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30mar20


La semana negra del 8-M: cómo el Gobierno ignoró la biología real del virus


«No hay que ser experto para saber que ante una pandemia de una enfermedad que se transmite por gotas y contacto con secreciones respiratorias, deben evitarse al máximo las concentraciones de personas, dado que estas amplificarían la transmisión». Juan Gestal es profesor emérito de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) y uno de los especialistas que más claro habla estos días sobre la necesidad de haber adoptado medidas antes por parte del Gobierno, al menos a la vista de un indicador: lo que estaba sucediendo en China pondría contra las cuerdas a un sistema nacional de salud que carecía de «equipos de apoyo a la respiración suficientes, tanto respiradores como equipos de apoyo externo a órganos, y de los equipos de protección individual (EPIs) para el personal sanitario y el resto de profesionales. Deberíamos habernos preparado cuando surgió en China para cuando llegase aquí el problema», afirma Gestal.

Calibrar «a toro pasado» la evidencia científica de que aglomeraciones de personas, como las marchas del 8-M, los partidos de fútbol abarrotados y conciertos como los que el 6-M y el 7-M llenaron el WiZink Center de Madrid para disfrutar de los aires de la Pantoja o el rumbeo de Camela es «muy fácil ahora», al decir de otro experto compañero de área de Gestal en la USC, Francisco Caamaño, pero «muy complicado en ese momento». No obstante, recuerda que el 4 de marzo ya había cientos de contagios y «un muerto sobre la mesa de debate», puesto que la consejera de Salud de la Comunidad Valenciana, Ana Barceló, comunicó que la muerte de un anciano el 13 de febrero en dicha región se había producido por coronavirus.

Tres ministros lo niegan

El virus salido de Wuhan, por tanto, ya circulaba en España. Y no se tomaron medidas. El pasado 26 de marzo en la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados, el ministro del ramo, Salvador Illa, no tenía ambages en culpar a las comunidades autónomas de los eventos públicos. Con cierto descaro, al decir de fuentes consultadas en varias autonomías que no ocultan su malestar por las palabras del ministro socialista, Illa resolvió: «Yo no puedo tomar medidas de salud pública, no puedo suspender una manifestación, un partido de fútbol u ordenar una medida restrictiva», cuando la realidad es que sí podía en el marco de una situación de emergencia pública, tal y como se viene haciendo desde el decreto del estado de alarma en España. Esta declaración se produjo solo 6 días después de las marchas feministas que han puesto en solfa la actuación del Ejecutivo esos días.

Irene Montero, ministra de Igualdad, no miraba esos días más que por sacar adelante su ley de libertades sexuales (la llamada «ley del solo sí es sí») que llevó al Consejo de Ministros el 3 de marzo, fue preguntada el mismo día que Illa en una entrevista televisada por la manifestación del 8-M, que tantos contagios provocó. De hecho, según Sanidad, del 8 al 9 de marzo se comunicó un aumento de 294 casos solo en Madrid, lo que disparó hasta casi mil el volumen total de infección en el país. Montero despachó la pregunta en sintonía con la de Illa: «Tenía que ser la autoridad» la que prohibiese las marchas. Pero la máxima autoridad es el Ejecutivo, del que ella forma parte y que no abordó la prohibición en ese Consejo de Ministros de la semana negra del 8-M.

El tercer miembro del gabinete de Pedro Sánchez al que se le preguntó el mismo jueves 26 de marzo, Fernando Grande-Marlaska, aún fue más ambiguo, toda vez que el Ministerio del Interior que encabeza debe estar informado por la Delegación del Gobierno en cada Comunidad de que autoriza las manifestaciones pertinentes: «No había razón objetiva ese día para prohibirlas», afirmó el pasado jueves en Moncloa el titular de Interior. Sí la había. Illa reconoció que fue la última semana de febrero cuando se produjo un «contagio importante», clave en el repunte de casos del país y sabiendo que el virus se incuba durante unos días, los primeros contagios debieron dar paso, de acuerdo a la opinión de varios especialistas consultados por ABC, a la limitación de movimientos, cuando menos.

Se infravaloró

Rafael Herruzo, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Autónoma de madrid, no duda de que «esta epidemia inicialmente se ha infravalorado en todos los ámbitos». Entre ellos, destaca que la propia sociedad española lo ha hecho: «Parecía que la enfermedad era cosa de China o, como mucho, de Italia, y que no tendría mucha relevancia aquí. Si no, fijémonos en los chistes que se pasaban por las redes sociales en febrero. Esto ayuda a frivolizar las medidas que se tomen o simplemente a saltárselas».

Herruzo añade que también los dirigentes minusvaloraron el alcance de la epidemia de Wuhan: «No empezaron a pensar en poner alguna restricción al tráfico de pasajeros de países con epidemia, ni de supresión de manifestaciones, eventos deportivos o políticos, hasta que se tuvieron más de mil casos, del 8 al 9 de marzo, cuando en la semana anterior ya se veía un tendencia ascendente muy marcada, con centenares de casos, y se tenía el antecedente de Italia, junto con trabajos científicos y el conocimiento de la biología del virus» que, recuerda este catedrático de Medicina, «se transmite por gotitas al hablar y superficies contaminadas, así que cualquier evento que tuviese a mucha gente cerca, hablando animadamente y cantando, es decir, dispersando gotitas con virus a los de alrededor durante un tiempo grande, de más de 10-15 minutos, tenía un riesgo alto de contagio entre los asistentes a dichos eventos, a partir de cualquier enfermo asintomático o con pocos síntomas».

Probablemente, añade el profesor de la Autónoma, «infraestimaron la cantidad de esos enfermos que había en nuestra sociedad, ya que para ello se deberían haber hecho test a muestras representativas de la población, lo que hubiera dado una imagen real del brote, porque los casos visibles eran solo una fracción pequeña de los totales».

Otros expertos sondeados, como Patricia Guillem, catedrática de Epidemiología de la Universidad Europea de Valencia, tiene la impresión de que «la Organización Mundial de la Salud incurrió en una laxitud y una falta de entendimiento con los países donde la pandemia iba a generar escenarios complicados. No nos prepararon bien», afirma Guillem.

Más transmisores

«La toma de medidas aquí se ha hecho de manera más escalonada que en otros países, con modos incluso dictatoriales como China y Corea del Sur, lo que ha provocado que nos lo hayamos tomado más a la ligera. La interiorización aquí ha costado mucho en el tiempo. Hoy, si se hace una retrospectiva, se sabe que a finales de febrero ya estaba circulando el virus y que había una cadena invisible de contagios. Muchas personas en esos conciertos, eventos y manifestaciones con toque político actuaron como transmisores del virus».

Para el profesor Caamaño, en cambio, no era razonable esos días que se prohibiesen las grandes marchas. «No habría sido entendido por numerosas personas, pero es un equilibrio entre salud pública y necesidad social que habría que mejorar. Sabíamos que estaba ocurriendo, que íbamos a tener una progresión similar a la que estaba teniendo Italia».

Desde el punto de vista científico, «nos encontramos ahora con un virus muy especial. Y debemos extraer la enseñanza para la siguiente ocasión de que debemos prepararnos. Que nos sentimos muchas veces demasiado seguros; y la gripe de 1918 nos enseñó que algo así puede volver a ocurrir. Aún tenemos que ver si este virus nos acompaña en lo sucesivo y aprendemos a convivir con él, como con el de la gripe, está por ver. Pero lo que está claro es que el virus que provoca la enfermedad Covid-19 nos cogió desprevenidos».

[Fuente: Por Érika Montañés, ABC, Madrid, 30mar20]

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