Serie Opinión y Perspectiva
El tiempo irremediable
La posible rehabilitación e indemnización de los crímenes contra la humanidad

Paz Rojas Baeza. Médico Neuropsiquiatra
Vicepresidenta de Codepu (1)

El acercamiento al tema de la Rehabilitación e Indemnización de las víctimas, se enfrenta, en este trabajo, desde una práctica clínica de atención médico psiquiátrica integral a las personas, familias y colectivos sociales que desde hace 25 años fueron víctimas de la dictadura militar (1973-1990) y de la impunidad que persiste hasta el día de hoy en nuestro país, Chile.

Es necesario, sin embargo, hacer algunas reflexiones previas sobre a quiénes, por qué y cómo debemos rehabilitar e indemnizar. La pregunta ¿debemos rehabilitar sólo a las víctimas? Es un tema acuciante que ocupa nuestro pensamiento, desde la primera vez que tuvimos ante nosotros el cuerpo destruido y violado de una joven torturada. En ese instante, percibimos con horror a la víctima, pero al mismo tiempo percibimos la imagen brutal, vivida pero ausente, del victimario, el otro, el responsable.

Nuestra práctica inicial fue de asombro y de total ignorancia. Esta materia estaba ausente de los textos médicos y, por supuesto, de cualquiera enseñanza. Era la confirmación de la negación ancestral de este fenómeno humano: la violencia intra especifica. Esta negación se concretiza en la conducta histórica del hombre de esquivar lo concreto, ocultar la verdad de su propia agresión.

Tras años de trabajo clínico, con un equipo multi disciplinario instalado en plena dictadura en varias regiones del país, hemos ido conceptualizando esta práctica. Durante todos estos años hemos tratado las consecuencias de los así llamados, crímenes de lesa humanidad. Ellos fueron definidos en Nuremberg, luego de terminada la segunda guerra mundial, por el Tribunal Militar Internacional que juzgó sólo a 24 de los principales criminales nazis. No me referiré al artículo 6 del Estatuto, que describe las tres categorías de crímenes que fueron definidos: de paz, de guerra y los crímenes contra la humanidad. Sólo mencionaré el significado que estos últimos tienen en las personas.

El crimen es históricamente todo acto humano no aceptado, prohibido, censurado castigado. Su significado está en el imaginario social, en el subconsciente colectivo, en los patrones culturales de un pueblo. El crimen de lesa humanidad no es, en modo alguno, un crimen cualquiera. El es expresamente ideado y planificado, por un sistema, por un poder, y tiene sus códigos, sus técnicas, sus lugares, sus responsables, que usan la violencia transformada en agresión lúcida y consciente. Utiliza la razón para destruir. Se trata de una violencia máxima, ejecutada en forma brutal para que ella difunda desde el cuerpo individual al cuerpo social. Se trata de paralizar, de someter, mediante el terror. El será vivido con mayor o menor grado de conciencia por las personas, según sean sus ideas, sus valores, sus intereses, sus mecanismos de negación, sus estructuras racionales y afectivas.

En este crimen se concretiza un vínculo destructor, una bipolaridad, entre víctima y victimario. En esta acción se produce una conjunción humana perversa, indisoluble, que persistirá en el tiempo. Las personas que lo sufrieron nos relataron que ellos estaban absolutamente inermes, indefensos, impotentes frente al verdugo, que tenía todo el poder y la fuerza para avasallarlos y destruirlos en su naturaleza única e indivisible que los constituye como personas. De ahí su nombre, "crimen contra la humanidad", porque es la esencia de la persona humana la que se destruye, o "de lesa humanidad", en lengua castellana, es decir los seres humanos agraviados, lastimados, ofendidos.

Todo esto queda, con la impunidad en el anonimato, lo que hace que el crimen penetre en la interioridad, como una ausencia intensamente presente, como una confusión, como un delirio, que sin embargo, es una realidad inexorablemente vivida por la persona y negada por el otro, por el poder.

A través de la práctica de atención -desde un inicio y hasta hoy día mismo podemos comprobar que es la persona en su totalidad la que ha sido afectada, ya que es la relación con el mundo circundante, con la exterioridad, lo que ha provocado el trauma psíquico. Todas ellas vivieron una situación límite, -descrita por Bettelheim, mientras se encontraba prisionero en los campos de concentración nazis- situación que tiene un carácter dramático, inevitable e incomprensible, una duración incierta que se vive como infinita y que provoca una sensación de impotencia total frente a ella.

Los crímenes no han provocado en las personas una respuesta única, estereotipada. Frente a ellos, cada uno lo vivenció de modo diferente, de acuerdo a su historia, biografía, valores, a su particular modo de ser. No hay un esquema, un síntoma, un síndrome específico. Lo que da la especificidad a los trastornos producidos es la alienación de los innumerables mecanismos psicológicos que constituyen la esencia de cada persona. Aquí el diagnóstico, piedra fundamental del acto médico, está basado en la etiología: la agresión humana.

Escenas de desgarro vital, en las sesiones de tortura; de angustia infinita en la antesala de la ejecución; de dudas malignas sugeridas en los pensamientos con el desaparecimiento; les ha hecho experimentar el carácter inexorable del destino: la muerte. Pero no se trata de una muerte tácita a futuro, de una muerte imaginada, sino de una muerte real, brutal, en cuya escenificación experimentaron los últimos instantes de la vida. Esta experiencia es vivida con angustia, con terror, o con embotamiento y abandono de sí. Sobre estas vivencias, la víctima no tiene experiencia previa alguna, ni siquiera en el campo de la fantasía, no puede asociarla a ningún recuerdo, y está ajena a toda representación mental homologable.

Además, hemos comprobado que el crimen de lesa humanidad, no sólo destruye a la persona en su esencia, sino que destruye también y fundamentalmente la relación con el otro, el torturador, quedando los responsables, como una marca indeleble en la interioridad de sus víctimas.

¿Cómo pueden rehabilitarse las personas que han sido víctimas de crímenes de lesa humanidad?.

De acuerdo al modelo médico, la rehabilitación es el tercer paso de un proceso de prevención. La palabra proveer significa ver, saber, conocer con anticipación lo que ha de pasar. La prevención primaria, será aquella que se oriente a combatir las causas y, en nuestro caso específico, a combatir los crímenes, la impunidad, el olvido. La prevención secundaria se refiere a un diagnóstico precoz y el tratamiento consecuente. Para hacerlo, como hemos dicho, no necesitamos de un cuadro clínico específico, basta que la mirada médica salga de la interioridad del alma y del cuerpo enfermo para conocer la exterioridad, la alteración aberrante, causada por el terrorismo de Estado, de lo que Freud llamó "la prueba de la realidad".

No me referiré en este trabajo al tratamiento, aquí la terapia apela a todas las técnicas que en el curso del tiempo la psicología y la psiquiatría han ido delimitando. En estos casos, el diagnóstico está dado desde la persona misma y desde los responsables. Es una búsqueda y comprensión de la hipercomplejidad del hombre, sometida a la agresión humana, lo que está en el árbol de los diagnósticos y de los posibles tratamientos.

En el curso de este quehacer entre nuestros "pacientes" y nosotros, se estableció una relación, que denominamos de experiencia compartida Vivíamos en un mismo contexto de terror, impunidad y deseos de alcanzar el fin de la dictadura. Se trataba de un compartir "en el sentido de estar en lo mismo y de sentir en la fuerza madura de los sentimientos una co-pertenencia real".

En esta práctica de atención se intenta la restitución de la identidad; el restablecimiento de la confianza en el vínculo humano; la resocialización y la posibilidad de la recreación de un proyecto vital, entre otras cosas.

La prevención terciaria, en términos médicos, es la rehabilitación, es decir, el conjunto de medidas que hay que tomar para reducir la frecuencia e intensidad de las secuelas e incapacidades. Vuelvo a preguntar ¿se puede rehabilitar a las personas que han sufrido estos crímenes?. En este intento nos hemos encontrado con el muro infranqueable de la impunidad, lo que torna la respuesta difícil, casi imposible.

En el año 1989, fuimos conscientes de que el fin de la dictadura no sería un término real. Que el nuevo gobierno, no sería capaz o no querría investigar toda la verdad y que escasamente, buscaría justicia. Ante este pronóstico decidimos, como equipo de Salud Mental, inserto en un organismo de Derechos Humanos, constituirnos nosotros mismos en una Comisión que recuperara la verdad integral e insistiera en la necesidad de hacer justicia. Este trabajo, cuyos objetivos y metodología están sintetizados en los 7 volúmenes de la Serie Verdad y Justicia, dan cuenta de esta experiencia.

Durante todos esos años de trabajo se nos hizo realidad la sentencia escrita por Freud, en 1930: "En la vida psíquica nada de lo que fue formado puede desaparecer jamás; todo se conserva de alguna manera y puede volver a surgir en circunstancias favorables o desfavorables".

Afirmamos que no se puede rehabilitar a las víctimas sin un conocimiento profundo del daño causado. Es necesario interiorizar, registrar y reflexionar desde el campo de la psicopatología. Sobre todo si ella es, como ha sido definida "el estudio de las dolencias del alma", definición que interpela tanto el campo de la medicina, por el concepto de enfermedad, como el de la filosofía y la existencia, por el concepto de alma.

Los psico dinamismos alterados se entrelazan con el concepto fundamental de los derechos humanos, cual es el respeto de la dignidad humana. Si bien el concepto de dignidad humana tiene varias lecturas, nosotros la analizamos desde nuestra perspectiva: la neuropsiquiatría, cuya unidad constituye el estudio del hombre en su totalidad y existencialidad. Ella fundamenta la esencia, lo único, el más de cada uno, en el desarrollo y expresión de las funciones mentales que le dan su propia individualidad. Esta experiencia se basa en el estudio de la persona en su totalidad, en la expresión y en las consecuencias sufridas en sus funciones mentales. Ellas son la esencia de su propia individualidad. Cada persona sufrió, se comportó y vivenció esta experiencia de acuerdo a su propia interioridad. El trauma del crimen ha trastocado la realidad, ella se ha transformado en un drama, en lo impensable, en el horror, en lo nunca antes experimentado, ni siquiera tal vez elaborado en el campo de la imaginación.

La inteligencia, el pensamiento, la consciencia, la afectividad son en cada persona, interdependientes y cada una con el soporte de la memoria y del lenguaje supone y comporta a las demás. Todas ellas se han formado en el proceso del experimentar, conocer y saber, en el curso del proceso socio-cultural. En el trauma psíquico producido por el crimen todas estas funciones están profundamente alteradas.

El trauma psíquico ha representado la extrema crueldad que sobre la víctima, su familia, sus hijos ejercen otros seres humanos. Esta experiencia deja sin palabras para comunicar lo vivido. No existe lenguaje, lo que predomina es el estupor o el silencio. Es en estos crímenes de lesa humanidad donde se concretiza "la extrañeza infinita de la condición humana" (Virginia Wolf).

Aquí el lenguaje tiene una múltiple dificultad: en la comprensión por la persona de lo incomprensible, en la explicación de lo sucedido, en la dificultad de comunicar algo que no se logra verbalizar, que no se puede expresar, ni mucho menos elaborar en términos psicopatológicos. Lo que predomina es el silencio.

Pero si no hay palabras por parte de la víctima para relatar el drama vivido, tampoco el terapeuta tiene palabras para expresar, comprender, conceptualizar y describir lo que ellas han experimentado. No hay tampoco un código que denomine la conducta del victimario: destrucción, torturas brutales, muertes, asesinatos, desaparecidos, entierros clandestinos, violación, perversión e impunidad. En suma, disolución, escisión en el curso de la comprensión del por qué, del cómo y del quién.

En el proceso terapéutico iniciado hace 25 años atrás percibimos que frente al silencio de la víctima, nosotros, frente a la violencia interhumana -a pesar de su existencia ancestral- tampoco teníamos palabras, códigos o categorías que la nombraran, que describiera sus síntomas, sus consecuencias en la totalidad de la persona.

Como lo inconcebible es indescriptible cuando está ligado al horror, el lenguaje resulta débil, insuficiente, no existen palabras para expresar lo vivido, para nombrar el dolor, los sufrimientos, las penas, las rabias, la impotencia, las culpas. La mayoría de las personas y las familias que hemos atendido, en alguna medida han perdido lo propio de lo humano: la comunicabilidad.

Con el crimen y la impunidad, el afuera permanece profundamente alterado, la prueba de la realidad no existe en el sistema del conocimiento. De este modo, el campo de la percepción está cargado de agresión y de terror. La muerte es una realidad cierta, todos los estímulos tienen una connotación destructiva.

La psicopatología clásica ha descrito los trastornos de la percepción: ilusiones,
alucinaciones, alucinosis, como trastornos provocados en el funcionamiento mismo del cerebro. En las personas que han vivido la violencia-agresión de la detención, tortura, muerte o desaparecimiento, las escenas vividas, los comportamientos de los torturadores han sido descritos como "irreales", "alucinantes", "como vivir un delirio". En estos casos es en el afuera donde se produce el caos brutal, la desestructuración, la anormalidad de la percepción.

De este modo, la percepción, registro de lo que acontece en el exterior, está disociada y es incomprensible, desde el inicio y en todo el proceso del trauma, transformado en continuo a causa de la impunidad. Toda la información que viene del exterior es tan pronto verídica, pero incomprensible, o comprensible pero irreal. No hay registros cognitivos previos. En la mayoría de las personas que hemos atendido, la representación psíquica de lo experimentado está pervertida, fragmentada, a menudo irreal a pesar de su inexorable realidad.

Por su parte, la memoria presenta trastornos muy particulares. En la mayoría de las personas hemos comprobado que los mecanismos de retención de la memoria parecen haber predominado sobre el olvido, posiblemente por la enorme carga afectiva con que se vivió el trauma psíquico. En algunos pacientes este fenómeno alcanzó tal extremo que lo describimos como una hipermnésis encapsulada, comprobando que junto a ella, la memoria posterior para muchos hechos, se había deteriorado.

El desvanecimiento de la huella con el paso del tiempo tampoco existe. Al parecer, la hipótesis de Freud de "que algunas experiencias se olvidan porque son de contenidos amenazadores y evocadores de ansiedad" no se da en estos casos.

Estos trastornos de la memoria, este recuerdo grabado al infinito, es una de las causas de la pérdida del vínculo humano que pervierte el valor primordial de la confianza en el otro. Al existir impunidad, el trauma permanece y con el tiempo es capaz de producir mecanismos de perturbación intrapsíquica e intersubjetiva, capaces de inducir trastornos mentales iguales o aún más graves que la tortura.

La conciencia pierde sus índices de referencia y hemos comprobado que en la etapa aguda, todas las personas presentaron trastornos cuantitativos y cualitativos de ella, que iban desde una disminución extrema, como estados estuporosos, a una hiperconciencia o desde una falsa interpretación de la realidad hasta el delirio. Siempre hubo en un determinado momento, sobretodo al inicio, una disociación de ella.

Con el trauma vivido y la impunidad, la afectividad que confiere siempre una sensación subjetiva a cada vivencia, ha quedado fijada en el polo negativo de las emociones: el dolor, la tristeza, lo desagradable, la repulsión, la fobia, lo perverso, penetran en los pliegues de la interioridad.

"Pensar el pasado contra el presente, resistir al presente, no para un retorno, sino a favor, eso espero, de un tiempo futuro".

Estas palabras de Nietzche son nuestro desafío.

En el trabajo con las personas hemos comprobado que el tiempo psíquico no tiene medida, tal vez es lo único que no tiene calendarios, ni horarios, ni años ancestrales. La vivencia del trauma está ahí, nítida, grabada, actual, presente, intocada, con su enorme carga afectiva. No tiene tiempo, no tiene antes ni ahora y con la impunidad no tiene tampoco futuro. Este registro mnésico atemporal unido a la imaginación y el pensamiento, tan pronto recuerda, como crea fantasías o fantasmas. Todo ello es lo que encontramos en cada una de las personas con que trabajamos en el período de transición a la democracia.

A medida que transcurría el trabajo, e intentábamos incluso, con escasos medios iniciar un proceso de justicia, nos encontrábamos con el muro de la impunidad. Todo lo avanzado, el intento de rehabilitación se volvía a desestructurar con el rechazo, la negación, el ocultamiento, la amnistía, la exigencia de olvido.

Afirmamos entonces que: sólo la asunción por el Estado de las violaciones que provocó, ayudará a la persona a salir del silencio, de la ambigüedad, de la confusión, de la culpa, de la marginación. Es el inicio de la rehabilitación.

Junto a esto un lugar especial, en la rehabilitación de las personas es el proceso de socializar el conocimiento de este crimen de lesa humanidad. Dar a conocer lugares, formas, nombres de responsables e iniciar un proceso judicial independiente y eficaz. Insistir en el conocimiento del responsable tiene como objetivo final, modificar conductas y comportamientos que permitan reconstruir el convivir y avanzar en la dimensión humana.

Pero en Chile poco o nada de esto se ha logrado. Nos preguntamos entonces ¿ Es qué esta rehabilitación no hecha se puede indemnizar?

Con el paso de los años y el término de la guerra fría, las dictaduras militares de los diferentes países de América Latina fueron entrando en los así llamados "Períodos de Transición", creándose distintas formas de "Comisiones de Verdad", promulgándose o manteniéndose legislaciones hasta entonces desconocidas en la región: la legislación para la impunidad. Singulares amnistías e instrumentos jurídicos para alcanzar, según dicen, la reconciliación.

A pesar que denunciamos públicamente todo el extenso campo de las graves violaciones a los derechos humanos que ocurrieron y que quedaron fuera de la competencia de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, tales como la tortura sin resultado de muerte -principal arma de la dictadura -; la violación del derecho a la inviolabilidad del hogar, al debido proceso legal, a la libertad personal, a la libertad de reunión y expresión, así como el exilio masivo y la prisión política, entre muchas acciones represivas llevadas a cabo por el régimen militar y que provocaron también graves trastornos en la salud mental; colaboramos con ella e impulsamos a las personas y familias afectadas a que concurrieran a declarar ante la misma.

Hemos sido testigos de este proceso humano: desde la comisión de los crímenes, a un intento de verdad y justicia, hasta llegar a una casi total impunidad. En algunas regiones apartadas de la capital, principalmente en zonas campesinas, miembros de nuestra organización buscaron y acompañaron a las personas afectadas para que hicieran su denuncia, contaran lo sucedido y dijeran lo vivido.

Posteriormente, quienes acudieron a testimoniar ante la Comisión nos contaron que por primera vez fueron bien acogidas y escuchadas, esta vez no por organismos de derechos humanos marginados y muchas veces demonizados, sino por el Estado, por un organismo oficial. Sin duda esta catarsis fue para muchos enormemente benéfica y así lo expresaron. En algunos casos también se produjeron graves descompensaciones al revivir nuevamente los traumáticos acontecimientos.

Al leer el Informe la esperanza de los familiares, poco a poco, empezó a desestructurarse. Al buscar su caso, su historia, quedaron desconcertados. El esquema identificatorio de cada caso se repetía: el nombre, el hecho represivo concreto y la declaración de que la Comisión había llegado al convencimiento que su muerte, su desaparición, había sido obra de agentes del Estado. La vida, la historia, los sufrimientos, la tortura, la individualidad, ni siquiera se vislumbraban.

Sentimientos controvertidos se expresaron; desilusión, amargura y decepción. El crimen de que había sido víctima su familiar se había transformado en verdad oficial, pero esta verdad era sólo parcial. Los responsables no sólo no la aceptaron sino que la negaron y, más aún, con soberbia, reivindicaron sus acciones.

El Informe tenía un listado de víctimas, pero frente a este listado había una página en blanco, el nombre del responsable estaba ausente: la ecuación del crimen, víctima-victimario, torturado-torturador, muerto-asesino, violado-violador no existía. La polaridad estaba escindida, no había nombres ni señas de los responsables. Crímenes inauditos, sin rostros, sin palabras, sin actores; sólo hechos que aumentaron las fantasías siniestras, del cómo, por qué, dónde estaba su desaparecido, su ejecutado, qué había pasado con él, qué había dicho, cuáles habían sido sus últimas palabras, sus últimos momentos.

Sólo un pequeño porcentaje de casos fue enviado a los tribunales. Esta acción significó una nueva agresión, un nuevo desconcierto, un renovado temor. En numerosos casos la familia ni siquiera fue advertida de este procedimiento, de modo tal que tanto las más humildes y marginadas, como las más acomodadas, pero destruidas, recibieron un día una citación que les ordenaba presentarse a los tribunales de justicia, "bajo apercibimiento de arresto", sin que se explicara el motivo de tal citación.

Aún más, en los primeros tiempos a ninguna de estas familias el Estado les proporcionó orientación jurídica o designó a un abogado para que las acompañara en su causa. Y nuevamente el desamparo, la soledad y, por sobretodo, el temor y la desconfianza, invadieron su interioridad.

En Chile, en el campo de la justicia, por la singular transición pactada con las fuerzas armadas, poco o nada se esperaba de ella. Esto se simbolizó en la increíble sentencia del Presidente Aylwin "La justicia en la medida de lo posible"

Frente a esta realidad, el contenido ético del discurso del nuevo gobierno se fue desdibujando. Paulatinamente se produjo una transfiguración de lenguaje y sus significados, como ha señalado el jurista Roberto Garretón cuando afirma: "los terroristas no fueron los que cometieron las violaciones a los derechos humanos, sino los que se opusieron radicalmente a ella. Se llamó reconciliación a la impunidad, transición a la persistencia del poder militar; demócratas a los opresores; excesos a los crímenes;

Estado de derecho a la arbitrariedad

Progresivamente la jurisdicción militar fue aplicada a los civiles y el decreto-ley de amnistía, que nunca fue derogado, permitió que, caso a caso, los responsables quedaran impunes.

De este modo, la reparación económica que la ley otorgó a las familias de las víctimas, si bien fue una valiosa ayuda, pues la mayoría de ellas eran muy pobres y marginadas, creó en las mismas un sentimiento de culpabilidad al aceptar dinero y no recibir justicia; una reparación económica que produjo en algunos casos división en la familia, posturas contrarias, acusaciones severas y ruptura en sus principios y moralidad.

En las familias de detenidos desaparecidos y de ejecutados, la desesperación reapareció, o, mejor dicho, se volvió a intensificar, en las personas que habían sido torturadas y que habían quedado fuera del informe, la rabia, la impotencia frente a esta grave omisión del nuevo gobierno que había dejado además para siempre en las sombras, en el vacío lleno de gritos y amenazas, la figura patente e incontrovertible del torturador.

A través de los relatos de las víctimas y familiares tuvimos la impresión que en esta época de transición-impunidad, al tiempo del terror, del miedo, y de la angustia, se había sumado el tiempo del sin sentido, del desconcierto, del asco y la vergüenza, por la propia conducta del Estado, de la sociedad y de la política. Estos sentimientos de abandono, de desamparo y de incongruencia moral los impulsaba a sentir lo que Sartre identificó como la sensación vital de "náusea".

La aparición de esta nueva y grave sintomatología, que presentaba psicodinamismos diferentes a la de los crímenes, nos hizo avanzar la hipótesis de que con el tiempo, la impunidad induce mecanismos de perturbación intrapsíquica, capaces de producir trastornos mentales iguales o aun más graves que la tortura. Lo que nos permite fundamentar, desde el campo médico y psicológico, que la impunidad es en sí y por sí misma una violación de derechos humanos.

Esto es así, porque la impunidad agrede directamente el status de lo real, transgrede los grandes valores eternos, como son la verdad, la justicia, la libertad. Nuestra práctica de atención clínica nos permite asegurar que los crímenes contra la humanidad y la impunidad de ellos rompen los pares clásicos de conceptos como son la objetividad-subjetividad; lo real y lo imaginario. Destruye la unión entre la realidad interna y realidad externa lo que altera significativamente el curso interior de la vida, dañando la esencia misma de la persona, lo que constituye su dignidad.

En el último libro de Freud escrito en 1938 en Inglaterra, en donde se había exiliado a causa del nazismo, escribió: "uno no se autorizará de ningún ejemplo, de ninguna presión, para rechazar la verdad en provecho de un hipotético interés nacional".

Indemnizar por tanto, sin hacer Verdad y Justicia como lo exigen las personas afectadas y gran parte de la sociedad, constituye nuevamente un ocultamiento del grave, inmenso trastorno humano que estamos obligados a dilucidar.

Santiago de Chile, 1 de Diciembre de 1998.


Notas:

1. Ponencia presentada en la Conferencia "El tratamiento del Pasado en los períodos post dictatoriales. Diferencias y semejanzas entre África del Sur, Alemania, Argentina, Chile y Polonia", realizado en Berlín, Alemania por Diakonische Akademie Deutschiand, entre el 15 y 17 de diciembre de 1998.


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