Decisión judicial
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21mar19


Un golpe de Estado sonriente


En La Codorniz existía una sección titulada "Tiemble después de haber reído", inteligente y divertidísima como todo lo que publicaba aquella revista dirigida por el gran Álvaro de La Iglesia, del que ya nadie habla, igual que nadie lo hace de Tono, de Mihura, de Llopis, de Paso o de Neville. En lo tocante al juicio a los golpistas no se me ocurre ninguna otra frase que se acomode mejor a lo que estamos escuchando. Los miembros de la Benemérita dejan cada día, con sus testimonios veraces, sin florituras, la medida clara de lo que supusieron aquellas jornadas de insurrección. A los que piensen que el separatismo, lo que denominan de manera falaz el problema catalán, se arregla con diálogo, les convendría escuchar a estas personas dignas de todo elogio que desgranan con lo que vivieron y supieron. Porque hay mucho de lo que temblar después de habernos reído de los fantasmones que protagonizaron aquellas algaradas.

Ahora sabemos que los Mossos espiaron a miembros del Instituto Armado y de la Policía, que en el puerto de Barcelona, la comandancia de Sant Andreu de la Barca o el aeropuerto de Gerona fueron vigilados, que siguieron sus convoyes, que controlaban matrículas y vehículos para comprobar si eran coches K, es decir, vehículos camuflados, que los fotografiaron, que, y eso es gravísimo en cualquier cuerpo policial, los Mossos estuvieron en contacto con los responsables de los pseudo colegios electorales para chivarse de si iban hacia allí los cuerpos policiales y cómo actuar ante estos. Sabían muy bien que debían enviarlos a trampas organizadas, en suma. Lo repetiré por si hay alguna duda: un cuerpo uniformado, los Mossos, conspiró en contra del orden constitucional que había jurado defender. Estamos de acuerdo en que no fueron todos, en que hay muchos policías autonómicos dignos, leales, demócratas, pero no es menos cierto que hay muchos que sí lo hicieron. De la misma manera que el hecho de que las autoridades no tomasen cartas en el asunto de manera inmediata, sabiendo lo que sabían, demuestra hasta que punto la irresponsable cobardía de los políticos puso en peligro a nuestra democracia.

Sabemos también que los Mossos, según los planes separatistas, estaban destinados a asumir competencias de defensa, es decir, de ejército, en esa hipotética república según se ha podido encontrar entre la documentación de Josep Lluís Salvadó. Cuidado, en documentos datados en el 2015, no ahora ni hace un año o dos, porque todo esto se sabía desde hace mucho tiempo, pero nunca nadie hizo nada por evitarlo.

Las palabras de los agentes del orden ante el juez Marchena resuenan como trompetas del apocalipsis en los oídos de quienes vivían ajenos a esta terrible conspiración que, no lo dejaremos de denunciar, sigue en pie fomentada y mantenida por los mismos que propiciaron el 1-O. El desprecio a la ley, el uso partidista de las instituciones, del dinero público, la totalitarización de la vida política y social en Cataluña, todo continúa igual o peor. Cuando una ideología totalitaria sabe que no tiene nada que la frene y cuenta con una sociedad narcotizada por la adormidera propagandística destilada durante años y con una clase política adocenada, pancista, vulgar y cobarde, tiene muchos números para acabar triunfando.

Si no lo hicieron fue, precisamente, por personas como esos policías nacionales, esos guardias civiles, esos miembros de la judicatura que tuvieron que asumir el papel de defensores de una democracia abandonada por quienes debían erigirse en baluarte de defensa de la nación. Fueron ellos, junto al rey, y de ahí que los golpistas sientan por el un odio cerval, quienes detuvieron en última instancia aquella puñalada dirigida al corazón del sistema.

Nada de esto es tan estremecedor como comprobar que, mientras los testigos citados por la defensa de los golpistas acuden con aire chulesco, provocador, a cara descubierta y sintiéndose seguros, los testigos de la acusación, los policías, la secretaria de la comitiva judicial, en fin, los auténticos héroes, piden que se mantenga su identidad en secreto. Cuando en un país el delincuente va por la calle a cara descubierta y, en cambio, quien defiende la ley ha de ocultarse, es que el sistema está podrido.

Serán tan sonrientes como quieran, pero no son más que unos sujetos que creen, como cree el atracador, que su delito quedará en la impunidad. Al menos, los que van a robar un banco tienen la decencia de usar pasamontañas. Estos no. Si se taparan la cara ¿cómo admiraríamos su flamante sonrisa?

[Fuente: Por Miquel Giménez, Vozpópuli, Madrid, 21mar19]

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