Los Jinetes de la Cocaína
Los Jinetes de la Cocaína

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Capítulo I
El Destello Verde

1. La Guerra Verde

Colombia, país de paradojas, es uno de los mayores productores de esmeraldas en el mundo, y sin embargo solo recibe divisas por su exportación, que apenas superan los US$2 millones anuales.

Las minas, a cielo abierto, se encuentran en una zona abrupta y montañosa. En torno a ellas viven centenares de campesinos que aprovechan la oscuridad de la noche para horadar la tierra, sometidos a dos temores: los celadores, unos jinetes armados que disparan antes de preguntar quién es. O que sus propios vecinos descubran que han hallado una gema de valor. En los dos casos, pagarán su suerte con la vida.

La explotación ilícita de las minas de esmeraldas en Boyacá, que son patrimonio de la Nación, ha sido la fuente de poder para dos familias, ambas enraizadas en la misma historia política de Colombia. La primera fue dirigida por Efraín González Téllez -- un veterano luchador de la violencia política de la década de los 50s -, catalogado por la prensa como un legendario Robin Hood colombiano.

González era buscado por los campesinos boyacenses y santandereanos como su juez supremo. Dirimía en conciencia, y sin trámites ni abogados, cualquier pleito familiar, de tierras e incluso aquellos con ribetes penales. Pero también lo buscaban como su patrono, porque aseguraban que poseía dotes sobre las cuales existe toda clase de leyendas y de mitos: si la policía lo buscaba se transformaba, por ejemplo, en una flor o cualquier otro ser inanimado que despistaba a las autoridades. La recóndita esperanza de los campesinos radicaba en descubrir sus secretos.

En un pueblo por esencia religioso, como el constituido por los boyacenses, era muy bien visto que González bajara todos los domingos de la montaña a confesar sus pecados y recibir la absolución del párroco de Chiquinquirá.

La otra familia, que trabajó en sociedad con la de González, era la dirigida por Humberto Ariza Ariza, "El Ganso Ariza", un asesino nato (purgó una larga condena en Bogotá), que basó su poder en la fuerza. Durante la época de su reinado en la zona esmeraldífera se asegura que asesinó o mandó hacerlo a más de 800 personas.

Efraín González murió en Bogotá el 9 de junio de 1965, luego de un gigantesco operativo que incluyó dos batallones del Ejército y un cañón, bajo la dirección de un militar especialista en lucha contraguerrillera, José Joaquín Matallana.

Fue todo un día de lucha contra la destartalada casa de un piso, cuyas paredes tuvo González la previsión de cubrir con colchones para evitar el rebote de los proyectiles. Un sargento, cuatro soldados y un civil murieron, mientras que otros 11 resultaron heridos.

El bandolero, como lo denominaban los boletines oficiales, estuvo a punto de burlar tan estrecho cerco, pero terminó derrotado por la cámara de un fotógrafo de prensa que, más por temor que por solidaridad con el operativo, la estrelló contra la cabeza de González. Hasta ese momento, se le imputó la comisión de 117 asesinatos.

Este curioso hecho sirvió para reforzar la leyenda sobre los supuestos atributos de Efraín González.

"Aquí libraron su lucha dos valientes batallones contra un cobarde que se defendió con una escopeta", decía la placa que la gente propuso para que fuera colocada en la pared de la vetusta casa del barrio de Bogotá donde murió González. Era una burla al exceso de fuerza exhibido por los militares.

El Ganso Ariza fue acribillado, al salir de su residencia, el 10 de octubre de 1985.

Los dos protagonistas del negocio de las esmeraldas controlaban una verdadera mafia de pobres: campesinos desempleados y el lumpen delictivo del nororiente de Boyacá, de parlamento que vive de la industria sin chimeneas -- la política --, como la califican ellos mismos para burlarse de su propia condición de abandono.

Tras la muerte de Efraín González se desató una ola de violencia en la región, que se conoció como la Guerra Verde. Esta guerra produjo más de 1.200 muertos en los municipios de Chiquinquirá, Muzo, Coscuez, Borbur y Somondoco. El campo de batalla se trasladó también a Bogotá y a Miami.

Para afrontar tamaño derramamiento de sangre, el gobierno decidió cerrar las minas de esmeraldas en 1971, y encargó de su vigilancia a la Policía.

La sorpresiva determinación puso al descubierto otro negocio en torno a las esmeraldas: la venta de cargos públicos. El entonces contralor general de la República, Julio Enrique Escallón Ordóñez, a través del congresista Samuel Alberto Escrucería (condenado en el Estado de Carolina del Norte por narcotráfico), vendió a un particular el cargo de auditor ante las minas de Muzo por $ 100.000.

Para superar la guerra verde se acordó una solución: entregar las minas en concesión a una sociedad que constituyeron los mismos esmeralderos. Por un acuerdo que propició el gobierno, se crearon varias sociedades, de las cuajes las más conocidas son Esmeralcol y Tecminas, a las que se vincula ron los más importantes "gemólogos" que luego terminarían como socios de los traficantes de cocaína.

Conscientes de su debilidad -- en su mayoría los esmeralderos son campesinos iletrados, pero con elevado poder económico -- cada grupo concesionario de la explotación de minas patrocina sus propios congresistas, que le sirven como factor de presión para la implantación, por ejemplo, del subsidio a las exportaciones de esmeraldas.

Entre los actuales congresistas vinculados con los dineros y los intereses de los esmeralderos, se encuentra el senador liberal Zamir Silva Amín, ex magistrado del Tribunal Administrativo de Cundinamarca.

Como nota folclórica, valdría la pena mencionar que su tío, Julio Roberto Silva Castellanos, esmeraldero en sus inicios y ahora dedicado al narcotráfico, recorrió municipios y veredas boyacenses con un caballo de pura sangre. Cambiaba un voto para su sobrino por una "montada" de su magnífico semental.

Otro congresista en circunstancias similares es Guillermo Torres Barrera, senador conservador, ex gobernador de Boyacá. Su padrino es Benito Méndez, conocido exportador de esmeraldas y propietario de una gran flota de aeronaves, que alquila para transportar la droga.

Alvaro Leyva Duran, senador conservador por Cundinamarca, se quedó con buena parte de los esmeralderos simpatizantes del grupo político ospinista. Estuvo a punto de ser asesinado durante la campaña para el congreso en 1986, cuan do le hicieron varios disparos en el momento de abordar un helicóptero de uno de ellos, en el marco de una nueva guerra que sostienen dos facciones rivales de "gemólogos" desde 1985.

Esta nueva rivalidad surgió por la forma antitécnica como sé explotó la mina de Esmeralcol, que llevó a los concesionarios del Campo Quirama, sus rivales, a replegarse con la esperanza de poder compartir terrenos y yacimientos.

La guerra hoy parece ganada por Gilberto Molina, Juan Beetar y Víctor Carranza, quienes virtualmente extinguieron la pandilla de sicarios en que se apoyaba el grupo de Quirama, dirigida por un asesino apodado "El Colmillo", José Torcuato López.

Gustavo Rodríguez Vargas, líder de su propio grupo político, el Movimiento Nacional Conservador, es senador por Cundinamarca, y se considera heredero natural del capital político de la senadora Bertha Hernández de Ospina Pérez, cuyos nietos están vinculados al tráfico de cocaína.

La nueva generación de esmeralderos cambió los ostentosos camperos cabinados, por helicópteros que atraviesan el cielo boyacense con la frecuencia de cualquier aeropuerto colombiano.

2. La Bonanza Marimbera

En la Costa Atlántica también hubo explosión de dinero. En 1972 empezó a trascender a la prensa la historia de unos señores costeños, medio exóticos, que hacían pública ostenta ción de grandes capitales que, según explicaban ellos mismos, provenían de la venta de una yerba que, para la idiosincrasia colombiana, sólo se fumaba en el festival de Woodstock: la marihuana.

En esta primera etapa, la marihuana era controlada por clanes como los Dávila Armenia (Raúl, Eduardo Enrique y Pedro) y Raúl Dávila Jimeno, en el Magdalena, es decir, aquellos poseedores de un capital importante de base. La compra de un cargamento de la yerba y el alquiler de un barco para su transporte, no estaban ciertamente al alcance de cualquier empleado.

Un juez de Tallahasse, Florida, libró orden de captura por tra ficó de marihuana desde 1977 contra Eduardo Enrique Dávila Amienta. El 22 de agosto de 1979, un juez de Tampa, Florida, dictó otra orden de captura en su contra, identificada como 73-105-CTH. Un juez de Italia también dispuso su detención por el mismo delito. Ninguna se ha podido cumplir.

Con clanes como éste solo competían los guajiros, pueblo tradicionalmente afecto al contrabando fronterizo con Venezuela, ante la falta de cualquier tipo de infraestructura productiva.

Se identificaron entonces dos formas de vinculación inicial con el tráfico de marihuana: la del sembrador, quien recibía una utilidad casi siempre anticipada, que se le pagaba al momento de recibir la semilla, sin problemas de crédito con la banca, ni exigencia de fiadores con finca raíz que lo respaldaran. Y una segunda, los marimberos, como se denominó a las personas encargadas del transporte, venta y entrega de la marihuana en Estados Unidos.

Para ese momento, se afirmaba que por cada embarque resultaban comprometidas y beneficiadas económicamente en la Costa Atlántica entre 16 y 20 personas. Semejante redistribución de ingresos hacia abajo generó una nueva clase social - a la que se ha llamado emergente --, que poco a poco llegó a tener capacidad de compra de las cosechas: los miembros de ese nuevo grupo social adquirían la marihuana, la convertían en panela prensada, y el contacto en los Estados Unidos se encargaba de la nave en la que se habría de trans portar.

Sorprendería a cualquier investigador determinar, por ejem plo, cuantas veces se quedaba sin luz cada noche el aeropuerto Simón Bolívar de Santa Marta. Un informe oficial de 1976 contenía una relación de 25 páginas, en las que figuraban centenares de coordenadas de los aeropuertos "clandestinos" diseminados por todo el territorio colombiano.

El negocio generó nuevos recursos, que les permitieron comprar sus propios aviones DC-3. Es muy conocido el caso de un joven de la alta sociedad samaría, Juan Miguel Retal, quien aterrizó en un DC-6 repleto de marihuana en una autopista de Jetmore, Kansas, con un procedimiento bien sencillo: paralizar el tráfico, en una "improvisada" pista de cinco kilómetros de vía, con unos camiones que aparentaban estar averiados.

A Retat le fijaron una fianza de un millón de dólares, la pagó y voló a Santa Marta, donde aún reside.

La bonanza marimbera de los años 72-78, fue un negocio casi exclusivo de algunos sectores de la Costa Atlántica, región en la que se pudo desarrollar con mayor impunidad por la facilidad de transporte marítimo (Colombia posee centenares de kilómetros de playas sobre el Atlántico). O para el aéreo, en los desiertos guajiros, aptos casi en su totalidad para la "apertura" de pistas clandestinas.

Un informe confidencial de la Dirección General de Aduanas (septiembre 30 de 1975), registraba la matrícula de 64 buques utilizados para el tráfico de marihuana, y la localización, con sus respectivas coordenadas, de 131 pistas "clandestinas".

3. La Mafia en Macondo

El carácter casi folclórico que se atribuyó en el interior del país al tráfico de marihuana, asimilado con una supuesta productividad del costeño a las actividades ilícitas (es muy conocido aquel chiste de que los habitantes del interior llaman peculado al "rebusque"), permitió conocerlos casi como personajes macondianos, a lo que contribuyeron ellos mismos con sus despilfarradoras actividades.

Un ejemplo típico de las excentricidades, es el de Lucho Barranquilla, quien compró la casa en que funcionaba el Departamento Administrativo de Seguridad DAS, en Santa Marta, sólo para tener el placer de lanzar judicialmente a los detectives que osaron perseguirlo en alguna ocasión.

Su émulo era Lucho Panamérica, Cabarcas, propietario de la isla rocosa frente a Santa Marta, cuya casa representa la quilla de un barco incrustado en la piedra.

Para tener una dimensión del tráfico de marihuana vale la pe na mencionar un caso, el de Yesid Palacios, quien negoció en menos de un año la bicoca de 180 mil libras de esa yerba. Con seguridad el 99.9% de los colombianos, en su vida, han oído hablar de Palacios.

La explosión de los nuevos ricos dio lugar a incidentes como el de un ex magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Julio Salgado Vásquez (que terminó asesorando narcotraficantes), a quien se le acercó un mafioso para comprarle su casa por $20 millones, cuando su valor no superaba los $5 millones. Le pidieron a Salgado que hiciera la escritura por $5 millones para que el narco que la adquiría no tuviera problemas tributarios. Después de corrida la escritura, se negaron a pagarle la diferencia.

De esta época es la famosa colección de Ferraris del clan La faurie González (Eduardo, Iván y Fernando), y las casas con sótano blindado y provisión de alimentos para varias semanas, que hoy se pueden visitar como auténticos museos, en Maicao y Riohacha.

Otro personaje típico entre los marimberos es Julio Calderón, quien en sociedad con los hermanos Alfonso y Lucky Cotes, compró la empresa de aviación Aerocóndor. Esta empresa era controlada por Melvin Millón, padre de Juan Bautista y Fernando Millón Palacio, a quienes el Consejo Nacional de Estupefacientes señala como vinculados con el narcotráfico. El representante internacional de esta compañía fue Jorge Barco Vargas, exdirector de la Aerocivil y hermano del actual presidente de la República, quien reniega de su parentesco desde entonces.

Calderón, los hermanos Cotes y Jorge Barco quebraron Aero cóndor, empresa que primero utilizaron para lavar dólares y luego para financiar la construcción de una sofisticada casa en Miami, que se conoció con el nombre de "El Palacio Azul"

Calderón también le adquirió la mansión que poseía en La Florida, el expresidente Richard Nixon, en una negociación que, se afirma, canceló de contado. Fue propietario en Barranquilla de lujosos hoteles con prado sintético, una verdadera demostración de derroche en una ciudad que escasamente posee agua potable para la tercera parte de su millón de habitantes. El despilfarro llevó a. Julio Calderón a la ruina. Hoy trabaja como lugarteniente en la Costa Atlántica del Clan Ochoa.

Los Dávila, familiares políticos del expresidente Alfonso López Michelsen, adquirieron un equipo profesional de fútbol, el Unión Magdalena.

Pronto debieron compartir su reinado con los guajiros, conocidos por su característica de ejercer la justicia por su propia mano, en condiciones de singular violencia, como se apreció en la sangrienta guerra de las familias Cárdenas y Valdeblánquez, virtualmente exterminadas. Su leyenda sirvió a un líder sindical, Víctor Acosta Cárdenas, de la Unión de Trabajadores de Colombia, para perpetuarse en su cargo, porque a todos sus posibles rivales les advierte sobre sus parientes.

4. Las Pistas y los Barcos

En el tráfico de marihuana muy pocos hechos eran desconocidos por las autoridades, como la relación de las pistas y los barcos utilizados para ese ilícito. Una lista oficial de ellos, figura como anexo en este libro.

5. La Ventanilla Siniestra

En el gobierno de Alfonso López Michelsen (1974-1978) se creó la "Ventanilla Siniestra" en el Banco de la República, por la que ingresaron los millones de dólares de la bonanza marimbera, confundidos con los de la bonanza cafetera, que por lo demás en buena parte correspondieron a contrabando del grano. En más de una ocasión se confundieron los dos negocios, como se demostró aún en 1986 con el clan de los Cárdenas, vinculados a un proceso penal por un millonario contrabando de café en Santa Marta.

En el libro blanco de la CÍA sobre Colombia, se destaca que cuando vino Henry Kissinger a Bogotá, en febrero de 1976, el narcotráfico era ya un tema de preocupación de los dos gobiernos.

Años más tarde, a raíz de la reunión de López Michelsen con los narcotraficantes en Panamá en 1984, se supo que la Dea le había entregado, siendo presidente de la República, el Libro Blanco de la Marihuana. López explicó entonces que no lo había tomado en serio "porque era una lista de nombres, casi sin pruebas". Los Dávila figuraban ya en ese libro.

Al culminar su mandato, en 1978, López advirtió que se po día perder la bonanza marimbera, porque le mezclaban otras yerbas a la panela de marihuana prensada. Los consumidores gringos habían protestado.

De esta época es un legendario vallenato "Yo tenía mi Cafetal", que describe la historia del ocaso de la bonanza:

"Yo tenía mi cafetal,
era una tierra muy generosa
envidia de toda la vecindad,
Pero la verdad,
apenas daba para la yuca
y pa' educar los pela'os
Hasta que llegó
un tipo gordo y muy bien trajeado,
que no se quiso identificar.
me convidó
a una parranda pa' proponerme
a mi un negocito muy bueno.
Todas las noches yo vi pasar
billetes verdes en cantidad,
muchas mujeres, mucho aguardiente
y que vida fácil sin trabajar.
El tipo gordo me convenció
de que sembrara en mi cafetal
una semilla que me haría rico
sin siquiera regarla.
Ese demonio cultivo, cultivo mono.
Ellos ponen la semilla y yo el abono.
Empecé a sembrar
y me empecé a llenar de billetes
que me gastaba en parranda.
Contraté un chofer
y me compré un último modelo
de gran estilo y tamaño.
Hasta que un día nos metieron presos
al tipo gordo, al chofer y a mi.
No te preocupes, me dijo el tipo,
que ese problema lo arreglo yo.
A la semana al tipo le dieron
los tribunales la libertad
y hace tres años que estoy preso
por la maldita semilla.
Ese demonio cultivo, cultivo mono.
Yo estoy cumpliendo condena del abandono".

Para entonces, la especie de marihuana más codiciada en el mercado norteamericano, la "punto rojo" o "Santa Marta gold", empezó a decaer por dos factores: la pérdida de calidad, y la aparición de un nuevo producto, más cómodo de transportar y con un índice de utilidad superior: un kilo de cocaína llegó a costar casi lo mismo que un buque cargado de marihuana.

Se sumó un nuevo elemento. En California empezó a proliferar una variedad de marihuana conocida como "la sinsemilla", que se podía cultivar incluso en la terraza de un aparta mento. Se vendían libros con instrucciones para su siembra, y de paso se evitaba el consumo de marihuana cultivada en México, donde se había empezado a fumigar con desfoliadores como el Paraquat y el Glifosato.

Durante la bonanza, la "Ventanilla Siniestra" generó sin embargo tal volumen de divisas, que en 1981 los ingresos por servicios fueron de US$1.734.3 millones.

El exbanquero Ignacio Umana de Brigard cuantificó en 1980 la llamada "economía negra" en los siguientes términos:

"De los US$2.400 millones que se calcula mueve anualmente la economía subterránea, US$1.600 ingresan por marihuana y US$800 millones por otras drogas y contrabando. Se estima que el Banco de la República compra US$800 millones al año, con lo cual genera una emisión cercana a los $35 mil millones, que producen distorsiones en la economía, aumento en los precios de los bienes principales, escasez de los indispensables, enriquecimiento acelerado de unos cuantos, corrupción de las autoridades, envilecimiento del pueblo, y auge de la misma economía subterránea, que está permitiendo el fortalecimiento del mercado extrabancario no institucional".

Y advertía luego, tal vez basado en su propia experiencia:

"Se ha ido creando un poderosísimo mercado paralelo que, sin control ni límite alguno, sin encajes ni registros, ha entrado a reemplazar al sector financiero". En septiembre de 1978,Umaña de Brigard le había vendido, por $500 millones, el Grupo Colombia a Félix Correa Maya, cuya historia en Medellín se relaciona más adelante.

Otro factor de comparación del impacto causado por la bonanza del narcotráfico en la economía colombiana, se encuentra en el desproporcionado incremento de sus reservas internacionales, que parece no corresponder a la tasa real de crecimiento del país. Mientras en 1968 esas reservas netas eran de solo US$35 millones, en 1981 ascendían a US$5.630 millones.

Las exportaciones de servicios también reflejaron semejante fenómeno, al pasar, entre 1975 y 1976, de US$465.3 millones a US$873 millones.

Cuando llegó un nuevo gobierno el de Julio César Turbay Ayala, se ordenó perseguir a los emergentes, pese a que su campana se basó en una frase bandera que parecía proteger los: "reduciré la inmoralidad a sus justas proporciones".

Un funcionario de la DEA en Colombia dijo entonces que el gobierno de Turbay Ayala sería un problema para los narco traficantes, pues de él sólo se afirmaba que era entronque político de los "gemólogos".

La suerte que corrió el país fue bien distinta.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 06oct01
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