Persona, Estado, Poder
Acerca del traumatismo y del duelo
en familiares de detenidos desaparecidos

Patricia Barceló A., médico-psiquiatra

Presentado en la IV Conferencia Europea
sobre Stress Traumático, organizado por la Sociedad
Europea para el estudio del Stress Traumático,
París, mayo 1995.

I. Introducción

Numerosos autores han dado cuenta de las consecuencias psicopatológicas provocadas por el desaparecimiento de personas usado como técnica de represión política por las dictaduras militares que se instalaron en América Latina durante la década del 70.

Desde 1976 nos hemos interesado en el estudio de esta figura represiva y de sus consecuencias sobre la salud mental de los familiares que lo sufrieron. Hemos denominado este hecho represivo una «traumatización extrema» para señalar que el estado de shock traumático es el resultado de la acción planificada por otros sujetos, y para destacar también la intensidad del sufrimiento psicológico prolongado de los familiares afectados.

Desde 1984 nuestro equipo de salud mental ha brindado asistencia médica, psicológica y social a 189 personas familiares de detenidos-desaparecidos. La mayoría de ellas vivieron la experiencia traumática durante los dos primeros años de dictadura militar.

Desde 1988 hemos iniciado una investigación relativa a los hechos represivos ocurridos a fines de 1973 en localidades campesinas de la décima y séptima regiones de Chile.

Desde el año 1990, en período de transición a la democracia, aumentaron notablemente las consultas de familiares de detenidos-desaparecidos, por diversos síntomas.

Nos vimos instados a continuar nuestra reflexión acerca del cuestionamiento incesante de nuestros pacientes relativo a la pérdida de sus hijos, de sus padres, de sus hermanos, y relativo también a los intentos fallidos de iniciar o de concluir el proceso de duelo.

Hemos estado sorprendidos por la intensidad de los afectos ligados a la rememoración del hecho represivo lo que nos confirma su naturaleza traumática.

Intentando entregar respuestas terapéuticas a grupos de familiares directamente afectados por el desaparecimiento forzado de personas en pueblos del Sur de Chile, hemos puesto en práctica un modelo de intervención psico social de grupo con la intención de proponer a estos familiares un encuadre que les permita soportar y contener los procesos psicológicos de elaboración de la experiencia traumática.

Hemos trabajado en contacto directo con los familiares que nos han aportado su valioso testimonio reviviendo el hecho traumático/ con su correlato de dolor y angustia.

Los familiares dieron también su testimonio a la Comisión de Verdad y Reconciliación designada por el gobierno de P. Aylwin en 1990.

Los familiares se encuentran con una «verdad oficial» a veces no compartida por ellos, pero que sin embargo los acerca a la posibilidad de alcanzar certidumbres respecto de la muerte de sus parientes.

Los familiares son beneficiarios de las medidas de reparación contenidas en la Ley de Reparación. Es sorprendente que a pesar del deterioro de sus condiciones socioeconómicas, los familiares reaccionen frente a estas medidas de manera contradictoria y que en ningún caso estas hayan significado un alivio, una mejoría de su estado psíquico.

Actualmente algunos familiares se encuentran participando activamente con un equipo del Instituto Médico Legal en el reconocimiento de restos encontrados en un patio del Cementerio General de Santiago. Los familiares reciben informaciones precisas que dicen relación con peritajes médico-legales, relativos a determinar las circunstancias y las causas probables de muerte.

Al momento de decidir un acompañamiento psicoterapéutico es necesario tomar en cuenta la realidad vivida con el significado particular que ella tiene para cada sujeto.

Nosotros pensamos que, en general, es necesario que los familiares accedan a la elaboración psíquica de la experiencia traumática vivida para poder aliviar los síntomas de angustia, los síntomas hipocondríacos y psicosomáticos, las alteraciones de la conciencia, etc. Por así decirlo, será en un segundo tiempo o en un telón de fondo que se podrá abordar la problemática del duelo.

En lo que respecta a la elaboración de la pérdida, se trata de un tipo muy particular de duelo ya que la prueba de la realidad de la muerte está ausente.

Los hechos «indirectos» que aproximan los familiares a la realidad de la muerte no son suficientes y más aun suscitan a menudo procesos psicológicos defensivos y/o regresivos que se traducen en la aparición de verdaderos estados de shock post-traumático o en la aparición de mecanismos de negación.

II. El traumatismo

Los familiares que han perdido un ser querido viven un estado de conmoción psíquica. Cada persona reacciona, sin embargo, de manera particular con un cortejo de síntomas.

Nos interesa en este trabajo poner el acento sobre dos tipos de síntomas que nunca han estado ausentes del relato de la experiencia represiva de los familiares de detenidos-desaparecidos: la angustia y la desestructuración de la conciencia.

En lo que se refiere a la angustia, es de aparición inmediata y de gran intensidad dando cuenta del sentimiento de impotencia, de incapacidad para modificar la situación de violencia vivida. Por otro lado, esta agresión súbita, inesperada para los familiares, conlleva los signos de un peligro para ellos mismos y para los desaparecidos (peligros de represalias, de torturas, de muerte). Esto aumenta la intensidad de la angustia.

Los familiares no conocen el destino del desaparecido pero numerosos hechos directos o indirectos les hacen creer que se encuentran en manos de los agentes del aparato represivo.

Hemos encontrado, muy frecuentemente asociada a la angustia, la desestructuración de la conciencia en diversos grados, desde la perplejidad a la pérdida de conciencia como un intento de detener o disminuir la percepción del daño y de aliviar así el sufrimiento.

• «Cuando los agentes sacaron a mi esposo de la casa encañonado, yo estaba como paralizada, tenía ganas de gritar, de seguirlos, pero mi cuerpo no respondía...».

• «Cuando otro detenido liberado me dijo que mi marido se encontraba en una casa de tortura, se me apretó la garganta, se me acalambró el estómago. Me imaginé lo peor. No sabía qué decir, qué hacer, no podía encontrar mis ideas. Quería preguntar, saber más, pero me quedé atónita».

• "¿Sabe?, estaba como loca, me golpeaba el pecho, me tiraba el pelo, yo lloraba no sabiendo que hacer. No podía creer que me estuvieran arrancando una parte de mí misma, ¡Mi pobre hijo...!»

• «Cuando detuvieron a mi hermano mi mamá se desmayó. Desde entonces
ella siempre ha seguido enferma».

Estos síntomas dan cuenta de la intensidad del suceso traumático, de la dificultad que tienen los familiares de representarse al desaparecido, del sufrimiento consecutivo a la pérdida, del temor a las represalias y del miedo a la marginalidad social.

S. Freud, en el capítulo IV de «Más allá del principio del placer», desarrolla el concepto de un sistema de paraexcitación como un medio de mantener a distancia la sobreexcitación externa que podría resultar traumática en la medida que no es asimilable por el psiquismo, lo que conlleva la movilización de los mecanismos de defensa.

Las familias, luego del shock traumático, muy pronto buscaron noticias en relación al destino del desaparecido y en relación a la responsabilidad de terceros en el secuestro. Esta búsqueda de verdad y justicia aparece no sólo como un imperativo de orden moral, sino como una necesidad para intentar restablecer un orden en la profunda distorsión de la realidad percibida.

«Qué está ocurriendo?, ¿dónde están?, ¿están muertos o vivos?, ¿han sido torturados?, ¿por qué?»

Los familiares intentan darse una representación del detenido-desaparecido para responder a la necesidad imperiosa de llenar el vacío en la inscripción de la memoria, de paliar el olvido y la anómia que acompañan a la desaparición forzada de personas.

Nosotros sabemos que las autoridades militares chilenas no han dado jamás respuestas relativas al destino de los desaparecidos. Muy por el contrario, ellos han establecido un silencio de «muerte», bajo amenazas de muerte, que ubica a los familiares y a toda la sociedad frente a un hecho «no ocurrido» y no susceptible de condena.

Por otro lado, el poder dictatorial ha dado explicaciones mentirosas respecto de los desaparecidos («muertos en enfrentamientos», «terroristas peligrosos», etc.) para disfrazar estos crímenes.

Los familiares, en su búsqueda de verdad, recurren a ex-prisioneros en requerimiento de noticias. Se acercan a las agrupaciones de familiares y así van recibiendo el relato que las personas liberadas hacen de la experiencia traumática de la tortura, con sus escenarios dantescos, impensables e innombrables.

Las familias se encuentran nuevamente amenazadas por un influjo de excitaciones psíquicas y esto se manifiesta a menudo por un aumento de la angustia, la aparición de pesadillas repetitivas donde el detenido desaparecido aparece representado como «un muerto-vivo», sufriendo las penas del infierno.

Es muy difícil para los familiares deshacerse de estas imágenes mortíferas de torturas infligidas sobre el desaparecido, más aún, los familiares las viven como torturándolos a ellos también.

A menudo estos familiares tienen el sentimiento de que sus actos para denunciar los hechos, y que los trámites realizados tienen un sentido particular para el desaparecido con el que ellos se comunican en un diálogo imaginario. Muchos de ellos realizan en la intimidad ritos más o menos compulsivos que cumplen con el deseo de proteger, de cuidar a la persona del desaparecido para mantenerlo vivo.

En este marco traumatizante, prolongado en el tiempo, es muy difícil para los familiares acceder a la realidad de la muerte de sus seres queridos. Más aún, ellos se rebelan fuertemente contra la idea de la muerte.

Esta rebelión aparece más comprensible en la medida que nada en la realidad los aproxima desde la muerte, solamente un discurso mentiroso del poder militar, del cual ellos no quieren sentirse cómplices. Es así como para estas familias que no han podido acceder a un rito fúnebre, en la ausencia de un cuerpo que presentifique la muerte, la elaboración del proceso normal de duelo se encuentra trabado, distorsionado y se hace casi imposible.

Una joven de 35 años se opone categóricamente a hacer los trámites administrativos y judiciales respecto de la «muerte presunta» de su marido para finiquitar un asunto de herencia, que hubiera podido aliviarla económicamente.

No me pidan hacerme responsable de su muerte!, nadie sabe si tal vez él está vivo en alguna parte».

¡Por qué me piden a mí declararlo muerto, que vayan a preguntárselo a los militares!»

Nosotros como terapeutas nos preguntábamos si debíamos acompañar a estas personas, en nombre del sentido de la realidad, a admitir la muerte de sus seres queridos, en circunstancias que nada en su percepción de la realidad externa logra probárselo.

Nos parece que para soportar esta situación extrema prolongada en el tiempo, los familiares van desarrollando un reordenamiento psicológico necesario. Las autoridades militares han negado sistemáticamente la existencia de detenidos desaparecidos y no han vacilado en declarar «locas» a las familias que se enfrentan a ellos en búsqueda de verdad.

Intentaremos dar cuenta de un mecanismo de defensa inconsciente, profundamente distorsionador del funcionamiento psíquico, presente con frecuencia en mayor o menor grado en los familiares de detenidos-desaparecidos. Se trata del mecanismo de defensa descrito por Freud como negación de la realidad (déni de realité).

La ausencia del desaparecido, traumática para los familiares, es decir, imposible de ser percibida por el psiquismo, puede transformarse en una realidad perceptible solamente en la medida que esta ausencia es puesta en relación con una presencia posible.

Hemos constatado que los familiares intentan ligar esta ausencia traumática, insoportable, a una presencia posible que les permita una percepción más tolerable de la realidad, para ellos profunda y violentamente distorsionada por el hecho traumático.

Es esta representación de la presencia posible del detenido-desaparecido como una ausencia-presencia, como un muerto-vivo, la que mantiene la realidad perceptiva en el psiquismo a pesar de la ausencia en la realidad.

Este mecanismo de defensa no es el único que observamos en nuestros pacientes y no siempre es exitoso en su objetivo de negar la realidad y, por ende, resolver el conflicto psíquico. Sin embargo, es necesario para nosotros como terapeutas, tener muy presente su existencia como consecuencia del traumatismo, de lo insoportable de la ausencia, para que los familiares accedan a la elaboración del hecho traumático.

Resulta muy difícil para estas personas acceder a la elaboración psíquica del duelo, de la pérdida, sin haber tomado conciencia de lo traumático y del necesario reordenamiento psicológico que han sufrido.

Nos parece que es en este tipo de abordaje que se pueden elaborar estrategias psicoterapéuticas que permitan un cambio duradero para los familiares, que les permita reanudar con un sentido vital, mejorar su desarrollo personal, favorecer su integración social, legitimar y resituar el sentido de su lucha por la verdad y por la justicia.

III. El duelo

Hablábamos de las dificultades de los familiares para acceder a la elaboración del duelo

En primer lugar, la ausencia de la prueba de realidad que presentifique la muerte. Luego, esta suerte de rechazo de la familia de reconocer la ausencia del detenido-desaparecido, ausencia que es en sí misma una percepción traumatizante.

El trabajo de duelo que consiste en retirar la libido del objeto perdido no puede realizarse normalmente en estos casos. Si nosotros forzamos del lado de la muerte, despertaremos la angustia desestructurante frente a la imposibilidad de percibir la ausencia. Por el contrario, si nosotros nos inclinamos por el lado de la vida, nos arriesgamos a que los familiares permanezcan en un estado de complacencia narcisística y de dependencia terapéutica, sin poder avanzar en el sentido de una resolución de los síntomas y de lograr un cambio para un desarrollo personal más pleno.

Frente a personas deprimidas o melancólicas es posible intentar traer a la conciencia el significado de lo que ellas han perdido desde la desaparición de su marido/de su padre, de su hijo, etc. Este proceso alivia a los pacientes al permitirles una nueva representación de la persona ausente, a partir de recuerdos de sus atributos pero también de sus defectos, y también los alivia por la resignificación de la naturaleza de su relación con el «objeto» ausente.

Nosotros podemos también influir positivamente sobre el sentimiento de autoestima, permitiendo a las familias salir de su aislamiento y mejorar sus relaciones interpersonales.

Podemos también aliviar a estos familiares del sentimiento de culpabilidad, de los síntomas, de autoacusaciones, de autorreproches que a menudo son dirigidos inconscientemente a la persona ausente.

«¿Por qué se le habrá ocurrido meterse en política sin pensar en nosotros?..., estaría vivo y mi hijo no se habría enfermado».

Como profesionales médicos, psicólogos, psicoterapeutas, debemos acompañar a los familiares en el proceso difícil de elaboración del duelo. Sin embargo, no debemos perder de vista la fuerza por la cual continúa actuando la vivencia traumatizante y debemos tomar en consideración las transformaciones de la personalidad que se han operado en los familiares para poder hacer frente a esta situación insoportable.

En una experiencia reciente con grupos de familiares de detenidos-desaparecidos nos encontramos frente a la expresión de los afectos ligados al suceso traumático, desde la primera sesión, 18 años después, en consecuencia que nuestro propósito en esa primera sesión era un trabajo centrado en la identidad del grupo a través de una dinámica enfocada sobre la realidad cotidiana actual.

Surgen de nuevo la angustia, los fenómenos conversivos, los llantos, las alteraciones de la conciencia, la inhibición de la palabra con la misma intensidad que antaño.

El acompañamiento psicoterapéutico de los familiares de detenidos-desaparecidos es tarea difícil y pensamos que nuestros colegas que lo han intentado en otros países estarán de acuerdo con nosotros. No sólo por la naturaleza particular de lo traumático y del daño ocasionado por el reordenamiento psicológico, sino porque al daño psicológico se asocian otros, de orden biológico, social, moral, ético, etc, que debemos también considerar.

Nos parece que en la elaboración del traumatismo como consecuencia de las violaciones de los derechos humanos, de las violaciones a la integridad psíquica y/o física de las personas, nosotros debiéramos trabajar en equipo con otros profesionales de la ciencias sociales, de la educación, de la justicia, y de otras disciplinas para intentar ampliar el campo de las posibles respuestas.

Hemos acompañado a las víctimas de la represión política paso a paso en el proceso de profundizar en el conocimiento de ellos mismos, del significado de sus síntomas. Hemos logrado apoyarlos en la restauración de su propia imagen muy deteriorada por la vivencia traumatizante, vivencia que por lo demás los lleva a revivenciar antiguas experiencias dolorosas, traumáticas, verdaderas heridas narcisísticas que nunca se borraron.

¿Podremos nosotros algún día traer a la conciencia del cuerpo social sus propias heridas provocadas por la denegación de la justicia, por la impunidad?


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 05abr02
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