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19ene21


La desmemoria: no, Iglesias, Puigdemont no es como los exiliados republicanos


"Me presté a servir de tornavoz con respecto a dos mensajes que desde España se enviaron a Mr. Kennedy [J. F. Kennedy] con motivo de habérsele elegido presidente de los Estados Unidos. Uno procedía de las Juventudes Democráticas de Cataluña, quienes lo entregaron en las oficinas consulares norteamericanas de Barcelona, estando suscrito el otro por los señores Gil Robles, Tierno Galván, Menchaca, Dionisio Ridruejo y algunos más que, diciéndose representantes de la oposición liberal, lo depositaron en la embajada de Madrid". Así introducía el exministro de Defensa e histórico del PSOE Indalecio Prieto en el exilio mexicano en 1962 a algunos de los nombres propios del denominado Contubernio de Múnich contra el franquismo.

Ninguno de los que citaba Indalecio Prieto en 'Convulsiones de España' (1969) estaba en el exilio, a diferencia de él mismo, que escribía desde México después de haber salido de España con las autoridades republicanas poco antes de la victoria de Franco. Pero sí Rodolfo Llopis y otro tantos de los que acudirían a la célebre cita de Múnich. En total, 108 delegados de lo cuales algunos habían tenido que salir de España con lo puesto tras la victoria de Franco.

Otros, los del interior, que eran mayoría, fueron castigados por el régimen: unos sufrieron el destierro y otros tuvieron que exiliarse, sumándose a los de la Guerra Civil. No parece que ningún caso se asemeje mucho al del que fuera 'president' de la Generalitat Carles Puigdemont, pese a que eso acaba de defender en televisión el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias.

Contra Franco

De los firmantes, de aquella petición a JFK, José María Gil Robles y Dionisio Ridruejo, incluso conocían o habían participado en la conspiración del 18 de julio de 1936, pero acabarían en el Contubernio de Múnich de 1962, junto a Llopis, presidente del PSOE en el exilio, con la idea de provocar la caída del régimen franquista. Un intento postrero de revertir el estado surgido del golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Exiliados que defendían el orden constitucional de 1931 reventado por la sublevación militar.

Más de 20 años antes, el propio Rodolfo Llopis se había encargado de buscar dinero de debajo de las piedras para sufragar los gastos de las últimas embarcaciones que salieron a la desesperada del puerto de Alicante los días 29 y 30 de marzo de 1939. También de elaborar la listas con los miembros y afiliados a organizaciones de izquierdas tanto del PSOE como de los sindicatos CNT, etc., que eran sin duda alguna los que corrían más peligro cuando llegaran las tropas de Franco a la ciudad dando por terminada la guerra.

Huidas agónicas

Fue aquella una huida agónica, hasta el punto de que buques como el Stanbrook salieron cargados hasta los topes por encima del pasaje al tiempo que los últimos desesperados se tiraban literalmente a las gruesas maromas que mantenían aún al barco en el puerto antes de levar anclas para trepar como fuera y llegar a la cubierta del último barco que salió de España con exiliados. Les perseguiría un crucero nacional, pero llegarían a Orán donde les esperaba un campo de prisioneros.

Dista bastante de la imagen de Carles Puigdemont huyendo a escondidas de Cataluña tras la fallida sedición perpetrada por el 'expresident' y que atacaba el propio Estatut de la Generalitat y la Constitución española. Si se asemejó a algo, fue a cuando Josep Dencàs --consejero de Gobernación de la Generalitat en 1934-- y Miquel Badía --de Interior-- escaparon por las alcantarillas en la noche del 6 al 7 de octubre, después de provocar un golpe de Estado contra la Constitución republicana de 1931 con la proclamación de la República Federal de Cataluña.

Antes de la huida de Alicante, había habido un primer exilio agónico. A pie cruzando la frontera de Cataluña y Francia por los Pirineos con la comitiva al pleno del gobierno, incluyendo al presidente de la República, Manuel Azaña, y el del Gobierno, Juan Negrín, además de la de la Generalitat con Lluís Companys y Josep Tarradellas entre otros.

No sería el último. Después del golpe de Segismundo Casado y Julián Besteiro, se rindió Madrid. Casado se marchó y Besteiro se quedó en cambio junto al último alcalde del Madrid republicano, el anarquista Melchor Rodríguez, apodado el 'ángel rojo' por su actuación deteniendo las sacas de Paracuellos en Madrid el noviembre de 1936.

Sin homenajes

Ambos fueron condenados a muerte y sus penas conmutadas. No sirvió de mucho para Julián Besteiro, que no ha recibido nunca ningún homenaje del PSOE, y que murió enfermo en una cárcel de Sevilla en donde no tenía ni un triste colchón donde dormir. Mientras, los que no pudieron salir de Alicante en el 'Stanbrook' permanecieron allí esperando algún otro barco, que nunca llegaría.

Serían recluidos en Los Almendros, el primer campo de concentración de la represión franquista, cuando la División Littorio del general Gambara entró en la ciudad en la tarde del día 30 de marzo de 1939. Rodeados de alambre de espino, tal y como contó Max Aub se oyeron disparos dentro de quienes se quitaron la vida.

La consumación de la derrota del exilio republicano tras la guerra no sería el último político. Como bien escribía Indalecio Prieto desde México, la dictadura consiguió juntar de nuevo a la oposición franquista tanto de derechas como de izquierdas. Antes de Múnich, el propio Prieto lo había intentado con el mismísimo Jose María Gil Robles --a quien fueron a buscar aquella noche aciaga del 12 de julio de 1936 antes que a Calvo Sotelo los guardias de asalto entre los que se encontraba un guardaespaldas del propio socialista--.

El precio de la disidencia

Terminada la guerra, el exilio hizo extraños compañeros de cama en aquel ingenuo intento de restaurar la monarquía con Don Juan de Borbón. Un pacto entre Prieto y Gil Robles, antiguos rivales, que se deshizo cuando el propio aspirante al trono les traicionó pactando a sus espaldas con el dictador Francisco Franco en el Azor --J. G. Calero y Juan Fernández Miranda, 'Don Juan contra Franco'--.

En 1962 y después de las vanas esperanzas puestas en figuras como el recién elegido JFK, se organizó el célebre Contubernio en el que esta vez las izquierdas y las derechas no se pusieron de acuerdo --en la primera, de nuevo Gil Robles y Dionisio Ridruejo, y en la segunda, Rodolfo Llopis, además de Salvador de Madariaga--. Se establecieron dos comisiones, la A y la B, para abordar la situación.

Lo relevante es que allí se juntaban exiliados con opositores del interior que en muchos casos pasaron a engrosar las listas de los primeros. El dictador no toleraba demasiado las disidencias. Fueron los casos del democristiano Fernando Álvarez-Miranda y del monárquico Joaquín Satrústegui, desterrados un año a Lanzarote o de Carmelo Cembrero funcionario del INI que tuvo que marcharse de España --Anthony Cooper, 'Where are Europe's New Borders?'--. Resulta un tanto ridículo asemejar la situación de Carles Puigdemont, un huido de la justicia por revertir el orden constitucional con los cientos de miles de historias y dramas que supuso el convulso siglo XX en España.

[Fuente: Por Julio Martín Alarcón, El Confidencial, Madrid, 19ene21]

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