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02nov03


La historia de la represión en Vilagarcía


Entrevsita a Marcelino Abuín

La historia de la represión en Vilagarcía permanecía, hasta hace poco, escondida en la memoria arousana. Marcelino Abuín ha comenzado a descorrer el velo del olvido

Bucear entre la muerte y el miedo que en 1936 asoló Vilagarcía no es una tarea de la que se pueda salir limpio. Marcelino Abuín no lo ha logrado. Hace un par de meses comenzó a buscar en la memoria colectiva de la capital arousana, y hace ocho días conmocionó con sus descubrimientos a todos los que escucharon su conferencia en la casa de cultura. «Mis palabras no fueron duras. Los hechos son duros, terriblemente duros, brutales», explica. La dureza de su exposición, plagada de nombres, de caras y de palabras escritas por hombres a punto de morir, ha servido para rendir homenaje a todas las víctimas: las que ya no están, y las que durante años permanecieron, en silencio, entre nosotros.

-¿Qué es lo que más le ha impresionado a lo largo de su investigación?
-Yo he visto gente que llora mucho, pero mucho. Pero en ellos no encuentras el menor rastro de odio. Nunca me han preguntado si yo sabía quién había disparado a sus familiares. Porque les dá igual. No buscan al asesino. Sólo quieren que se les reconozca. A mi me parece impresionante, lo más grande por parte de esta gente.

-«El tesoro de España está en las cunetas».
¿Qué supuso eso para nuestra sociedad?
-A nosotros nos quitaron la posibilidad de vivir en una sociedad construida por los mejores, porque sin duda ninguna allí estaban los mejores. Y ya no es una cuestión de afinidades ideológicas o no. Eran buena gente, era gente que tenía un proyecto para Vilagarcía y que era capaz de aunar los intereses locales con el compromiso con la libertad y con la constitución, abiertos, tolerantes. Pero España lleva una bestia dentro, y ahí salió y lo cortó todo.
-Salió la bestia y lo hizo con unos métodos de represión terribles.
-Utizaban unos métodos muy sofisticados, sí. La pregunta es por qué surgen esos procedimientos de exterminio de la población. Las guerras civiles siempre acaban con una reconciliación de bandos. Pero en este caso no, se buscaba el exterminio, se llega a un grado de barbarie inédito hasta entonces en España. Pero no era algo estrictamente militar: hubo mucha gente que celebró en Vilagarcía la toma de Toledo, o de Oviedo... Se produjo un cambio político tan radical que hizo que la gente que hasta entonces gobernaba pasase a ser gente apestada, y en ese sentido fueron tratados como los judíos en la Alemania nazi. Mucha gente tomó como chivo expiatorio de una situación de crisis a los «rojos». Pasaban al lado de sus puertas y las golpeaban gritando «salid ahora, rojos», y lo hacían sabiendo que se estaba matando a esa gente... Eso es algo que resulta realmente difícil de explicar.

­ -Toda esa parte de la historia sigue sin ser conocida. ¿Las asociaciones para la recuperación de la memoria están logrando hacer cambiar eso?
-Sí, lo están haciendo, están provocando un debate. La pregunta es, quizás, por qué surge ahora y no antes. A lo mejor, porque hay que buscar raíces. A lo mejor porque es más fácil de asumir la historia por parte de los nietos que por parte de los hijos. Hay muchos nietos que no sabían nada de que a sus abuelos los habían asesinado. Hay nietos, incluso, que desarrollan un sentimiento de culpa. Pero el otro día, en la casa de cultura, había familias sentadas allí con la bandera republicana. Yo creo que lo que hicimos el otro día fue un homenaje, una especie de despedida colectiva, un funeral que hasta ahora medio centenar de personas no habían tenido.

El 18 de julio de 1936 prometía ser un día más del verano vilagarciano. Pero la normalidad se truncó por la tarde, cuando en el café Varietes entró, como un vendaval, la noticia de que un levantamiento militar amenazaba la República. Desorientados, los hombres y mujeres que hasta entonces disfrutaban de un rato de conversación y ocio salieron a la calle. Alguien disparó contra ellos. Una persona resultó herida. Con ese disparo comienza la historia que Marcelino Abuín está intentado reconstruir de los primeros días de Vilagarcía tras el alzamiento militar. Es una historia de guerra, de odio, de una crueldad insufrible, pero es también una historia de «belleza, de honestidad y de valentía».

Tras aquel disparo iniciático, Vilagarcía se convirtió en una ciudad rebelada. Grupos de ciudadanos se dirigieron a los puntos que tradicionalmente se identificaban con la oposición a la República. Al local de Juventud Católica se le prendió fuego. Y aquella fue también la noche en la que «se le rompieron los muebles al Club de Regatas». La revuelta fue repelida, precisamente, por el gobierno republicano de Vilagarcía. El alcalde, Valentín Briones, mandó salir a las fuerzas del orden para garantizar el cese de los disturbios. Pero la violencia no había hecho más que empezar. Los preparativos

Aunque las noticias que llegaban de fuera aseguraban que el golpe de estado estaba controlado, los defensores de la República en Vilagarcía quisieron prevenir el mal, por si las moscas. Por eso aquel domingo no fue un día de descanso. Los obreros se encerraron en la sala Royaltie para debatir qué hacía. Y en el Concello, un republicano reconocido, el ex alcalde Elpidio Villaverde, intentaba averiguar de qué lado estaba la Guardia Civil. Y estaba del otro lado. Así lo supieron, con total certeza, después de que la Benemérita rechazase el apoyo de 20 obreros armados para mantener el orden. Y después de que también dijesen no a la oferta de coordinar con el Ayuntamiento los trabajos de vigilancia.

El lunes amaneció con huelga. Unas bombas de palenque lanzadas al aire indicaron a los trabajadores que ese día la faena iba a estar en las calles, exigiendo al Ayuntamiento armas con las que luchar contra un golpe de estado que ya estaba cambiando el mapa de España. La Administración les negó las armas. El por qué da igual. Aquel mismo día, el Frente Popular se convirtió en un catalizador de las ganas de resistir a un mal que aún parecía evitable. Y aquel mismo día se asaltó el Bazar de Quintela buscando escopetas, fusiles, cualquier cosa, y se requisaron todos los coches posibles.

El 21 de agosto de 1936 se declara en Vilagarcía el Estado de Guerra. La Guardia Civil inicia la toma de la ciudad, y los piquetes de obreros se repliegan. Muchos se refugian en los montes para seguir resistiendo. Son ellos los que participan en un efrentamiento en O Vento, en el que tres guardia civiles murieron y seis fueron heridos. Y se secuestra a dos falangistas, Miranda y Padín, que son conducidos ante un comité de resistencia que se había creado en el monte. Un hecho que demuestra, según Abuín, que los guerrilleros se habían organizado. Y parecían ir ganando la batalla.

Bajo el mando del Capitán Bernal, una expedición llegada de Pontevedra consiguió entrar en Vilagarcía y sustituyó al gobierno local por una gestora. Tras asegurar la plaza, pusieron rumbo a Cambados y O Grove, pero en el camino se toparon con los resistentes, que le impidieron el paso. Pero sólo temporalmente. Los fuxidos no lograron frenar una segunda expedición, con el crucero Cervera entrando en la ría y los hidroaviones de Marín surcando los cielos de Lobeira y bombardeando todos aquellos lugares en los que se podía esconder un hombre. El cinco de agosto, un desfile militar simbolizaba la toma de Vilagarcía.

Comienza el terror

A partir de ahí, fueron muchos los que bajaron de los montes. Otros se quedaron allí, con su batalla perdida, recibiendo alimentos y noticias a través de los canteros o de unas hermanas de Vilaxoán que pasaban a recoger los paquetes por la Casa de la Corbatilla .

Desde mediados de agosto de 1936, las lecheras que cruzaban los montes arousanos comenzaron a encontrarse muertos en su camino. Trece personas fueron asesinadas en la cuneta sin que la autoría del crimen fuese nunca reconocida. Y 39 personas más murieron a manos de las fuerzas militares. También tiroteados y también en las cunetas. Unos habían cometido el pecado de tener ideas de repente proscritas. Otros, simplemente les habían dado cobijo.

[Fuente: Por R. Estévez, La Voz de Galicia, Vilagarcía, 02nov03]

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