente sin querer ser olvidada, pero a la vez sin querer salir... ".

3. Algunas situaciones de la comunicación intrafamiliar.

La circulación del miedo dentro de un grupo familiar está también marcada por la negación, el fingimiento y el ocultamiento. Más evidente que en otros contextos comunicacionales, los fenómenos del miedo van ligados aquí a los procesos de la culpa, la hostilidad y los deseos de protección mutuas.

La intensidad y naturaleza propias de la interacción intrafamiliar hacen imposible que el fingimiento y el ocultamiento pasen desapercibidos. El vivir en el "como si" (no hubiese miedos y dolores) deviene en que la regla comunicacional básica sea la de "el secreto compartido", fenómeno en el que uno o alguno de los miembros jugará el rol de delegado de la angustia grupal, o de chivo expiatorio, o de víctima -débil-, o de solucionador- imbatible. Y oirás funciones que tienden a mantener disfuncionalmente la cohesión y sobrevivencia de la familia. En cualquiera de los casos (y sus variantes y sumaciones), aparecerán fenómenos de rigidez y la inevitable tendencia a la homeostasis.

Hemos asistido a familias en las que uno de sus miembros (generalmente un progenitor) rompe el "secreto compartido" al no soportar más la mala conciencia de sus propios fingimiento. Cogido por esta culpa, hace un acto de coraje y declara sus miedos. En una tentativa de alivio a sus autorreproches y debilidades hace además una expiación ante sus íntimos: se declara "cobarde". Con esto pretende poner fin a la cuestión, tomando sobre sí las culpas propias y las de los demás y queriendo así proteger a la familia. Pero acontece que estos actos no siempre consiguen el alivio de las culpas, ni mucho menos el fin de los temores. El sujeto está entrampado y puede llegar a reprocharse el ser doblemente cobarde: uno, por no haber hecho algo en consonancia a sus principios, y dos, por no admitir la verdadera historia y determinantes de sus miedos y culpas, cual es la de estar sumido en la indignidad y la impotencia, en que el Poder lo ha puesto. Pasa entonces a rabiar. A los miedos y a las culpas se agrega la hostilidad. Rabiará contra el Poder, sus símbolos y representantes, pero es común que sean también los miembros de su propia familia quienes sufran la irritación de un sujeto humillado, medroso y culposo.

Las motivaciones de mutua protección intrafamiliar que decorren junto a la riesgosa voluntad de ser consecuentes con las convicciones ha llevado a algunos miembros de estas familias a consignas interaccionales extremadamente disfuncionales. Estas consignas perturban, en plazos variables, a lodos los miembros del grupo familiar.

De entre estas, nos parecen destacables dos que hemos observado en sujetos padres que han sufrido tortura y prisión prolongadas:

  1. "Yo no valgo nada... sólo he hecho tonteras...!"
  2. "¡No me quieran!".

a) En el caso de esta consigna, ésta puede ser en ocasiones bien explícita y argumentada por el propio sujeto. La persona intenta simultáneamente explicar (o justificar) su proceso vital, sus miedos actuales y eventualmente expiar las culpas de un "quiebre" en la tortura. En el contexto familiar, más propiamente frente a los hijos, puede ser una tentativa de protección, de evitar que ellos sigan "los mismos pasos". Estos son en su mayoría un enigma, pues muy rara vez los sujetos consiguen compartir eventos y sentimientos traumáticos de su biografía. Estos padres indefinen su propia imagen y la desvalorizan; al mismo tiempo compulsan a su familia a una acogida de amor piadoso al colocarse ellos en una posición victimada.

La natural confrontación y diferenciación con hijos adolescentes los lleva ineludiblemente a "salidas" que pueden ser extremas. O se encapsulan en una amarga y solitaria resignación o reaccionan hostil y autoritariamente. Con ambas salidas, no obstante, vuelven a negar con la práctica de sus vidas los ideales que le dan sentido a su existencia.

En todo este proceso ha estado siempre actuando el miedo a "tocar" el núcleo de las vivencias traumáticas del horror. Los miembros de la familia perciben y comparten la cualidad de "intocable" de ese dolor. Protegen a su vez al afectado inhibiéndose de abrir el diálogo. La trampa de las angustias. dolores y miedos se cierra sobre si misma una y otra vez.

b) En la situación de la consigna imperativa "¡No me quieran!", el sujeto vive embargado por la culpa de haber infligido dolores "evitables" a su familia, generalmente después de vida clandestina, secuestro, tortura y prisión. Aún cuando consigan después de la liberación llevar una vida llena de cautelas y "no meterse en nada" viven atemorizados por una eventual nueva persecución del Poder (sin ser paranoideos, de hecho acontece). Como medio de precaver a los suyos de un mayor dolor, protegen a la familia tentando forzarla a que no lo quieran. Se acorazan de una aparente frialdad afectiva, se toman tercos, huraños, distantes y ensimismados. No hablan ni permiten hablar de las contingencias políticas ni de su pasado. Se refugian en el empeño de proveer materialmente lo mejor posible a la familia.

Coloquialmente expresado, los términos de este paradigma paradojal son los siguientes:

Sujeto:

  • Por amor a ustedes, yo exijo que no me quieran.
  • Por amor a mi, ustedes deben aprender a no quererme. Familia:
  • Por cariño y protección a ti, hacemos como si no te quisiéramos.
  • Por amor a ti, vivimos cada uno a solas, el dolor en silencio. La relación familiar se congela, se acompañan compartiendo el dolor en silencio y soledad.

Conclusiones

1.- Para gran parte de la población en Chile bajo dictadura, el miedo dejó de ser una reacción individual transitoria y ha devenido en trasfondo y nexo comunicacional permanente.

2.- La situación general de contexto está determinada por un Discurso

del Poder que es un continuum de mensajes doble vinculantes. Este ha sustituido la básica confianza interaccional por desconfianza.

3.- Las distorsiones de reglas y hábitos comunicacionales se rigen predominantemente por la negación, el fingimiento y el ocultamiento.

4.- El concepto psicológico de negación no agota la explicación, ni incluye las formas principales de la comunicación del miedo.

5.- El fingimiento y el ocultamiento activo son verdaderas técnicas lúcidas de sobrevivencia. Podrán gradualmente dejar de ser utilizadas en la medida que se reconstruya la mutua confianza grupal y social.

6.- Los mecanismos de fingimiento, ocultamiento y negación intragrupales (Ejemplo: familia) van fuertemente acompañados de procesos de culpa, hostilidad y soledad.

7.- Los fenómenos descritos, especialmente los de la desconfianza básica provocados por la tortura son de primera importancia en la psicoterapia.

A modo de conclusión general diremos que los distorsionados mecanismos del miedo, la negación, el ocultamiento y la desconfianza llevan a encapsulamientos que imposibilitan o dificultan gravemente la vida grupal y comunitaria.

A diferencia de los daños materiales provocados por la dictadura que agrupa a los dañados en "ghettos", esta miseria psíquica aísla a cada sujeto victimado, a menos que encuentre colectivos humanos de acogida que le devuelvan la confianza en el Ser Humano y recupero su humana dignidad.


Notas:

* Presentado en el Simposium "Cultura y situación psico social en América Latina", Junio 1989, Hamburgo, Alemania Publicado en Tortura, Documento de Denuncia", Volumen X. Julio 1989.

1. Casuística de 1000 casos de atención médico - psicológica a personas y grupos familiares.

2. El subrayado es nuestro.

3. La propia tropa de las Fuerzas Armadas y de los organismos de Segundad son adoctrinados en el miedo, el odio y la inseguridad al "enemigo interno" y sus eventuales agresiones.

4. Puesto que si lo es seré un sospechoso, y un sospechoso es tratado como delincuente, es decir, tortura, etc.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 21feb02
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