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25jul19


La crisis de Podemos y la investidura


No sé muy bien por qué Pablo Iglesias tiene fama de dictador. No le conozco personalmente e ignoro cuál es su carácter y su forma de ser. Es posible que simplemente dé esa impresión o que él desee verdaderamente serlo, pero, si es así, tiene muy poco éxito. Pocas formaciones políticas adolecen de tanta anarquía y desgobierno como Podemos. De hecho, se tiene la sensación de que no es una formación política, sino un conglomerado de ellas. Podría pensarse que esto no es de extrañar teniendo en cuenta que su origen se encuentra en un movimiento de protesta y de indignación llamado 15-M. Lo cierto, sin embargo, es que de eso hace ya algunos años y lo lógico sería que hubiera ido evolucionando hacia un partido clásico. Pero no ha sido así. Según va pasando el tiempo, las fuerzas centrífugas se hacen más y más presentes y la crisis se ha ido agudizando.

Tanto en las elecciones generales como en las provinciales y autonómicas, Podemos ha perdido posiciones de manera muy significativa. No han faltado los análisis y las opiniones, desde dentro y desde fuera, acerca de la causa del deterioro. Las versiones son distintas, pero en general creo que no abundan los que aciertan con las verdaderas razones. La primera de estas hay que buscarla en la concepción territorial de España que Podemos mantiene, más por conveniencias y oportunismo que por fundados convencimientos teóricos, y que les hace muy vulnerables en la situación actual.

Es cierto que la proximidad política al nacionalismo ha permitido a Podemos alcanzar cierto éxito en las comunidades en las que las fuerzas centrífugas tienen más presencia, pero eso ha sido a condición de configurarse (incluso en el nombre) de forma distinta en cada una de ellas, hasta el punto de que muchas veces se dude de si estamos ante una misma formación política o ante una multitud de estas. Al cuestionar la unidad de España, lo que ponen en peligro es al mismo tiempo la unidad del propio partido, de manera que tienden hacia un reino de taifas. Desde Andalucía a Cataluña, pasando por Galicia, Madrid, o Valencia, el cisma y la contestación se han hecho habituales y, a pesar de la imputación de despotismo a Pablo Iglesias y a la dirección central, es difícil saber quién manda en Podemos.

En la otra cara de la moneda, el acercamiento no ya al nacionalismo sino incluso al independentismo proyecta una imagen pésima en muchas partes del Estado y les hace perder una cantidad importante de votos incluso en el ámbito de la izquierda. Resulta difícil votar a quienes defienden el derecho de secesión en España, a los que mantienen que los encausados del procés son presos políticos, a quienes se oponen por principio a la aplicación del 155 y, en definitiva, a quienes defienden, se sitúan al lado, y pactan con los golpistas catalanes.

Alguien podría objetar que todo esto en buena medida se podría predicar también del sanchismo y, sin embargo, el PSOE ha obtenido mejores resultados que en las elecciones pasadas. Resulta cierto que el papel de Pedro Sánchez frente al golpismo ha sido, como frente a casi todo, muy equívoco. No es posible olvidar que ha llegado al gobierno con el voto de los secesionistas y que con su apoyo y a base de hacerles concesiones de todo tipo ha gobernado durante un año. Eso sí, siempre sin traspasar esa línea que su partido de ningún modo le consentiría. Es precisamente esta ambigüedad del PSOE la que ha permitido a Sánchez vestirse con piel de cordero en la campaña electoral y en los momentos presentes.

Ha sido ese travestismo el que ha permitido que muchos de los votantes de izquierdas que no estaban dispuestos a apoyar a un partido como Podemos, que mantiene posiciones en muchos casos muy próximas al independentismo, se hayan trasladado al PSOE, en especial en Comunidades tales como Castilla-La Mancha o Extremadura en las que los secretarios generales, aun cuando no sean capaces de dar abiertamente la cara, mantienen bastantes resistencias a la cooperación con los nacionalistas. Este hecho parece confirmarse al constatar que el número de votos que ha ganado el PSOE es inferior al que ha perdido Podemos. Es esta misma estrategia la que sigue Pedro Sánchez cuando, asumiendo el papel de tartufo, señala las diferencias, más fingidas que ciertas, con Podemos respecto a Cataluña. Es consciente de que constituye una manera de robarle votos y de abocarles más y más a la crisis.

A su vez, Pablo Iglesias y en general todos los dirigentes de Podemos, han hecho de tontos útiles. Asumieron el trabajo sucio. Fueron ellos los que se mancharon las manos con los golpistas y secesionistas para conseguir que triunfase la moción de censura y lograr que Pedro Sánchez fuera presidente del gobierno. El líder de la formación morada no pidió nada entonces, pero es precisamente lo mal que le ha resultado esa experiencia lo que le ha forzado a cambiar ahora de táctica. El quebrantamiento de las promesas por parte de Sánchez y la toma de conciencia de lo letal que ha sido para Podemos la alianza con el sanchismo han conducido a Pablo Iglesias a exigir un gobierno de coalición creyendo, quizás ingenuamente, que eso le garantizará el cumplimiento de un programa de izquierdas.

Iglesias tiene todo su derecho en reclamar un gobierno de coalición. Sus 42 diputados le habilitan para ello. Y a Sánchez, mal que le pese, sus 123 diputados le compelen a lo mismo. Rajoy fue perfectamente consciente de esta necesidad y por eso en 2015, al tener idéntico número de diputados de los que ahora tiene Sánchez, ofreció a Ciudadanos y al PSOE un pacto similar. Frente al derecho de Podemos de exigir un gobierno de coalición, no ha servido la excusa de Sánchez de que ambas formaciones políticas no suman mayoría absoluta. Hay varios gobiernos de este tipo en minoría en Europa. Por otra parte, Iglesia desbarató el argumento garantizando que renunciaría a su propuesta si el Congreso no la aprobaba.

Para justificar la negativa tan poco ha valido el pretexto tan reiterado de los poderes mediáticos próximos al sanchismo de que en España desde la Transición nunca se ha dado un gobierno de coalición. No sirve porque sí se ha producido en Comunidades y en Ayuntamientos, y si no se ha surgido en el Gobierno central es en primer lugar porque Pujol no ha querido, ya que tanto Felipe González como Aznar se lo ofrecieron y, en segundo lugar, porque nunca cinco partidos nacionales se habían repartido el arco parlamentario, y jamás nadie había pretendido gobernar con 123 diputados en solitario.

El argumento un tanto hipócrita de que lo importante es discutir programas y no sillones tiene su reverso en la afirmación de que sin sillones no hay garantía de que se apliquen los programas. La descalificación de que todo el problema consiste en que Podemos y Pablo Iglesias quieren sillones tiene también su otra cara en que Pedro Sánchez quiere quedarse con todos los sillones. Las propuestas que Sánchez filtró a la prensa, bien sean verdad o mentira, constituyen todas ellas trampas saduceas e indican bien a las claras la concepción errónea que tiene de la política y de los gobiernos de coalición. Primero ofreció carguillos administrativos, como si Podemos fuese una agrupación del partido socialista; después que si independientes; más tarde que si técnicos. Solo le ha faltado afirmar que iba a convocar oposiciones entre los militantes de Podemos, para comprobar quién era apto para ser ministro. Iglesias le ha contestado con acierto que él no ha llegado precisamente a presidente del gobierno por la tesis doctoral presentada en la Camilo José Cela. Le faltó afirmar que de momento lo ha sido gracias a él y a los golpistas. Resulta sarcástico escuchar a la ministra de Hacienda y a la portavoz del Gobierno defender cargadas de razón que los ministros de Podemos deben ser personas cualificadas. ¿Se han mirado a sí mismas y al resto del Ejecutivo? Que precisamente este Gobierno hable de personas cualificadas (lo dirán por el ministro de Fomento) tiene por fuerza que provocar una carcajada.

Entre las múltiples incoherencias y contradicciones en las que ha incurrido continuamente Sánchez a lo largo de este proceso no es la menor la pataleta que cogió por la decisión de Iglesias de consultar a las bases, arguyendo que la pregunta está sesgada. Y eso lo plantea Sánchez, maestro en recurrir a la militancia trucando el discurso y las preguntas para que le diesen la razón frente a todos los órganos de su partido. ¿Será posible que los españoles no tengamos memoria?

No es verdad -como torticeramente han dejado caer los sanchistas- que todo el problema de la investidura se resumía en que Pablo Iglesias quería ser vicepresidente. Es que tenía derecho a serlo, al menos en la misma medida que Sánchez presidente del gobierno. Ninguno de los dos son acreedores a ello por la exclusiva fuerza de su grupo parlamentario, pero sí quizás por la suma de las dos, resultantes de un pacto, en plan de igualdad o al menos de proporcionalidad. Sánchez ha utilizado todo el poder mediático que le facilita el hecho de estar en el gobierno, paradójicamente gracias a Podemos, para colocar en el centro de la diana a Iglesias haciéndole único responsable de que no hubiese investidura. El líder de la formación morada se apresuro a desbaratarle el pretexto renunciando a estar en el gobierno.

En realidad, el planteamiento no tenía ninguna lógica porque todos los inconvenientes que el líder del PSOE aducía para que Iglesias estuviese en el ejecutivo se pueden aplicar a cualquier otro miembro del partido. Es más, en sí mismos los argumentos son absurdos e incoherentes. Sánchez se rasgó las vestiduras porque Iglesias haya dicho que pretende estar en el gobierno para vigilarle. Pues para eso se hacen los gobiernos de coalición, para vigilarse mutuamente. En el fondo, Sánchez no quiere que le vigile nadie, ni los órganos de su propio partido, ni sus socios, ni el Parlamento.

En un gobierno de coalición, tal como existe en otros países, Los partidos coaligados se reparten el número de ministros de acuerdo a los resultados obtenidos y cada uno de ellos designa libremente los puestos que le corresponden sin imposiciones ni interferencias del contrario, aun cuando este sea el mayoritario. También cabe otra opción, que todos los ministros del gobierno incluyendo el presidente sean pactados nominativamente por ambas formaciones. Podemos tiene derecho en haber planteado las negociaciones en estos términos. Son los propios de cualquier gobierno de coalición. Otra cosa es que les convenga. Entre las verdaderas razones de su declive, a las que nos referíamos al principio, está el haberse abrazado en el pasado al PSOE y más concretamente al sanchismo. Han supuesto que era un partido de izquierdas, lo que es mucho suponer. Lo han blanqueado en infinidad de ocasiones y ellos se han quedado con los marrones.

El gran error de Podemos y de la actual Izquierda Unida es olvidarse de Maastricht, de la Unión Monetaria y de las enormes restricciones y limitaciones que imponen para gobernar. Cuando la IU de Anguita se opuso a la moneda única no fue por puro deporte contestatario, ni por ninguna veleidad antieuropea o por afán de malograr la fiesta, sino por el convencimiento de la pérdida de soberanía que implicaba renunciar a la moneda. Soberanía que no se transfería a instituciones democráticas (lo que hubiera sido perfectamente aceptable e incluso positivo), sino a los poderes económicos y a instituciones tecnocráticas que hacían imposible de cara al futuro instrumentar una política de izquierdas.

Los partidos europeos que se denominan socialdemócratas (el PSOE entre ellos), según iban aceptando paso a paso la construcción del proyecto europeo, especialmente la moneda única, renunciaban al mismo tiempo a la viabilidad de implantar su propio ideario. Habría que preguntarse si no es esta imposibilidad la que se ha querido rellenar, apropiándose en exclusiva y con cierto fanatismo (bonitas) de banderas transversales tales como el feminismo, la ecología y la lucha por los derechos del colectivo LGTB.

Las posiciones ideológicas en Europa se han ido acercando de manera que resulta imposible distinguir en las políticas económicas si está gobernando la derecha o la izquierda. Hay un relato común y un concierto ente todos los partidos que se llaman de gobierno: socialistas, liberales, populares. De ahí que sean fáciles los ejecutivos de coalición en los países de la UE y las alianzas en las instituciones europeas. Las discrepancias y controversias obedecen más a intereses nacionales que a posiciones ideológicas. Una foto expresiva de todo ello fue la que proporcionaron el otro día Felipe González y Aznar en buena armonía convocados por Eduardo Serra, secretario de Estado de Defensa del primero y ministro de la misma materia del segundo y hombre muy cercano al anterior monarca. Felipe González ha preferido siempre pactar con Pujol que con IU.

Podemos e IU, más que nunca hoy, no deberían perder de vista que estamos en la Unión Monetaria, así como las limitaciones que esta realidad impone al gobierno. Deberían recordar también ese discurso tan denostado de Anguita, el de las dos orillas. Estoy convencido que de continuar Zapatero en el gobierno no hubiese podido hacer cosas muy distintas de las que hizo Rajoy. Quizás las habría hecho peor. No por maldad, sino por ser más incompetente y con mucha menos habilidad para defenderse frente a Europa.

Cuando estoy terminando este artículo para mandarlo al periódico desconozco cuál será el resultado de la investidura. Como se dice en esa magnífica película titulada Casablanca, "a la historia le falta un final". Los sanchitas pretenden conseguirla revistiendo de ministerios, las direcciones generales. En cualquier caso creo que Pablo Iglesias debería reflexionar acerca de que hay cosas mucho peores que no estar en el gobierno, por ejemplo, asumir el papel que ha terminado por desempeñar Tsipras en Grecia. Perder el norte y de repente no saber en qué orilla nos encontramos.

[Fuente: Por Juan Francisco Martín Seco, República de las ideas, Madrid, 25jul19]

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