Introducción |
Carranza, Paramilitarismo e impunidad. |
1. De por qué somos una familia grande |
2. Recuerdos de mi infancia y de mi casa |
Mi primera comuniónNuestra casa de campoDe las restricciones familiares y de por qué yo no quise ser religioso |
3. Mis primeras inquietudes políticas. |
El sectarismo de papáRecuerdos de una jornada política en Pensilvania. |
4. De mis estudios universitarios y las luchas estudiantiles. |
Los primeros garrotazos que recibí en mi vida.No nací para los números y me decidí por estudiar Derecho. |
Derecho era mi carrera, pero la Libre no fue más mi universidad.Mi vinculación a la Juventud Comunista. |
5. Mi regreso a Pensilvania y mi vinculación con la Unión Patriótica. |
Creación de la Junta Patriótica para impulsar el nuevo partido.Presencia de los paramilitares en Pensilvania.Así se planeó y ejecutó el primer atentado contra mi vida. |
6. De cómo un narcotraficante transformó Pensilvania. Muerte de Don Darío, Presidente del Concejo |
7. De cómo terminé mi recuperación en un hospital de guerra en Moscú. |
La sorpresa de encontrarme compatriotas.Mis impresiones de la Perestroika. |
8. "Salí de Guatemala para meterme en Guatepeor". |
Desplazados ayer y desplazados hoy, los círculos infernales de la violencia. |
9. El matrimonio, las hijas, las dificultades de la vida familiar. |
Entre la tragedia nació el amor.A los bebés hay que hablarles y cantarles desde la concepción.El costo de encerrarse para proteger la vida, el sacrificio de la familia. |
No puedo renunciar a lo que soy como hombre y como persona.Las dificultades de tener guardaespaldas. |
Mis hijas y mi esposa deben saber que yo siempre estoy y estaré con ellas.Debo hablar con mi familia sobre la posibilidad de mi muerte. |
10. En el Meta y en general en el Llano su gente y su naturaleza son fuentes de libertad y riqueza. |
El Llano es tierra de libertad.Experiencias guerrilleras del Llano de mitad de siglo.Desmovilización guerrillera y colonización. |
Surgimiento de los nuevos grupos guerrilleros.Del 65 al 85, veinte años de relativa tranquilidad y prosperidad del movimiento popular en el Meta. |
11. El paramilitarismo desangra el Departamento. |
Gonzalo Rodríguez Gacha, alias "El Mexicano", primer promotor del paramilitarismoEl aniquilamiento de la Unión Patriótica en San Martín. |
Políticos y militares deciden en el Meta el genocidio contra la Unión Patriótica.El exterminio se traslada a Vistahermosa y El Castillo.Rodríguez Gacha cede sus acciones en el paramilitarismo a Víctor Carranza. |
Encubrimientos gubernamentales del paramilitarismo.El paramilitarismo obedece también a un proyecto económico excluyente. |
12. Los paroxismos que nos produce el terrorismo de Estado. |
13. La represión puede silenciar los conflictos, pero llegará el momento en que el terror no podrá evitar que estallen. |
14. Relato de aquellas muertes que me desgarraron el alma. |
La masacre en la que pereció Carlos Covas.El asesinato de Julio Cañón, alcalde de Vistahermosa y otras desgracias de su familia. |
La primera masacre de Cañosibao.El asesinato de Luis Eduardo Yaya.La muerte de Carlos Julián Vélez, masacre de su familia. |
La cuarta masacre de Cañosibao, la muerte de María Mercedes.El asesinato de José Rodrigo García .La muerte del fiscal Jesús Abella. |
15. El proceso 019, de cómo Carranza teje el crimen y la impunidad |
16. Carranza vuelve a beneficiarse de la impunidad y el Fiscal General lo convierte en señor |
17. La esperanza de que la justicia sí puede funcionar, la captura de " Rasguño " lo demuestra |
18. El surgimiento del Comité Cívico de Derechos Humanos del Meta |
a) Asesinato y persecución de los médicos que colaboraban con el Comitéb) La desaparición de Delio Vargasc) La desaparición de Adolfo Silva y otros atentados contra miembros del Comité |
d) Nuestras denuncias contra Carranza y sus paramilitares incrementaron las amenazas y planes para atentar contra nuestras vidas. |
19. La Comisión Meta, expectativas y frustraciones |
a) El Gobierno entorpece la Comisiónb) La Comisión produce resultados contrarios a los esperados. |
20. Experiencias que nos dejó la Comisión Meta |
a) De cómo enseñan Derechos Humanos en el Batallón XXI Vargasb) El comercio de la muerte en Granada |
c) Diálogo con una comisión de la guerrilla de las FARCd) Entrevistas con el clero de la Iglesia Católica |
e) La juventud del Meta, una juventud atrapada por la violenciaf) Piñalito, ejemplo del típico pueblo coquero |
g) Una anciana de la Unión Patriótica presa en su propia casah) Constataciones compartidas en la Comisión |
21. Las últimas amenazas e intentos para asesinarme |
22. De por qué soy defensor de los Derechos Humanos |
a) De cómo nos hicimos parte de la familia universal defensora de los Derechos Humanos.b) Tenemos que quitarle alas a la impunidad para que sea la vida la que vuele. |
c) Por amor tenemos que transformar nuestra sensibilidad en actos por la justicia |
23. La noche es más oscura cuando está a punto de amanecer |
24. Del por qué no me voy de los Llanos |
a) Tengo un paisaje de mi vida sembrado en el Meta para siempreb) En el Meta están sembradas también mis lágrimas, el lloro no es un desvalorc) Ceder me parece más terrible que la muerte misma |
Josué Giraldo Cardona fue ejecutado extrajudicialmente por el Estado Colombiano a través de
las manos sicariales del paramilitarismo el 13 de octubre de 1996, en la ciudad de Villavicencio,
Meta, en presencia de sus dos pequeñas hijas de tres y cinco años de edad. Esta muerte nos
permite decir, con el poema de Neruda que nos sirve de epígrafe, que su sangre, que fue "en
medio de la patria vertida, frente al palacio... ", fue también uno de los tantos crímenes
anunciados que la comunidad internacional quiso evitar reclamándole al Estado colombiano
protección específica para los miembros del Comité Cívico de Derechos Humanos del Meta, del
cual Josué era su presidente.
La muerte de Josué es una corroboración más del terrorismo de Estado que sigue imperando en
Colombia, ahora con la actividad exacerbada y creciente del paramilitarismo. El Colectivo de
Abogados "José Alvear Restrepo" publica el testimonio de vida de Josué Giraldo Cardona, no
sólo como un homenaje a su memoria, sino esperando que las múltiples denuncias que Josué
realizó nos permitan, como él dice: "quitarle alas a la impunidad para que vuele la vida". Luego
de leer su testimonio ustedes y conozcan quiénes han sido los autores intelectuales y materiales
de este crimen, pretendemos que se sumen a la Red Internacional contra la Impunidad que
promueve la Coordinación Belga-Colombia2. Es nuestro propósito contribuir a lograr que, por lo
menos, en el asesinato de Josué se haga justicia. Debemos lograrlo para que su sacrificio no sea
estéril. Si obtenemos que los verdugos de Josué sean detenidos, procesados y condenados, se
desvertebrará una de las estructuras más grandes del paramilitarismo y se resquebrajará una de
las bases principales sobre las que actúa el terrorismo de Estado en Colombia. Además de las
personas que no menciona Josué exigimos que responda de su asesinato el general Rodolfo
Herrera Luna, comandante de la Séptima Brigada, quien en discurso público el 5 de septiembre
de 1996 en el municipio de Mesetas, departamento del Meta, tildó a los defensores de los
derechos humanos como mensajeros de la guerrilla. Discurso de la estrategia de la guerra sucia
promovido por el propio Jefe de Estado, Ernesto Samper Pizano, cuando dijo, exactamente un
año antes del asesinato de Josué, en octubre de 1995: "Como Presidente y Comandante en Jefe de
las Fuerzas Armadas prefiero a los militares enfrentados a la subversión en las montañas y no en
los juzgados del país contestando requerimientos infundados presentados por sus enemigos".
Entendimos entonces que los defensores de derechos humanos quedarían más expósitos que
nunca al accionar criminal de los que en Colombia han promovido el terrorismo de Estado. Que
responda también de la muerte de Josué el Comandante de la IV División del Ejército, el
Comandante de la Policía Meta y el Director Seccional del Das -Departamento Administrativo de
Seguridad-, porque todos ellos conocían los planes denunciados por el propio Josué para atentar
contra su vida. Que respondan al menos por la ostensible omisión en sus funciones que
facilitaron su muerte.
Josué se había convertido, como él mismo lo dice en su testimonio, en un miembro más de la
familia universal dedicada a la defensa de los derechos humanos. Su muerte no afecta solamente
a los colombianos. Con esta ejecución el Estado ha ofendido y resentido a la comunidad
internacional que defiende la dignidad humana en todos los rincones del planeta.
Josué intervino en el Parlamento Europeo, en febrero de 1996, para denunciar la estructuración y
accionar del paramilitarismo en Colombia. Esta Cámara multiestatal condenó, en resolución
común del 23 de octubre de 1996, su asesinato. Josué igualmente participó en el 51 y 52 períodos
de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra, Suiza,
reclamando con las ONGs colombianas e internacionales que se tomaran las medidas adecuadas
por la comunidad internacional para ayudar a superar la grave crisis humanitaria en Colombia.
El testimonio de Josué contempla todas las etapas de su vida. Su memoria fotográfica le permitía
recrear paisajes y momentos con una fidelidad tal a sus recuerdos que parecía que los hubiese
vivido el día anterior. Recorriendo con él su vida se comprende gran parte de la Colombia de hoy
: violencia política, narcotráfico y terrorismo de Estado. Josué fue un testigo de excepción, y
finalmente también víctima del genocidio decretado contra la Unión Patriótica. Su compromiso
político, su condición de funcionario público durante varios años, primero como Juez de
Ejecuciones Fiscales y luego como Gerente de la Empresa de Licores del Meta, más su labor
como defensor de los Derechos Humanos y su calidad de abogado, le permitieron comprender
todos los entramados del terror y de la impunidad en el Departamento del Meta. Muchas de sus
denuncias obran en expedientes judiciales que ya han sido archivados, otras se encuentran
abiertas, y otras no han sido judicializadas.
Josué no se enfrentó a la muerte con resignación; por el contrario, la enfrentó convencido de que
él no podía ceder, porque ello sería "más terrible que la muerte misma". Se enfrentó a la
posibilidad de su martirio porque amaba la vida demasiado, y entendía que para afirmarla había
que ir hasta el fin si fuese necesario. Su testimonio es premonitorio, y pese a lo doloroso de
muchos momentos de su relato, también resulta esperanzador. Su muerte no puede conducirnos
al escepticismo; por el contrario, tenemos que alentar la vida y multiplicar nuestros esfuerzos
para que personas como Josué no sigan muriendo.
¿Por qué mataron a Josué? A Josué lo mataron por ser un hombre probo, por ser un hombre
digno, por ser un hombre incorruptible, por ser un militante político de un partido sometido al
exterminio y, más allá, por ser un decidido militante de la vida y defensor a ultranza de los más
caros valores de la existencia humana. Quienes lean su testimonio comprenderán en toda su
dimensión que hemos perdido no sólo a uno de los mejores hijos de Colombia, sino que toda la
familia humana ha perdido a uno de sus miembros más íntegros; a uno de esos seres
imprescindibles, como califica Brecht en su poema a los que luchan toda la vida contribuyendo a
evitar la degradación de la humanidad. Perdimos a un hombre que por su coraje, su compromiso
y su inteligencia allende las fronteras, tenía mucho que decirle al mundo; el espíritu de Josué era
universal aunque estuviese reducido a una provincia de terror.
Uno debe dolerse del crimen que se cometa contra cualquiera en cualquier lugar del universo. La
vida humana tiene que ser inviolable. Uno debe dolerse doblemente si el crimen tiene un móvil
político y es el Estado quien lo comete. Y si la víctima es un defensor de los derechos humanos,
uno tiene que resentirse desde las fibras más íntimas de su ser.
Cuando comencé la transcripción de la entrevista de Josué pensaba que todo lo que él denunciaba
podía constituirse en un factor adicional de riesgo para que se le privara de la vida; quería volver
a discutir con él algunos detalles antes de su publicación. Ahora las precauciones no tienen
sentido, el lector de su testimonio debe conocer quiénes son sus asesinos.
Entrevisté a Josué en los últimos días de marzo de 1996, en Ginebra. Nos encontramos en el
apartamento de un amigo común. Josué había salido del Meta por espacio de dos meses
acorralado por las amenazas de muerte y planes para acabar con su vida. Pasó por España en un
recorrido de denuncias, y llegó a la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas para
participar, como un año atrás, en nuestro trabajo de cabildeo para lograr que la comunidad
internacional tomara las medidas que correspondan para ayudarnos a superar la grave crisis
humanitaria que padece Colombia.
Conversamos muchas horas. Cuando podíamos sustraernos del Palacio de Naciones Unidas,
caminábamos por las orillas del lago Lemán para buscar un poco de tranquilidad y de inspiración
en las aguas quietas y con el vuelo reposado de las gaviotas que siempre invitan a la libertad. Nos
llegó una primavera de días soleados, que con el hermoso fondo blanco de los Alpes nevados nos
permitía gozar de los dones maravillosos de la naturaleza. Aprendí con Josué, ciertamente, que
quien es sensible frente a la vida humana lo suele ser también frente a las cosas más sutiles de un
paisaje: una mariposa de colores, un botón de tulipán o de rosa que florece, un ruiseñor que
canta, un rostro que sonríe, una pelota que rueda, un niño que corre; son hechos suficientes para
recordarnos las gracias de la vida. Tuvimos también tardes de arco iris y largos instantes de
silencio en que nos poníamos de acuerdo para dejar que la naturaleza nos hablara. Así se fue
construyendo el testimonio de Josué. El último día de camino al aeropuerto, y antes de que
despegara su avión, seguía grabando su voz, seguía recogiendo parte de su intensa vida. Lo
vimos marchar detrás de la puerta de migración, luego de un abrazo que, aunque yo intuía que
podía ser el último, nos negábamos a aceptar la posibilidad de su muerte como un sino
inexorable que no queríamos racionalizar, que queríamos >>>>> metrizar <<<<< con
optimismo, sin otros fundamentos que nuestro incontenible afán de vivir y de querer que los
otros vivan. En sus manos llevaba un gran libro de Mandela, tanto por su contenido como por su
tamaño, en el que se había sumergido cada noche antes de dormir. Quería aprovechar el vuelo
transatlántico para leer muchas páginas e impregnarse de la inmortalidad del líder negro; así
contribuiría a fortalecer su espíritu para vencer todos los tipos de 'apartheid' que subsisten en
Colombia.
Durante la administración de César Gaviria Trujillo, Víctor Carranza gozó de un trato privilegiado, en su calidad de Zar de la explotación de esmeraldas. Esta situación se ha mantenido con el gobierno del Presidente Samper. Colombia tiene alrededor del 55% de la producción mundial de esmeraldas, lo que significa un volumen de exportación de U$S 151.727.508 en 1991. La iniciativa de crear la Bolsa Mundial de esmeraldas en Bogotá, patrocinada por Víctor Carranza a través de su empresa Tecnominas, gerenciada por Germán Bernal, tuvo un importantísimo eco en el Gobierno. En abril de 1992 el propio presidente Gaviria, según la revista Semana, habría recibido a Víctor Carranza "como autoridad mundial en esmeraldas". El entonces Ministro de Desarrollo Económico, Ernesto Samper Pizano, fue uno de los principales promotores de la iniciativa de Carranza. Tal vez este factor ayude a explicar por qué Carranza se ha beneficiado de una protección infalible por parte de altas esferas gubernamentales, que han neutralizado cualquier actuación judicial contra el líder paramilitar."
Soy Josué Giraldo Cardona, nacido en el seno de una familia grande, el número trece entre dieciocho hijos. Nací en 1959, el 27 de agosto, en Pensilvania, Caldas, un pueblo de la colonización antioqueña fundado en 1866. El prefijo "Pen" del nombre de mi pueblo deviene de un almirante norteamericano que estuvo participando en las guerras civiles de Colombia en el siglo XIX, y conquistó por su valor el afecto de muchos paisas. Y "silvania" es el nombre de una flor de la región.
Pensilvania fue habitado en la antigüedad por una comunidad indígena, se han encontrado restos arqueológicos en las montañas de Rony y Piamonte; de su cultura poco se conoce, desaparecieron con el proceso de conquista y colonización del Imperio Español.
Pensilvania es un pueblo conservador, como casi todos los municipios cafeteros, con una gran ascendencia religiosa. La economía cafetera durante un buen período permitió satisfacer necesidades básicas y servicios públicos a toda la población. Los pueblos paisas y cafeteros son pueblos bien hechos, bien organizados, con sus calles limpias, su buen acueducto, sus carreteras adecuadamente transitables, con servicios de energía, agua y teléfono. Los niveles de pobreza para ese entonces eran muy pocos. La gente que tenía penurias económicas contaba con el auxilio de la sociedad "San Vicente de Paúl", que construía barrios para pobres, y la alcaldía contribuía a la manutención de tal forma que no padecieran hambre.
El que seamos una familia numerosa no obedece a que mamá no conociese los períodos de
infertilidad, ni a que mis padres gozarán tirándose piedritas en la quebrada, ni a que en ese
entonces no conociésemos los televisores. La explicación es ante todo económica y está en las
raíces mismas de la colonización antioqueña. El hijo mayor, por tradición, partía a tumbar selva,
a descuajar montañas, a fundar veredas; donde se instalaba se aseguraba la autosubsistencia
familiar. La mano de obra no se contrataba, se trabajaba con los hijos de la casa; había necesidad
de reproducir hijos para generar brazos de trabajo en las fincas cafeteras. El proceso de
colonización imponía que cuando se cumplían quince años, el muchacho ya estaba maduro para
acariciar por su cuenta la tierra, partía para sembrar su propio futuro. Los hijos que se iban tenían
que ser sustituidos.
Cuando se cerró la frontera agrícola en el viejo Caldas se frenó el proceso de reproducción de las familias numerosas. Desde entonces se impuso la planificación.
Cuando a mí me tocó la primera comunión nos exigían ponernos una bata larga como el hábito que llevan los curas. Nosotros parecíamos como niñas así vestidos: teníamos la costumbre del pantalón corto, las camisas sin mangas y andábamos a pie limpio. La bata no iba con nosotros, nos incomodaba sobremanera. No puedo olvidar la fecha por las connotaciones que tuvo para mí, tanto en lo personal como en lo social. Por primera vez recibí una gran cantidad de regalos. Como éramos tantos, cuando llegaba la Navidad papá no podía darnos un regalo a cada uno. Compartíamos un carrito plástico entre cuatro o cinco, mis hermanas una muñequita.
En este tipo de vivienda campestre se usa mucho la chambrana, y en nuestra casa no podía faltar.
La chambrana es el sitio anhelado de los amoríos, el sitio ideal para las esperas. El pretendiente
baja después de la jornada de trabajo, y la muchacha está allí con su mejor sonrisa y sus trenzas
coquetas para alegrar la llegada de las noches. Desde la chambrana se hacen romances,
canciones, amistades, y reflexiones serias y nostálgicas que nacen desde la memoria de los
abuelos. Es el espacio para el cotorreo, para la llegada de las noticias que vienen del pueblo o de
las veredas vecinas. Frente a la casa hay un gran patio público, espacio para fiestas, juegos de
pelota, visitas, y siesta para los gatos y perros. Estos son los espacios de socialización de la casa.
Si los perros ladran o se escucha el rugido del motor de una chiva que se acerca, todos se asoman
para darle la bienvenida al eventual visitante. En la casa era más frecuente recibir visitas, porque
por el frente pasaba el camino real. Ello genera una tradición de hospitalidad.
La cocina era el centro de reunión de la familia. No comíamos en el comedor, porque al calor del
fogón de leña había más intimidad, y sentados en bancos y en forma de círculos podíamos poner
en común nuestros problemas, nuestras necesidades, nuestras expectativas. Mi mamá hacía pan
en una hornilla de barro, elaboraba rosquillas, galletas, tostadas. Teníamos una alacena grande:
un cajón enorme que fue herencia de la abuela se mantenía repleto, porque además de
alimentarnos a nosotros mi mamá siempre guardaba provisiones para las visitas, de tal manera
que cuando pasaban no se iban con las manos vacías, ella les aseguraba una bolsita de pan.
La época más especial era la época de la recolección del café, porque venía gente de todo lado, de la costa atlántica y pacífica. La plaza de Pensilvania era el punto de encuentro, llegaban chivas repletas de jornaleros. La región era de pequeña hacienda cafetera, no habían grandes propietarios. Mi papá tenía una finca de diez hectáreas pero era una finca productiva, teníamos café arábigo, que se reproducía bien, y había necesidad de contratar a los jornaleros migrantes. A mí me gustaba sentarme a escuchar las historias de sus vidas y conocer el país a través de sus palabras. En el relato de los pescadores imaginaba el mar como lo conocí muchos años después, inmenso y capaz de consumírselo a uno con el bocado de una ola. Hay una población campesina flotante muy grande, viven recorriendo el país de cosecha en cosecha; cuando termina la del café van a la costa a recoger algodón, y luego, cuando ésta termina, van al llano a recoger arroz; si hay crisis y se paga mal el jornal, se van a la amazonia o al llano a recolectar coca.
Una hermana se hizo monja, estuvo diez años en el convento hasta que la persistencia de un
novio que había dejado en Pensilvania la convenció de dejar los hábitos y en un fin de semana se
voló. Aunque no dejó de ocuparse de las cosas de Dios, en adelante lo hizo compartiendo el amor
de un hombre trabajador. También impulsó su decisión el hecho de que en esa comunidad
religiosa no se hacía trabajo con la gente necesitada. Ella tenía vocación de servicio hacia la
población, y amaba el trabajo social no por ideología alguna, sino por tradición familiar heredada
de la abuela. La abuela era una matrona en la región. A su casa llegaban el cura, las autoridades
políticas y mucha gente del pueblo. En su casa había siempre algo de comer y algo para ofrecerle
a quien llegara, fuese un hambriento pobre o así fuese un forastero desconocido. Era una mujer
muy desprendida, siempre le tendía una mano a los más necesitados. Mi papá también tiene ese
espíritu: cada quince días sale a recorrer las calles con su carriel al hombro para recoger dinero
para los pobres de San Vicente. Mi padre, a pesar de ser conservador, no es un hombre egoísta, es
honesto y muy dadivoso; pero en cosas de educación de los hijos se pasó de severo.
De mis dieciocho hermanos (en realidad diecisiete, porque uno murió al nacer) siete fueron
mujeres. Se mantuvo en el hogar la tradición machista. Ellas tenían que quedarse en casa
ayudando a mi mamá en las labores de la comida, del aseo de la casa, de aprender y ayudar a
coser para hacernos las ropas a los hermanos.
Mis hermanas tenían una restricción total en cuanto a la vida social se refiere; se les obligaba a
llevar vestidos largos, a las seis de la tarde ya no las dejaban salir, no se les permitía tener amigos
y, menos, novios, pero hacían lo posible por burlar las disposiciones autoritarias de papá y se
escapaban de tarde en tarde, lo que ocasionaba que él las reprimiera severamente y que se
excediera en el castigo. Lo mismo pasaba con mis hermanos mayores. Aunque ellos tuviesen una
'libertad' mayor no podían llegar después de las diez de la noche a casa, a esa hora mi papá
trancaba la puerta. Unas y otros eran castigados a latigazos. Yo no viví de cerca el tratamiento
que le dieron a mis hermanas mayores pero recojo ahora sus comentarios.
Yo no me acomodé a la vida religiosa porque no me gustaba que me obligaran a ir forzadamente a la iglesia, la coacción me indignaba, íbamos a misa a las cinco y media y teníamos que regresar a las seis. Yo hacía lo posible por no dormirme en los bancos, pero a veces era más fuerte el pesado ambiente que mi voluntad de niño; entonces mis padres se enojaban conmigo. Así fue día a día durante años, no nos salvábamos ni los domingos. En el colegio la situación no fue mucho mejor, teníamos que ir a misa antes de entrar a clase. Poco a poco nos fuimos rebelando un grupo de adolescentes que no entendíamos el autoritarismo en las cosas de Dios, y nos negábamos a ser obedientes 'porque había que serlo'. En el comienzo fue una reacción natural que no tenía nada de ideológico, fue el método represivo el que nos fue alejando de las puertas de la iglesia, sin consideración a que ésta fuera buena o mala. Nos sentíamos violentados, y contra ello reaccionamos.
Cuando comenzaba el bachillerato llegaron a la región los "Cuerpos de Paz". Eran unos gringos
que andaban repartiendo zanahorias, tomates y leche. Luego se supo que en la leche incluían un
producto que infertilizaba a las mujeres, con la idea de que las revoluciones había que prevenirlas
desde el vientre de las mujeres pobres de Latinoamérica para que no surgieran guerrilleros.
Temas como éstos los empezamos a discutir en nuestro grupo de jóvenes, a documentarnos, a
buscar el por qué de las cosas. Poco a poco nos fuimos desprendiendo de las ideas confesionales,
católicas. En el colegio me vinculé al grupo de teatro, organizamos un periódico estudiantil, y a
través del periódico llegué al Consejo Estudiantil, y con éste al tema de las reivindicaciones
gremiales; por el mismo camino tuve mis primeros contactos con las organizaciones sindicales y
campesinas de la región, en particular con las de los puertos fluviales sobre el Magdalena: La
Dorada y Honda, que hicieron historia con las aguerridas luchas de los braceros desde los años
veinte. La Dorada no está lejos de Pensilvania, y el intenso calor de su tierra y de su gente nos
irradiaba.
Participé en muchos congresos estudiantiles en La Dorada y en Manizales; conocimos dirigentes estudiantiles nacionales con los que realizábamos talleres sobre la problemática de la educación en el país y sobre las causas de la marginalidad y la pobreza que sufría la mayoría de los colombianos.
Mi mamá me cuenta que el sectarismo de papá tiene mucho que ver con el fenómeno de "La
Violencia", en que el pueblo liberal y conservador se despedazaba mutuamente conducido por el
discurso radical de sus jefes políticos, que luego de trescientos mil muertos terminaron festejando
con un brindis de champaña el nuevo país que nos heredó el "Frente Nacional". Remanentes de
esa violencia fue la lucha de los llamados bandoleros de finales de los años cincuenta y
comienzos de los sesenta. De niño escuché contar a los campesinos y a mamá los hechos terribles
de violencia que se ligaban a nombres como "Sangre Negra", "Tarzán", "Desquite", "Capitán
Venganza" y del propio Efraín González. Se recuerda con mucho repudio una matanza que hubo
en Marquetalia, Caldas, de 3O personas, entre las cuales diez de Pensilvania que iban a una feria
ganadera, "Sangre Negra" los capturó uno a uno, los llevó a un cuarto, los apalearon y luego los
mataron a todos. Se logró escapar una persona de Pensilvania. Los mataron por ser miembros del
partido conservador.
Mi mamá temerosa del radicalismo visceral de mi padre, para protegerlo en su pasión política, cuando había concentraciones me enviaba con él para estar segura de que regresaría a casa. Yo lo acompañaba escuchándole sus diatribas contra liberales y comunistas, que para él eran la misma cosa. Cuando quería agredir a alguien yo lo abrazaba para calmar sus ímpetus violentos,y, cuando estaba borracho, tenía que ir a casa a buscar a mis hermanos mayores para poder cargarlo de regreso.
La concentración de los conservadores se hizo en la plaza pública, presidida por Belisario
Betancur y Misael Pastrana entre otros jefes de renombre del partido; a unos cuantos metros se
desarrollaba la manifestación política del General Gustavo Rojas Pinilla en una casa quinta que
prestó un miembro sensato del directorio del partido conservador de Pensilvania. Los ánimos se
caldearon cuando los conservadores, desconociendo la voluntad de su copartidario, impidieron
que Rojas Pinilla pudiese intervenir, tuvo que irse a otra casa. Los anapistas se molestaron. Ya en
la noche, al calor de los aguardientes, se armó una gazapera en el pueblo, unos y otros echaron
tiros al aire, y por fortuna no hubo muertos. Mi papá no podía ausentarse de la gresca, así que
terminó en la cárcel.
Esas manifestaciones políticas fueron forjando en mí un hervor que más tarde se traduciría en mis luchas estudiantiles y políticas.
Mis hermanos me dieron el dinero para pagar el segundo semestre, lo pensé muchas veces. Hice
la cola para matricularme y me retiré de ella varias veces; volvía a ella por no decepcionar a mis
hermanos y me salía de ella para no decepcionarme a mí mismo. Después de 4 horas llegué a la
ventanilla, y cuando la señorita que atendía me preguntó de mala gana qué iba a estudiar, decidí
que contaduría no sería mi carrera ni aquel centro de estudios sería mi universidad. Me fui a la
casa con el temor de darle la cara a mis hermanos. Esa noche no les pude decir la verdad y por el
contrario les mentí diciendo que sí me había matriculado. No dormí en toda la noche, lamentando
de no haberles explicado mi decisión. Me sentía un poco estúpido. Sin embargo, al día siguiente
preparé mi discurso de justificación durante el día y en la noche me enfrenté a ellos. Luego de
mis explicaciones, reaccionaron favorablemente y me animaron a explorar otras posibilidades.
Me consiguieron un trabajo como mensajero en una cooperativa de ingenieros. En la idea de que no perdiera el tiempo, el hermano que estudiaba Derecho en la Libre me propuso que fuera allí como asistente, que no me echarían. Llegué con timidez porque no conocía el ambiente, pero tuve la fortuna de que me encontré un paisano de Pensilvania que iniciaba su primer año de Derecho, y con él tomé confianza para asistir a las clases. La primera clase a la que asistí fue con el profesor de Derecho Constitucional: al terminar la sesión me di cuenta de que aquella era mi carrera.
Al finalizar 1979 en una de las movilizaciones fue asesinado por la Fuerza Pública el estudiante
de la Universidad Nacional Patricio Silva. Los estudiantes recuperaron su cadáver, que estaba en
poder de la policía y del ejército. Las protestas de los estudiantes por el asesinato se extendieron
por todo el país, y en la Universidad Libre se hizo una toma pacífica de las instalaciones. Yo
estuve acompañándolos durante diez días, pero como no había podido regularizar mi condición
de estudiante, en caso de un allanamiento el movimiento estudiantil se vería afectado, porque
podrían acusarme, como era la usanza para descalificar las protestas estudiantiles, de ser un
"infiltrado" o "un agitador profesional"; así que me retiré y colaboré en el servicio exterior de
avituallamiento de comidas para los manifestantes.
La ocupación de la Universidad terminó mal, porque los estudiantes fueron desalojados, por el
orden del Ministro de Educación, a punta de bolillo y gases lacrimógenos. Los estudiantes que
allí estaban fueron expulsados, entre ellos mi hermano; también expulsaron a todos los
profesores de izquierda. La Universidad calló bajo el control de la burguesía del partido liberal, y
lo que tenía de liberal y libre desapareció.
Desencantado de lo sucedido me presenté a la Universidad Autónoma a estudiar Derecho. Yo ya tenía mucha relación con el movimiento estudiantil. En su seno se movían dos corrientes políticas que eran las más destacadas: la de la Juventud Comunista (Juco) y la de la Juventud Patriótica (Jupa), que eran los llamados "M-Ls" (Marxistas Leninistas). Las discusiones entre estos grupos políticos era agrias y a menudo las disputas ideológicas se resolvían a puñetazos.
Me vinculé al movimiento estudiantil de la Universidad Autónoma, fuí por varios años
Presidente del Consejo de Facultad, accedí por votación al Consejo Académico, y luego a la
Junta Directiva de la Universidad. Participé en varios encuentros nacionales de estudiantes en
Cartagena, en Tunja, en Manizales, en Cali y en Bogotá. Hicimos grandes movilizaciones. Una
que recuerdo por su espontaneidad fue cuando los gringos invadieron Granada, la pequeña isla
del Caribe que tenía un gobierno socialista. Entonces corrió un sentimiento antiimperialista tan
fuerte que hasta alumnos conservadores, como eran los de la Universidad Gran Colombia, se
movilizaron quemando banderas de los Estados Unidos. Hicimos una marcha fenomenal, con la
participación de muchas universidades privadas y de todas las universidades públicas. Nos
movilizamos hacia la embajada gringa. La policía quería impedirnos el paso, pero éramos tantos
que tuvieron que dejarnos pasar. Manifestamos nuestro repudio multitudinario a las acciones
imperiales.
Hicimos otra marcha a fines de 1984. Desaparecieron a un compañero nuestro del Consejo Estudiantil que era militante del M-19, Cristóbal Triana. No sabíamos de su militancia política, nos enteramos luego en la búsqueda, porque también desaparecieron a su cuñada, Nydia Erika Bautista. La desaparición forzada empezó a extenderse por todo el país como táctica represiva para golpear el movimiento estudiantil, popular y sindical.
Mi papá fue cambiando con el transcurrir de los años, y al final terminó siendo tolerante,
aceptando que las nuevas generaciones no se medían con la misma vara que las de su tiempo. Por
lo tanto, en casa me trataba con respeto; discutíamos sí, pero lo interesante es que ahora
escuchaba.
Renovar las costumbres políticas en un pueblo en el que el asistencialismo, el mutualismo y la solidaridad habían solventado la miseria, y todos estaban conformes con la manera de gobernar, era una tarea casi estéril. Nuestro discurso tampoco fue inteligente, porque manejábamos categorías que al pueblo ni le iban ni le venían. Sin embargo, tuvimos acogida en los sectores intelectuales, profesores, estudiantes y autodidactas. Creamos un círculo cultural que llamamos "El Ventorrillo", donde hacíamos recitales de poesía, presentaciones de grupos de teatro, presentaciones artísticas y sesiones de lectura pública de obras de la literatura universal para discutir sobre su contenido. Nuestro trabajo cultural y político dio resultado y estuvimos a punto de sacar un concejal; encontramos el método para no arar en el desierto. El resultado, sin embargo, empezó a preocupar a nuestros viejos, que se sorprendieron de que nuestras ideas pudieran tener acogida, a la policía y al Ejército ligados a los paramilitares, financiados por un hijo de Pensilvania que de la noche a la mañana se volvió millonario traficando con drogas.
Pensilvania, que es un pueblo que queda en los linderos con el Magdalena Medio, no podría
verse ajeno al proyecto paramilitar que se desarrolló con fuerza en Puerto Boyacá, la Dorada,
Nare, Honda. A Pensilvania también llegaron.
Un grupo de paramilitares subió desde el Valle, bajaron por el Cauca, el Magdalena, asesinando
en cada pueblo militantes de izquierda y dirigentes populares. La mayoría de sus integrantes eran
nacidos en la vereda de San Daniel, que queda a una hora de Pensilvania. Allí regresaban a pasar
vacaciones, dos o tres meses, y luego reiniciaban sus recorridos de terror cuando el ejército y los
narcotraficantes les suministraba las listas de las personas que tenían que matar. Un frente de la
guerrilla de las Farc, el IX frente, que opera en el nororiente antioqueño, se instaló también en la
región. Un campesino de esa misma vereda, al que los paramilitares querían matar porque sabía
de sus andanzas, pidió protección a la guerrilla, quien los esperó a que regresaran de una de sus
giras y los enfrentó; el grupo fue prácticamente eliminado.
Yo tenía mi oficina de abogado en el pueblo y en ella vendía los ejemplares del periódico Voz, seguíamos nuestro proselitismo político, y nuestra Junta Patriótica crecía día a día. Fuimos extendiendo nuestro trabajo al campo, yo asesoré varias cooperativas campesinas, y muchos núcleos campesinos se fueron acercando a nosotros. Campesinos amigos me advirtieron que tuviese cuidado porque los paramilitares estaban vinculando nuestro trabajo político a los hechos guerrilleros y me acusaban de la manera más absurda y canalla de tener que ver con la muerte de los paramilitares.
Lo menos preocupante, en realidad, era el allanamiento; lo realmente grave era que ya habían
diseñado un plan para matarme. Yo me enteré ocho días antes de que atentaran contra mi vida.
Dos de los que participaban en el grupo de sicarios eran conocidos míos desde pequeños y me lo
advirtieron; me dijeron incluso que si les pagaba ellos mismos matarían al que había dado la
orden de eliminarme, que ellos no me dispararían, pero que traerían especialmente unos sicarios
del Valle, que todo estaba acordado con la policía. Yo les agradecí la información, les dije que
por mi cuenta no había muerto nadie ni moriría nadie, que le dijeran a su jefe que toda mi
actuación se ajustaba al orden legal. Lo doloroso de todo este asunto es que el jefe de los sicarios
fue un amigo de toda la vida, de niños jugábamos juntos, en el colegio, compartíamos sueños y
terminó convirtiéndose en un matón.
Ya con anterioridad la policía había comenzado a hostigarme, me seguían por donde iba sin
disimular que yo era su objetivo. Desde que salía de la casa hasta que regresaba a ella estaba
permanentemente vigilado. Yo hice la denuncia ante el Juez Penal del municipio de los
seguimientos de la policía y de las advertencias de los sicarios. Hablé también con el alcalde
diciéndole que sabía que me iban a matar y que la policía estaba implicada. Me dijo que iba a
averiguar. El pueblo fue militarizado, trajeron un batallón de Manizales. De los planes para
matarme también sabían los conservadores del pueblo, pero ya a mi papá nada le dijeron. Yo
tampoco le comenté nada a mis familiares para no preocuparlos.
Yo había optado por salir de Pensilvania, mas era tarde. Sentía que más fácil se atentaría contra
mi vida en la carretera que en el pueblo, ya que son parajes solitarios y no habría siquiera testigo
alguno. Sicológicamente me preparé para lo peor. Para evitar que el miedo me paralizara empecé
a hacer mucho ejercicio físico en el caso de que me tocara correr. Salía de mi casa a las ocho de
la mañana, me iba a la oficina y regresaba a las cuatro y media de la tarde.
Un miércoles, el 13 de mayo de 1987, antes de ir a mi casa fui a visitar a un amigo médico que
trabajaba en el hospital,y me invitó a que fuéramos a jugar baloncesto un rato. Le dije que no
podía, me despedí de él sin darle explicaciones y me fui a casa. Llegaron a buscarme un grupo de
jóvenes, porque yo dirigía la Junta Municipal de Deportes y no había vuelto a las reuniones; me
pidieron que los acompañara, al menos media hora. Miré por la ventana y vi que había dos
policías frente a la casa. Me animé y salí pensando que no podría estar encerrado siempre; me
puse una camiseta y encima una ruana; me dirigí a la oficina pendiente de la acción de los
policías, uno de ellos entró al Comando para avisar que yo había salido de casa. Hicimos la
reunión, y en veinte minutos me desocupé. Al cerrar mi oficina vi que bajaba por un lado del
parque el Comandante de la Policía con siete agentes; cuando llegué a la esquina subían otros
cinco policías. Le pregunté a alguien en la calle qué pasaba y me dijo que se había ordenado
recoger la policía y concentrarla en el cuartel.
Me tomé un café en una cafetería frente a la plaza principal. En la otra esquina vi al jefe de los
sicarios, al muchacho que era mi amigo, Amado Cardona, conversando con el Comandante de la
Policía. Lo acompañaban dos extraños que en los días anteriores había visto rondando por la
oficina. Recordé lo que me habían advertido de los sicarios del Valle, me afané y decidí partir
hacia la casa.
Llegando ya a la esquina de la cuadra de mi casa vi a otros dos sujetos que no había visto en el
pueblo. Sentí mucho miedo, me desvié y entré a la casa cural. Esperé algunos minutos y salí. Los
dos tipos se habían percatado del sitio donde me encontraba, empezaron a hacerme gestos
ofensivos, como para que yo no dudara de que a mí era el que buscaban. Volví a entrar a la casa
cural y cerré la puerta; me quedé unos diez minutos en el corredor, pendiente de sus movimientos
a través de una ventana que daba sobre la calle; pasaron, se detuvieron un instante, pero
continuaron bajando la calle. Aproveché para salir de la casa cural y los seguí a distancia; los vi
entrar al hotel donde estaban alojados.
Cometí el error de no entrarme a la casa en ese momento que tuve la oportunidad, me quedé
retando el miedo que me embargaba haciéndoles el seguimiento de lo que estaban haciendo.
Volví a ver a Amado atravesando la plaza en compañía del Comandante de la Policía. Los
extraños volvieron a salir del hotel, esta vez en compañía de un muchacho del pueblo. Los vi
también atravesar la plaza en dirección contraria al sitio donde me encontraba. Me despistaron y
pensé que iban a matar a otra persona. Recordé los gestos insultantes que me habían estado
haciendo minutos atrás e hice el razonamiento estúpido de que sólo querían amedrantarme, ya
que para matarme no me parecía lógico que anunciaran mi muerte de manera tan descarada.
Decidí seguirlos para asegurarme que no era yo el que tenía una cita con la muerte. Al llegar a la
otra esquina de la plaza, otro sicario del pueblo llegó al mismo sitio viniendo por otra calle que
allí desembocaba. Llevaba ruana como yo y sombrero blanco, y al encontrarnos de frente los dos
nos asustamos. El tipo me hijueputeó y se abrió a un lado, y yo cogí hacia el otro. Corrí y me
entré al local donde teníamos "El Ventorrillo", que quedaba en un subterráneo; encontré a varios
amigos, pero a ninguno le comenté lo que estaba pasando. Eran ya casi las 7:30 de la noche, y le
dije a Nicolás, el muchacho que administraba el negocio, que saliera y me dijera si veía algo
extraño en la calle; me dijo que el Comandante de la Policía estaba con Amado en una cafetería
del frente y había dos desconocidos parados en la esquina.
Decidí quedarme en "El Ventorrillo", dándole tiempo al tiempo, esperando que se marcharan. Me
puse a conversar con una amiga mía de Pensilvania, a la que tampoco le comenté nada sobre la
situación que estaba viviendo; estaba esperando que llegara Alberto, un amigo que trabajaba
conmigo en la oficina de abogado, y que tenía el hábito de tomarse allí un café cada noche antes
de irse a su casa. El Comandante de la Policía envió a dos de sus agentes al "Ventorrillo" para
que se percataran con quién yo me encontraba, me vieron con mi amiga, y ya sabían que
normalmente yo la llevaba hasta la casa. Yo esperé a mi amigo hasta las nueve y media, y esa
noche no llegó. Le pedí a Nicolás que volviera a mirar si los tipos todavía se encontraban ahí, me
alivió con la noticia de que ya no se encontraban, y salí en compañía de la chica.
Caminamos algunos metros y vi al Comandante de la Policía, todavía en compañía de Amado, en
otra esquina; me excusé con mi amiga porque no la acompañaría hasta su casa, previendo que los
sicarios pudiesen estarme esperando allí; le pedí que siguiera conmigo, que quería buscar a
Alberto en otra cafetería un poco más abajo. Uno de los sicarios, que esperaba que yo volteara
con ella en la esquina hacia su casa, nos vio seguir de largo por una calle que a esa hora es
normalmente concurrida. Yo vi detrás una sombra moverse con rapidez y tomé el centro de la
calle en el mismo momento me hicieron el primer disparo, que me dio en la espalda a la altura
del hombro. Se me incrustó en la clavícula. y desde entonces ahí llevo el plomo conmigo.
Yo sentí como si se hubiese producido un derrumbe gigantesco, y que yo caía a un precipicio con
árboles, piedras y tierra negra, entre mucha tierra negra. Caí al piso y mi instinto de conservación
me hizo levantarme y correr cubriéndome la cabeza con la ruana. No podía correr bien porque
sangraba, más que correr, en realidad gateaba. El sicario se me acercó y me hizo un segundo
disparo a boca de jarro sobre la cabeza. La bala penetró la ruana, me rozó la cabeza y me partió
una oreja. Aunque me rozó el cráneo, arrastrándome el cuero cabelludo, no perdí el
conocimiento; seguí gateando, pude correr un poco y le gané dos cuerpos. Lo alcancé a ver,
llevaba un sombrero blanco y una ruana negra. Lo miré a la cara en el momento en que me
apuntaba para hacerme el tercer disparo: se cubrió el ojo izquierdo con una mano, y con la otra
tendió el revólver hacia mí, apuntándome hacia las piernas para herirme en ellas y evitar que yo
siguiera corriendo. Yo salté en el momento de la detonación y una muchacha que por allí pasaba
fue la que recibió el disparo en una pierna.
El desconcierto cundió, todo el mundo corría y gritaba. Yo seguí avanzando, pero ya
arrastrándome, arrastrándome. El sicario me alcanzó de nuevo y me hizo un cuarto disparo en la
cabeza, que yo trataba de proteger con la ruana; el disparo penetró la ruana y arrastró consigo otra
parte de mi cuero cabelludo. Yo seguí arrastrándome y me hizo un quinto disparo, que no me
tocó y un sexto que me entró en el estómago. Habiéndome disparado la carga completa de su
revólver, el tipo me dio por muerto y se fue buscando la huida. Yo alcancé a llegar a una
cafetería, y allí intenté sentarme en una silla, pero caí al suelo.Un profesor del Instituto
Politécnico me reconoció y dijo "Este es Giraldo, el abogado, el hijo de don Alvaro. Rápido
traigan un carro". Me subieron a un campero. Yo seguía consciente, en la mano llevaba un libro
de poemas de Benedetti, que no había soltado, y que agarraba con fuerza, con la ilusión de que la
vida no se me escapara. Les pedí insistentemente en el trayecto al hospital que no dejaran entrar
la policía, que ellos eran los responsables del atentado. Ya al llegar al hospital perdí el
conocimiento.
Me desperté el miércoles a las cuatro de la tarde, embotado por la anestesia y recuperándome de
las intervenciones quirúrgicas que me habían salvado la vida. Me contaron que esa madrugada, al
haberse enterado los sicarios de que yo seguía con vida intentaron entrar al hospital para
ultimarme. Amado llegó a las cinco de la mañana con dos sicarios más. Pero un hermano y mis
amigos, previendo que eso pasaría consiguieron armas prestadas y se dispusieron a defenderme;
cuando intentaron ingresar al hospital mi hermano disparó al aire y los sicarios huyeron.
Al tercer día de mi hospitalización me agravé, por lo que el médico sugirió que lo mejor era que me llevaran a Bogotá. Me sacaron en una ambulancia, y como por el camino me fui inflamando y me iba muriendo tuvieron que entrarme al hospital de Guaduas, Cundinamarca, donde estuve en recuperación un día. Luego, en la capital, me llevaron a un convento. Finalmente me internaron en el hospital San José durante un mes.
Don Darío Maya era más radical en sus ideas conservadoras que mi padre, pero era un hombre
servicial, bueno en términos morales, en términos cristianos. Era un hombre rico, pero se
desprendía en muchas ocasiones de su dinero para darle de comer a los pobres, para realizar
cuanta obra de caridad fuese necesaria. Don Darío, además, quiso frenar el proceso de
descomposición social que empezaba a vivirse en el pueblo por las cantidades de dinero que el
mafioso hacía circular. Éste realizaba fiestas en la plaza, mataba marranos para todo el mundo, y
ofrecía por su cuenta todo el trago que el pueblo quisiera beberse. El narcotraficante se fue
adueñando de los destinos del pueblo. Don Darío no podía hacer arrestar a Patiño porque las
autoridades lo respaldaban; pero sí le pidió, en reiteradas oportunidades, de manera privada y
pública, que pusiera fin a sus pachangas en la plaza principal, que ese no era el comportamiento
tradicional del pueblo, que generaba un espíritu licencioso y corruptor acabando con la
tranquilidad de la población. Que si quería hacer sus fiestas las hiciera adentro de las paredes de
su casa.
Como Presidente del Consejo, don Darío se opuso reiteradamente a que se autorizase al mafioso
celebrar sus fiestas públicas. Logró que en varias sesiones del Concejo se aprobara la interdicción
de utilizar la plaza principal para esos espectáculos que resultaban bochornosos, para que no
pervirtiera a la juventud, que fácilmente se dejaba atraer por la rumba y el alcohol gratuitos. De la
noche a la mañana Pensilvania empezó a cambiar radicalmente: de ser un pueblo tan tranquilo
que parecía un seminario abierto, donde el único ruido destacable era el toque diario de las
campanas llamando a misa, de repente pareció un burdel. El narcotraficante importó prostitutas
de la capital, abrió cantinas, y decenas de borrachos empezaron a amanecer dormidos en las
calles. Junto con sus dineros, el mafioso también importó los sicarios. A Patiño, acostumbrado a
que le obedecieran, se le rebosó la copa cuando don Darío no estuvo de acuerdo con que me
asesinaran; por eso ordenó su muerte.
No obstante, el asesinato de don Darío fue presentado a los medios de comunicación como una
retaliación de la guerrilla por el atentado que yo había sufrido. Así, el mafioso y el Comandante
de la Policía mataban dos pájaros de un solo tiro. Todos tendrían que quedar conformes con la
explicación.
Sin embargo después se filtró que hubo problemas internos entre la policía y los sicarios. El que
tenía que entregarles el dinero como pago de sus crímenes era el Comandante de la Policía, quien
a su vez les había entregado las armas.
Cuando intentaron cobrar el dinero que les debían por el atentado en mi contra, el Comandante
de la Policía se negó porque yo había sobrevivido. Los sicarios se negaron a devolver las armas
que eran de dotación oficial.
Los sicarios estaban molestos porque no les pagaban el dinero acordado, y el Comandante de la
Policía igual porque no le devolvían sus armas de dotación. Éste decidió entonces eliminarlos: a
Amado le pegaron cinco tiros, pero no murió. Los otros sicarios le montaron un atentado al
Comandante de la Policía, pero éste se salvó: le lanzaron una bomba al carro, y murieron dos
agentes. Preocupados por el rumbo de esos enfrentamientos internos, el narcotraficante convocó
a una reunión al Comandante de la Policía del Departamento de Caldas y al Comandante del
Ejército. Se pusieron de acuerdo y pararon las retaliaciones. Sin embargo, los mafiosos tienen
enemigos en todas partes, y Patiño, dos meses, después fue asesinado en una calle de Pereira.
El Comandante de la Policía fue trasladado, ni siquiera fue investigado. Cinco años más tarde me citaron al juzgado para que me hiciese un reconocimiento médico de las lesiones que sufrí. No habían abierto investigación, el proceso se encontraba en preliminares. Ningún procesado, ningún detenido. En la Procuraduría tampoco se había abierto ninguna investigación disciplinaria. Casi diez años después todo sigue lo mismo.
Para mi adaptación, por fortuna, en la casa donde fui a vivir encontré unas paisas que, como yo,
eran producto de la colonización antioqueña, cuyas familias habían ido a dar a Risaralda, ellas
habían nacido en Pereira. Así que me posibilitaron una adaptación menos brusca. Yo no salía
sino a mi trabajo, y de él me volaba para ir a los juzgados, a las procuradurías; pero concluida la
jornada regresaba a la casa, no aceptaba invitaciones ni para tomarme un café. Tal vez ese hábito
me ha salvado la vida, porque a la mayoría de los compañeros los mataron tomándose una
gaseosa o una cerveza en cualquier establecimiento público. Yo me la pasaba encerrado, con un
miedo que no le confesaba a nadie. Si se caía siquiera una hoja de un árbol que había al frente de
la casa, yo pensaba que venían por mí; si un gato caminaba en el techo yo creía que ya eran mis
últimos momentos. Durante los dos primeros años no podía pasar una buena noche. Poco a poco
me fui acostumbrando.
Como yo era abogado, los familiares de las víctimas empezaron a buscarme para hacer memoriales a los juzgados, a las oficinas de Instrucción Criminal, a las procuradurías, a las personerías; en fin, a todas las instancias jurisdiccionales. Comencé a combinar mis responsabilidades de mi función pública trabajando en la asesoría jurídica y prestando apoyo a las víctimas de la violencia. Desde el 87 a la fecha he estado ininterrumpidamente acompañando a los familiares de las víctimas en su duelo y en sus reclamos de justicia.
Otro ejemplo de la inversión de los desplazamientos forzados es el caso de Luis Mayusa, quien también bajó del Tolima y se fundó en los Llanos. Ahora los paramilitares le quemaron la finca y le ocuparon su casa en Vistahermosa. Le tocó igualmente regresar a su sitio de origen, a recomenzar desde cero, llevando encima el dolor de cuatro décadas de sacrificios perdidos. Igualmente los campesinos que bajaron en las marchas de Sumapaz y de Villarica en los años '59, '60 y '65, y que se fundaron en el Llano, otra vez la violencia los está desplazando al sitio de donde partieron. Ésta ha sido una constante en muchas familias que bajaron de la cordillera al Llano para salvar sus vidas, y ahora se vuelven a desraizar por el mismo motivo; se repite un círculo vicioso en la historia con múltiples tragedias ignoradas.
Todo ello me ató. Además me parecía que la idea de irme de allí, con tantos compañeros muertos, era como dejar abandonadas sus memorias, las luchas por las que entregaron la vida. Si sobrevivía yo, era como un acto de cobardía que no me perdonaría nunca. Hay además una tradición en el Llanero de ser un hombre de palabra, un hombre Hombre, que por tanto no se amilana ante las adversidades, sino que se crece ante ellas. Eso es muy marcado, y me creó el complejo de que dejar el Llano era tanto como disminuirme en mi virilidad. Me parecía una cobardía pensar en irme frente a las personas que aún sabiendo que lan iban a matar no se resignaban, ni renunciaban a su lucha, sino que, por el contrario, aumentaban sus esfuerzos de tal manera que cuando les llegase la hora de morir, por lo menos vencían moralmente sobre sus criminales.
Dio la casualidad que ese viernes saliendo del trabajo, a las seis de la tarde, llegó a buscarme una
compañera de trabajo político, Eybar García. Su esposo, Carlos Covas, que fue Presidente de la
Asamblea por la Unión Patriótica, había sido asesinado. Me pidió que la acompañara a la casa,
que ese día estaba cumpliendo años, y que quería hacer una reunión pequeña con amigos. Le
advertí que tenía una reunión con Ricardo, pero insistió tanto que pospuse mi visita acordada
para más tarde. Allá llegó Mariela, la muchacha que sería mi esposa. Yo la había visto trabajando
en la Alcaldía pero sólo nos habíamos hecho ojitos; existía un previo gusto mutuo que no
habíamos tenido oportunidad de expresarnos. A las 10:30 yo quise irme para donde Ricardo a
cumplirle la cita, cuando llegó una amiga con la noticia de que a Ricardo lo habían volado con
todo y familia en su apartamento. No sabíamos si estaban vivos o muertos. Averiguamos: los
llevaron a una clínica, y sólo habían recibido heridas menores. Se salvaron porque la bomba que
les colocaron en el centro del techo del apartamento rodó al alero frontal, y allí fue donde hizo
explosión. La onda explosiva rompió la pared de entrada y los lanzó a ellos contra la pared del
fondo, algunas esquirlas les hirieron y quedaron cubiertos de escombros. Empecé a hacer todas
las gestiones del caso para sacarlos de la ciudad, para que entretanto recibieran la protección que
hasta el atentado se les había negado. Conversé con el Gobernador, con el Director del Das, pero
no pudimos conseguir un avión para enviarlos a Bogotá; finalmente los pudimos sacar en un
carro con escoltas. A los días se fue del país al exilio con su familia (la embajada de Francia le
facilitó la salida).
Nos encontramos con Mariela el domingo siguiente y fue otro encuentro de emociones fuertes, ya que uno de sus hermanos venía de morir de cáncer. La acompañé al entierro y le ayudé a consolar su tristeza. Luego nos seguimos viendo, nos hicimos novios, y después de año y medio resolvimos casarnos. Nos casamos en 1990 por la iglesia, y mis hermanos sacerdotes celebraron la ceremonia.
Natalia nació al año de nuestro matrimonio. Le pusimos ese nombre a raíz de una de las
protagonistas de una película que me impactó muchísimo, que marcó mi vida: "Garullas no
entierran todos los días", de Julio Scusick. El personaje principal era una mujer de mucho valor,
de mucho amor. Nunca pude recordar su nombre, y el único que me venía a la cabeza era el de
Natalia, por eso le pedí a mi esposa que la llamáramos así. Ella no quería, pero acordamos que la
suerte decidiera, así que hicimos dos papelitos, con el nombre que ella quería para la bebé y con
el mío. Se los dimos a la abuelita, y al escoger, Natalia resultó ganadora. Para que Mariela no se
sintiera derrotada acordamos que la segunda niña que tuviéramos llevaría el nombre que ella
quisiera. No tuvimos que esperar much,o porque a los dos años volvimos a tener una bebé.
Lamentablemente, sin los cuidados que pudimos dispensarle a Natalia. Ello se nota en la
diferencia de los temperamentos; aunque yo intento, cuando estoy con ellas, brindarle un poco
más de tiempo a la pequeña.
Yo siempre he querido estudiar pedagogía y sicología en los niños, pero el trabajo no me lo permite. He leído algunas cosas, pero siempre termino echándome en cara el que no puedo compartir con ellas la vida como debería. El complejo ha estado en la mitad, atravesando nuestras relaciones: mis responsabilidades como funcionario, mi trabajo político y mi defensa de los derechos humanos. En el agite de mi vida, ahora, en esta obligada pausa por mi salida del país, mi familia ha estado hablándome en sueños. Lo reflexiono para intentar, a mi regreso, una distribución equilibrada de mis responsabilidades. Que no implique sacrificar las personas que amo, ni las ideas por las que lucho, ni la causa por la que han perdido la vida tantos compañeros y amigos.
Mis niñas se han apegado mucho a mí. Cuando yo estoy en la casa no se quieren separar un
momento de mi lado, y no se quieren dormir sino en mis brazos. Es una actitud muy posesiva,
normal, a la que se suma también Mariela.
La vida se me ha vuelto últimamente una especie de infierno. Hace mucho rato que no sé lo que es caminar tranquilo por una calle, o ir a un cine, o entrarse a un bar a tomarse una cerveza. Vivo en medio de traumas, con los dolores propios y con los dolores ajenos. Mi vida familiar es conflictiva, no porque tenga problemas de pareja con mi esposa o con mis hijas, sino por el encerramiento, porque la vida social es para nosotros prácticamente inexistente.
Yo quiero ser un buen padre de familia, sin que ello implique sacrificar mis responsabilidades sociales y políticas. Debo propender por un equilibrio para continuar asumiendo mis responsabilidades, de tal forma que aunque yo no esté, mis hijas y mi esposa sepan que yo estoy siempre con ellas. Por ahora mis hijas siguen enfermándose cada vez que mis obligaciones me alejan de la casa más de ocho días.Tenemos una relación fuerte y fina, y ellas y Mariela entienden cuánto las amo.
El esquema de la vida es tan relativo, tan casual, que cuando mi familia me plantea el tema de la posibilidad de la muerte yo les respondo con el ejemplo de los 107 pasajeros del vuelo de Avianca que murieron en vuelo al estallar una bomba que llevaba. Estas personas murieron sin que tuviesen nada que ver con la defensa de los derechos humanos, ni estaban involucrados en una actividad política de oposición. El riesgo de morir en un atentado en Colombia es igual para cualquier ciudadano como para uno. Con este tipo de ejemplos encuentro un escape para calmar las angustias y presiones de mis familiares. Somos tan frágiles que la vida misma en nuestro país se vuelve deleznable.
El Departamento del Meta está atravesado en buena parte por la Cordillera Oriental. Su desarrollo urbanístico se encuentra principalmente en el piedemonte. Tiene además la Sierra de la Macarena, con una biodiversidad de la más ricas del planeta. Sus inconmensurables sabanas han sido repartidas en latifundios, cuenta con ríos en los que se puede hacer navegación (por ejemplo el río Meta que atraviesa Venezuela y va a desembocar al Atlántico); igualmente están los ríos Ariari y Guayabero, que tienen importancia histórica.
El Llano se ha conocido como una tierra de libertad. Hay una costumbre, en la llanura, de que
cuando los muchachos comienzan su adolescencia se les suelte en la sabana para que se
defiendan: el territorio sin fronteras visuales se convierte en un reto para dominar la libertad. La
sensación es la misma de una barquita que se echa a navegar en la inmensidad del mar. Los
hombres del Llano son hombres recios, de estructura delgada pero de fibra consistente.
Desarrollan mucho el tema de la hombría, de la machera, de la berraquera, del dominio de la
naturaleza y de bestias como el caballo y el toro. Ello se expresa en eventos como el coleo, que
es el dominio de los toros, y del jaripeo, que es el dominio de los potros salvajes. Su música, el
joropo, es un ritmo acompasado al paso del caballo, es un galopeo.
El Llanero está amarrado a la naturaleza, sus paisajes son verdaderos paraísos, son exóticos en todo el esplendor de una belleza abierta. La connotación libertaria está muy vinculada con el desarrollo de las gestas de la independencia de la corona española en el siglo anterior; no hay que olvidar que desde estas tierras partió la ruta libertadora de Simón Bolívar, que de manera gloriosa concluyó en la Batalla de Boyacá en 1819, y que en dicho triunfo fue decisiva la participación de los lanceros llaneros.
Las guerrillas liberales tienen una característica, y es que son guerrillas de familias. Son famosas las guerrillas de los Loaiza, de los Fonseca, de los Bautista, etc. Se multiplicaron no tanto por una vocación insurreccional, sino por la necesidad de defender la vida ante las grandes masacres que propiciaban los conservadores; aunque tuvo dirigentes ideológicos que trataron de darle un rumbo hacia la toma del poder, como Eduardo Franco Isaza y el abogado y escritor antioqueño José Alvear Restrepo. Éste último impulsaría una legitimidad institucional de las mismas que desembocaron en las famosas "Leyes del Llano", de naturaleza revolucionaria. Estas guerrillas fueron impulsadas por los terratenientes liberales, pero poco a poco se proyectaron con una fuerza popular de tal envergadura que las élites se asustaron y decidieron ponerles fin promoviendo un golpe de Estado militar que pusiera fin al régimen conservador y que llamara a una amnistía a los alzados en armas. Tuvieron vigencia desde el '48 hasta el '53, cuando la mayoría de los líderes decidieron deponer las armas frente al nuevo gobierno que se anunciaba de reconciliación nacional.
Esto es muy importante destacarlo, porque va a definir los nuevos niveles de la confrontación
política que se darían años después y que todavía perduran, o mejor, que tienden a profundizarse.
La mayor parte de los comandantes guerrilleros que se amnistiaron fueron poco a poco siendo asesinados de una u otra manera. El golpe de gracia lo dieron contra Guadalupe Salcedo, asesinado en Bogotá después de que saliera de una reunión de la Dirección Liberal Nacional. Guadalupe había subido para exigir al Gobierno el cumplimiento de los acuerdos que había asumido con la desmovilización guerrillera. El asesinato político volvería a repetirse décadas después contra otros guerrilleros desmovilizados.
Quedaban en el país algunas regiones donde subsistieron grupos de guerrilleros que fueron
evolucionando hacia formas de vida comunitaria de naturaleza comunista, en los que
desarrollaron programas productivos y formas de autodefensa. Se habían asentado en Villarica,
en otras partes del oriente del Tolima y en Sumapaz. Estos grupos fueron cercados y
bombardeados por el Estado, lo que dio lugar a lo que en el país se conoce como las "Columnas
de Marcha", en que centanares de familias huían de la represión estatal. Algunas de estas
columnas se establecieron en la zona del Guayabero, en el Pato, en Marquetalia, en las zonas de
frontera entre el Caquetá, Huila y Tolima, donde siguieron desarrollando sus formas de
autodefensa. Los volvieron a bombardear, esta vez con la intención por parte del gobierno de
aniquilamiento absoluto, y con la concentración más grande de soldados que se hubiese
registrado en la historia del país.
Los supervivientes, cansados de huir y entendiendo que el régimen no los dejaría nunca en paz, convocaron una conferencia, que llamaron del Bloque Sur, donde se fundaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -Farc- en 1964. En el Meta se instalaría la comandancia guerrillera de esta organización, que se conoce hasta hoy como el Secretariado, en la zona de la Uribe.
El Meta es uno de los primeros productores del país de arroz, de palma africana, de algodón,
aunque ahora ha disminuido mucho por efecto de la política neoliberal implementada por el
Gobierno de César Gaviria, que ha afectado mucho el campo. Se produce mucho maíz, mucho
frijol, sorgo, cacao, plátano y café. Es uno de los primeros productores del ganado que abastece a
Bogotá y sus alrededores. Sus ríos producen, además, mucho pescado. El Meta es una despensa
alimentaria para sus habitantes, que son setecientos mil, para el centro del país.
Produce además gas, que se lleva a Bogotá, aunque paradójicamente, los pueblos que están alrededor de los pozos gasíferos no se benefician de su consumo. Tiene pozos petroleros en producción en Apiay, en Villavicencio, en Puerto Gaitán, y recientemente se han descubierto los mayores pozos petroleros del país en Medina, que queda entre Cundinamarca y el Meta, que se llaman Coporo I y Coporo II, y otros descubiertos en la propia ciudad de Villavicencio, que se llaman Anaconda I y Anaconda II. Sin embargo, pese a tanta riqueza, el desarrollo de la región es deplorable. A la corrupción política se ha unido el problema del narcotráfico, el paramilitarismo y los intereses de las multinacionales.
En los años sesenta los campesinos sembraban marihuana en las sabanas de San Juan de Arama, en la Macarena y en Vistahermosa. Luego, en los setenta, se produjo un proceso de sustitución de cultivos, y en lugar de marihuana empezaron a sembrar coca. Leónidas Vargas y sus hermanos, que sembraban coca en el Caquetá, la introdujeron en la Macarena y en la Serranía.
Rodríguez Gacha era originario de Pacho, Cundinamarca, donde después montó otro imperio
paramilitar con el Ejército en toda la región de Rionegro. En 1979 ya era un hombre
multimillonario mezclado con las élites del poder. Por intereses estratégicos del Ejército de
controlar el Magdalena Medio llegó a Puerto Boyacá para financiar el paramilitarismo.
Contribuía a la lucha contrainsurgente al tiempo que aseguraba la protección de la Fuerza Pública
para afianzar sus redes de narcotráfico. El General Harold Bedoya Pizarro, el hoy Comandante
del Ejército, era entonces Comandante de la VII Brigada. En relación estrecha con Rodríguez
Gacha montaron los primeros grupos paramilitares en Puerto Boyacá.
Esa experiencia paramilitar de Puerto Boyacá, que les dió resultado porque aniquilaron toda forma de expresión popular, la trasladaron a San Martín. El paramilitarismo, en realidad se exacerbó en todo el país a raíz de los Acuerdos de Paz en1984 entre las Farc y el Gobierno. Entonces se desató un proceso de guerra sucia que estamos viviendo hasta hoy, en particular con el nacimiento de la Unión Patriótica como alternativa política al dominio tradicional de liberales y conservadores, y se recrudeció en el Meta porque allí se había alcanzado una de las votaciones más altas en todo el país.
San Martín es uno de los pueblos más antiguos del país, tiene 450 años. Representa como
ninguno la tradición del Llano, y dentro de sus tradiciones está la de afirmarse como un pueblo
liberal. Por lo tanto, sus caciques no aceptaban que les surgiera un grupo de oposición, y menos
de izquierda. San Martín ha sido el santuario de la rancia aristocracia terrateniente de los Llanos.
Su poderío político se daba por sentado, y la democracia los hacía tambalear. La élite vivía en el
pueblo, pero colonos y peones en el campo; cuando se les dió la oportunidad de votar lo hiceron
de manera casi aplastante por el nuevo partido político.
Recuerdo la primera comisión de cinco personas, pertenecientes a una Junta de Acción Comunal
Campesina, que llegó de Mapiripán (que hoy es municipio, pero antes era un corregimiento de
San Martín) con el propósito de registrar la renovación de su junta. Yo había estado en la
asamblea en la que se eligió. Llegaron a la Alcaldía de San Martín y de ahí mismo los
desaparecieron. Los obligaron a subirse a un carro escoltados por varios hombres armados. La
esposa de uno de los campesinos, que esperaba a su marido afuera, contempló cómo los sacaron
del palacio municipal y cómo los obligaron a subirse al vehículo. Los buscamos e hicimos las
denuncias. Nunca los encontraron y la justicia nunca operó.
Al finalizar 1988 ya habían exterminado a la Unión Patriótica en San Martín, quedaba la población campesina de Mapiripán que era considerada zona roja e incontrolable a corto plazo; por lo tanto, decidieron segregar este corregimiento con la intención de mantener la tradición "democrática" de la mayoría liberal. Lo mismo habían hecho en 1959 con el municipio de "El Castillo".
La política genocida la volvieron a ratificar en una reunión en Villa de Leyva, Boyacá, en la que
participaron el Presidente Virgilio Barco, el ministro de Gobierno, Lemos Simonds, el general
Harold Bedoya (entre otros altos mandos militares), y los políticos que antes mencioné.
Rodríguez Gacha salió del Meta y montó su centro de operaciones en Pacho, extendiendo su radio de influencia a Yacopí y Cimitarra. Era ya un hombre con mucho poder, comprometido en estructuras de carácter nacional y transnacional. Tenía un imperio territorial de paramilitares, y un emporio de exportación de droga que lo acercó a Pablo Escobar.
La matazón fue tan grande que el pueblo quedó dividido por el río Hueja. A un lado quedó la
oposición social y política: los sindicatos agrarios, los dirigentes cívicos, los colonos y los
miembros de la Unión Patriótica que, ante el exterminio, crearon sus grupos de autodefensa y
pidieron auxilio a la guerrilla; del otro lado del río se establecieron los paramilitares, el Ejército y
la Policía. Ninguno se atrevía a pasar de un lado al otro. El río Hueja se convirtió en una frontera
de guerra. En Puerto Lucas el Ejército y los paramilitares montaron su base; del otro lado del río,
la guerrilla de las FARC hizo lo propio. Se creó una especie de 'muro de Berlín', que aunque no
se veía, todo el mundo lo sentía. Los niños que iban a la escuela tenían que hacer grandes rodeos
para poder asistir a clases.
El municipio del Castillo ha sido históricamente (y aún sigue siéndolo) el más golpeado, porque
allí nació la colonización del Ariari, porque allí nació un poder social con los sindicatos agrarios,
porque desde allí se abrió el proceso colonizador de todos los Llanos. Por tener una base social
tan sólida, la más organizada del movimiento popular del Meta, donde hay un proceso de
asentamiento familiar de dos o tres generaciones. Por todo ello es que el tejido comunitario no ha
podido ser roto pese a todos los golpes que les ha propinado el terrorismo de Estado.
En Vistahermosa no se pudo organizar una resistencia civil de la comunidad, como sí ha
sucedido en El Castillo. Me explico la situación en el hecho de que los colonos llegaron apenas
en los años setenta. Allí llegó gente del Huila, del Tolima, de Boyacá, de Caldas, de
Cundinamarca, de Santander. No habían lazos de comunidad que pudiesen perdurar.
Yo estuve en Vistahermosa en 1987 y regresé dos años después, en 1989. Llegué al parque del pueblo y sentí el tremendo impacto social de la violencia política: todo era desolación, sólo se veían perros hambrientos y burros flacos. En casi todas las casas se leía: "se alquila", "se vende , "se permuta"; las casas estaban vacías, y sobre las puertas habían clavado maderos para afirmar que aquel pueblo se estaba convirtiendo en un pueblo fantasma. Sólo encontré dos cantinas abiertas con un grupo de ancianos jugando billar. No había un sólo joven. No había una mujer. No había niños. No había futuro.
Aunque Rodríguez Gacha no hacía presencia regular en el Meta, seguía financiando los grupos
paramilitates, conservaba una hacienda a quince minutos del casco urbano de San Martín, y
viajaba con alguna frecuencia a descansar. A Rodríguez Gacha lo asesinaron en 1989, y quien lo
sucedió en el liderazgo paramilitar en el Llano fue Víctor Carranza. Carranza tiene su
asentamiento en Puerto López, que se extiende hasta Puerto Gaitán en límites con el Vichada.
Allí montó Carranza su cuartel general, trajo mercenarios israelíes, uno británico y otro
australiano. Se acompañó de Ariel Otero, ex-oficial del ejército quien había desarrollado las
estructuras paramilitares del Magdalena Medio. Con la muerte de Rodríguez Gacha las escuelas
del paramilitarismo se desplazaron de San Martín a Puerto López y Puerto Gaitán.
El movimiento popular de la región del Ariari sería decapitado casi en su totalidad, como en el resto del Meta. La región del Ariari comprende los municipios de Granada, El Castillo, Mesetas, Vistahermosa, La Uribe, San Juan de Arama, Puerto Lleras, Puerto Rico, Puerto Concordia, parte del Dorado, Cubarral y San Martín. Se le ha denominado como zona roja, zona de guerrilla.
La deducción de Zuleta era que dicho informe era un informe encubridor para desviar la atención
sobre los verdaderos grupos paramilitares. En el Meta es claro que sólo ha habido un grupo
paramilitar, que tiene diversas ramificaciones y formas operativas de actuar pero tienen un único
mando, y sus bases han estado, y están, al lado de los batallones y las brigadas.
Uno de los ejemplos notorios es uno de los grupos paramilitares de Carranza, en El Dorado, que
opera desde las minas de cal que están a tres minutos del casco urbano. Desde la alcaldía se ve la
cima de las minas y abajo, antes de subir la montañita, hay una base militar. Carranza y el
ejército extendieron desde 1989 el proyecto de guerra sucia a ésta zona. Del '89 al '92 liquidaron
toda forma de organización social y popular en Mesetas. Desde El Dorado han desarrollado el
aniquilamiento de lo que queda del movimiento popular y democrático en los municipios de La
Uribe y El Castillo, que son los únicos que siguen conservando al frente de la administración
municipal a representantes de la Unión Patriótica.
De la presencia política departamental no nos queda sino un diputado, Pedro Malagón, al que ya
le han hecho tres atentados. Nuestra votación fue bajando en proporción al número de nuestros
dirigentes asesinados. En los municipios en los que la Unión Patriótica fue totalmente eliminada,
los paramilitares dejaron de tener presencia. Los liberales y conservadores, a fuego y sangre,
volvieron a recuperar el control político total del departamento del Meta.
El accionar del genocidio contra la Unión Patriótica no ha sido una estrategia de guerra contrainsurgente, sino la aplicación burda de la guerra sucia patrocinada por la clase política, por los sectores hegemónicos tradicionales, por todos los poderes locales y regionales que no quieren que el país cambie. Sólo las víctimas y/o sus familias esperan que la justicia opere; pero detrás de la mano sicarial que empuña el arma asesina está todo el establecimiento cometiendo el crímen. El paramilitarismo no sólo es la confirmación de la ausencia de justicia, sino que es la 'justicia' que las élites le aplican al pueblo. Así opera la democracia en Colombia.
El Cartel de Cali ha penetrado en los Llanos, Meta, Vichada y Vaupés; ha instalado grandes
laboratorios de procesameinto de cocaína. Lo ha hecho en alianza con los hermanos Vargas y con
Carranza, quien les brinda protección interna con sus paramilitares, y externa con el Ejército.
Han organizado un corredor aéreo y territorial que atraviesa los Llanos, entra al Magdalena
Medio por Casanare y se mete a Boyacá, Santander, y parte del César por Arauca. Han venido
adquiriendo, igualmente, todas las tierras donde se encuentran los pozos petroleros y las minas.
Por citar un ejemplo, en Casanare, donde están los pozos de Cusiana y Cupiagu,a han desalojado
a los campesinos, y se han instalado los hermanos Filiciano, hombres de confianza de Carranza,
con el pleno respaldo del Ejército. El Gobierno le ha dado la explotación a compañías británicas,
gringas y francesas. En Medina, en los pozos Coporos, también se han instalado. En el
departamento, en los pozos Anaconda, la región es ya de dominio paramilitar.
Los Llanos Orientales son zonas de reservas petrolíferas amojonadas hace más de cincuenta años.
Eso lo conocen las multinacionales, y por eso patrocinan este corredor paramilitar, así se utilice a
la vez para la exportación de la cocaína. Con los militares, paramilitares y narcotraficantes, se
identifican en que no tienen otra noción de patria que el dinero, y la soberanía la reducen a sus
intereses bancarios. Las dimensiones de este corredor que desangra el país son
inconmensurables: casi medio país está bajo el control de Carranza.
Carranza, además, es presentado como uno de los esmeralderos más grandes del mundo. Fortuna y fama que también ha construído con sangre. Siendo presidente Gaviria, cuatro
Recuerdo el día como si fuera ayer. Yo me desempeñaba en un cargo público en la Alcaldía
Municipal. Ese día, Carlos me mandó llamar a su oficina para que le colaborara en la redacción
de un proyecto para ayudar a financiar el Centro de Estudios e Investigaciones Sociales, capítulo
Meta, que se ocupaba directamente del trabajo con el campesinado y con los obreros de
Villavicencio. Yo daba cursos allí de formación sindical. Era viernes, estuvimos juntos toda la
tarde trabajando sobre su idea. Se encontraba con nosotros Néstor Rojas, que había sido elegido
alcalde de Puerto Gaitán, pero las elecciones se las habían robado y no lo dejaron posesionar; los
votos de una vereda que le daban la mayoría los consideraron de otra jurisdicción y por lo tanto
no válidos. Néstor era también muy joven, había estado trabajando allí varios años con los
indígenas. Con él estábamos preparando una demanda ante el Contencioso Administrativo para
que se le reconociese legalmente como alcalde. Nos acompañaba el escolta de Carlos y la
personera de Vistahermosa.
Al terminar la jornada, hacia las 5:30 de la tarde, Carlos nos invitó a descansar un rato y a que
nos tomáramos una cerveza. Yo vacilaba, pero la personera insistía en que nos encontráramos los
cinco. Ella proponía un bar en especial, en el centro de la ciudad, al que proponía que fuéramos.
Yo decidí regresar a mi oficina, en donde había dejado mis cosas, y les dije que más tarde los
alcanzaría. En el trayecto me puse a pensar que al otro día debería madrugar, porque tenía un
compromiso en Granada, Meta: había acordado un curso con el sindicato agrícola para los
campesinos de la región. Me esperaban a las cinco de la mañana, porque la situación era muy
complicada y más tarde ya rondaban los paramilitares, y de ahí tomaríamos otro camino a pie, a
través de senderos, de trochas para no exponernos en la vía pública. Como tenía que salir a las
tres de la mañana de mi casa, desistí de acompañar a mis amigos a tomarnos la cerveza, porque
sin duda después de la primera es muy difícil despedirse antes de que ofrezcan la segunda. Al
mismo tiempo decidí que lo mejor era irme enseguida para Granada. En el camino a la flota pasé
cerca de donde se encontraban ellos y tuve la tentación de unírmelesm pero deseché
definitivamente la idea pensando en las responsabilidades que me esperaban.
Llegué a Granada y escuché un 'extra, extra' de las noticias: acababan de masacrar a mis cuatro
amigos en el bar donde se tomaban las cervezas. No pude regresar esa noche. A las cinco de la
mañana tomé el primer bus, cuando llegué ya los estaban velando.
En la agenda de los documentos de la personera de Vistahermosa encontramos un recibo del
ejército en el que se certificaba que a ella le habían pagado una suma de dinero en su condición
de colaboradora. También supimos que era amante de un oficial del Ejército. Ella fue la que
propuso el sitio donde seríamos atacados. Hacía parte del plan de los sicarios; con lo que no
contaba es que a ella también la matarían para no dejar pruebas.
Para mí fue muy impresionante, porque eran las primeras personas de la Unión Patriótica con las que había tomado contacto, y aún estaba traumatizado por el atentado que había sufrido en Pensilvania. La muerte me seguiría acechando y cercando, haciéndole el quite donde otros compañeros caían y donde yo también debería ser una víctima. Empecé desde entonces a tener complejos por estar vivo.
A Julio lo mataron en 1988 siendo Alcalde. Se había vinculado con la Unión Patriótica desde su
nacimiento, dos años atrás.
Vistahermosa fue el escenario donde los primeros seis guerrilleros de las Farc dejaron sus
uniformes y armas bajando de la montaña e ingresando como civiles a la lucha política con el
nuevo partido. Así estaba contemplado en los diálogos y tregua del gobierno de Belisario
Betancourt con ese grupo guerrillero. Los seis constituyeron la primera Junta Patriótica del
pueblo y los seis fueron los primeros masacrados por el Ejército. Yo no estaba, pero pude
conocer los testimonios y ver las fotografías de sus entierros: fueron más de cinco mil personas
que reclamaban justicia y que reclamaban paz. El Ejército decidió acabar con esa experiencia
democrática.
Julio tuvo que crear su propio grupo de guardaespaldas, y en varias ocasiones tuvo que resistir
desde la sede de la alcaldía los ataques armados del propio Ejército. Con frecuencia Julio subía a
Villavicencio y a Bogotá para denunciar ante el Gobierno departamental y Nacional los
asesinatos diarios y desapariciones forzadas que Ejército y paramilitares cometían contra la
población; así como las amenazas y atentados de que él era objeto.
En uno de sus viajes de regreso pasó por la sede de la Unión Patriótica en Villavicencio. Yo me
encontraba allí, y me dijo que pasaría a hablar con el Gobernador para que le facilitara dos
escoltas y unos vehículos para poder desplazarse a Vistahermosa, porque intuía que iban a atentar
contra él. El Gobernador le dijo que no podía colaborarle sino con un escolta, y llamó al Jefe del
Das para esos efectos; le negó de otro lado los carros. Julio nos llamó desde el despacho del
Gobernador para decirnos que le tocaba irse en un bus de la Macarena a la una de la tarde.
Supimos después, por confesiones de uno de los sicarios, que la secretaria del Gobernador, María
Cruz, una vez que Julio salió llamó a los paramilitares para informarles la flota y la hora en que
se iría, además que estaba en compañía de otro miembro de la Unión Patriótica, y describió cómo
iban vestidos . Dicha secretaria resultó ser amante de Víctor Carranza, y hoy todavía trabaja
como secretaria en la Gobernación del Departamento del Meta.
Julio antes de tomar el bus volvió a pasar por la sede de la Unión Patriótica. Lo acompañaba
como escolta otro compañero que sería asesinado tres años después en Mapiripán. Éste llevaba
una camisa negra cuando entró y decidió cambiársela porque hacía mucho calor, lo que le
salvaría la vida en esta oportunidad. Nos despedimos deseándole suerte, aunque la suerte de nada
vale ante la crudeza del terror.
Diez minutos antes de llegar al casco urbano de Vistahermosa, cuando el bus iba por la trocha 32,
fue detenido por un grupo de paramilitares. Cuando Julio se enteró que eran ellos, él se paró de la
banca de atrás en la que iba, les habló a los que se subieron pidiéndoles que no había necesidad
de que hicieran una masacre, que lo querían era a él, y que él se bajaba tranquilamente para que
no dispararan allí adentro. Hicieron descender a todos los hombres del bus, y cuando un
muchacho de camisa negra descendía lo fusilaron. Era el escolta del Das, asesinado por
equivocación. Cuando Julio bajó lo fusilaron.
Me condolí mucho por la familia de Julio, en especial por su esposa, ya le habían asesinado a dos
de sus hijos. Al año siguiente, viniendo de Vistahermosa para Villavicencio, pasando por la
ciudad de San Martín, venía otro hijo de Julio en compañía de otro muchacho de la Unión
Patriótica, hijo de Ediscinda Neira, dirigente agraria y concejal de nuestro movimiento político.
Fueron obligados a bajar del bus en que se movilizaban en un retén de la policía. Desde entonces
están desaparecidos.
Unos meses después le bombardearon la finca y le quemaron la casa. Se fueron al exilio con el
huérfano sobreviviente, Cheiman Cañón, ayudados por la Acnur -Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados- y se radicaron en el Ecuador. Hasta allí llegó la
persecución y la saña del ejército contra esta familia. En diciembre de 1995 fue secuestrado
Cheiman con otros seis refugiados, entre ellos otro muchacho del Departamento del Meta,
Guillermo Díaz. Todos habían recibido amenazas previas de Macogue -"Muerte a comunistas y
guerrilleros"- que es uno de los nombres conque la Fuerza Pública realiza sus operaciones
encubiertas. Los siete secuestrados fueron torturados por un capitán del Ejército colombiano que
se desempeñaba como agregado militar de la embajada de Colombia en el hermano país. Este
mismo oficial, siendo teniente, había quemado vivo a un sindicalista en la ciudad de Cúcuta. Para
entorpecer la investigación, y de paso premiarlo, lo enviaron a una misión militar al Sinaí. A su
regreso al país lo ascendieron a capitán y lo enviaron al Ecuador. Gracias a que las ONGs de
Derechos Humanos del Ecuador se movieron muy rápido fue posible salvarles la vida, ya que la
manera ilegal como habían sido retenidos hacía prever una desaparición forzada del grupo.
Un sicario de sobrenombre 'El Burro', quien participó en el asesinato de Julio Cañón, hizo parte de dicho operativo. Cheiman lo reconoció porque éste tenía cejas blancas y grandes orejas, lo que dio lugar al apodo con el que lo llaman. 'El Burro' amenazó con matarlo como había matado a su padre. Cheiman y su mamá tuvieron que irse al Canadá huyéndole una vez más a la muerte.
Los carros de transporte público del municipio del Castillo son camperos Uaz, carritos soviéticos
que resisten la dureza de las trochas en el invierno. En esos camperos normalmente no caben más
de ocho pasajeros, pero con carga incluida, y colgando de los lados como racimos, a veces
montan hasta 20 personas. El alcalde Mazo salió de la alcaldía para pedirle al conductor del carro
que estaba de turno que le guardara un cupo para él y uno de sus escoltas que más tarde salía para
Villavicencio. Los sicarios se informaron que él salía en ese carro, y llamaron a Granada para
describirle al grupo paramilitar el carro en el que viajaría el alcalde.
Mazo, por razones de su trabajo en la alcaldía no pudo tomar el campero que había anunciado,
sino que se fue en el siguiente. Cuando el primer carro llegó a Cañosibao lo bombardearon, le
lanzaron granadas y fusilaron a sus ocupantes. Murieron 17 personas, sólo se salvó una niña que
quedó herida. Uno de los sicarios de los paramilitares terminó, sin saberlo, matando a su propio
padre. Se ha conocido la noticia porque cuando se emborracha se le ha oído contar la historia
mientras llora.
Que la masacre se trataba de un operativo coordinado con el ejército se evidenció cuando, a los
cinco minutos de los hechos, el Comandante de la VII Brigada, Harold Bedoya Pizarro, produjo
un comunicado atribuyéndole la matanza al XXVI frente de las Farc con el objetivo de encubrir a
los verdaderos autores y desprestigiar de paso a la guerrilla.
Al año fueron capturados varios paramilitares y uno de ellos, Camilo Zamora, confesó la manera
cómo lo habían planeado y ejecutado. Cuenta que lo hicieron quince hombres de los
paramilitares de Granada, que un helicóptero de Víctor Carranza los recogió y los trasladó a una
finca de Puerto López. La confesión y denuncia obra en un expediente judicial que adelantó la
entonces Juez Cuarta de Orden Público.
De esta matanza me estremeció la insania criminal de los terroristas: sólo tenían como objetivo al alcalde, pero para eliminarlo no les importaba matar personas incluso ajenas a la política. Yo tuve acceso al expediente y lloré al comprobar que mataron a 17 personas sólo por vivir en un pueblo que votaba por la izquierda.
Luis Eduardo denunció al ejército y a un grupo paramilitar de El Dorado y de Cubarral, entre
ellos al Inspector de Policía de El Dorado por haber ejecutado la masacre. Él sabía que esa
denuncia, además de su lucha sindical, le significaba una sentencia de muerte. Recibió las
primeras amenazas y se le sacó de la ciudad. Pero no aguantó vivir fuera del Llano. Hay una ley
inexorable de los Llanos que él asimiló: se debe tener valor, hombría para resistir hasta el final.
Regresó y se compró una pistola para defenderse en caso de un atentado.
Mi amistad con Luis Eduardo fue muy estrecha porque yo colaboraba en el Ceis, que tenía la
sede en Festram -Federación Sindical de Trabajadores del Meta- donde daba cursos sindicales.
Un mes antes de su muerte, Luis Eduardo salía del sindicato y se encontró con un sicario de
frente. Los dos desenfundaron las armas, se apuntaron, y por miedo a matarse el uno al otro,
ambos salieron corriendo. Quince días antes llegó a mi oficina muy pálido, a punto de
desmayarse; me paré para tranquilizarlo. Dos sicarios lo habían ido a buscar a la Federación;
unos minutos antes lo había llamado un periodista muy amigo para advertirle que para su oficina
iban unos hombres armados. Él alcanzó a salir antes de que los sicarios entraran, previo a lo cual
llamó a la policía. Lo que la gente testimonió es que la policía llegó y recogió a los paramilitares
para decirles que tenían que aplazar el atentado porque habían sido descubiertos.
Ocho días antes de su muerte, terminando la reunión de un plenario de la Unión Patriótica, Luis
Eduardo se paró a decirnos que lo iban a matar, que estaba claro que sería en esos días. Una
semana atrás le habían retirado el escolta del Das. Almorzamos juntos ese día, en compañía de
Ricardo Rodríguez. Yo le invité a comer frijoles porque le gustaban mucho (es lo que más
conservo de mi ascendencia paisa: comerme unos buenos frijoles en buena compañía) y para
conversar y analizar lo que podríamos hacer. Saliendo del restaurante, los hombres que iban a
matarlo estaban rondándolo. En el momento, un Senador del partido Liberal por el Meta, Alfonso
La Torre pasaba con sus escoltas y saludó a Luis Eduardo, al que conocía hacía varios años. Luis
Eduardo tenía relaciones con la clase política porque había sido concejal de Villavicencio y
diputado del Departamento por la Unión Patriótica. Luego supimos que no le dispararon por no
matar al Senador.
El día de su asesinato yo salía a dar un curso al Ceis. Cuando iba a salir, a las 7:30 de la mañana,
los vecinos vinieron a avisarme que habían atentado contra mi amigo, el que venía mucho a la
casa. Yo estaba esperando que llegara mi escolta: salí de todas formas prevenido y vi en la
esquina gente rara: corrí en la otra dirección y llegué al palacio municipal para hablar con el
alcalde, que también era amigo de Luis Eduardo. Él consiguió un par de escoltas y un vehículo, y
llegamos al sitio del atentado. Lo acababa de recoger un ambulancia que lo llevó al hospital;
cuando allí llegamos nos informaron que acababa de fallecer.
Luis Eduardo salía de la casa manejando su carro, estaba echando reversa cuando llegó el primer
sicario y le rompió el vidrio delantero. Luis sacó su pistola, pero no tenía ninguna experiencia en
el manejo de armas. El sicario se la quitó, y con su misma pistola lo acribilló. Otros sicarios
también se acercaron y le descargaron las armas. Los asesinos se movilizaban en un Toyota
amarillo que dejaron más tarde abandonado en la ciudad. Lo recogió la Sijin y lo llevó a Puerto
López, donde lo quemaron para no dejar rastro.
Una vez más habían sido inútiles todos los llamados de protección que hicimos al gobierno
central y departamental. Todas las denuncias ante los aparatos de justicia y de control de nada
valieron. Todos los llamados a la Fuerza Pública para que respetase y protegiese su vida fueron
infructuosos.
El Gobierno Nacional se hizo presente en su entierro enviando como delegado al ministro de
Trabajo para darle las condolencias a la viuda y a los huérfanos. Nos reunimos con el
Gobernador, Carlos Javier Sandoval, para que nos dijera cuándo le iban a poner fin al genocidio.
Sólo dijo que eso no era culpa de él ni de la Fuerza Pública.
Habíamos acordado pagar en las radios departamentales las ceremonias de despedida de Luis
Eduardo. Nos encontrábamos discutiendo sobre esto, cuando casualmente uno de nuestros
compañeros de la Unión Patriótica escuchó al Gobernador que hablaba con la secretaria, María
Cruz, la misma del asesinato de Julio, advirtiéndole que cuando estuviese reunido con nosotros
entrara diciendo que acababa de recibir una llamada del ministerio de Comunicaciones
prohibiendo la transmisión radial de las exequias de Luis Eduardo por disposiciones del Estado
de Sitio, que estaba vigente. Así, efectivamente lo hizo. El Gobernador Sandoval, con el mayor
desparpajo de su cinismo criminal, nos dijo que lo sentía muchísimo, pero que cumpliendo
órdenes superiores él no podía permitir que se transmitiera al pueblo Llanero la ceremonia de las
honras fúnebres. Hicimos un mitin de protesta, se denunció la patraña, y finalmente terminaron
aceptando que la ceremonia se pudiese transmitir.
En el entierro habló Manuel Cepeda, acusando directamente a la VII Brigada y a la IV División
de ser los asesinos de Luis Eduardo y del genocidio contra la Unión Patriótica. La plaza estaba
repleta, miles de personas que fueron a rendirle el homenaje de despedida a un hombre que luchó
toda su vida por los derechos humanos de los trabajadores. También estaba completamente
militarizada. El teniente Coy estaba al mando del operativo; después supimos que participó
directamente en el asesinato del Senador de la Unión Patriótica, Pedro Nel Jiménez ,en 1986;
mientras Manuel hablaba se abrió paso con la tropa entre la muchedumbre haciendo ademanes de
que irían a disparar. La gente huyó despavorida. No se mató a nadie más, pero se nos saboteó
nuestra ceremonia. Terminamos recluidos en la iglesia bajo la protección del obispo.
Yo salí en ese entonces de Villavicencio durante dos meses; los otros miembros de la Dirección
Departamental de la Unión Patriótica hicieron lo mismo. En mi ausencia mataron a uno de
nuestros dirigentes, Jairo Cruz, nuestro tesorero, un muchacho de grandes calidades humanas,
que se había quedado. Implementamos como costumbre retiros temporales en tiempos en que la
represión incrementaba, como una manera de prolongar la vida sin dejar morir nuestro proyecto
político.
En 1989 atentaron contra Humberto Orejuela, que era el único diputado que nos quedaba - el
resto, para la época habían sido eliminados. Humberto fue uno de los guerrilleros reinsertados
que había sobrevivido. Lo abalearon frente a su casa: recibió tres impactos de bala y se le pudo
sacar a Bogotá, donde se le salvó la vida; sin embargo murió hace cuatro meses en una
prolongada y dolorosa agonía.
Por los mismos días se atentó contra Jorge González, quien había sido parlamentario por la Unión Patriótica, que se salvó y salió de la ciudad. No hemos vuelto a tener noticias de él.
Fueron múltiples los atentados que se fraguaron contra Carlos Julián: por lo menos en diez
oportunidades pudo escapar de los sicarios. Siempre se movilizaba escoltado, y tomaba todas las
medidas de seguridad que le eran posible en sus desplazamientos. Unas semanas antes de su
muerte, Carlos Julián había visitado al ministro de Gobierno y al Procurador General de la
Nación para pedirles que intervinieran para que se pusieran fin a los intentos de asesinarlo. A su
regreso entró a Villavicencio a hablar con el Gobernador para exigirle lo mismo. Dos meses
atrás, en Mesetas, en la sede de la Unión Patriótica, había recibido un atentado contra su vida.
Unos soldados del Ejército, en compañía de paramilitares, lo intentaron asesinar. Él se logró
fugar saltando por encima de los techos de las casas vecinas. Como no lo encontraron se llevaron
detenidos a todos los que allí estaban acusándolos de subversión, pero ante el burdo atropello
tuvieron que dejarlos en libertad.
Carlos Julián escribió una y otra vez a las autoridades denunciando y pidiendo protección porque
su muerte era inminente. Se creía que los civiles demócratas del Gobierno podían evitar las
muertes - vana ilusión frente a las maquinarias del terrorismo de Estado y de la impunidad. Sus
desesperados llamados aceleraron, por el contrario, la fecha de su muerte.
A finales de 1991, saliendo Carlos Julián de su finca en Mesetas con un hermano, su esposa y sus
dos hijos muy pequeños, una niña y un varoncito, fueron masacrados. La cobardía y felonía
extrema de los paramilitares no les permitió tener empacho de disparar también contra los niños.
Les ametrallaron, les lanzaron granadas. Sobrevivió el varoncito herido porque lo creyeron
muerto.
Este vil atentado destruyó y desarraigó a la familia Vélez; tuvieron que dejar la región. José
Julián, que es de ascendencia paisa, mantuvo la tradición del núcleo de la unidad de la familia
extendida y reunida: cuando uno de sus hijos se casaba le construía una casa a un lado; así se
mantenían juntos y se cooperaban mutuamente abuelos, hijos, esposas, nietos, cuñados, tías, etc.
Todo lo que cosechaban, el ganado que levantaban, todo era para todos y lo conseguían con el
esfuerzo de todos. Uno de sus hermanos, que quería entrañablemente a Carlos Julián, terminó
perdiendo la razón.
Su padre, José Julián, no partió. Aunque su familia se disgregó, él continuó la lucha dispuesto a morir en el pueblo que él había fundado y donde fue derramada la sangre de sus hijos. Lo eligieron como alcalde de Mesetas. La persecución continuó contra él hasta el extremo ridículo de procesarlo por porte ilegal de armas, ya que tenía en la alcaldía unos revólveres viejos para intentar defenderse en caso de un atentado, y se los prestó al Personero y al Secretario de Obras Públicas del municipio para un desplazamiento; los detuvieron. José Julián, que esperaba que la justicia operara para investigar y procesar a los criminales de sus familiares, se encontró con una justicia que en cambio fue efectiva para procesarlo y separarlo de la alcaldía por espacio de seis meses. Luego asesinaron al Personero, al Secretario de Obras Públicas, al Tesorero, y atentaron contra la vida de José Julián. Toda la administración municipal de la Unión Patriótica fue prácticamente aniquilada.
Nosotros recogimos la declaración de uno de los jefes paramilitares arrepentido, en la que narra cómo cada crimen era primero planeado desde la base del ejército en Mesetas, y de cómo coordinaban con la policía para que no se presentaran equívocos luego de las ejecuciones o masacres.
José Rodrigo, el esposo de María Mercedes, que vivía en Villavicencio, una vez se enteró que
ella era una de las víctima tomó un carro y se fue al sitio del atentado. Llegó a las ocho de la
noche a Cañosibao. Ni la policía ni el ejército se habían hecho presente pese a los llamados del
Gobernador, lo que indicaba su responsabilidad en la matanza. Cuando se les reclamó por qué no
había ido dijeron que posiblemente era una celada de la guerrilla.
En esta nueva masacre en el Castillo murieron cinco personas: María Mercedes que era la alcalde
saliente, William Ocampo, que era el alcalde electo, y otros militantes de la Unión Patriótica.
Conocemos que en esta masacre participaron, entre otros, ''Rasguño', ''Puntillón', los hermanos
Silva, paramilitares del Dorado. Luego de la matanza se refugiaron en el batallón XXI Vargas en
Granada.
También como tantas, fue otra masacre anunciada. María Mercedes se había dirigido muchas
veces al Ministerio de Gobierno, a la Fiscalía General, a la Procuraduría y a la Gobernación
denunciando los planes que se conocían para atentar contra su vida.
Cuando fue electo William para suceder a María Mercedes, al pueblo del Castillo llegaron
miembros de la policía y del ejército a indagar por los datos familiares del nuevo mandatario y
las personas que lo acompañarían en la dirección de su gestión gubernamental. Sin reparos le
solicitaron la información a la propia María Mercedes. Ella, por supuesto que los rechazó con
base en los antecedentes de las masacres anteriores. Preguntándoles si era que también los
querían matar, les recordó que en esas muertes había sido evidente la participación de la Fuerza
Pública. Sobre estos hechos María Mercedes hizo las denuncias a todas las instancias
correspondientes previendo que se venía venir un atentado contra las nuevas autoridades
municipales.
María Mercedes tenía cuatro niñas. Mientras cumplía con sus responsabilidades políticas las había dejado a cuidar con unos amigos en una institución que se ocupa de los huérfanos de la violencia, evitando tenerlas a su lado para que ellas no corrieran riesgos. Estaba feliz porque al terminar su mandato podría rencontrarlas. Tampoco estaban con su padre, José Rodrigo García, porque éste era diputado por la Unión Patriótica en el departamento y corrían iguales riesgos.
Después del asesinato de María Mercedes, José Rodrigo se dedicó a que el múltiple crimen no quedara impune. Le entregó poder al Colectivo de Abogados en Bogotá, y él mismo adelantó una denuncia vehemente en la Asamblea Departamental. José Rodrigo utilizó toda la fogosidad que lo caracterizaba para hacerse escuchar y
'Rasguño' es una especie de señor feudal con poderes extraordinarios, el gran inquisidor del
paramilitarismo. Por casualidad, ya que no se trató de una política de la Fiscalía, llegó a
Villavicencio un agente, en la organización de la jurisdicción Regional de Orden Público que se
creó para los Llanos, un funcionario procedente de Bogotá al que se le encargó la dirección del
Cuerpo Técnico de Investigaciones, C.T.I, de la Fiscalía. Este funcionario había tenido un
hermano que fue víctima de un atentado, y el senador de la Unión Patriótica Hernán Mota le
había ayudado a salir hacia Europa. No era un hombre de izquierda, pero el atentado contra su
hermano lo había acercado a la dolorosa realidad del terrorismo de Estado y la impunidad. Creyó
como funcionario que podía dar su modesto aporte en el cumplimiento de la ley para evitar que el
crimen se siguiese enseñoreando sobre la institucionalidad.
Este funcionario honesto encontró en los Llanos un escenario propicio para cumplir con su
vocación y rol de investigador. Decidió descubrir las tramoyas del paramilitarismo. Por su propia
cuenta y riesgo fue metiéndose en los túneles del terror. Hizo uno a uno los seguimientos de las
torturas, de las muertes, de las desapariciones, de las matanzas; de las expulsiones de los
campesinos de sus tierras. Como nombre común siempre encontró a Carranza, descubrió los
nexos de éste con políticos, militares, ganaderos, y pudo conocer la cúpula de todos los jefes
paramilitares que orquestaba Carranza en los Llanos. Uno de ellos y el más temible era
'Rasguño'.
En sus indagaciones se entrevistó con dos prostitutas que le narraron cómo frente a ellas
'Rasguño' había torturado y asesinado a varias personas. Luego pudo llegar a muchas otras
personas que le posibilitaron hacerse a una idea cabal de la peligrosidad de este hombre, de sus
movimientos y rutinas. El investigador no podía actuar sin el consentimiento de su jefe; sin
embargo, cuando se decidió a hablar con su superior ya tenía un acumulado de indicios y pruebas
que obligaban a actuar como consecuencia de las mismas. El superior lo cuestionó, pero
felizmente era un hombre honesto que no estaba comprometido con cosas sucias, como sus
antecesores, que negociaban la inteligencia que hacían sobre traficantes de drogas y
paramilitares. Decidió respaldar a su investigador, y una vez proferida la orden de captura contra
'Rasguño' procedieron a diseñar el operativo para apresarlo.
'Rasguño' se enteró de la orden de captura y salió del Meta, se fue a Boyacá, Puerto Boyacá, y
luego a Bogotá, donde fue detectado por unas unidades del C.T.I. Se dio cuenta del seguimiento
y regresó a Puerto López, donde se sentía más seguro. 'Rasguño' gustaba de la pelea de gallos, en
las que apostaba grandes cantidades de dinero, se emborrachaba y echaba tiros al aire. Decidió
asistir a una gallera rodeado de sus hombres de confianza: más de cuarenta paramilitares.
El Jefe de la unidad del C.T.I. se comunicó con el Ejército para pedirle protección, conociendo
los riesgos del operativo, pero engañándolo porque sabía bien los nexos funcionales de la Fuerza
Pública con Carranza y sus paramilitares. Les dijo que iba a realizar la captura de un jefe
guerrillero. Y efectivamente, el Ejército salió presto a brindarle la protección que reclamaba el
Fiscal.
El Fiscal llegó a Puerto López con sus unidades del C.T.I., y se metió a la gallera.
Disimuladamente se acercó a 'Rasguño' como un espectador nuevo que quería apostar en la riña
de gallos. Lo abrazó de espaldas, pasándole el brazo por encima, y antes de que sus
guardaespaldas pudieran reaccionar le puso el revólver en la sien. El Fiscal le comunicó que
estaba formalmente detenido. 'Rasguño' le respondió: 'Pues tendrá que matarme, hijueputa,
porque de aquí no sale'. Pero los hombres del C.T.I. ya se habían posicionado en la gallera, de tal
forma que los paramilitares no pudieron reaccionar. Lo sacaron y lo montaron en uno de los
carros de la Fiscalía, mientras los agentes del C.T.I. evitaban que nadie se moviera en la gallera
para que el carro en que se lo llevaban tomase una ventaja considerable.
Los paramilitares buscaron sus armas largas y organizaron la persecución en un convoy de
dieciséis carros para intentar recuperar a su jefe. El Ejército estaba camuflado en la carretera
esperando la llamada del director del C.T.I.. Éste les avisó por radio indicándoles que ya llevaban
el 'objetivo', que ya se acercaba al punto convenido y que hicieran el escoltaje. Cuando el Ejército
salió a brindar la protección, el convoy de los paramilitares ya estaba cerca. Los paramilitares no
contaban encontrarse con el Ejército, y se volvieron. 'Rasguño' fue puesto prisionero: en este
momento está siendo enjuiciado.
A los ocho días de haber capturado a 'Rasguño', el director del C.T.I. fue llamado por unos
presuntos desertores del grupo paramilitar que opera en 'el Dorado', quienes le manifestaron que
querían acogerse a la justicia y entregarle unos fusiles. Organizaron el encuentro y resultó ser una
celada en la que pretendían asesinar al Fiscal por la captura de 'Rasguño'. Como se movieron con
precaución pudieron darse cuenta de la trampa que les habían tendido.
Al investigador que recaudó las pruebas contra 'Rasguño' lo echaron del cargo; al director del C.T.I. lo sacaron de Villavicencio. Me buscó para contarme que estaba amenazado, y de paso pude conocer los detalles que he compartido en esta narración. Removieron todo el personal del C.T.I. que participó en el operativo.
Hubo personas que empezaron a crear comités de apoyo a Derechos Humanos, como Luis
Eduardo Yaya, Ricardo Rodríguez y Henry Cuencas. De manera muy especial recuerdo a María
Mercedes Méndez, quien fue una infatigable luchadora por la paz y los derechos humanos. En
ese entonces no había asumido la alcaldía del Castillo, Meta. Vivía en Villavicencio
representando la Unión Patriótica, como funcionaria pública de la Gobernación primero, y luego
con el municipio de Villavicencio.
María Mercedes era una mujer incansable. Había sido religiosa de la misma comunidad en la que
estuvo mi hermana; como ella, al retirarse de monja siguieron afianzando su fe en Dios a través
del servicio a la comunidad, aunque por caminos distintos. María Mercedes era una mujer de una
profunda sensibilidad social: luchó mucho por los niños huérfanos de la violencia, peleó con el
Estado hasta que consiguió la ayuda de Bienestar Familiar para organizar un jardín en el que se
atendían cincuenta niños. Trabajó de corazón con las mujeres de los sindicatos agrarios y con la
asociación de mujeres demócratas del Meta. Ella fue una de las pioneras del movimiento de los
Derechos Humanos en el Meta y del Comité.
También contamos con un grupo de médicos que atendían heridos, enfermos, lisiados y
desplazados de la violencia. Esa atención los fue sensibilizando, y en el camino de la solidaridad
nos fuimos encontrando. Ellos también fueron fundadores del Comité.
De otro lado recibimos el apoyo muy importante de la Pastoral Social de la Iglesia, que llegó a
afectarse por las muchísimas familias que reclamaban de los párrocos, de las comunidades
religiosas y de los obispos, una ayuda para salvar sus vidas o para desplazarse. La Iglesia sentía
una presión social muy fuerte en las veredas, pueblos y regiones donde la violencia se extendía
implacablemente. Recuerdo al párroco de Vistahermosa, que se enfrentó con el ejército. Fue
hasta los batallones militares donde se escondían los paramilitares y les enrostró las numerosas
muertes. Finalmente le tocó emigrar, cuando su feligresía había sido prácticamente exterminada y
él mismo resultó amenazado.
La Iglesia comenzó relacionándose con ONGs de Derechos Humanos de carácter nacional, y promovió talleres y proyectos pedagógicos en 1989 y 1990. Nos encontramos en estas jornadas educativas y empezamos a tejer lazos de amistad, a compartir experiencias. Decidimos conjuntamente convocar una jornada de solidaridad con los presos políticos. La cárcel de Villavicencio se había llenado de campesinos a los que acusaban de subversión, y muchos otros que sí se reclamaban guerrilleros, provenientes de Arauca, de Casanare, del Vichada, del Vaupés, de Boyacá y del Meta. Fue una jornada que impactó, los sindicatos hicieron sus aportes, y hasta el propio comercio de Villavicencio colaboró con medicinas, elementos de aseo personal y ropa. De Bogotá nos acompañaron el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, el Colectivo de Abogados 'José Alvear Restrepo', y algunos abogados de la Unión Patriótica.
Esta jornada nos abrió el camino para la fundación del Comité Cívico de Derechos Humanos en
el año de 1991. Nos dio el impulso necesario un sacerdote alemán, el padre José Otter, quien
vivió veinte años en el Llano, de los cuales diez con las comunidades indígenas en Puerto Gaitán;
él constituyó el aporte fundamental para que comenzáramos el trabajo del Comité. Nos prestaron
los locales de la Pastoral Social para nuestras reuniones y nos dieron los muebles necesarios para
instalar una oficina. Desde un comienzo también ha estado con nosotros la hermana Nohemí
Palencia constituyendo nuestro sostén espiritual, y materializando su inmensa fe en la defensa
cotidiana de la verdad y de la justicia.
Nuestros primeros encuentros fueron bastante grandes, participaban 60 ó 70 personas
representando diversas organizaciones. Tuvimos seis meses de intensas y enriquecedoras
discusiones sobre el papel de una organización no gubernamental de derechos humanos en una
zona de conflicto armado entre el Estado y la guerrilla, sobre el qué hacer por la vida y por la
paz, sobre cómo ampliar nuestro radio de acción, etc.
Nos congregamos 35 organizaciones populares, sindicales, campesinas, luchadores por la
vivienda, educadores, médicos, abogados, estudiantes, ecologistas, liberales, conservadores,
gente de izquierda y religiosos. Era una gama de expresiones de la sociedad civil en el
Departamento del Meta que nunca antes se habían congregado, lo que le daba la amplitud
requerida para enfrentar un trabajo de retos mayúsculos. Empezamos un trabajo colectivo y
silencioso en el que nos propusimos prestar el mayor servicio sin correr riesgos innecesarios.
Comenzamos nuestro trabajo con la intención de recuperar los hechos de violencia política que
se iniciaron desde 1986 con el genocidio político decretado contra la Unión Patriótica. Pero no
nos ha sido posible: mantenemos un retraso de cinco años de violaciones sin documentar,
impedidos por las violaciones a los derechos humanos de todos los días, que nos desbordan.
Hay que agregar que ninguno de nosotros era funcionario del Comité, ya que cada uno tenía otros
trabajos que cumplir y no podíamos dedicarnos de tiempo completo. Nos encontrábamos después
de nuestras jornadas laborales, desde la cinco o seis de la tarde hasta las nueve o diez de la noche,
más los sábados y domingos. Luego pudimos conseguir presupuesto para mantener una persona
como funcionario en la atención permanente de la oficina para recibir las llamadas y las
denuncias.
Luego de tener afianzado nuestro trabajo decidimos la presentación pública del Comité ante las autoridades locales y departamentales. Comenzamos con las organizaciones de control del Ministerio Público, las procuradurías, luego la Alcaldía, y por último la Gobernación. La primera sorpresa fue que al día siguiente de haber ido a la Procuraduría nos visitaron unos detectives del Das y estuvieron siguiéndonos durante una semana a cada miembro del Comité hasta sus respectivas casas; se empezaron a recibir las primeras llamadas amenazantes. Ese hecho empezó a alejar las primeras personas del Comité, que pensaban que el compromiso altruista en defensa de la vida no podía ir hasta arriesgar la propia vida. El temor las alejó, pero siguieron colaborándonos en cosas puntuales, ya por lazos de amistad.
Después mataron al Dr. Escrivano. Teníamos también un convenio con él para la atención de
víctimas. Él había hecho sus estudios de medicina en la Unión Soviética, y su vocación
humanitaria la desarrolló desde los sectores más populosos de Villavicencio. Fue así cómo montó
una clínica en el barrio de 'La Esperanza'. Él no asumía una participación directa en las
actividades políticas, pero se identificaba con los intereses del pueblo. Lo mataron igual,
acusándolo de atender en su clínica a guerrilleros. Él se enteró que lo iban a matar y me llamó
quince días antes muy nervioso. La policía lo citó para que les diera los nombres de todos los
heridos que había curado en las últimas semanas, que entre ellos él había curado a un guerrillero.
Él les respondió que los últimos que había atendido eran todos miembros del Ejército que habían
sido heridos en una confrontación con la guerrilla. Un detective, que se hacía pasar como
embolador, le hizo algunos comentarios advirtiéndole los riesgos que corría.
Ocho días antes de la muerte del Dr. Escrivano, el Ejército estuvo visitando los alrededores de su
casa en horas de la madrugada. Él era amigo del Gobernador y se fue hablar con él para pedirle
que le acompañara a hablar con el Comandante de la VII Brigada. Fueron a la cita, y el General le
garantizó que su vida no correría peligro. A la semana, estando en su clínica, llegó un supuesto
paciente a una consulta, entró a su consultorio y le descargó seis tiros de revólver. La
información que pudimos obtener es que fue un crimen cometido por la inteligencia militar.
En medio de ese clima de terror que se creó contra el personal de salud que atendía campesinos desplazados, a la Cooperativa Unuma les llegó la noticia de que ellos serían las próximas víctimas; todos salieron como agua que lleva el viento y la clínica quedó abandonada.
El día de la desaparición de Delio dio la casualidad que estaba en Villavicencio una comisión de
la Oficina de Investigaciones Especiales de la Procuraduría. La hermana Nohemí vivía a una
cuadra de los hechos, en el barrio 'El Retiro'; le avisaron y se puso en contacto con esta comisión,
tras lo cual comenzó la búsqueda durante toda la noche. Dieron con el paradero del carro y en la
madrugada detuvieron al conductor, lo arrestaron. Él había participado en la desaparición de
Delio y confesó ser un informante del Ejército. No se dio con el paradero de Delio, porque lo
habían entregado a otro grupo. A los ocho días tuvimos conocimiento del sitio donde podía estar
retenido Delio en compañía de otros desaparecidos. La información se le entregó personalmente
al Consejero Presidencial para la Defensa de los Derechos Humanos para que se tomasen las
medidas que correspondían con el ministro de la Defensa, pero la ésta cayó en manos de los
militares, lo cual hacía que cualquier diligencia resultara inútil. Al día de hoy seguimos sin
conocer el paradero de Delio. Recientemente nos han informado que fue sepultado en una fosa
común.
Realizamos el foro recordando la memoria de Delio, exigiendo que nos fuese entregado, clamamos para que cesaran las violaciones a los derechos humanos, para que se le pusiese fin a la guerra sucia y a la guerra en general. También recordamos a Jaime Bazurdo, un muchacho que nos colaboraba en las tareas del Comité. Aunque no estaba vinculado formalmente con nosotros, asistía a nuestros talleres y nos ayudaba en muchas diligencias; fue desaparecido, también en Villavicencio, unas semanas antes que Delio. En el foro se insistió mucho en el diálogo para solucionar el conflicto armado interno; para buscarle salidas a la encrucijada de la guerra a través de la negociación. Uno siempre tiene la esperanza de que estos eventos aporten algún paso hacia el camino pretendido.
A los seis meses de la desaparición de Adolfo nos asesinaron al Presidente de Ascodas en Puerto
Rico, Meta y miembro también del Comité.
El Presidente de la Cut en el Meta, Víctor Julio Garzón, que formaba parte del Comité en
representación de los sindicalistas fue amenazado de muerte y tuvo que abandonar el país.
El año 1993 fue uno de los más difíciles para nosotros. Sin embargo, pese a las muertes y
desapariciones, pese a los hostigamientos y amenazas decidimos continuar el trabajo; pero cada
vez más solos, porque el terror había disuadido a muchas personas, entre ellos a los educadores,
que se retiraron, afectándonos mucho su decisión, aunque de alguna manera comprendiéndolos,
porque el miedo es un instinto que nos impone la supervivencia. Mantuvimos un núcleo de
quince personas con las que seguimos adelante.
En el '94 volvieron a golpearnos muy duro. Cuando María Mercedes Méndez, una de las fundadoras del Comité, fue elegida alcaldesa del Castillo creó un Comité de Derechos Humanos en el municipio; quiso dialogar con los conservadores de El Dorado y Cubarral, porque ellos patrocinaban el paramilitarismo, y María Mercedes creía que era por falta de comunicación y de comprensión con los que tomaban una opción política distinta. Sus intentos fueron infructuosos. Murió en la cuarta masacre que se hizo en Cañosibao contra los militantes de la Unión Patriótica.
En los juzgados y en las diferentes instancias judiciales reposaban ya demasiados elementos de
prueba contra ellos, testimonios, delaciones, confesiones, documentos, etc., que señalaban a los
administradores de justicia como cómplices por omisión de la reproducción de los crímenes que
estos grupos cometían. Empezamos a descubrir y a hacer pública una verdad que dormía en las
propias dependencias estatales. Hasta ese momento cometían los crímenes a la luz del día,
porque la sombra que los cubría era el propio poder del Estado; por ello, los que denunciaban
también terminaban desaparecidos o muertos.
Desistimos de la búsqueda de justicia en las instancias departamentales, porque todas las
entidades estaban de una u otra manera comprometidas con el proyecto paramilitar de la Fuerza
Pública y de Víctor Carranza. A través de la Comisión Intercongregacional de Justicia y Paz, del
padre Javier Giraldo, empezamos a enviar todo a Bogotá, a transmitir las denuncias al exterior, a
intentar desbloquear la monstruosa impunidad.
No habíamos logrado resultados positivos frente a la impunidad, pero sí en cuanto al rescate de
personas desaparecidas, que estaban en cuarteles o estaciones de policía sin ser reportados. Una
de las últimas acciones que hicimos en el Comité de Derechos Humanos fue precisamente por la
detención de dos campesinos en el área rural del municipio del Castillo; no habían sido
reportados como capturados, y logramos recuperarlos por la reacción inmediata de la comunidad
internacional. El Gobierno Nacional tuvo que enviar un enviado especial a Villavicencio y otro al
Castillo; al final, al Ejército le tocó dejar en libertad a los dos muchachos, luego de tenerlos en
condición de desaparecidos durante ocho días.
El Ejército y los paramilitares nos veían cada vez más como un obstáculo creciente a la guerra
sucia que desarrollaban en el Meta, y nos empezaron a sentir como un peligro para la
acostumbrada impunidad de sus crímenes.
Los grupos paramilitares de Colombia se reunieron en algún lugar de Córdoba a finales de 1994,
promovidos por Fidel Castaño, (según dicen, la primera cumbre con dicho carácter) y en dicha
reunión decidieron crear una estructura de inteligencia y grupos operativos en siete ciudades del
país, entre ellas Villavicencio. También decidieron en dicha reunión crear frentes de apoyo
político a los paramilitares; ya habían creado la Asociación de Víctimas de la Violencia
Guerrillera.
Empezando 1995 aparecieron las primeras consignas en las paredes de esta ciudad de los grupos
Macogue -"Muerte a Comunistas y Guerrilleros"- y Colsingue -"Colombia Sin Guerrillas"-, que
se habían atribuido durante 1994 el magnicidio del senador de la Unión Patriótica Manuel
Cepeda Vargas, y la muerte de varios dirigentes sindicales. En febrero de 1995, continuando con
su estrategia realizaron un foro con la participación, por primera vez abierta, de las propias
autoridades departamentales y nacionales.
Yo había salido del país para participar en la Conferencia Europea sobre los Derechos Humanos
en Colombia, que se hizo en el Parlamento Europeo en Bruselas, y en la Comisión de Derechos
Humanos de Naciones Unidas en Ginebra. La salida, que fue de dos meses, además de la
denuncia tuvo como objetivo proteger mi vida; ya había tenido que salir la Hermana Nohemí
Palencia por la misma razón, y Teresa Mosquera, fundadora del Comité, esposa de Luis Eduardo
Yaya, ya había sido obligada en varias oportunidades a dejar la ciudad, y de nuevo se había visto
obligada a partir.
Yo digo que he salvado mi vida durante este tiempo que he estado en el Meta. Van a ser ya nueve
años, porque casi que huelo a los paramilitares cuando están cerca, las yemas de los dedos me
queman anunciándome que vienen, que ahí están; es una especie de sexto sentido que he
desarrollado para escabullírmele a la muerte. En estos años, por eso he aceptado salir en cuatro
ocasiones en momentos difíciles. En la primera oportunidad salí dos meses, y en mi ausencia
mataron a los compañeros más cercanos de la Unión Patriótica. En el '95 tuve que volver a salir
en los meses de agosto y septiembre. Ahora he tenido que volver a salir por dos, meses porque
sentía la muerte cerca. Por estas salidas es que aún estoy vivo. Cada vez prolongo un poco más el
tiempo en el que me han de matar.
El foro de los paramilitares se realizó, como lo decía antes, en la sede de la Asamblea Departamental, en pleno centro de Villavicencio; allí asistieron el Comandante del Estado Mayor de la Séptima Brigada y varios delegados del Gobierno Nacional. A mi regreso como Presidente del Comité de Derechos Humanos pedí la grabación de la sesión, por haber sido un evento público. Constatamos que todos los jefes paramilitares del Departamento del Meta estuvieron presentes, entre ellos 'Rasguño', 'Puntillón', los hermanos Alape, Tovar, jefe paramilitar de Vistahermosa, los hermanos Silva, jefes paramilitares del Dorado y de Cubarral. Todos estuvieron. Llevaron algunos campesinos que trabajan para ellos y se decían víctimas de la violencia guerrillera. Anunciaron realizar un segundo foro en Casanare. En el evento gritaron consignas anunciando la muerte de la subversión y de sus colaboradores. Hicimos en el Comité una fuerte y reiterada denuncia pública por lo que había sucedido y nos opusimos a la realización del segundo foro. Lo que hicieron fue un desafío descarado contra nuestras ansias de justicia y de civilidad. Era la expresión de la arrogancia de la brutalidad. Pedimos en todo caso, a la Procuraduría, a la Fiscalía y a la Defensoría del Pueblo, que investigara las responsabilidades que allí cabían por la promoción de grupos ilegales.
El Gobierno bloqueó la Comisión, nunca entregó los doce millones de pesos que prometió dar para los gastos mínimos de funcionamiento. Habíamos acordado, además, que el Gobierno le daría fuerza vinculante y jurídica a la Comisión a través de un decreto presidencial que nunca expidió.
Empezaron a aparecer personas asesinadas en los municipios donde la Comisión hizo presencia.
Nosotros mismos fuimos fotografiados por el Ejército, en dos desplazamientos que hicimos a
Vistahermosa y a San Juan de Arama. Hubo un intento de agresión por paramilitares, regresando
una de las subcomisiones que se encargó del Ariari, por Granada, en Puerto Caldas, en
Coquivacoa, se acercaron paramilitares en moto armados que anunciaban una masacre; fue un
momento de mucha tensión que puso muy nerviosos a los mismos funcionarios del Gobierno y
de la Defensoría.
Terminando la Comisión volvieron a presentarse amenazas directas en mi contra, que hacía parte del Comité Ejecutivo de la misma, lo que me obligó a marginarme comenzando enero de 1996. En febrero tuve que salir de nuevo del país, y ahora, a mediados de marzo, las ONGs que participaban de dicha comisión han decidido retirarse definitivamente.
También en Vistahermosa hablamos con el párroco. Nosotros llevábamos un listado de 150 personas asesinadas. Me impresionó encontrar en el libro de entierros más de 350 víctimas de la violencia política, todas sepultadas por el padre. Ello se refleja en el cementerio de Vistahermosa, que casi es tan grande como largo es el pueblo. Allí sólo se enterraban las víctimas del casco urbano. Los corregimientos e inspecciones tienen su propio cementerio, donde otros centenares de personas yacen como testimonio de la brutalidad desatada en los últimos años. La mayoría son jóvenes, y las cruces blancas establecen además que las muertes son recientes. En el Castillo la historia volvió a repetirse, y los muertos registrados de la parroquia lo eran en un número superior a los datos que nosotros conocíamos; me llevó toda una tarde transcribir el listado de asesinados.
Evidenciamos casos narrados por sus propias madres, de hijas, de hijos que terminando el
bachillerato, en la misma familia, unos se habían ido para la guerrilla y otros con los grupos
paramilitares.
En las guarniciones militares y policiales que visitamos, la guerra está presente en la mente de
cada uno, se vive y se piensa en función del próximo combate con la guerrilla. La gente de los
alrededores vive bajo la tensión de los enfrentamientos armados.
El sicariato paramilitar se nutrió de los jóvenes de los mismos pueblos que terminaron matando a sus propios compañeros, compadres, amigos. Comprobamos que en esa perversión brutal hubo hermanos que terminaron matando a sus hermanos, e hijos que terminaron matando a sus propios padres. Una tragedia difícil de narrar.
Piñalito es a su vez un pueblo de desplazados. Pudimos entrevistar a cinco personas de la generación de las movilizaciones de los '50. Hablamos con un anciano que fue fundador de Vistahermosa, dirigente de una Junta Comunal, poeta popular que ha ligado en su inspiración la historia de la colonización de la región. Nos contó cómo se hicieron esos pueblos a punta de hacha, tumbando árboles gigantescos y muriendo sus familiares de distintas epidemias. Nos denunció de otra parte la existencia de tres fosas clandestinas en el municipio de Granada; entregó a la Fiscalía los datos exactos donde se encontraban, y sin embargo hasta hoy no se ha hecho la verificación. Tememos que, como ha pasado en otras oportunidades, cuando se tome la decisión ya los cadáveres habrán sido desenterrados y cambiados de lugar. Esto nos sucedió con la multinacional del petróleo Shell, que facilitó sus helicópteros, y con los del Ejército, para trasladar decenas de restos de unas fosas que habían sido denunciados con precisión por campesinos a las autoridades judiciales, ubicadas en terrenos de Víctor Carranza.
Constatamos igualmente la concentración cada vez mayor de la tierra en manos de Víctor Carranza. En esos días adquirió dos grandes haciendas en Vistahermosa, y compró otra en la Mesa de Fernández, donde se están haciendo exploraciones petrolíferas. Los mensajes que envía para la compra de las tierras no dejan alternativas a los finqueros o campesinos: 'Vendan ahora, o negociaremos con las viudas'. La persuasión del terror siempre opera, cuando es el Estado el que lo patrocina.
Yo sabía además el sitio donde se alojaban los paramilitares que tenían que atentar contra mí,
que tenían una caja con dinamita y tres fusiles R-15, y esperaba que la comisión de la Fiscalía
llegase de Bogotá para que se hiciese el allanamiento de la vivienda. Desafortunadamente la
Comisión no bajó esa noche. Las personas que me tenían informado me comentaron que a las
cinco de la mañana sacaron las armas y los explosivos, las llevaron hasta Restrepo, un municipio
a veinte minutos de Villavicencio, y que regresaron sin armas. A las 9:30 de la mañana llegó por
fin la Comisió. Yo insistí en que se hiciera el allanamiento porque de todas formas, aunque ya no
se encontrasen armas, los cuatro que allí estaban tenían órdenes de captura. Se organizó el
operativo; los fiscales vieron a los sicarios en el andén de la casa, comprobaron que allí se
encontraban, y terminaron diciendo que no podían actuar porque esperaban mejor que la orden de
allanamiento les llegara desde Bogotá. Los paramilitares se percataron de lo que pasaba porque
uno de los funcionarios 'imprudentemente' se pasó por el frente de la casa mostrándoles el arma
que llevaba. Los sicarios, una vez recibido el aviso, huyeron por la parte de atrás saltando un
muro. Cuando llegó la orden de Bogotá no encontraron a nadie. Tuvimos una discusión muy
fuerte con la Fiscalía porque, más que incompetencia, lo que yo percibía con su actuación era
complicidad. Ese mismo grupo paramilitar era el encargado de ejecutar a Nelson Viloria, el
representante a la Cámara, y a Pedro Malagón, el diputado del Meta por la Unión Patriótica.
La última semana de enero recibí un anónimo en el que me seguían advirtiendo que la orden para asesinarme seguía en pie, que ya me había salvado de dos intentos, pero que tenían que cumplir la misión de asesinarme a mí y a Pedro Malagón. Por ello abandoné la ciudad y posteriormente el país.
Cuando decidimos impulsar el Comité Cívico para la Defensa de los Derechos Humanos en el Departamento del Meta, ya habíamos transitado y racionalizado un largo proceso en el que las consecuencias del terror se reproducían en los mecanismos de la impunidad. Aprendimos el lenguaje de los derechos humanos desde el clamor de viudas, huérfanos y desplazados reclamando justicia.
Que fuese posible colocar la vida como un valor central, implicó que reclamáramos en
consecuencia el cese, no solamente de las violaciones a los derechos humanos, sino de la guerra
misma. Nuestro mensaje sigue siendo la urgencia de la paz. Mientras llega, que los actores
armados se sometan a las reglas de la guerra y respeten a la población civil.
Poco a poco, con el trabajo del Comité nos hicimos parte de la familia colombiana defensora de
los derechos humanos. Hemos coordinado el trabajo con otras organizaciones de derechos
humanos, hemos desarrollado campañas conjuntas y hemos traspasado las fronteras patrias
consiguiendo el apoyo de ONGs internacionales; nos hemos vinculado al movimiento de los
derechos humanos en el mundo. Nos hemos hecho parte de esta familia universal por la dignidad
de las personas y los pueblos, lo cual nos da el vigor para seguir adelante.
Por ahora hemos tenido que cerrar las oficinas del Comité, pero no lo hemos acabado, ni lo vamos a acabar. Tenemos que encontrar caminos para posicionar la justicia, la verdad, para que haya al menos resarcimiento moral a las familias de las víctimas. Tenemos que hacer claridad sobre todo lo que ha pasado en el Meta, en los Llanos, en estos años y sobre lo que sigue pasando. Esta tragedia tiene que salir de la oscuridad, no puede quedar impune.
Por ahora queremos sacar a la luz pública los borradores de lo que fue la Comisión Meta, e
intentar producir un libro sobre la violencia en el Meta en la década del '85 al '95. Se han hecho
estudios regionales sobre la violencia y violaciones a los derechos humanos en otras partes del
país, pero sobre el Meta es muy poco lo que hay. Tenemos las bases documentales, testimoniales,
para una publicación importante que le quite alas a la impunidad.
Nos aprestamos a una etapa de búsqueda, de exploraciones, para continuar nuestro trabajo de derechos humanos. El Estado y el paramilitarismo nos han hecho cerrar las oficinas, pero no han doblegado, ni doblegarán, nuestra voluntad ni nuestro compromiso. La comunidad internacional ha sido muy importante para nosotros en estos duros años de nuestra gestión; queremos que no desfallezcan en su ayuda a los trabajadores por los derechos humanos. Seguiremos invirtiendo de la mejor manera el apoyo que recibimos.
Por amor es que debemos transformar esta sensibilidad en actos por la justicia, de lucha por la
vida; si no se produce, si no hay como consecuencia el necesario desprendimiento de nuestro
bienestar material, de nuestra tranquilidad personal, el amor no será amor y las lágrimas furtivas
serán solamente sensiblerías para amortiguar el egoísmo. Es triste que nuestro amor haya estado
ligado a la contraposición del odio que ocasiona la muerte. El verdugo odia, y los defensores de
los derechos humanos, amamos. Los egoístas quieren todo para sí, y los que amamos la vida
estamos dispuestos a compartir hasta nuestros sueños con el egoísta.
La vida y el amor, el amor y la vida, van unidas como concepto y como sentimiento en los defensores de los derechos humanos. Nadie puede defender la vida sin amar, y nadie puede amar sin realmente defender la vida.
Esta metáfora la aplico al momento que vivimos. A pesar del debilitamiento del movimiento
popular, del movimiento campesino, del movimiento sindical; a pesar de las cada vez más
escasas posibilidades de accionar por la vía política legal; a pesar de la tempestad que nos inunda
y que pareciese querer ahogarnos; a pesar de todo ello se están generando en la sociedad - todavía
de manera muy incipiente, pero se están generando - las condiciones para un gran día de
transparencia. Los movimientos cívicos regionales van tomando forma; es muy lento el proceso,
pero se va marchando hacia adelante. El movimiento social y popular cogerá fuerza, y cuando la
tenga, ninguna maquinaria de guerra ni de terror los podrá doblegar. Ellos son el germen de un
proyecto de nueva sociedad, de recomposición nacional o, mejor, de composición de una nueva
nación.
También se crearán de nuevo las condiciones para unas negociaciones de paz con el movimiento insurgente. Se desbrozará el camino de la lucha política abierta y democrática. No sé si entonces estaremos vivos, pero la democracia habrá de ganarle espacios al terrorismo de Estado. Podremos jugarnos en la fábrica, en la plaza pública, en la finca, en la escuela, en la universidad, nuestras ideas e impulso hacia una sociedad democrática y realmente libre. No solamente nos liberaremos del hambre, sino de todas las manifestaciones de la exclusión y la ignorancia. Colombia es un pueblo con futuro. No lo digo yo, lo dice la gente que no da el brazo a torcer a pesar de tanta sangre derramada.
Miedo, miedo si siento pero por mi familia, por mi esposa, por mis hijas. Es un miedo que no me
permite dormir, el hecho que puedan poner una bomba en la casa, que puedan atentar contra mis
niñas me hace desgraciado.
A veces me da por pensar que es un acto de cobardía el irse. El hecho de ser obligado a dejar las
cosas que has construído, los espacios de lucha que te enriquecen en tu condición de ser humano,
y dejarlo todo por las amenazas o la inminencia de la muerte, es enajernarle tu libertad a los
verdugos, es endosarle al criminal la condición de un dios que puede decidir sobre tu vida o tu
muerte. No lo acepto, ceder, me parece más terrible que la muerte misma.
"Ellos aquí trajeron los fusiles repletos
de pólvora, ellos mandaron el acerbo
exterminio,
ellos aquí encontraron un pueblo que
cantaba,
un pueblo por deber y por amor reunido,
y la delgada niña cayó con su bandera,
y el joven sonriente rodó a su lado herido,
y el estupor del pueblo vio caer a los muertos
con furia y con dolor.
Entonces, en el sitio
donde cayeron los asesinados,
bajaron las banderas a empaparse de sangre
para alzarse de nuevo frente a los asesinos.
Por estos muertos, nuestros muertos,
pido castigo.
Para los que de sangre salpicaron la patria,
pido castigo.
Para el verdugo que mandó esta muerte,
pido castigo.
Para el traidor que ascendió sobre el crimen,
pido castigo.
Para el que dio la orden de agonía,
pido castigo.
Para los que defendieron este crimen,
pido castigo.
No quiero que me den la mano
empapada con nuestra sangre.
Pido castigo.
No los quiero de Embajadores,
tampoco en su casa tranquilos,
los quiero ver aquí juzgados,
en esta plaza, en este sitio.
Quiero Castigo. "
Este documento es publicado en la internet por Equipo Nizkor y Derechos Human Rights