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19oct05


Nos pegaron y nos dejaron en el desierto.


Las arenas del Sahara siguen escupiendo inmigrantes. Ayer fue el turno de dos jóvenes de Bangladesh, Mohamed Arif Hoshain, de 23 años, y Arún Mandol, de 32. Llegaron a Bir Lahlu de la mano del Frente Polisario, que en los últimos días ha intensificado la búsqueda en el desierto de personas abandonadas por militares de Marruecos, según el relato de los rescatados. Los últimos en llegar lo hicieron a mediodía del martes en condiciones lamentables. Apenas articulaban palabra. Los pies de plomo sobre la arena. La piel curtida. La mirada en fuga. Habían llegado minutos antes a bordo de un vehículo todoterreno de los independentistas saharauis, que aseguran que los encontraron cien kilómetros más al norte.

Recibían con miedo a todo el que se acercaba y -sobre todo Arún- desconfiaban incluso de los miembros del equipo de Médicos del Mundo que les atendió. Su rescate era un hecho para los que no eran ellos, que parecían no saber aún en manos de quién se encontraban. Hubo que tranquilizarles y decirles que su vida ya no corría peligro.

Aparentemente no tienen lesiones exteriores, pero son revisados a conciencia. Los cubren con mantas térmicas y les toman la temperatura. Resultado: hipotermia. Sus cuerpos, aunque hayan vagado por el desierto siete u ocho días, están a 35 grados. Sebastián Macors, un médico belga de Médicos del Mundo, atiende a Mohamed. Junto a él, Arún encoge las piernas, se tapa la cara y rompe a llorar. Macors cambia de paciente de inmediato.

«Nos pegaron y nos dejaron en el desierto», explicó a los periodistas Mohamed, que en todo momento se mostró más locuaz y con algo más de fuerzas que su compañero. Lo poco que sale de su boca es en inglés, pero a veces cuesta incluso entender lo que dice y algunas de las preguntas se quedan en el aire sin respuesta. Cuenta que fueron encontrados por un hombre con un camello, que fue el primero que les dio de comer y beber.

Su relato comienza al aterrizar en el aeropuerto de Casablanca desde su país después de hacer escala en Doha (Qatar). En la capital económica de Marruecos les esperaba un contacto de su misma nacionalidad. Aseguran que desembolsaron 12.000 dólares a una mafia que supuestamente los iba a dejar sobre tierra europea. «Vendí terrenos», comenta Mohamed para explicar de dónde sacó el dinero. Pero todo se torció. En Casablanca perdieron contacto con el grupo con el que viajaban, se quedaron sin pasaporte, sin documentación... y cometieron el error de ir a pedir ayuda a la Policía marroquí.

Una larga espera

Aparentemente, se trata de una mafia internacional de la que forman parte marroquíes y bengalíes. Hace poco más de seis meses medio centenar de jóvenes de este país asiático fueron expulsados de Marruecos de la misma forma. Desde entonces esperan una solución a su incierto futuro alojados en un antiguo cuartel español de Tifariti (Sahara Occidental). La historia que contaron en mayo los bengalíes a este corresponsal es muy parecida a la que ayer intentaron hilar Mohamed y Arún. La ONU, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) y el Frente Polisario hacen gestiones desde hace meses para intentar repatriar a los inmigrantes de Tifariti. Parece que en noviembre podrá fletarse un avión para que vuelvan a sus casas.

Los dos bengalíes recién llegados encontraron ayer acomodo junto a otros 95 inmigrantes, todos subsaharianos, recuperados del desierto por los independentistas saharauis desde el jueves pasado y que se encuentran alojados en la escuela José Ramón Aguirre de Bir Lahlu. Todos aseguran haber sido abandonados en la «hamada», interminable pedregal de esta parte del Sahara, por militares marroquíes. Se especulaba con la posibilidad de que Mohamed y Arún fueran llevados hasta Tifariti, a una hora y media, para que estén junto al resto de sus compatriotas.

Dejada atrás la travesía del desierto, los subsaharianos pasan las horas conviviendo con problemas más domésticos y menos importantes que su pura supervivencia. Algunos de ellos hervían agua en un caldero situado sobre una fogata para desinfectar sus prendas de vestir. A otros les pareció mal que en la misma cazuela en la que después se iba a preparar la comida estuvieran despiojando la ropa.

No llegaron a las manos y todo acabó con un rápido vuelco del perol, que uno de los resistentes puso a buen recaudo. Unos cuantos militares saharauis acudieron para poner paz. Si estos fueran todos los problemas de los subsaharianos... bienvenidos sean, parecía leerse en sus rostros.

[Fuente: Por Luis de la Vega, Sahara Occidental, ABC, Madrid, Esp, 19oct05]

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