Decisión judicial
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29ene20


Coquetear con el suicidio


La repetición por parte del president Torra de la desobediencia en forma de caricatura conecta con un rasgo característico de la condición humana: tropezar varias veces con la misma piedra, convertir los problemas en círculo vicioso. El círculo vicioso comienza con la mala lectura del fracaso de la reforma del Estatut. La división del bloque que impulsó aquella reforma puede considerarse el factor indirecto de la dura sentencia del TC. Pero el factor decisivo es la pretensión por parte del bloque catalanista de dejar al PP en fuera de juego. En Catalunya es fácil ir contra el PP, contra la alta magistratura, contra todo lo que impide habitar en el sueño. Pero hacer política no significa proclamar sueños, sino negociar con la realidad.

Después del Estatut, en lugar de interesarse más y mejor por la realidad, el independentismo optó directamente por la fantasía. Por la vía emocional, alcanzó la hegemonía, consideró enemigos a fuerzas centrales como el PSC e Iniciativa (ahora En Comú Podem) y replanteó la batalla a vida o muerte: fuerza contra fuerza, instituciones contra instituciones. Era una partida desigual, pues la fuerza del Estado es incontestable. Pero se confiaba en intangibles: un complejo de superioridad moral, una insensata seguridad en el apoyo europeo, sin olvidar algunas creencias que ahora, vistas en perspectiva, dan un poco de pena: la astucia, por ejemplo. Con astucia se quería tumbar el musculoso poder del Estado. La lluvia de querellas que ahora cae sobre el independentismo es el bumerán de la astucia (por cierto: maravilla ver a Artur Mas pontificando todavía por televisión).

En fin. Todo fue como sabemos. Unos años de emociones y desobediencias (sin olvidar la grave escisión en el corazón de la sociedad catalana). Fi-nalmente, el Estado, llevado al límite, aplastó el movimiento y sentenció a unos líderes, obligando al resto a expatriarse. Si bien es verdad que la justicia europea no comulga con la española, el hecho es que la UE no mueve un dedo. Llegados a este punto, se entiende el duelo por la cárcel y las condenas; pero no se entiende la persistencia en el error de desobedecer a un Estado que tiene las de ganar.

Sin autocrítica y rectificación clara, la política catalana tenderá a la estetización de la derrota, al lamento perpetuo. Que rectifiquen ellos, decía ayer Romeva: ¿cómo quieres que rectifiquen, querido amigo, si les has servido en bandeja el pretexto para encerrarte en prisión? La buena política no tiene que ver con la superioridad moral, sino con el acierto estratégico. El esteticismo de la derrota y la competición por el martirologio conectan muy bien con la visión romántica de la historia de Catalunya y con el "tornarem a lluitar, tornarem a sofrir, tornarem a vèncer". Pero, a estas alturas de la película mundial, no serán más que el prólogo de una nueva decadencia.

Mientras China construye un hospital en dos semanas, Catalunya eterniza la derrota. Con los problemas que occidente tiene planteados, persistir en una vía fracasada es coquetear con el suicidio.

[Fuente: Por Antoni Pugverd, La Vanguardia, Barcelona, 29ene20]

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