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16jun05


Salamanca, Salamanca

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Del corazón en las honduras guardo/ tu alma robusta; cuando yo me muera/ guarda, dorada Salamanca mía,/ tú mi recuerdo. / Y cuando el sol al acostarse encienda/ el oro secular que te recama,/ con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,/ di tú que he sido» (Unamuno).

«Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión (...). Se ha hablado también de catalanes y vascos, llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis...». (Unamuno a Millán Astray en el Rectorado de Salamanca en 1936).

¿Qué España se imploraba en la manifestación de Salamanca? ¿Tenía que clamar la docta ciudad por un archivo de una España que entró en el Rectorado, armas en mano, gritando vivas a la muerte y mueras a la inteligencia a Unamuno? ¿Hacía falta tanto ruido y tanta furia por el hecho de que la Generalitat de Cataluña reclame para sí una documentación incautada en tiempo de guerra contra un Estado democrático? ¿Dentro del griterío se pretendió silenciar a Fray Luis y a Unamuno, a toda la ciencia y a toda la sabiduría que trascendieron allí durante siglos?

¿Alguien se acordó del vasco más universal que habitó en aquella ciudad y que tanto y tanto la amó? ¿De aquel vasco que se sintió asaltado por proclamas bestiales de un militar que odiaba lo que aquellos muros representaban? ¿Qué es lo que está sucediendo en este país?

Poner una ciudad en contra de un Gobierno con el pretexto de que una documentación requisada en plena guerra regrese a Cataluña es un juego demasiado peligroso que lleva a cabo un partido político de carácter mayoritario llamado a gobernar. Ponerla contra el Gobierno y sacarla a la calle con una puesta en escena que recuerda demasiado casos y cosas de nuestra historia contemporánea que sería de desear que estuviesen superadas. Bien es cierto que no se puede superar aquello que se ha silenciado y sepultado. La historia no se supera con el olvido, sino con el conocimiento de los hechos. Y ahora se está viendo a dónde condujo el afán por acallarla de forma inoportuna y desacertada.

No se va a expoliar ningún patrimonio cultural de la ciudad histórica con mayor gloria universitaria. Tan sólo se pretende devolver a una Institución democrática documentos que fueron sustraídos en una guerra.

Lo que más estremece de esta manifestación es la España que parecía estar emergiendo entre consignas y banderas bicolores. Se diría que la España invocada era la que se puso en guerra en el 36, que todo lo que había detrás, incluidos Herrera, Fray Luis de León, el Lazarillo, y demás obras y hombres ilustres apenas interesan. Es la España de la desmemoria, la España vocinglera, la España guerracivilista, la España que sólo se mueve bajo marchas militares de infausto recuerdo. La España que representaron personajes que dijeron verdaderas atrocidades sobre Cataluña.

Lo que más estremece es que una documentación de la guerra civil saque a las calles a muchas gentes de una ciudad, como si tal cosa siguiese viva entre nosotros, como si aquello no se hubiese acabado ya hace varias décadas.

Estremece, digo, que se convoque a los ciudadanos a «salvaguardar» documentaciones confiscadas y que nadie se acuerde de todo el saber acumulado en una de las más importantes universidades históricas de Europa.

Desearía con todas mis fuerzas que alguien se hubiera acordado de Unamuno, del rector vejado y amenazado por las armas, que murió muy pocos meses después de aquel incidente. Desearía que viesen lo que aquella Universidad le proporcionó a Unamuno. Y lo que el autor «Del sentimiento trágico de la vida» aportó al alma máter aquella ciudad.

Que a estas alturas Unamuno hubiera sido ayer el gran ausente debería, cuando menos, inquietarnos. El gran ausente en la medida en que la manzana de la discordia fue una documentación secuestrada en aquella guerra que derivó en el terrible episodio en el que un anciano rector tuvo que soportar el oprobio y la brusquedad de un militar sublevado contra el Estado democrático. De un militar que parecía odiar la inteligencia y el saber.

Decía Unamuno que algún día retemblaría a través de sus libros. El sábado en Salamanca retembló por su ausencia, clamorosa y agónica.

[Por Luis Arias Argüelles Meres, La Nueva España, Asturias, 16jun05]

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