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30sep07


Testimonio de uno de los paramilitares cucuteños indultados por Chávez


Con acento caraqueño adquirido durante los 40 meses que duró en una prisión militar de la capital venezolana, Rudesindo Soto (*), uno de los indultados por el gobierno del presidente Hugo Chávez, que el primero de septiembre fue repatriado a Colombia, relató la amarga experiencia vivida.

Lo que más le duele es que por azar de la vida se involucró en una aventura habiendo apenas despuntado la mayoría de edad. Regresó con mucho dolor, cargado de malos recuerdos y sinsabores al purgar una pena por algo que dice, no cometió. Ramo Verde fue la morada obligada el tiempo que estuvo tras las rejas, pero al final, la puerta se abrió para darle la deseada libertad. Partió el 27 de mayo de 2004 soñando con un mejor futuro, pero pronto se daría cuenta que estaba embarcado en una situación peligrosa, donde estuvo a punto de perder la vida, el único patrimonio que tenía.

En Cúcuta quedó la mujer con tres meses de embarazo, los padres, hermanos y un destartalado rancho en un cerro de la periferia, donde se crió.

Esa situación de pobreza era la que quería cambiar, cuando le prometieron una buena paga al ‘otro lado’, que le daría la oportunidad de ayudar a su gente.

También dejó una de los mayores sueños, ser jugador profesional de fútbol.

Ese deporte lo practicó desde niño y por el buen desempeño estuvo en los mejores equipos infantiles y juveniles de Cúcuta. Lo que quería era una oportunidad para "salir adelante".

Lo demás vendría al empezar a ganar un buen sueldo, que sería más de 500.000 bolívares al mes, como le prometió el hombre que lo contrató en Cúcuta, muy bien vestido, que se movilizaba en un lujoso automóvil.

Nunca imaginó que iba a ser señalado de paramilitar, mercenario, de integrar un comando para asesinar a Chávez, según los cargos levantados por el gobierno venezolano.

A los implicados los acusaron de rebelión, delito tipificado en el artículo 486 del Código de Justicia Militar Venezolano.

Diez y ocho meses tardaron las investigaciones judiciales. Veintisiete de los 130 colombianos que de la noche a la mañana se convirtieron en noticia fueron condenados a seis años de prisión. El resto quedó en libertad a finales de 2005. La entrega se oficializó en el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), en el puente internacional Simón Bolívar, que une a San Antonio del Táchira con Villa del Rosario (Colombia).

A los 27 colombianos detenidos en la prisión de Ramo Verde (Los Teques, estado Miranda) el presidente Hugo Chávez les concedió indulto para que pudieran regresar a casa.

Hoy, en Cúcuta, enfrentado nuevamente a la pobreza y falta de oportunidades se aferra a un trabajo que tiene como ayudante de zapatería, en una pequeña factoría.

Del sueldo que devenga depende el sustento de la mujer que consiguió en Venezuela, hermana de un soldado preso en Ramo Verde por deserción, y el hijo de esa unión, que tiene ocho meses.

La compañera sentimental que tenía cuando se fue dio a luz una niña, que ya va a cumplir cuatro años, y que no le dejan ver ahora que recobró la libertad, por el lastre de persona mala que arrastra.

Cuando estuvo en la cárcel solo tuvo la visita de una hermana, que para asistirlo se radicó en la capital venezolana. Trabajó en la calle vendiendo minutos de celular, lavando y planchando ropa.

La hermana que lo visitaba cada domingo y festivo, se enamoró de un compañero de aventura y hoy tienen una relación estable en Cúcuta.

Su mamá recordó que su hijo el día que partió no se despidió. Le dejó la razón con la hija menor que se iba para Venezuela a trabajar en una fábrica de bluyines y no supo de él hasta que lo vio por televisión, señalado de paramilitar. En los meses que estuvo preso no lo pudo visitar por falta de dinero.

"Fue un dolor que solo mermó cuando mi hijo volvió al rancho", dijo la mujer, que hoy respira más aliviada.

Por su parte, solo espera que el gobierno colombiano los ayude, como lo ofreció el presidente Álvaro Uribe. Tener una casa digna sigue siendo para él un sueño.

Al recordar el sufrimiento durante la estadía en prisión los ojos se le empañan de lágrimas, y dice que esa historia le quedará grabada en la memoria como una mancha que no se puede borrar.

Lo iban a matar

Lo iban a matar en una finca de Sabaneta de Baruta, a las afueras del sureste de Caracas, porque intentó escapar.

Lo torturaron y mantuvieron amarrado un día y la noche como represalia por la ‘osadía’.

Cuenta que vio a un compañero morir "al parecer de infarto cardíaco", porque los hombres que los tenían bajo vigilancia le pusieron un arma en la mano para que disparara.

Sobre el cuerpo del infortunado no volvieron a tener noticias. La estadía en ese lugar fue un suplicio, como lo fue desde el momento que los recluyeron en un galpón en Ureña (Táchira), el día que cruzaron la frontera desde Cúcuta.

Así mismo, durante el viaje a Caracas en autobús de una empresa de trasporte venezolana. En esa unidad iba un presunto funcionario de extranjería venezolana que se bajaba en las alcabalas y arreglaba con la Guardia Nacional.

En la finca que regentaba Roberth Alonso Bustillo, a la que llegaron el 30 abril de 2004, solo tenían una ración al día, generalmente caraotas con arroz y sardinas.

Durante el día los sometían a entrenamientos extenuantes y los confinaban en una especie de zanja para evitar que alguien pudiera verlos.

Los vistieron con pantaloneta, camiseta y botas militares, y siempre les decían que ya se aproximaba el día de actuar, pero nunca les explicaron cuáles eran los planes que tenían para ellos.

Para evitar que escaparan los amenazaban constantemente con matar a los familiares en Cúcuta, por eso nadie pudo hacer nada por regresar.

Muchos vieron en la detención que hizo la Policía, la salvación de una muerte segura, ya que se enteraron después que los iban a poner de "carne de cañón y seguramente ninguno de nosotros saldría con vida de donde nos querían mandar".

El 8 de mayo los quisieron sacar de la finca en busetas, pero 500 metros adelante se encontraron con una patrulla de la Policía, y desde ese momento empezó el proceso de detención.

Los 15 hombres armados con fusiles que los custodiaban escaparon y los dejaron abandonados, a la suerte. Estaban al mando de un colombiano que siempre iba vestido de uniforme militar, según relató.

El 10 de mayo, después que se oficializó la captura y se convirtieron en la atención de los medios de comunicación, empezó el proceso de acusación y el juicio militar que terminó en condena.

La llegada

En San Antonio del Táchira, en el Destacamento de Fronteras No.11 de la guardia venezolana, se alistaron 106 sillas desde bien temprano. Ese sábado primero de septiembre decenas de familiares corrían de un lado a otro, expectantes ante la llegada de los 27 retenidos en la prisión de Ramo Verde (Los Teques, estado Miranda), y 14 colombianos que hace un año, aproximadamente, gozaban de libertad condicional y permanecían en el vecino país.

También se hicieron presentes representantes de las organizaciones internacionales que velan por los derechos humanos y funcionarios de ambas naciones.

A las 9:19 de la mañana (hora colombiana) se escuchó un estruendo propiciado por el rugir de las motos y militares de seguridad urbana venezolana que custodiaban un bus donde venían los presuntos paramilitares.

La angustia acabó en ese momento cuando el bus se estacionó y uno a uno fue bajando a reencontrarse con su madre, o con su padre, o con su familiar.

Rudesindo se lanzó y abrazó a su progenitora confundiéndose en un mar de lágrimas por la alegría de haber dejado atrás esa amarga pesadilla de la que nunca pensó iba a despertar.

Nota: Rudesindo Soto es una identificación cambiada por seguridad.

[Fuente: Por Luis Eduardo Bautista S., La Opinión, Cúcuta, Col, 30sep07]

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