Raúl Iturra Falcka
Morir es la noticia

Raúl Iturra Falcka:
¡Salud! amigos, por el fin de la dictadura

por Jorge Soza Egaña(*)
Nombre
Raúl Iturra Falcka
Lugar y fecha de nacimiento
5 de agosto de 1923
Especialidad
Periodista y poeta
Lugar y fecha de muerte
Santiago, 15 de diciembre de 1982
Actividades
Trabajó en El Sur y La Patria de Concepción, La Tercera, Vistazo, El Espectador, Democracia y El Siglo, donde ejerció como editorialista, crítico literario y de arte. También fue libretista radial. Militante PC.


No teníamos dinero para sepultarlo. Sus funerales fueron muy tristes. una situación dramática, penosa, que no olvidaré nunca. Fuimos tan pocas personas. Era un momento de gran represión. Estábamos muy perseguidos. La soledad, la indefensión, el dolor y la impotencia eran muy grandes. Oriana Zorrilla

Raúl Iturra Falcka se me asoma en la penumbra. Recuerdo que vino de Concepción, que tenía un hermano y que en la Navidad de hace 45 años, bailé una cueca con doña Rosa, su madre, en la casa de Mario Perrero. Esa nochebuena nos disfrazamos de piratas para entregar los presentes del Viejo Pascuero, unos cofres llenos de libros, a Patricia, Anabella y Gloria, las hijas de Adriana, la primera esposa de Perrero.

Ya no están ahora doña Rosa, ni Raúl, ni su hermano Julio. Tampoco está Mario. Raúl fue atropellado por un taxi en un accidente muy sospechoso, que habría sido intencional, como el que sufrió otro periodista de El Siglo, Mario Barrios.

Una mañana de primavera de 1979 lo divisé frente al negocio de neumáticos en que yo oficiaba como vendedor, en la esquina de Arturo Prat con Eyzaguirre. Miraba y volvía a mirar, indeciso. Por fin se atrevió, cruzó la calle y entró.

Me saludó con afectada cortesía y me auscultó con sus ojos claros desde los gruesos cristales de sus anteojos.

--¿Usted se tomaría un trago conmigo?

--Cierro a las siete

--Entonces lo paso buscando a las siete y quince.

Sonrió, me dijo 'hasta luego' y salió con pasos rápidos.

Habían pasado muchos meses desde el día en que fue a buscar a Rosita, su hija menor, a mi casa, donde la albergó después del golpe. Salía temprano de su casa para visitar a la niña. No usaba el bus, caminaba, recorría la ciudad a pie. Era un gran andador y visitador. Tenia a sus amigos agrupados en sectores. En un mismo cuadrante, por ejemplo, estaban Ju venció Valle, Diego Muñoz, Rubén Sotoconil, Gregorio de la Fuente.

Una propuesta riesgosa

Regresó a las siete y quince. Me esperó discretamente en la esquina. Fuimos a un bar.

El mesonero lo saludó con un tono familiar.

--Aquí venimos, a veces, con Carlos Ruiz, el dibujante.

--¿Pinta?

--Hace empanadas. Luego de paladear su vaso de vino tinto, me miró con rostro grave.

--Quiero proponerte algo.

--Dime.

--Con Carlos, que vendrá pronto, sacamos a mimeógrafo un pequeño periódico poblacional. Por supuesto, clandestino. Te lo haremos llegar. Deseamos que nos eches una mano.

--Lo siento, no puedo. Me miró extrañado.

--Entiendo, dijo.

Cuando se incorporó Ruiz a nuestra mesa, no se tocó el tema. Conversamos de los viejos tiempos. Carlos revivió su época de estudiante de la escuela de Bellas Artes, Raúl, su azaroso oficio de libretista radial independiente.

Carlos murió no hace mucho. También trabajó en El Siglo. Conservo un hermoso álbum suyo de rostros populares trabajados en linóleo. Esa fue la última vez que vi al talentoso artista.

Con Raúl nos seguimos viendo algún tiempo. Solía acompañarlo algunos sábados en la tarde o domingos en la mañana en sus largas andanzas por la ciudad. Recorríamos Santiago antiguo, sus calles y callejuelas. Conocía las iglesias, los viejos edificios, las plazas que parecían salir de siglos pasados, llenas de nostalgias. Me leía sus poemas que sacaba de algún bolsillo mágico. Era un poeta de los buenos, que prodigó su talento en el periodismo.

Raúl Iturra Falcka

Estaba muy mal económicamente, no tenía ingresos. A veces le caía algún trabajo, no se quejaba. Siempre alguien le pedía que investigara un tema ecológico, algo seguro. Esperaba su llamada. No perdía la esperanza. Caminábamos, caminábamos, por las calles, por nuestras vidas, por la historia.

Lo veo en El Siglo escribiendo el editorial del día. ¿Cuántos habrá escrito? No sólo editoriales, también artículos, comentarios, entrevistas, crónicas. Firmaba con diversos seudónimos, cada uno con su propia identidad y particular escritura. Sentía especial predilección por Tomás Gordo, célebre rúbrica con que presentaba las notas en que relucía su talento poético. Tenia la ilusión de editar un libro con una selección de estos textos.

Gran admirador de Gabriela Mistral, sentía un profundo amor y respeto por el lenguaje. Entre sus aficiones, además del vino tinto, se encontraba el diccionario. El pobre o mal uso de las palabras que descubría, a veces en el propio diario, lo sacaban de quicio. «De vez en cuando hay que mirar el diccionario", se quejaba en los pasillos de la redacción o en las reuniones de pauta.

Lector habitual de poesía y venturoso descubridor de tesoros poéticos, era un ser reflexivo, alerta. Más allá de la dolorosa marginación que sufría, se imponía su dignidad espiritual, su consecuencia con la verdad, la cultura y la belleza.

Lo veo en un conventillo de la calle Gálvez accionando un viejo mimeógrafo con el ex sastre Torreblanca. De ahí saldrían los volantes que «un día D» de 1949 caerían de los altos edificios del centro de Santiago conmoviendo a la ciudad.

--Fue un día hermoso, me dice Raúl en el recuerdo.

Mitin en el Caupolicán. La gente vibra con el libreto escrito por él y leído por destacados actores del Teatro Experimental de la Universidad de Chile.

Recita en San Miguel. Títeres con Pancho Rodríguez, su compatriota de Concepción.

--¡Tantas cosas, tantas, Raúl!

Un brindis

Pertenecía a la élite de la bohemia. Le faltaba noche para degustar las palabras, contar historias de sus lares, añorar a su madre y a su hermano, hablar de sus nuevos retoños, Rosita y Daniel, dictar cátedra sobre el changle y los digüeñes, volver a ser joven y evocar a la hermosa morena de larga cabellera o a la pintora de ojos azules o intercambiar opiniones sobre literatura, arte, política, platos, vinos.

Nuestro último encuentro fue en el mismo bar en que estuvimos con Carlos Ruiz. Iturra no sólo soñaba la utopía, la vivía intensamente, con cierto misticismo. Me habló como si intuyera que no nos volveríamos a ver.

--Nos ha tocado vivir hermosas cosas, Jorge. Un tiempo maravilloso que no podrán borrar. La tierra es bella y azul dijo Gagarin en el espacio. Leonov salió a caminar entre las estrellas. Pura poesía.

Contempló un instante a la gente y dijo en voz baja:

--¡Salud! amigos, por el fin de la dictadura.


Jorge Soza Egaña, periodista y escritor, jefe de informaciones de El Siglo en 1973, detenido en 1980, torturado, relegado y expulsado del país. Vivió exiliado en Francia y Alemania (República Democrática).


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 09nov01