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19may02


El compinche de Dios.


Por Fernando Garavito.

Tengo entendido que Pacho Santos es un tipo encantador. Alguna vez lo vi de lejos en la redacción de El Tiempo. Me pareció demasiado pequeño, algo nervioso, con una tembleque voz de mezzosoprano, y un poco en plan de llamar la atención. Pero, como mi aprehensión por los hijos de papi ha sido tremenda (y este lo era en demasía), en realidad debía ser de otra manera. Deduje entonces que era alto, sereno, con profunda voz de bajo y con una tranquilidad acorde con su empaquetadura.

En ese momento Pachito era el poderoso jefe de redacción de un periódico poderoso (convertido hoy en una piltrafa), lo que no impedía que los demás lo miraran con cierta condescendencia. Debo confesar que jamás me expliqué esa actitud. Volví a fijarme en él: debía tener alrededor de 30 años, y ya no era el chino chiquito que llegaba a la empresa de su familia a jugar trompo montado a caballo en Carlitos Cortés. No. Sin embargo, tuve la impresión de que todos guardaban para él un gesto de ¡este chino chiquito que no sabe qué hacer con el juguete!, y que, además, estaban a la expectativa de su próxima pataleta. Me habían dicho que estallar era su norma de conducta. La situación era un poco ridícula. De guiñol. De manera que decidí abandonar la sala, dejando a mis espaldas la tormenta. Cuando salí del edificio, las cargadas nubes que se aprestaban a lanzar contra el mundo miles de truenos y de relámpagos, se dispersaron. Supe, entonces, que Pachito se había encerrado en su oficina, y que, después de un fiiiuuu de circunstancias, tal vez los demás habían logrado volver a sus asuntos y a sus decepciones.

Y, sin embargo, era un tipo encantador. Hacía poco los extraditables lo habían dejado en libertad, y su relato rondaba en mi cabeza. Y aún ronda. Ahora, cuando él se aproxima a regir nuestros destinos colectivos (el día en que a su jefe inmediato le dé un patatús de rabia, será él quien lleve "el timón de la patria"), he vuelto a su testimonio. Es hermoso. Es humano. Es conmovedor. Es la verdadera historia de cómo un chino chiquito conquistó el duro corazón de un grupo de desalmados. "También me preparé -cuenta él- mis propios tacos con arepa paisa. (Uno piensa: ¡él solito!)... Recuerdo que ellos me veían prepararme eso y se morían de la risa. 'Este Papito -decían- es un caso'". Donde ellos dicen "este Papito" lean ustedes "este Pachito". Y yo añado: ¡y estos desalmados!

Pues bien, esa comunión con los narcotraficantes la logró Pachito a punta de simpatía. En el mismo testimonio cuenta que comenzó a aproximarse a ellos viendo un partido de fútbol. "Lo observamos en silencio", dice Pachito (yo añado: tal vez se colocó a observar el partido en silencio). Pero, poco a poco, los conmovió hasta el fondo. Uno de ellos le enseñó a jugar ajedrez (¡Pachito no sabía!), y con todos vio Tormento, "una mierda de telenovela" (mierda es la palabra que utiliza Pachito) que terminó gustándole, y a los más aventajados les enseñó a hacer "sánduches con queso y jamón, perros calientes y chuletas ahumadas". Hasta que, por fin, terminó hablando y riéndose con todos. Inclusive con Dios. "Me pegué unas encarretadas con Dios -cuenta Pachito-. Él y yo somos compinches". Ahora bien, no se preocupen ustedes: aunque se cuidó juiciosamente del síndrome de Estocolmo, "comprendió" a "esos muchachos", y se dedicó "a conocer sus valores". "Me metí en la problemática del sicariato, y a través de ellos conocí mucho de eso", dice Pachito. ¡Ese Pachito! ¡Y esos valores!

Y ¿de dónde ese entusiasmo? Muy sencillo. En los primeros momentos del secuestro, él les preguntó: "Bueno, ¿en manos de quién estoy?". Y ellos le contestaron: "¿En manos de quién prefiere: de la guerrilla o del narcotráfico?". Y Pachito, con esa ingenua ternura que lo distingue, contestó: "Del narcotráfico". Y acertó.

Pachito Santos es un tipo encantador. Y tiene claras sus preferencias electorales.

[Nota: Este artículo, que debió aparecer el domingo 19 de mayo del año 2002, no fue publicado por El Espectador, pero se distribuyó ampliamente por internet]

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Este documento ha sido publicado el 11ene03 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights