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08mar16


Felipe VI se doctora en el infierno


Felipe VI tiene sobre su reinado el estigma de la secuencia de los Borbones, como si la historia hubiera dispuesto que la monarquía en España se contuviera entre dos felipes consecutivos, como dos balizas de señalización. El primero, Felipe V, que sucedió a los Austrias, y el último, Felipe VI, que puede ser el último de los Borbones. Se lo han dejado todo en bandeja para que pegue un portazo y se largue. La 'herencia recibida', esa muletilla que tanto se repite en política, es en sí misma una invitación a la renuncia, un legado arruinado de prestigio y un país dislocado y fracturado. Una Infanta en el banquillo con cara de póquer, un país sin gobierno en el Estado y una declaración de independencia en la periferia. Lo dicho, como para coger una noche a la familia, meterla en un coche y salir pitando para Lisboa. Y por la ventanilla, gritar como aquel catalán famoso: "Estoy hasta los cojones de todos nosotros".

En dos años de reinado, Felipe VI se ha doctorado en el infierno de la política. Esa es su principal ventaja, que en ese tiempo habrá tenido oportunidades suficientes para desconfiar hasta de su madre, con la que dicen que tiene un vínculo especial, por encima de los demás miembros de la familia. Mientras reinó su padre, a Felipe VI le enseñaron en las academias, una sólida formación intelectual para ejercer el cargo, desde el manejo de un F-16 en unas maniobras hasta el control del pis en una cena interminable, pero ha sido ahora, está siendo en este tiempo tan convulso, donde Felipe VI está aprendiendo a avanzar mientras le lanzan flechas incendiadas y salivazos, como los de ese diputado de Esquerra que se ha hecho famoso por hablar al ralentí, como una metralleta averiada, que se negó a visitarlo y lo llamó "indecente" y "franquista".

Los del Partido Popular son los más cabreados ahora con el Rey. Se incendian cada vez que sale su nombre en una charla informal por la 'traición' de haberle tendido la alfombra a Pedro Sánchez, arrinconando a Mariano Rajoy. No se lo esperaban, no era ese el diseño estratégico de la crisis, la jugada presidencial para retener La Moncloa, y por eso dicen ahora que ha crecido el hielo y la desconfianza entre las dos primeras autoridades del Estado. Hay quien llega a ver, incluso, hasta la mano de Felipe González moviéndose detrás de las cortinas de la Zarzuela, como si le hubiera estado susurrando al oído al monarca los pasos que tenía que dar para descolocar del todo a Mariano Rajoy.

Ocurrió cuando, tras renuncia de Rajoy al encargo inicial de Felipe VI, el Rey se revolvió y miró fijamente a Pedro Sánchez para encargarle Gobierno. Y ha vuelto a suceder ahora cuando, tras fracasar la investidura del líder socialista, el Rey ha decidido tomarse un tiempo y conceder el mayor protagonismo al reloj del Congreso, que ya ha comenzado la cuenta atrás en su plan programado de autodestrucción de la legislatura. Ha decidido el Rey que ha llegado el momento de esperar, sin prestarle más cobertura a los 'minutos basura' en que se ha instalado la política española. Todo es apariencia, engaño o estrategia electoral, y en esas ha hecho bien el rey Felipe VI en dejar que los partidos políticos se cuezan en su propia salsa de intereses partidarios.

Aunque se hayan cabreado en el Partido Popular, Felipe VI ha estado en su lugar, a la altura de lo que se espera de un cargo como el suyo, tan alto y tan limitado, dependiente de un solo valor, la ejemplaridad. En la situación parlamentaria más complicada de la democracia, al Rey hay que reconocerle la habilidad de haber gestionado el momento con imparcialidad y mesura. Sin partidismos, ni favoritismos ni falsos disimulos. Llegó al trono en el peor momento de popularidad de la Corona, acosada por los escándalos en los que se vieron envueltos su hermana y su marido, desprestigiada por las extravagancias de su padre, en un país asfixiado por la crisis, asqueado por la corrupción y amenazado por el separatismo de un nacionalismo rico, clasista e insolidario. Ha surcado esa tormenta, y parece que no se ha despeinado, sigue con la sonrisa bien planchada en todas las fotos que le hacen.

Felipe V pasó a la historia como el Animoso. A ver cómo recuerda la historia a Felipe VI. ¿El Paciente? ¿El Conciliador? ¿El Derrotado? Cuando se proclamó Rey de España, lo más repetido de entonces fue que Felipe de Borbón y Grecia era, con diferencia, el príncipe mejor preparado de toda la historia que llegaba al trono. Por eso, comenzaron a llamarlo 'Felipe VI, el Preparado'. Pero aquello no pasaba de ser una golosina del momento, una bobada. Su apodo será otra cosa. Por el tiempo que le ha tocado vivir. Y porque es ahora cuando se está doctorando en su reinado, cuando está aprendiendo de verdad las técnicas de Maquiavelo. Doctorado en el infierno. Cuando era príncipe de Asturias, se sentaba en el suelo con Sabina y recitaban versos satíricos contra la monarquía, que debería ser como jugar a ser canallas, canallas de salón. Lo de ahora es real. Lo mismo, cuando se levanta por la mañana y abre el ordenador, Felipe VI lee las noticias y se recompone el ánimo cantando aquello de Sabina: "En el coro de Babel, desafina un español. Pero dónde huir cuando no quedan islas para naufragar".

[Fuente: Por Javier Caraballo, El Confidencial, Madrid, 08mar16]

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