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24dic17


El heredero de «cabeza de cerdo» había reclutado ya a un centenar de prostitutas en Rumanía


Marian Tudorache, alias Becu, no daba crédito cuando vio el chaleco de la Policía española que vestían cuatro agentes. Estaban en Targoviste, Rumania, intercambiando comentarios con sus colegas rumanos mientras él, que había sobrevivido a una cruenta guerra entre capos librada en los polígonos de Madrid, se miraba incrédulo las esposas. Se creía intocable, a salvo en su país desde donde dirigía la mayor organización criminal de esa nacionalidad dedicada a la prostitución, con decenas de esclavas sexuales a sus órdenes en España y otros países. Su jefe, el escurridizo y violento Ioan Clamparu, «Cabeza de cerdo», que marcaba a las mujeres como ganado, había caído (el Tribunal Supremo le condenó a 30 años de prisión), pero él nunca sospechó que seguiría el mismo camino tras recomponer el imperio.

«Tenía ya a un centenar de chicas trabajando para él, explotadas, engañadas y tan atemorizadas que ni siquiera necesitaba usar la fuerza física porque ellas sabían lo que les esperaba», explican fuentes policiales. Sus tentáculos los había extendido sobre todo en un polígono industrial de Fuenlabrada (Madrid), en el polígono Marconi, en Ibiza y Asturias. «Es el jefe de la delincuencia más sucia, de la prostitución callejera que además entabla relación con los clubes para colocar a más chicas». Las mujeres habían sido captadas con el método «lover boy», la simulación de un enamoramiento que acaba con ellas tiradas en la calle o en un prostíbulo de mala muerte y el dinero en el bolsillo de sus proxenetas. Cada miembro de la organización se entregaba a esta práctica con varias víctimas a la vez y se las cedían entre ellos como si fueran un fardo dependiendo del número que acumulara cada uno. La Policía calcula que podía obtener hasta 8.000 euros al día, de ahí que mandaran dinero en metálico a su país más de una vez a la semana.

Tudorache, de 41 años, que empezó su carrera criminal en el año 2000 en Rumanía y allí se había dedicado a buscar «carne de cañón» en localidades como Dambovita, Arges y Prahova, había optado por retirarse de nuevo a su país cuando consideró que su maquinaria de hacer dinero estaba engrasada y a salvo. «Lo que hacía era presentarse en Madrid para inspeccionar el negocio, sin avisar, controlar que todo estuviera bien y volvía a su retiro. No pensó jamás que la Policía rumana iba a actuar contra él». Pero le seguían cada paso, con balizas incluidas. Y la información la compartían con un equipo de agentes españoles de las Comisarías Generales de Policía Judicial y de Extranjería, profundos conocedores de las prácticas de Becu y los otros dos miembros del peor trío de proxenetas.

Desde 2007, la Policía sitúa a «Becu» en Madrid, primero en garitos de Coslada montando bronca para quedarse con la seguridad de locales y luego ya a las órdenes del implacable «Cabeza de cerdo». Él y el segundo de «Cabeza», Dorel Hanea, se disputan la plaza. A Becu lo detienen después de secuestrar a un lugarteniente de Dorel con la ayuda de un guardia civil en Alcalá de Henares, en 2010. En dos ocasiones logran arrestarlo, mientras los investigadores siguen de cerca la guerra a muerte entre los dos rumanos. Cuando el jefe es condenado en 2012, deciden librar la batalla ya sin ningún disimulo para ocupar el puesto libre. Durante un bautizo uno de sus secuaces intenta apuñalar a otro y poco después, un subalterno de Dorel intenta poner una bomba en los bajos del coche de Becu en Parla. La montan en un coche de juguete y antes de colocarla le revienta y le causa gravísimas heridas.

La Policía les pisa los talones y Dorel, al que apodaban ya «el señor del polígono» con sus métodos salvajes y acaparadores, huye de España. Su muerte en México por una supuesta sobredosis de cocaína es uno de los episodios criminales más insólitos, con Interpol haciendo gestiones porque la muerte se atribuía a una treta mafiosa hasta que su cadáver fue repatriado a Rumania, se analizó su ADN y su familia lo veló compungida.

Con Dorel y Clamparu fuera de la circulación, «Becu» se convirtió en el nuevo amo y señor de los polígonos. Coloca a sus machacas para marcar a las mujeres y revienta la caja. Las someten a operaciones estéticas (aumento de pecho o labios, eliminación de costillas) con el fin de que generen más dinero y diseñan una estructura para que otras mujeres (que no estaban a sus órdenes) les tuvieran que pagar entre 100 y 300 euros a la semana por usar la vía pública, a cambio de protección.

Las ingentes cantidades de dinero que la organización recibía en Rumanía se blanqueaban a través de empresas controladas por ellos y con la compra de propiedades y vehículos de alta gama. El dinero en metálico salía cada dos o tres días a través de correos humanos y colaboradores en empresas de paquetería. Las cantidades variaban pero se detectaron viajes en los que los emisarios llevaban 40.000 euros. En Rumanía tenían contactos con un expolicía rumano que les ayudaba a eludir los controles policiales y facilitaba las actividades de la red.

Es un tío duro, que se ha «ganado» su puesto de dos formas: peleándolo en la calle, con los métodos más crueles (tenía esclavas sexuales antes de cumplir treinta años) y con la «inacción de la Justicia» que le ha dejado crecer sin llegar a condenarlo nunca.

[Fuente: Por Cruz Morcillo y Pablo Muñoz, ABC, Madrid, 24dic17]

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Corruption and Organized Crime
small logoThis document has been published on 28Dec17 by the Equipo Nizkor and Derechos Human Rights. In accordance with Title 17 U.S.C. Section 107, this material is distributed without profit to those who have expressed a prior interest in receiving the included information for research and educational purposes.