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02feb13


El punto uno, ¡por favor!


Es hora de que Santos deje de jugar al equilibrista en el modelo rural y le dé a su contraparte una señal de que no es el 'Doctor No'.

Empezar a discutir la agenda de paz por el asunto agrario fue un gran acierto. Contrario a lo que se pensaba, en este tema hay enormes coincidencias entre el Gobierno y la guerrilla, y más aún, entre las FARC y sectores que consideran que al Gobierno le falta audacia en esta materia.

Las FARC han dejado atrás la agenda de Marquetalia y ahora enarbolan diez propuestas (pueden leerlas aquí) que buscan la modernización, la equidad y la justicia social en los territorios, sin maximalismos. Por supuesto, hay que replantear el modelo que tenemos en el campo, y no porque lo digan los alzados en armas, sino porque es un modelo antediluviano, antidemocrático y rentista. Es una reforma que tiene pendiente el país, con negociación o sin ella.

Uno de los aspectos que, según El Tiempo, ha sido de mayor debate en la mesa de La Habana es el del latifundio improductivo. Hay consenso acerca de que este es una talanquera para el desarrollo integral del campo y que se requiere su transformación. Las diferencias radican en qué considera cada parte como latifundio; de qué habla cada quien cuando dice improductivo, y, sobre todo, como ponerle fin. ¿Vía expropiación? ¿Vía impuestos? ¿Vía grandes inversiones de capital?

Si las FARC se han movido de sus posiciones históricas, el Gobierno no debería temer deslizarse un poco más al centro en esta materia y acercarse a sectores sociales que le piden mayor contundencia con su pretendida reforma agraria. No se pueden hacer cambios y al mismo tiempo conservar el estatus quo. Es hora de que Santos deje de jugar al equilibrista en el modelo rural y le dé a su contraparte una señal de que no es el 'Doctor No'.

El punto agrario es un punto de convergencias y al ser esta una cuestión que está en la médula del conflicto, harían bien los delegados de las partes en llegar unos consensos básicos, de espíritu, y pactar una metodología para desarrollar los detalles en la llamada tercera fase. O, por qué no, en una instancia paralela con expertos de ambas partes.

Dar por acordado este tema, en el menor tiempo posible, sería la prueba de fe que necesita la mesa de diálogo para ganarse un respaldo definitivo de la sociedad. Para que no lo hundan sus enemigos, ni las mezquindades de la guerra. Podría, incluso, crearse un clima positivo para un desescalamiento del conflicto, en función de un futuro armisticio.

Las FARC deben tener un principio de realidad: nadan contra la corriente. Su tiempo ya pasó y hay una ventana de oportunidad para que entren en la vida civil. Pero se trata apenas de un resquicio. El país desconfía de ellas profundamente, y la extrema derecha está capitalizando esa desconfianza. Si dan papaya, enredándose en objetivos secundarios como la regularización de la guerra, pierden de vista su objetivo principal: una negociación digna que demuestre que 50 años de lucha guerrillera no fueron en vano.

El Gobierno, por su parte, no debe ceder a las premuras de los tiempos políticos. Santos sabía de antemano que negociar bajo fuego requiere de un fuerte consenso en las elites y la sociedad. Convencer a los sectores que tradicionalmente sólo se interesan en sus propias ganancias (sean económicas, políticas o militares) de que el fin de la guerra representa un beneficio colectivo a largo plazo es urgente. A eso deberían estar dedicados sus ministros y consejeros, y no a sembrar mayor escepticismo.

Sacar adelante el punto uno es la única campaña que realmente puede proteger el proceso de paz.

[Fuente: Por Marta Ruiz, Revista Semana, Bogotá, 02feb13]

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