Muertos en Falsos Enfrentamientos
Hermanos Vergara Toledo: Hijos del Dios de la Vida

"Nadie tiene Amor más grande por los amigos,
que uno que da la vida por ellos" (Jn., 15, 13)

El mandamiento del amor

Nos encontramos parapetados en las trincheras de la esperanza; desde éstas, con los sentidos abiertos proyectamos las formas de construcción del mañana. Nos encontramos inmersos en una guerra donde nos jugamos la libertad o la dramática prolongación de nuestro cautiverio. Los desafíos de esta confrontación nos han sido mostrados categóricamente por las experiencias de otros pueblos que, así como nosotros cargaron pesados yugos y supieron en el minuto preciso zafarse de tales cargas y emprender los caminos de la liberación. Estos procesos, casi todos prolongados y difíciles, hicieron posibles la libertad mediante una cuota grande de heroísmo y generosidad de los pueblos. Lo mejor de ellos fue ofrendado a la causa justa que perseguían; sus mejores hijos formaron en la primera línea de combate contra los sistemas de injusticias, un número importante de ellos eran jóvenes llenos de ímpetu y por sobre todo, desbordantes de amor hacia su pueblo.

Este Chile nuestro que tantas veces nos duele, y que a través de sus heridas nos despierta la conciencia y nos hace darnos cuenta que debemos recorrer caminos duros y difíciles para ganar la libertad. El cambio profundo de las estructuras añejas que impiden la realización del hombre significa riesgos sacrificios, peligros, sólo la muerte termina esta conjugación y convierte a los Caídos en símbolos claros para los que continúan la lucha. La asimilación de este precio a pagar aparte de configurar la madurez de un pueblo para enfrentar y asumir su rol histórico, entraña positivamente una convicción de triunfo de todos sus ideales. Esta decisión de dejar la vida en aras de la libertad despierta en el pueblo la confianza de que tomará la historia para sí. Esta verdad constatada ya tantas veces, revela que detrás de la conciencia de la clase revolucionaria subyace una motivación digna de enaltecer a una clase a jugarse con todas sus fuerzas por la sociedad nueva? ¿Son sólo sus condiciones insignificantes de vida las que la llevan a dar esta lucha? ¿Es sólo su explotación y miseria? Sabemos que no, y sabemos que la Fraternidad realizada en la experiencia cotidiana de los oprimidos, es en la práctica una alianza férrea, profundamente humana y que se proyecta hacia el futuro. La solidaridad expresa un sentimiento diáfano de Amor entre los explotados y humillados de hoy. Si además nos enfrentamos al hecho de que nuestro pueblo es al mismo tiempo explotado y creyente, que vehicula su lucha entre la convicción política y la fe que religiosamente profesa en un Dios de la historia y de la vida, tenemos que aceptar con alegría que la motivación que anima su práctica de liberación es el Mandamiento del Amor.

El Mandamiento del Amor, vivido en los combates diarios por la Luz, coloca en la historia la fe del pueblo en un Dios que busca a través de sus hijos establecer su Reino de Justicia. El contenido y la fuerza de la lucha librada por tantos cristianos, hoy más que ayer en América Latina y en nuestro país, nos hablan de una percepción clara y sana del mensaje evangélico. La clave de la esperanza, la clave de la victoria, es la práctica de Jesús; "su difícil y complejo amor", éste que da la vida por sus amigos, el que se compadece de las multitudes hambrientas, el que se hace pastor de las ovejas sin pastor, de los marginados. Esta práctica, entusiasmante para los urgidos de Justicia, ha consagrado para la lucha a muchos cristianos y particularmente a muchos jóvenes que se identifican con la figura de Jesús. Esta práctica en la familia de los Vergara Toledo consagró para la lucha a sus hijos, y a dos de ellos, Rafael y Eduardo, los convirtió en símbolo de los que continúan la lucha.

La hora de los pobres

Nuestro pueblo ha entrado en una fase de ascenso creciente en sus luchas por los objetivos democráticos. Quedaron atrás hace rato los momentos de reflujo; se ha experimentado un proceso extenso y maduro de organización social y política que permite a los sectores populares responder con acierto a la Dictadura. Podemos decir que los pobres de América Latina entran en un nuevo flujo que va nutriendo de esperanzas el camino de Liberación que se recorre; este nuevo ánimo social y político va ya generando pequeñas victorias de los pueblos sobre sus enemigos. En el caso chileno, la acción de las masas debilita los cimientos del régimen dictatorial y se prepara para una victoria democrática.

La conciencia que se desarrolla en el curso de la lucha pone en el centro de la contingencia política el problema de la soberanía popular y del poder del pueblo. El protagonismo de las masas se levanta entonces como postulado democrático consecuente y se llega a firmar que no habrá democracia si no es el pueblo el que hegemonice el proceso de liberación. Paralelo a esto, o más precisamente, interrelacionado con este proceso, los pobres irrumpen en la Iglesia y ganan espacios para tener en la estructura eclesial un rol activo.

Los Pobres en nuestro continente, desde la experiencia del dolor y el martirio, recobran fuerzas y sitúan en una perspectiva de lucha el mensaje del evangelio; se han dado cuenta que Dios no quiere la resignación sino que su pueblo sea libre. El evangelio se ha hecho efectivamente buena noticia para las mayorías postergadas. Es precisamente esta nueva visión de la voluntad de Dios la que despierta en el pueblo cristiano una nueva postura ante la realidad. Hoy el pueblo explotado y creyente se hace depositario del mensaje ¿de Jesús, lo que redunda a su vez en sentirse pueblo legítimo de Dios e Iglesia verdadera. El pueblo cristiano dejó de sentirse menor de edad para el proyecto de Dios y se hace pueblo sacerdotal y profeta en la realidad de nuestro continente.

Se hace necesario precisar la implicancia que tiene ser cristiano en la actualidad, frente a injusticias tan agobiantes como la miseria de las masas, la cesantía, el hambre, la desnutrición infantil y adulta, la vida aplastada y sin perspectivas de millones de personas con niveles de existencia subhumanos. En primer lugar, supone una actitud de profunda observación de la realidad, la necesaria contemplación del mundo que nos interpela y nos llama; escrutar la dinámica compleja de las relaciones humanas que permanentemente desafían nuestros sentidos. En segundo lugar, implicarnos con este mundo, nuestro mundo; inmersos en el centro del conflicto, que no sólo nos rocen los hechos sino que nos impregnen a fondo las realidades.

En tercer lugar, tornar partido por la Justicia, decantar nuestra forma de estar implicados. Se nos exige un compromiso con la vida. La muerte es nuestra enemiga. Dijo Jesús leyendo a Isaías: "El espíritu del Señor está sobre mi porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres, a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a anunciar el año favorable del Señor... "El compromiso cristiano es sólo uno: la causa de los oprimidos. Es una opción que nos arranca de las comodidades que hemos escogido por la enajenación; el deber cristiano será necesariamente la transformación revolucionaria de la sociedad. Tal cual están las cosas en nuestro país podemos decir que las cifras trágicas que se han construido en estos doce años son un atentado permanente a la voluntad de Dios. Las víctimas de la represión son también la prueba concreta del calvario que hemos experimentado como pueblo.

Estamos convenciéndonos como creyentes que a pesar del dolor y la muerte la lucha es una verdad evangélica insoslayable; que la hora de todos los que amamos la vida ya llegó. Ayer Juan Alsina, Antonio Llido, después Monseñor Romero y hace dos años André Jarían testimoniaron con su sangre el compromiso con el pueblo.

Como dijo Rafael Vergara "Amar a Cristo significa entregarse por completo a él, sostenerse solamente en él y entender y recibir su gran amor, su difícil y complejo amor y es aquí en donde todos optan por el Hombre o por la Vida".

La Lucha y el Cáliz Amargo

Tenemos que preguntarnos, a la luz de los hechos que marcan nuestra Historia, cuánto se nos pagará por arrinconarnos en nuestros miedos y cobardías, cuál es el precio que pondrán a nuestra indiferencia, a nuestro silencio, a nuestra ausencia en el conflicto. "...Pues tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber, anduve como forastero y no me dieron alojamiento. Ma faltó ropa y ustedes no me la dieron; estuve enfermo y en la cárcel y no vinieron a visitarme. Entonces ellos le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel y no te ayudamos? El les contestará:

Les aseguro que todo lo que no hicieron por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicieron. Esos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna" (Mt. 25, 42-46). No puede ser más gráfica la exigencia de Jesús respecto a las situaciones de injusticia y las respuestas que corresponden al hombre. A pesar de la claridad absoluta que reflejan las palabras de Jesús, aún encontramos que las violaciones a la vida pasan inadvertidas para muchos; esos muchos se han hecho cómplices de las profanaciones más atroces sufridas por el pueblo. Pero también es verdad que en medio de la oscuridad, se encontraron como llama tenue brillando en medio del clamor de los oprimidos, los hombres con mayúscula, aquellos que no transaron con la brutalidad y el crimen. Estos hombres que podríamos llamar benditos --que significa elegidos-- optaron por el camino de la lucha y a fuerza de resistencia abrieron para el pueblo los surcos de la esperanza.

¿Por qué el camino de la lucha?, ¿por qué ir más allá de la visión crítica?, ¿no basta acaso con tener conciencia del mal que abruma al hombre?. El camino de la fe es una respuesta activa de transformación, la lucha es lo que expresa más exactamente la voluntad adherente al proyecto de Dios; esta lucha ha sido siempre el testimonio que ha marcado la experiencia cristiana consecuente con el evangelio; experiencia que ha llegado la más de las veces a convertirse en martirio. La prueba más elocuente de seguimiento de Jesús ha sido la lucha contra la injusticia, la desigualdad, la explotación, contra el odio de las clases dominantes hacia los desposeídos a los cuales siempre han exprimido hasta la última gota. Esta lucha ha sido blanco de sospecha y persecución por el falso cristianismo que durante siglos amparó dogmas y conceptos que ofendían al mismo Dios con la proclamada idea de estar sirviendo su reino. Esta lucha termina siendo la de muerte de muchos santos, así como la lucha de Jesús termina llevándolo a la crucifixión.

La acción por el Reino caracterizó la marcha del pueblo de Dios en ta historia. Esta lucha tuvo connotaciones revolucionarias en la conciencia de los israelitas, el desafío asumido, a veces a regañadientes, los acercó a pruebas maravillosas que hicieron asomar la esperanza con una fuerza extraordinaria en los momentos más difíciles del camino hacia la tierra nueva. La acción por el reino constituye también el fin último de Jesús; este hombre se embarca en el riesgo, y con esperanza infinita encomienda su lucha a las manos del Padre y esta lucha se hace referencia para los cristianos que hoy en Latinoamérica se plantean el cambio social. Decir que el cristianismo en nuestros pueblos es lo contrario de lucha significa no conocer ni seguir a Cristo. Esta posición que puede resultar demasiado absoluta y categórica para muchos, dista de ser cuando se trata de asumir con seriedad las exigencias planteadas. En primer lugar, por el evangelio, porque pensamos que no existe otra manera que permita multiplicar los peces y los panes, otra manera que permita liberar a los cautivos, otra manera que permita defender el derecho de la viuda y del huérfano. Así ha sido entendido por muchos cristianos y luchando han mostrado al pueblo la posibilidad de vencer. La verdad como condición de libertad no será convertida en comunión --común unión-- si entre los hombres no asumimos la condición de liberar la verdad, y esto a pesar de la cruz. De la esencia misma del cristianismo --el evangelio-- se rescata esta forma de servir la voluntad de Dios de la Historia.

En esta parte nos parece importante hablar de los Vergara Toledo, no de su biografía sino más bien de la forma en que ellos han asumido este camino de fe que los compromete con Dios y el Hombre. Y creemos que dos aspectos han marcado la existencia de ellos en el marco de la fe que profesan. Un rasgo es precisamente la lucha y el otro el cáliz amargo. Luisa Toledo manifestó. "Nosotros hemos tratado de vivir nuestra fe cristiana lo más lealmente posible, lo más honestamente posible. Tuvimos la experiencia de conocer la comunidad de Villa Francia "Cristo Liberador", la que nos llevó a comprometernos definitivamente con el hombre. Siempre nuestro trabajo en la comunidad cristiana fue con el más pobre y desamparado... Uno, con todo esto, se da cuenta de todo lo que sufrió Cristo. Yo ahora me imagino su dolor real y concreto. Ahora uno se da cuenta, cuando sufre en carne propia. Y te das cuenta que los golpes son de verdad, que los escupos son de verdad, que las coronas de espinas deben haber sido de verdad, que le rasgaron las carnes y cuando tú ves a tus hijos tirados en la calle, acribillados, eso lo relacionas con este hombre que fue crucificado porque se jugó por los demás, y lo hizo para que no hubiera prostitución, para que no hubiera miserables ni leprosos, en todo sentido de la palabra; Ni casas de tortura. Todo esto, para que hubiera una sociedad linda y yo creo que tiene que existir una sociedad linda, donde todos tengamos parte, en donde todos tengamos vida, por eso dio la vida Cristo, por eso se la quitaron..."

Cada combatiente por la vida, indefectiblemente vive la doble experiencia de la lucha y la amargura. Desconocer esta doble dimensión del compromiso revolucionario -sea creyente o no-creyente, es idealizar el carácter de este compromiso. Los seres resueltos por la conquista de la libertad no son seres cien por ciento realizados como personas en el ejercicio de su misión transformadora, aún los más preclaros hombres se enfrentaron a momentos como resultado de la miseria, los exilios, las estructuras económicas que impidieron muchas veces continuar su magna obra revolucionaria, para legar al proletariado mundial su visión científica de la sociedad y su desenvolvimiento; pensemos en Lenin y las tantas persecuciones de que fue objeto, sus deportaciones, sus cansancios y sus enfermedades; pensemos en el Che y su sacrificada cruzada por América Latina su asma acosándole como pesadilla, las privaciones materiales como situación obligada de seguridad para los propósitos revolucionarios.

Cada combatiente tiene momentos de soledad y cada combatiente por la vida ha tenido más de una vez que meditar sobre su estada frente al sistema que lo odia y lo margina a muerte, y de esta reflexión sacar la fuerza y el empuje para continuar la fatigosa marcha, acompañado al mismo tiempo de la profunda certeza del triunfo de sus ideales.

La lucha por la transformación de la sociedad chilena conlleva una dosis significativa de dolor y amargura, especialmente cuando la conciencia por los cambios no se ha extendido al conjunto de los oprimidos. En ésta situación el papel del luchador se hace doblemente ingrato, pareciera que se lucha sólo contra el mundo. Jesús nos habla en momentos como éstos ". . .Siento en mi alma una tristeza de muerte. . . Padre mio, para tí todo es posible, líbrame de este trago amargo, pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" Y exige a su discípulos en la hora amarga "Manténganse despiertos para que no caiga en tentación. . ." (Mc 14, 36-37)

Como a Jesús, nos surge la noción de querer conquistar un imposible, de estar exigidos por un desafío no asumido por el pueblo, relativizado por la conciencia de estar inserto en el conflicto, pero con una inferioridad de fuerza que nos hace dudar. Sin embargo, la comprensión exacta de la lucha librada permite sortear la hora de la fatiga, del desmayo; el pueblo espera nuestro modesto aporte, el pueblo por sus siglos de explotación y miseria lo merece: "Que se haga tu voluntad y no la mía". . . Es necesario beber la copa de la amargura. . . El futuro manará leche y miel en abundancia. Vale la pena el sacrificio.

La hora dolorosa no termina necesariamente en la capitulación de los objetivos que sagradamente se ha trazado el revolucionario junto a su pueblo. Por la confianza infinita en el pueblo es posible apartar la tentación de caer en el derrotismo". Levántense, ha llegado la hora en que el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Vayámonos, ya se acerca el que me traiciona" (Mc, 14,42). La lucha es la experiencia que permite el cristiano consecuente foguearse para la hora suprema y no retroceder aún frente a la muerte. El espíritu de la libertad con que el Galileo enfrenta el sacrificio de la cruz permanece a través de los siglos en aquellos, que haciendo suyo su mensaje y su práctica, han tenido que enfrentar como él las tinieblas. Rafael decía a su madre: "Ahora es cuando la carne es mas fuerte que nunca en el ser , aquí es cuando la carne te azota contra el suelo. Optar por el hombre significa ser ignorado por él mismo, ser escupido y blasfemado por él mismo, significa entregarse a la lucha revolucionaria". Su madre --Luisa-- responde al Dios de los pobres "Te amo Señor, a pesar de todo lo que nos has pedido". Y nosotros decimos que sin muerte no hay resurrección.

La redención del pueblo y la resurrección de los muertos

La salvación del pueblo es tarea de ensalzar al oprimido, de levantarlo de su condición de aplastado. Cuando en el evangelio aparece la figura literaria de la salvación, también nos aparece la condición material subhumana del pueblo del que Jesús se compadece. Y esta referencia de la salvación no expresa acto mágico alguno. La redención de los oprimidos se hace para Jesús testimonio de amor.

El pueblo marginado, estigmatizado por la enfermedad y el abandono, por el hambre y la ignorancia, se hace destinatario principal de la buena noticia que Jesús anuncia. Ellos, los llamados "pecadores" o "los malditos", se hacen merecedores del Reino de los Cielos. . . "Los que están buenos y sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamara los buenos sino a los pecadores. . ." (Mc 2, 17). De esta manera reprocha Jesús a los enemigos del pueblo su indiferencia y falta de sensibilidad.

La tarea de la salvación significa una tarea de liberación que debe asumirse hasta la última consecuencia, si ésta es resultado del amor al pueblo. La tarea redentora de Jesús se transformó en una trayectoria de conflictos y enfrentamientos permanentes con el Poder Político y religioso de su tiempo. Por lo tanto, salvar del "pecado" al hombre, curarlo, liberarlo, devolverle la vista, le significaría como consecuencia su eliminación física. Era sin duda su amisión un testimonio de cuestionamiento radical al sistema que imperaba. .Este hombre que con sus enseñanzas estaba alborotando al pueblo debía morir, se cumple a cabalidad la tarea de la liberación. ; . "si el grano de trigo no muere, no da fruto". . . Jesús se convence que aquél que cuida su vida la perderá, y aquél que la entrega la recibirá para siempre.:

Históricamente está demostrado que la liberación definitiva la viven los pueblos cuando el sacrificio de muchos de sus hijos ha abierto las condiciones del triunfo. Las clases dominantes han demostrado hasta la saciedad que sus intereses no serán transados y la sangre del pueblo será el precio que se pague para expulsarlos del poder y apartados de la riqueza que han robado al pueblo con su explotación.

Nuestro pueblo hoy enfrenta la responsabilidad de hacer la historia y estamos viendo cuánto cuesta avanzar por este camino, cuántos sufrimientos profundos nos está significando la osadía de querer ser libres. Pero sabemos que los objetivos trazados no los lograremos sin costos dramáticos. La redención del pueblo ha sido asumida por muchos hermanos y hermanas nuestras, ellos nos están garantizando con un sello de sangre el triunfo de nuestra causa. Después de todas estas muertes, estamos ciertos, nos espera la resurrección; como otros pueblos, mañana estaremos defendiendo no sólo nuestra libertad, también estaremos defendiendo la Resurrección. Nuestros Mártires tos estamos viviendo. Existe con renovada energía en los sueños del hombre nuevo que avanza para convertirlos en realidad. De las experiencias de muerte, Luisa --madre de Eduardo y Rafael--, concluye: "Entre otras cosas, he descubierto que los niños están vivos, porque creo que la Resurrección es una Buena Noticia para la gente que entrega su vida por los otros". . .

Palabras finales

Nos encontramos parapetados en las trincheras de la esperanza. La fuerza impactante de los hechos nos obliga a una reflexión que signifique aliento para los que a diario luchan. Cristianismo y Revolución no expresan caminos opuestos, ni siquiera expresan dos caminos por el que pudieren transitar dos tipos de hombres que concurren al mañana de libertad. Diría que estas dos palabras establecen una sola vocación: una búsqueda cargada de humanismo que regalará a las generaciones futuras de América Latina una sociedad socialista para la plena realización de los pueblos.

La Historia comienza a descubrir que los creyentes y no creyentes anhelan el mismo Paraíso Terrenal porque están hermanados por las mismas condiciones materiales que los obligan a buscar la Justicia. La lucha por el pan, por el trabajo, por la justicia y la libertad la comparten las mayorías en nuestro país. Somos un solo pueblo reconocido por un mismo Dios. Somos como Eduardo y Rafael Vergara Toledo, Hijos del Dios de la Vida.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 18mar02
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