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03sep06ago06


Nuestros amigos los paras.


El fiscal Mario Iguarán está destapando cosas sucedidas hace más de veinte años y oficialmente tapadas desde entonces, como las desapariciones del Palacio de Justicia. Oficialmente tapadas, pero que todos conocíamos: las vimos en directo por la televisión, y al respecto se escribieron cientos de artículos de prensa y por lo menos una docena de libros. Cosas que todos conocíamos, pero oficialmente tapadas, deliberadamente tapadas por las autoridades para no tener que responder por ellas. En su momento las tapó la Cámara de Representantes por iniciativa del muchas veces ministro y procurador y candidato presidencial Horacio Serpa, y las volvió a tapar con cuidado y primor la justicia penal militar, como lo recordaba en estos días un oficial retirado. De cuando en cuando brotaban flatulencias fétidas de los hechos ocultados, como vaharadas de putrefacción subterránea: las condenas administrativas del procurador Alfonso Gómez Méndez contra dos militares individualmente considerados, el llamado a indagatoria de quien entonces era presidente de la República, Belisario Betancur, que reconoció haber sabido que del Palacio incendiado habían salido vivos algunos detenidos, pero después "no se puso a averiguar más".

Está muy bien que esas cosas antiguas y enterradas empiecen a destaparse, así sea con tanta tardanza. Sería bueno que empezaran a destaparse también las que están pasando y se están tapando ahora. Algo se ha empezado a hacer con respecto a algunos excesos de los militares, y hay que reconocérselo tanto al fiscal Iguarán como al general Freddy Padilla, nuevo comandante de las Fuerzas Militares. Pero hace falta el mismo interés por revelar la verdad en lo que se refiera a los paramilitares. A los "mal llamados paramilitares"como los llama el presidente Álvaro Uribe: y la empresa de ocultamiento de la verdad empieza en esa frase. Las palabras nunca son inocentes.

Los paramilitares sí son paramilitares, llámelos como quiera el Presidente; y son además narcoparamilitares, o sea, narcos; y lo han sido desde que aparecieron, no sólo para defender de la guerrilla a los terratenientes 'tradicionales', sino para defender sus propios nuevos cultivos ilegales. El primer grupo narcoparamilitar fue el MAS, Muerte a Secuestradores, creado por los hermanos Ochoa y Pablo Escobar. Y han sido narcoparamilitares todos los hermanos Castaño de las AUC, empezando por Fidel, que así hicieron su fortuna. No son colados de última hora los negociantes del narcotráfico en la estructura política de las autodefensas, como pretenden hacernos creer fingiendo un virtuoso escándalo: son su columna vertebral. Y eso lo sabemos todos desde el principio, como supimos siempre lo de los desaparecidos del Palacio de Justicia.

Y si ahora los narcoparamilitares no están siendo castigados por ninguno de sus crímenes, políticos o económicos, ni por sus masacres ni por sus negocios ilícitos, no es sólo por el motivo obvio de que no han sido derrotados por el Estado. Sino porque son, siguen siendo como desde un principio, aliados de las fuerzas del Estado (militares y de policía), y amigos de los dueños del Estado. Amigos por sus servicios electorales, desde luego: más elocuentes si cabe que las investigaciones sobre distribución de votos uribistas publicadas por Claudia López son las palabras del jefe del Partido Conservador (uribista) y hoy ministro de Interior y de Justicia, Carlos Holguín, sobre la lógica de la política en Colombia: "No se le niega la inscripción como candidato ni al hijo de Al Capone". Pero ante todo amigos por razones de puro cariño. Al establecimiento político y económico colombiano nunca le han disgustado los paras, por el contrario. Ni por sus acciones armadas, cuyo espíritu y cuyos fines han aprobado siempre, aunque a veces les haya disgustado la rudeza excesiva de sus métodos -esas motosierras...-; ni por sus negocios legales o ilegales, en muchos de los cuales han participado o querido participar, desde la ganadería hasta el narcotráfico pasando por el chance y el chanchullo con los dineros públicos.

Fragmento de una entrevista del saliente ministro del Interior y de Justicia Sabas Pretelt, en El Tiempo del 27 de agosto:

¿Y es cierto que Salvatore Mancuso y Ernesto Báez lloraron en su despedida?. "Pues, sí". ¿Y Báez habló para despedirlo y darle la bienvenida a Holguín? "Sí, así fue".

Ya lo ven ustedes: se adoran. Así que, como Belisario, no se pondrán a averiguar más.

[Fuente: Por Antonio Caballero, Revista Semana, Bogotá, 03sept06]

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