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18nov17


"La palabra 'delito' se me queda corta para definir lo que ha ocurrido en Cataluña"


Fue Javier Gomá quien advirtió hace años que la vulgaridad era una hija natural de nuestro tiempo, una hija a la que hay que defender porque sus padres son la igualdad y la libertad, que son conquistas irrenunciables del hombre en su historia, una historia de búsqueda de la civilización. Hay una mirada de nuestro tiempo, de nuestro día a día, que raras veces sale en los noticiarios, una mirada geológica que nos interpreta. Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) es una de las miradas más lúcidas y profundas de España; filósofo, jurista y ensayista de éxito, se asoma al conflicto de Cataluña con el vértigo de un momento fundamental en la historia de España, este país joven e inseguro con tres mil años de historia.

PREGUNTA. Hay un término alemán recurrente en filosofía, 'bildung', que puede resumir la construcción de una persona, la forja de una persona, el modelo humano. ¿Qué influencia tienen la educación y la cultura en manos del nacionalismo para la construcción de una sociedad independentista?

RESPUESTA. Empezaré por la buena noticia: el adoctrinamiento franquista en los años 40, 50 y 60 tuvo como consecuencia una España democrática, liberal y libertaria en la que se podía ser de todo, menos franquista. Es decir, cuando se moldea una conciencia colectiva puede ocurrir que, al final, esa sociedad se vuelva contra aquello que se le intenta inculcar. Pensemos ahora en las 'ikastolas': ¿cuántas veces se ha dicho que las 'ikastolas' eran una fábrica de independentistas que llevarían al País Vasco a la independencia de forma irremediable? Hubo una gran tensión en el País Vasco, pero, mayoritariamente, se canalizó y ha bajado. Ni la educación reglada, ni la inmensa maquinaria de propaganda institucional, ni la utilización abusiva de la televisión pública, ni los periódicos más importantes, ni el uso de las redes sociales pueden impedir que, aunque intenten inculcar una idea en la sociedad, el resultado no sea el contrario. La mala noticia es que, evidentemente, todo eso ha sido así, el adoctrinamiento.

P. Dos de los lemas más repetidos por los independentistas catalanes son "democracia es votar" y "derecho a decidir qué queremos ser". Usted escribió una vez en contra de las multas por conducir sin el cinturón de seguridad. Decía que era "una muestra de un uso totalitario de la ley". Imagine que ahora, partiendo de ahí, viene un independentista y le dice eso mismo…

R. Vamos a ver, la democracia tiene un aspecto formal, que es votar, y un aspecto material, que es qué se vota. Si vas a votar a favor de que a todos los rubios se le corten las piernas, se cumple el aspecto formal, pero todo el mundo sabe que no se cumplirá el aspecto material. Invocando a la mayoría, nunca se pueden atropellar los derechos de la minoría. En la teoría general del constitucionalismo está esa doble distinción, una parte formal, en la que se enumeran los derechos individuales y colectivos, y una segunda parte material en la que se detalla la distribución del poder, entre instituciones ejecutivas, legislativas y judiciales. Cuando se habla del derecho al referéndum del 1 de octubre como un derecho de la democracia, será un derecho formal, pero desde el punto de vista material era evidente que se trataba de un paso más tendente a la consumación de un delito colectivo. Dos millones de españoles, que sean neoliberales estrictos, pueden votar que no quieren pagar impuestos, pero aunque sea ideología no puede prosperar un marco constitucional.

P. Me interesa ese concepto de 'delito colectivo'. ¿A dónde nos llevaría?

R. Verá, la palabra 'delito' se me queda corta cuando intento definir lo que ha ocurrido estas últimas semanas en Cataluña. Y cuando mencionan la existencia de presos políticos a mi juicio lo que están haciendo es remarcar un agravante, porque un político, al tener mayor influencia, su responsabilidad es mayor que la de cualquier otra persona. En consecuencia, que durante cinco años, y de forma organizada, unos políticos hayan usado el poder coactivo que las leyes les confieren, el poder económico de las instituciones que gobiernan y su influencia personal para inducir a una colectividad a cometer un acto que es un delito, después de todo eso, no pueden utilizar ahora el término 'político' como un adjetivo exculpatorio, como un ardid para exonerarlos de responsabilidad, porque es todo lo contrario, agrava su acción.

P. Le dirán que toda su acción ha consistido en invocar la democracia…

R. Mire, lo que ha pasado aquí con lo que tiene que ver es con una pugna entre la civilización y la barbarie. En eso ha consistido. En esta época secularizada en la que vivimos, en la que prácticamente no queda espacio para lo sagrado, lo más parecido a algo sagrado es el pacto social, que establece y define los límites de lo civilizado y son reglas de reglas. Dentro del espacio de la civilización pueden existir conflictos, diferencias, pugnas, pero lo que no puede haber es un conflicto con la civilización misma, que es la que se establece en un pacto social, actualmente formalizado en la Constitución. Lo que no tiene precedentes en la historia moderna es ese acto de independentismo bárbaro en un marco constitucional. Por eso digo que no es solo un delito, es un acto de barbarie. Y la prueba misma de la barbarie ha sido la consecuencia inmediata, un acto mágico de contestación: miles de empresas deciden irse de Cataluña, el rey Felipe VI pronuncia un discurso que lo obliga a salir de su neutralidad, el líder de la oposición pasa del 'no es no' a un genuino sentido de Estado y se produce un sentimiento transversal de los españoles en defensa de la Constitución. Y algo realmente sorprendente, la unanimidad internacional en contra de esa declaración unilateral de independencia, contra ese barbarismo. Eso es mágico, porque ni Osetia del Sur…

P. Ciertamente, teniendo en cuenta el sentido pesimista de los españoles, se puede entender que, ante esa reacción múltiple, veamos lo sucedido como una 'reacción mágica'. Pero eso no se contempla en el Código Penal.

R. Los tribunales, con lo que Derecho Penal se conoce como 'ultima ratio', tendrán que dictaminar y decidir los tipos penales para frenar esas conductas y disuadir a otros de volver a repetirlas, pero esa es su misión. Más allá de eso, para mí, ha habido algo más profundo, que es el deshonor, lo que los romanos llamaban la "nota de infamia". Personas que han perdido el honor impulsando un independentismo bárbaro, que rompe el pacto social y la civilización, cuyo horror ha sido entendido por todo el mundo.

P. El Derecho Penal, en efecto, se sustenta en ese principio de intervención mínima, 'ultima ratio', que mencionaba, pero frente a eso los independentistas dicen: "No van a poder encarcelar a una sociedad entera"

R. No, claro que no, a una sociedad entera no se va a encarcelar. ¿Quién pretende eso? Si, además, hemos visto que han bastado dos Jordis en la cárcel para que toda la sociedad catalana acepte las elecciones autonómicas; han bastado dos Jordis para que todo el funcionariado catalán acate la destitución de los consejeros y que se les sustituya por ministros; y han bastado dos Jordis para que la mitad del Gobierno catalán sea prófugo. La teoría penal dice que las penas tienen dos funciones: la prevención especial, referida a quien comete el delito, para que no lo vuelva a hacer, en parte porque se le encierra en la cárcel y en parte porque cuando quede libre no querrá volver a prisión; y la prevención general, referida al resto de la población, que habrá escarmentado en cabeza ajena. Por eso cuando dicen, "¿y qué ocurrirá si el 21 de diciembre vuelve a ganar el independentismo?". Pues ocurrirá que será un independentismo distinto, escarmentado. Habrán sustituido la ciega temeridad, que llevó al acto de barbarie, por un independentismo que buscará canalizar sus anhelos dentro del pacto social.

P. Comparto esto que dice del escarmiento, pero no como un deseo de venganza ni referido solo a los independentistas. Creo que todos debemos salir escarmentados de lo ocurrido por haber prendido la lección.

RESPUESTA.- Si, sí, claro. Es más, si analizamos qué ha ocurrido para llegar a todo esto, veremos que uno de los problemas ha sido que la ausencia de España en el territorio catalán les ha producido la impresión de que ya eran un territorio independiente, a falta solo de un papel, un trámite menor, un certificado que Madrid no tardaría en ofrecerles con la ovación de toda la comunidad internacional que tiene en mente una Cataluña próspera, abierta, cosmopolita, atractiva y envidiada. Eso es lo que pensaban que iba a ocurrir, ese ha sido su enorme error de cálculo, que se explica en parte por esa ausencia de España en Cataluña. Y es lo que nos leva a plantearnos algunas cuestiones. Por ejemplo, no hay universidades españolas ni escuelas españolas, no solamente en Cataluña, sino en toda España. ¿Por qué no existe una escuela nacional? ¿Por qué las únicas universidades nacionales son la Menéndez Pelayo en Santander y la Universidad a distancia, la UNED? ¿Tiene sentido eso, que no exista esa universidad nacional que, además de atender a los estudiantes que lo deseen, establezca unas pautas de lo que debe de ser la educación en toda España? Y la televisión autonómica, ¿no es posible que haya otra televisión catalana que sirviera de contrapunto? Y otras muchas cosas; lo que hace el Estado es financiar con aportaciones el Palau o el Museo Nacional de Arte de Cataluña, y se piensa que por pagar a instituciones catalanas ya se asegura la presencia de España porque hay dos miembros en el Patronato.

P. ¿Y cuál debe ser el escarmiento para la sociedad catalana que ha creído en el independentismo, esos dos millones que votan independencia? La opinión mayoritaria, dentro y fuera de Cataluña, lo que señala es lo contrario, que hay que 'construir un relato que seduzca a los catalanes'.

R. No participo de esas ideas de seducción… En primer lugar, habría que matizar mucho lo de los dos millones porque no es una masa uniforme. De esa cifra, un porcentaje pequeño, partidarios del independentismo bárbaro, dispuestos a profanar el terreno sagrado del pacto social, y otro porcentaje que es partidario de la independencia, pero si no tiene ningún coste, como si la trajera un hada madrina con su varita mágica. Pero quitando eso, lo que pienso es que el independentismo es un problema catalán, cuya responsabilidad recae principalmente en los catalanes. Hemos hablado antes de la ausencia de España como uno de los problemas, pero este es el fundamental. Si los catalanes, en su mayoría, han tenido unas expectativas excesivas, lo que tienen que hacer es educar esa pulsión. Eso nos pasa a todos, no es ninguna novedad, y se resuelve aceptando los costes de una frustración. Si yo quiero ser Superman, lo deseo intensamente y un día decido tirarme por el balcón, lo que me ocurrirá es que me daré cuenta de que no puedo volar y que la capa no funciona. ¿Qué tengo que hacer, seguir intentándolo? No, lo que haré es educar mis expectativas. La sociedad catalana tiene que experimentar ese proceso, pasar del principio de placer freudiano al principio de realidad. Si los catalanes han tenido expectativas supernumerarias, cae de su lado educarlas y reconducirlas y no de parte de los demás compensarles por su falta de cálculo.

P. Pues ya le anticipo que, en el mejor de los casos, lo que se empezará a negociar son algunas contraprestaciones, como ha sucedido siempre.

R. A ver, si tras este conflicto llegamos a la conclusión de que hay cosas en el Estado Autonómico que se deben mejorar, estoy absolutamente a favor, pero no como compensación. Si uno tiene un hijo problemático, no puede pretender solucionarlo complaciéndole con todo lo que pida y contraviniendo a los principios de igualdad y ecuanimidad con el resto de los hijos. Insisto: son los catalanes los que tienen que reeducar su pulsión excesiva, redefinirla, civilizarla y, en aquello que no se pueda complacer porque escapa del pacto social, gestionar sabiamente su frustración para que Cataluña vuelva a ser una zona próspera, rica, abierta y envidiable.

P. Otro de los relatos exigidos para solventar el conflicto se refiere al "reconocimiento de la identidad cultural catalana", aunque nunca se precisa a qué se refiere exactamente. Alguna cosa le he leído a usted sobre la necesidad de poner a dieta ese deseo…

R. Siempre he dicho que el corazón es comunitario y la inteligencia es cosmopolita. La identidad cultural, por ejemplo, de los catalanes, atiende primeramente a las necesidades del corazón, le propone un hogar acogedor, pero al mismo tiempo le surge la necesidad de un proyecto cosmopolita, que para mí se sustenta en dos pilares: solo existe una raza, la humanidad, y solo existe un principio, la dignidad. En ese proyecto cosmopolita, la creación de barreras, de fronteras, ni ayuda ni está acorde con los tiempos que vivimos y a la tendencia universal. El principio multicultural cosmopolita ya está presente en todo el mundo, se ve igual en Taiwán que en Nueva York. Al mismo tiempo, se puede ser católico o agnóstico, barcelonés o marroquí, catalán y español, mediterráneo, europeo y cosmopolita. Por eso digo que el concepto de identidad tiene que someterse a dieta, porque el proyecto independentista de lo que intenta convencer es de que una de esas identidades múltiples excluye a las demás.

P. Usted tiene también la experiencia del País Vasco y, en función de eso, pronostica que el independentismo catalán está políticamente muerto. ¿No le parece, sin embargo, que el nacionalismo se retroalimenta constantemente? De hecho, el lendakari se ha sumado al derecho a decidir, y pide un estatus especial, aunque renuncia a la independencia unilateral.

R. Bueno, pero se plantea dentro de la Constitución. Es que incluso el propio Ibarretxe, que tenía grabadas en la cara las marcas de la barbarie, sin embargo, se mantuvo dentro de la Constitución. El independentismo en el País Vasco tenía la misma retórica de 'colonización' y 'presos políticos' que ahora se oye en Cataluña e incluso gozaba de mayor apoyo internacional a pesar de que se mataba, pero Ibarretxe fue al Congreso, perdió, se marchó y fue sustituido. Lo que parecía imposible en los años 90, finalmente se ha canalizado. Aunque me consta que en el País Vasco hubo una clase social potente que presionó para que todo se recondujera y aunque el PNV no estaba transido de corrupción, como le ha ocurrido a Convergència i Unió, yo creo que en Cataluña se va a dar el mismo proceso de una forma más acelerada. Ya estamos viendo cómo algunos cantan la palinodia, los mismos que tendrían que tener una "nota de infamia" por haber creado una industria masiva de desprestigio y de calumnias del país al que pertenecen, España, que les ha brindado una democracia joven, consolidada, abierta y próspera que ha sido elogiada en todo el mundo.

P. El único consuelo de una crisis tan grave como esta de Cataluña es que pueda tener un efecto catártico. ¿Qué puede aportarnos? ¿Quizá que encontremos el 'ideal cívico' que usted dice que le falta aún a la democracia española?

R. España conquistó la libertad a partir del año 75, pero la libertad es el prerrequisito de la ética, no es la ética misma. La ética misma define las reglas de cómo usar de manera virtuosa esa libertad. Eso tiene que ver con decisiones individuales, pero sobre todo con la creación de buenas costumbres que movilizan a la mayoría hacia un comportamiento cívico respetuoso con las reglas, con un pacto social de convivencia. España abjuró del franquismo, avanzó en un amplio abanico de libertades individuales, pero nos ha faltado un lecho de costumbres cívicas, como ocurre en Francia, en Inglaterra, en Alemania o en EEUU. Me refiero a que de una manera masiva, cada cual sea cívico incluso cuando nadie le ve, incluso cuando nadie le castiga, sino que lo hace por convicción, por estilo, porque es la costumbre general. Tras haber conquistado la libertad, nos faltaba ese ideal cívico. Nos puede haber ocurrido como en la salud, que solo la apreciamos cuando enfermamos. Cuando en España se ha puesto en peligro la unidad, la soberanía y la Constitución, es cuando de pronto hemos descubierto el gozo de este sentimiento constitucional que, probablemente, sea generador de costumbres cívicas.

[Fuente: Por Javier Caraballo, El Confidencial, Madrid, 18nov17]

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