Morir es la noticia
Morir es la noticia

Sergio Pineda:
Reportero de cuatro continentes

por Víctor Manuel Reinoso(*)
Nombre
Sergio Renato Pineda Muñoz
Lugar y fecha de nacimiento
Puerto Montt, 9 de junio de 1928
Especialidad
Corresponsal internacional
Lugar y fecha de muerte
Santiago, 8 de junio de 1994
Actividades
Trabajó en ultima Hora, Vistazo, radio Portales, Prensa Latina y muchos otros medios. Ejerció el periodismo en toda América Latina y fue corresponsal-director de PL en Francia, Egipto, Argelia, Perú y muchos otros países.


«SANTIAGO, 8 (AFP).- El periodista chileno Sergio Pineda, del diario El Nacional de Lima, fue encontrado este miércoles en una ladera del cerro San Cristóbal, en las cercanías de Santiago, tras caer accidentalmente desde una altura de 25 metros».

Esta noticia la leí en El Nacional de Caracas el jueves 9 de junio de 1994. El cable, fechado el día anterior, agregaba: «El profesional, de 64 años, corresponsal durante años de la agencia cubana Prensa Latina, (PL), estaba radicado en Perú. Un grupo de niños encontró su cuerpo en «La Quebrada dé la Virgen», en el costado poniente del cerro que se alza sobre Santiago. Entre sus ropas se halló el pasaporte que permitió su identificación y una credencial como corresponsal del diario peruano». El capitán de Carabineros Walton Carrasco indicó que, según las primeras investigaciones, «no habría participación de terceros» y que la muerte se debía a «una caída casual».

Reseñar defunciones, asesinatos y accidentes forma parte de mi oficio cotidiano como periodista, pero ésta me impactó. Aunque la muerte siempre nos rodea, pareciera destinada a los extraños; cuando nos alcanza, nos deja en el abismo. Sergio Pineda nació y estudió la enseñanza media en Concepción. Se defendió en Santiago como obrero de la construcción, hasta que en 1954 brincó desde una célula del Partido Comunista a la redacción de la revista Vistazo, para sustituir a Augusto Olivares. Allí lo conocí en enero de 1956.

Otro cable fechado el 9 de junio, esta vez de Associated Press, decía que el cadáver de Pineda, sin familiares en Santiago, permanecía en la morgue, mientras Rubén Andino, dirigente del Colegio de Periodistas, pedía una investigación a fondo de «esta muerte sospechosa». EFE conjeturaba que Pineda murió, posiblemente, el lunes 6 de junio. La Brigada de Homicidios investigaba «sise trató de un suicidio, un accidente o si hubo la intervención de terceros». Pineda trabajó más de 25 años en PL, dirigió las corresponsalías de Chile, México, Francia, Argelia, Perú, Venezuela y Brasil. Sólo por eso podría tener algunos enemigos.

Una de las pocas personas que visitó a su regreso a Santiago, a mediados de mayo, fue Manuel Cabieses, director de Punto Final. Le contó que en el terminal de autobuses consiguió un taxista que lo trasladó a una pensión barata, donde estaba viviendo. Cabieses le ofreció un panorama de la situación laboral y toda la información que puede ser útil a un periodista recién llegado. Quedaron de verse, pero nunca más volvió a saber de él. También le dejó recados a Alberto Gamboa, pero cuando éste le telefoneó había abandonado la pensión.

El corresponsal de PL en Santiago, José Bodes, manifestó su extrañe- za porque su amigo de dos décadas tampoco lo llamó. En Lima, su esposa peruana, gravemente enferma de cáncer, no tenía noticias de Pineda desde el 20 de mayo. Bodes comentó que tal vez estaba deprimido y no descartó que se hubiera quitado voluntariamente la vida. Si así fue, nos dejó la duda. Resulta difícil de creer, después que tanto luchó por un mundo mejor, viviendo al día, velando siempre por su madre doña Ester, su esposa Elena y su hija Michelle.

Hijo único

Era un moreno alto, macizo, de bigotes negros semejantes a los de Pedro Armendáriz. Era retraído, pero al tratarlo resultaba cordial y entretenido. Hijo único, vivía pendiente de su madre, doña Ester Muñoz de Pineda. Al poco tiempo se armó de valor para salir a recorrer una Latinoamérica plagada de dictaduras. Regresó al par de años, después de cubrir el mundial de fútbol de 1958 en Suecia, aquel donde la revelación fue Pelé.

En ese período nos hicimos más que amigos. Escribía igual una zumbona crónica política que una nota deportiva muy técnica. También se encargó de espectáculos, tarea en la que fui su medio pollo. Después de amanecernos escribiendo, los domingos desayunábamos en H Bosco. Para esa época lo consideraba como mi hermano mayor.

Reporteando Latinoamérica

Hizo un primer viaje, fallido, al exterior. Primero se fue a Valparaíso para tomar un barco al Perú, con poco dinero, pero convencido de sostenerse como corresponsal «free lance». Sin embargo, las largas despedidas en los bares del puerto hicieron que el barco zarpara sin él. No quiso volver a Santiago temiendo arrepentirse y, sobre todo, para no tener que dar explicaciones. Tranquilo, esperó la próxima nave italiana que lo dejó en El Callao. Enseguida estaba en Lima poniendo en práctica sus técnicas de sobrevivencia y escribiendo reportajes para costearse el resto del viaje. Para reducir los gastos fijos compartió su pieza de pensión con un chileno recién conocido que también quería seguir viaje más al norte.

En cuanto pudo le envió algún dinero a su madre y adquirió un pasaje para Guayaquil, donde tuvo su primer inconveniente: el compañero de cuarto resultó un pícaro que desapareció con el pasaje y parte del equipaje. Este percance lo obligó a quedarse un tiempo más. Muy pronto consiguió al tramposo, pero éste se ganó el perdón cuando lo llevó a un diario para proponer colaboraciones, actuando como si fuera su representante.

El primer reportaje .de Pineda le gustó tanto al director que al día siguiente le encargó cubrir la visita a Guayaquil del Presidente Camilo Ponce Enríquez. Pineda contaba jocosamente que le llamó la atención que sus colegas contemplaran desde lejos al Presidente, como si le temieran. En cambio él, apenas terminó el saludo protocolar, lo abordó para preguntarle sobre los temas de esos días, recibiendo respuestas corteses. Escribió contento, y en el diario estaban felices. Por la noche se retiró al hotelito a comer y a esperar que el tercer día fuera igual o mejor.

Pero no hubo tercer día. Esa misma noche llegó un jeep militar con dos soldados que sacaron a Pineda, al otro chileno y sus equipajes. Sólo les permitieron elegir la frontera. Como optaron por Colombia, después de rodar toda la noche y parte del día siguiente, los abandonaron en un lugar solitario, a 8 kilómetros de la aldea colombiana más cercana, escala obligada en su larga ruta a Bogotá.

En México y Suecia

Pineda relataba con mucha chispa estas correrías cuando regresó en 1958. Estuvo en Caracas y todas las capitales centroamericanas, hasta que se estableció en México. Contaba que aprendió a llegar en taxi a un hotel de primera, donde no exigen pago adelantado, para iniciar sus operaciones de sobrevivencia. Al tercer día ya tenía dinero para retirarse a un alojamiento modesto.

En México trabajó para el diario Excelsior y la revista Siempre. Estuvo en los países vecinos y un par de veces en Cuba, donde Fidel Castro tambaleaba a la tiranía de Batista. En 1958 saltó el charco con la obsesión de cubrir el Mundial de Fútbol. A pesar que en Estocolmo era primavera, había que sobreponerse al frío y enviar más reportajes a México y a Chile. En Ultima Hora aparecía su nombre como «enviado especial», mientras en Vistazo figuraba un corresponsal desconocido que era él mismo.

Regresó vía Nueva York, lavó varias noches sus camisas «lave y listo», y esperó un boleto de avión que jamás llegó. LAN le otorgó un «fiado» que le permitió regresar a Santiago a tiempo para votar por Allende el 4 de septiembre de 1958.

La novia de Chillán

Convertido en jefe de las páginas deportivas y de espectáculos de Ultima Hora, pasé a ser su ayudante. Pineda se reía solo escribiendo una columna de chismes que firmaba como «Dinosaurio González», con taquitos como éste: «Hoy nos llega, de Buenos Aires la entonada Estela Rabal y sus cuatro canches». Se refería a «Los Cinco Latinos», que eran la sensación de esos días. Sus gacetillas divertían, pero también enfurecían a los aludidos que alguna vez le contrataron una golpiza.

Cuando se armó de nuevo de dinero, emprendió un viaje a Concepción para buscar a su madre. Mientras el tren paraba en Chillan, recordó que en una radio local debería estar Elena Acuña*, una morena menuda y voluntariosa.

--¿Sabe quien le llama?

--Sergio, ¿dónde está?

--En la estación. ¿Y Ud. qué hace?

--Lo que he hecho todos estos años: esperarlo.

Este diálogo lo hizo bajarse del tren. Convenció a Elena que deberían casarse a su regreso de Concepción y seguir viaje juntos a Santiago.

Pineda pensaba que el periodista tenía un sólo patrón: la colectividad. Su estilo y actitud no le gustaba a la clase política que instaló en La Moneda a Jorge Alessandri. Se aburrió de cambiar de trabajo hasta que ya no tuvo cabida en diarios ni radios. Para aumentar los males, su primer hijo se cayó por un balcón desde el piso número 10 cuando apenas comenzaba a caminar. La tragedia lo llevó a salir de nuevo de Chile. Por esa época trabajaba en Prensa Latina, escribía poesía y concursaba en la Casa de las Américas.

El «Chino» Velasco Alvarado

Voló a La Habana con su esposa y su madre y de allí salió a dirigir PL en la Francia de Charles De Gaulle, donde nació su adorada hija Michelle. Más tarde lo destinaron a Argelia, donde se hizo amigo del primer ministro Ahmed Ben Bella, sometido después a largo cautiverio por quienes lo defenestraron. Estuvo en el Egipto de Nasser y volvió a Chile a reorganizar la corresponsalía instalada por Lenka Franulic. Volvió a México y, años más tarde, a Lima, donde se convirtió en amigo del general Velasco Alvarado, presidente de facto al que a veces le escribía discursos progresistas.

Velasco Alvarado, que pedía a sus amigos lo llamaran «Chino», le dijo un día:

--Sergio, tú eres mí amigo: pídeme lo que quieras.

Pineda le respondió:

--Presidente, me avergüenza abusar de su confianza, pero ayúdeme a legalizar mi situación en su país...

Pineda, que se sentía parte de todas las revoluciones, vivía estas situaciones de indocumentado con la mayor naturalidad. A fines del primer gobierno de Rafael Caldera, en 1975, llegó a Caracas a reabrir las oficinas de PL, clausurada en 1961 después que la CEA expulsó a Cuba a instancias de Estados Unidos y de Rómulo Betancourt. Veintidós años después, Pineda distribuyó despachos que nadie publicaba pero abrió una ventana de La Habana en Caracas.

(*) Falleció en La Habana en 1996.


Víctor Manuel Reinoso es periodista, chileno, y trabaja en El Nacional de Caracas.


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