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07ago04


En qué anda el ex presidente español y a qué vino a Colombia.


Felipe González está empeñado en señalarle a la izquierda el rumbo necesario para afrontar con éxito el reto de la globalización que plantea con agresividad el siglo XXI: crear una gran autopista del pensamiento progresista. Lleva seis años en esa tarea y ha recorrido el mundo vinculando a vacas sagradas de la política como Gorvachov, Rocard y Antonio Guterres; de la filosofía, Alain Touraine, y de la empresa privada, Carlos Slim, Lorenzo Zambrano, Julio Mario Santo Domingo, Gustavo Cisneros y Alfredo Novoa. Con ese equipaje en su cabeza y con la experiencia de gobernar a España 14 años en los que ese país dejó de ser el más atrasado de Europa, y haber triplicado su PIB, se vino a Bogotá para dictar una conferencia.

La charla fue un concierto de notas inteligentes y provocadoras. Sus palabras produjeron uno que otro sacudón en el auditorio, muy diverso; había de todo: empresarios y políticos de derecha y de izquierda, dirigentes sindicales y estudiantes. Esa misma noche y con la vitalidad de sus tiempos de campaña, repitió la dosis en reuniones a puerta cerrada con la Dirección Liberal y con el Polo Democrático. Las ideas centrales de su intervención las podríamos agrupar en cuatro temas.

Si en algún momento se mostró optimista fue a la hora de hablar de Bogotá, en particular, por la llegada de Lucho Garzón y el Polo al poder. Lo de Bogotá le pareció un ejemplo incluyente de la democracia colombiana. El fenómeno se está repitiendo a lo largo de América Latina -Lula, Kirchner, Torrijos, tal vez un Tabaré Vásquez- pero le preocupa que estas experiencias individuales exitosas no le permitan a la izquierda democrática contar con un proyecto alternativo que dé respuesta satisfactoria al Continente. Con cierto tacto, pero con muchos ejemplos, cuestionó lo atados que están unos y otros -izquierda y derecha- a ideologías que frenan el progreso. Cree que todas las políticas económicas tienen que ser pragmáticas y que ideologizar la política económica es un error. Advirtió: casi todas las ideologizaciones son corazas que protegen a quienes no tienen ninguna idea.

Y a la hora del detalle repartió varilla a diestra y siniestra. "La izquierda tiene la tendencia a proclamar la necesidad de repartir la riqueza, pero ve a la riqueza como una foto fija: hay riqueza para todos, ¡repartamos! La derecha es capaz de crear riqueza, pero nunca ve llegada la ocasión de redistribuir algo del excedente, siempre hay que esperar. Si no hay redistribución del ingreso no se fortalece el mercado, si no hay capacidad de compra, nadie compra, si no hay redistribución de riqueza no hay desarrollo sostenible". Fue rotundo en decir que el modelo económico que no redistribuye ingresos -de manera directa vía salarios, o de manera indirecta vía educación y salud- no es exitoso. No hay ningún país que haya salido de la condición de emergente para llegar a desarrollado que no haya creado una sociedad de clases medias.

Habló con cierta alarma del la globalización y la ató a una radical defensa de la política. Lanzó una voz de alerta porque el libreto de cómo gobernar se ha cambiado y aún no es posible predecir sus efectos. "Orientarse hoy en esta selva de la globalización es más complejo que en la época de división de bloques (capitalismo y comunismo). Entonces eran más previsibles las crisis que se planteaban". Las fracturas de la globalización comenzaron siendo regionales (el 'tequilazo', sudeste asiático, Rusia, Brasil), y en el 2000 las potencias se dieron cuenta de que no estaban a salvo y de que se contaminaba el sistema central, tanto que por primera vez después de la Guerra los tres motores económicos -E.U., UE y Japón- están en una profunda crisis por una destrucción de ahorro sin precedente.

Como si fuera poco, esa crisis fue sucedida -no precedida como ahora pretenden hacerlo ver- por la amenaza a la seguridad. Recuerda la caída del muro de Berlín y la crisis de los misiles. Pero advierte que nunca ha visto una crisis de seguridad tan imprevisible y peligrosa como la que atraviesa el mundo. Las otras podrían tener grados de dramatismo mayor, pero imprevisilibilidad como esta, no. De paso, lanzó sus pullas: "Parece que algunos países no se han enterado de que se acabó el periodo de las conquistas territoriales. Esas eran del siglo XIX y principios del XX".

Defiende radicalmente la política. "Es la peor y la más noble de las actividades de un ser humano". Considera que a partir de la caída del muro de Berlín y de la revolución tecnológica se ha agudizado la crisis de la política y han tomado vuelo teorías de que el mercado lo arregla todo y que la política estorba. Dejó entonces la sensación de que en medio de las crisis económica y de seguridad, tarde o temprano, tendrán que pedir ayuda a los políticos. El problema es que en la medida en que siga el desprestigio del oficio y la fuga de líderes, quién sabe si será demasiado tarde. "Cuando la crisis estalla a nivel global es lógico que los agentes económicos pidan liderazgo y se empieza a reclamar liderazgo político cuando se ha despreciado por muchos años". Contó, como ejemplo, un episodio en una de las cumbres de Davos de finales de los 90. El viceprimer ministro de China les anuncia que no va a devaluar su moneda y el templo del liberalismo económico más consagrado de los últimos tiempos lo aplaude a rabiar. "¡Por fin hay un político que va a parar esto!". Se equivocan entonces quienes creen que manejar el Estado es como manejar una empresa. Mientras la empresa tiene identidad, intereses, metas y no hay pluralismo de ideas, el propósito de la política es que los proyectos se consoliden incluso más allá de la contradicción de intereses. Para el ex presidente español, manejar el Estado es el arte de gobernar el espacio público que compartimos.

La conferencia, en fin, fue una demostración de la capacidad que tiene este hombre de reinventarse. Es el mismo González que escandalizó en 1978 al PSOE proponiendo abandonar su definición marxista. Que después, en 1996, cuando dejó el Gobierno, entendió que 14 años como presidente de un país no era un punto de llegada sino de partida. Ahora, a sus 62 años, uno de sus oficios más interesantes es tirarles línea a grandes empresarios de América Latina. La devoción de González por esta región no es nueva. Cuando apenas era una prometedora figura de la política española ya atravesaba el Atlántico para venir a oír consejos del entonces gobernante panameño Omar Torrijos. González es hoy el dirigente europeo más comprometido con nuestro destino. Un cuarto de siglo después, vino otra vez y además de nuevas lecciones nos dejó un desafío: "Intentemos separarnos de los discursos cerrados para discutir con frescura las ideas que pueden sacar a América Latina de la situación de emergencia para llevarla a la prosperidad. ¡Pero discutamos ideas, no discutamos ideologías!"

[Fuente: Por Maria Emma Mejía, El Tiempo, Bogotá, Col, 07ago04]

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