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04jul06


Declaración sobre los 70 años después del golpe de estado del General Franco en España.


Un grupo de 200 diputados solicitó con sus firmas una pregunta oral a la Comisión y al Consejo cuyo objeto era un debate sobre "la condena al régimen de Franco en el 70 aniversario del golpe de Estado franquista".

La Conferencia de Presidentes no aceptó esta petición. Consideró más oportuno efectuar una declaración del Presidente seguida de las tomas de posición de los diferentes grupos políticos sobre el significado de esa fecha, lejana ya en la Historia.

Siete décadas nos separan del 18 de julio del 36. Casi la esperanza de vida de la generación de españoles que protagonizamos la transición a la democracia. Una transición considerada modélica pero cuyo éxito necesitó de olvidos selectivos o de aplazamientos de la memoria que ahora emergen en un proceso de recuperación que llena las librerías y se plasma hasta en Leyes.

Como les dije hace 2 años, yo pertenezco a esa generación, como muchos de los diputados españoles que están aquí, y es inevitable que mi relación personal con el pasado determine mi recuerdo.

Pero mi declaración es una declaración institucional, como Presidente de esta Cámara, y mi recuerdo de hoy debe ser un acto político que trasciende lo personal. Porque traer al presente nuestro pasado es un acto de la voluntad que tiene que ver con el futuro que queremos construir. No sólo sobre las perecederas memorias de cada cual sino sobre la Historia, que no se recuerda, sino que se aprende y por ello mismo se puede compartir.

Y la Historia nos dice que ese día, parte del ejército español se alzó contra el gobierno de la II República elegido democráticamente por los españoles en 1931.

Se frustró así una gran esperanza. Porque esa República había llegado con el ánimo de propiciar la democracia, y abordar reformas pendientes de gran calado: la reforma agraria y la militar; la separación entre la Iglesia y el Estado; el establecimiento de la Seguridad Social; la concesión de estatutos de autonomía para las regiones; y la instauración de derechos como el del voto de las mujeres y el divorcio en una sociedad profundamente patriarcal.

Aquellas reformas de nuestra II República se convirtieron en punto de referencia para muchos países europeos. La II República fue la referencia de una nueva democracia en la periferia de Europa. La nueva frontera de la democracia en Europa.

Una democracia que por aquellos tiempos pasaba difíciles circunstancias porque se había hundido en Italia, Grecia, Polonia, Hungría y Alemania.

Por eso, aquel golpe militar no sólo dio origen a una guerra larga y cruel en España, sino que acabó además con aquella "Esperanza de Europa" de la que habló André Malraux.

La guerra española no fue sólo una guerra. Y no fue sólo española. Fue también un enfrentamiento ideológico entre quienes defendían dos sistemas opuestos. Volvían "las dos Españas" de Larra, Ortega y A. Machado. Y a cada español, una de las dos Españas le iba a helar el corazón.

Pero si hubiera sido sólo una guerra entre españoles no hubiera durado tanto porque nuestras propias fuerzas no nos lo hubieran permitido.

La guerra española marcó, además, una hora decisiva para el mundo. Y el conflicto español tuvo una trascendencia internacional de enorme magnitud.

Desde 1936, los futuros beligerantes de Europa en la II Guerra Mundial, comenzaron a enfrentarse directa o indirectamente en la guerra civil española.

España fue la "primera batalla de la II Guerra Mundial", convirtiéndose en banco de pruebas de una guerra futura que devastaría Europa.

Por primera vez en la historia europea, se experimentó en España el bombardeo de poblaciones civiles. Hubo en España muchos Gernikas.

En España dejaron la vida, en ambos bandos, europeos que murieron por sus ideas. Madrid, Jarama, Belchite, Teruel, Guadalajara y el Ebro, guardan la memoria de muchos nombres europeos.

Para algunos de ellos, la guerra española era "la última gran causa". Para otros, una "cruzada". Yo recuerdo la cruzada. Los obispos saludando al modo fascista, rodeando generales, en la entrada de las iglesias. También recuerdo los cementerios llenos de fusilados de un bando y de otro. Para todos, la guerra más apasionada en la que por primera vez se enfrentaban las grandes ideologías del siglo XX: las democracias, el fascismo y el comunismo; guerra de religión y lucha de clases; revolución frente a reacción.

Este enfrentamiento se prolongaría en Europa. Y también se prolongó en España una vez que la guerra hubo acabado.

Porque no fue sólo una guerra. Hubo también una posguerra. Una posguerra dura y larga donde no se trataba ya de ganar al enemigo, puesto que la guerra se había ganado. Se trataba más bien de erradicarlo para mantener un sistema que por mucho tiempo obligó a que España fuera ajena al proceso de democratización y también al de reconstrucción que vivió Europa gracias al Plan Marshall.

Muchos colegas de los países del Este tienen en la memoria el aislamiento que sufrieron como consecuencia de Yalta y del telón de acero que los separó de la Europa libre, democrática y próspera.

Y así ha sido. Pero se recuerda menos que en el Sur de Europa hubo países, España y Portugal, que también se vieron aislados de este movimiento y permanecieron durante mucho tiempo bajo dictaduras militares.

La derrota de la República en abril del 1939 fue el prólogo de la devastadora II Guerra Mundial.

También Europa conocería la guerra total con su secuela de sufrimientos para la población civil.

Y serían también españoles los que dejarían sus vidas en suelo europeo, también en ambos bandos, y sus nombres quedaron enterrados en Leningrado o Berlín, u honrados al liberar París o Estrasburgo con las tropas aliadas. En sus caras se veía el entusiasmo de creer que esta liberación continuaría hacia el Sur...

Recuerdo que un congresista norteamericano me reprochó hace unos años que los europeos habíamos sido poco agradecidos con el esfuerzo de liberación que los Estados Unidos habían hecho con Europa.

Yo le respondí que en lo relativo a España ese esfuerzo brilló por su ausencia porque el régimen militar les fue útil en la guerra fría y se olvidaron de liberarnos.

En palabras de Salvador de Madariaga, cuyo nombre figura en uno de nuestros edificios, "Antes de 1936 todos los españoles vivían en España y en libertad. Hoy, -escribía en 1954-, unos cientos de miles viven en libertad desterrados de España, y el resto viven en España desterrados de la libertad"

España en 1975 empezó a convertirse en un territorio de libertad y convivencia. Europa lo había hecho en 1945, y en 1957 empezaba a construir las bases de una comunidad europea basada en la democracia y la libertad.

Nuevas generaciones han abierto nuevas exigencias políticas respecto al futuro y respecto al pasado. Se han encontrado con una guerra y con una dictadura clausuradas.

Cuando hoy se habla en España de reparación moral de las víctimas, lo que queremos hacer es discutir la memoria activa de nuestro país, de nuestra sociedad para asumir la carga plena de nuestro pasado. Para honrar a todos los muertos. No discriminar en la memoria a aquella parte que nos pueda resultar cómoda. No encerrarnos en las mentiras que consuelan y afrontar las verdades que alumbran.

Heridas dolorosas que han cicatrizado en Europa pero que siguen en la memoria de muchas personas porque en su día no pudieron exorcizarlas.

Y eso es lo que da sentido a un acto como el de hoy. Aquí, en el Parlamento Europeo. Para enfrentar al pasado vivo de una parte de la memoria de nuestro Continente. Para no repetir los errores de ayer. Para condenar críticamente a sus responsables. Para rendir homenaje a sus víctimas. Para expresar nuestro reconocimiento hacia todos los que combatieron por la democracia, padecieron persecución e impulsaron el retorno de España a Europa como nuestra patria común.

Muchas gracias

Josep Borrel, Presidente del Parlamento Europeo
Estrasburgo, 4 de julio de 2006

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