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26mar10


José Ignacio Salafranca: veterano sin estridencias


José Ignacio Salafranca (PP) se mueve en política con rigor, sin dogmatismos y con cierto engolamiento de madrileño fino. El cabeza visible del Partido Popular Europeo en la Comisión de Exteriores es poco aficionado a los compadreos de pasillo.

Prefiere ganarse el respeto de acuerdo a las consignas de un padre militar que le entrenó en el trabajo duro y en el respeto por sí mismo. "Llegué a Bruselas para trabajar, no para hacer amigos", relata Nacho Salafranca con una simpatía que contradice sus palabras, empeñado quizá en distanciarse de ese otro perfil de político que se aferra al piropo como medio de supervivencia.

Él lleva a gala haber tejido su reputación con los hilos de las relaciones exteriores de la Unión Europea.

Citar la fecha de nacimiento de José Ignacio Salafranca sería contrariar el severo código de coquetería a la que se somete el eurodiputado. Pero lo que no puede esconder su trayectoria profesional le delata- es que de entre todas las áreas geográficas, siente cierta predilección por las curvas de su niña bonita, América Latina, cuyos mimos encomendó hace pocas semanas a la heredera al trono de Solana, Catherine Ashton.

"No te olvides de América Latina", le advirtió el diputado a la nueva alta representante para la Política Exterior entre sorbos de cafés. Porque los cargos de José Ignacio Salafranca como portavoz del grupo mayoritario de la Eurocámara en la comisión de Exteriores y como copresidente de la Asamblea Eurolat (brazo parlamentario encargado de dinamizar las relaciones UE-América Latina) incluyen tanto desayunos en altas compañías como incursiones en las profundidades de la selva colombiana.

Salafranca recorre millas de vuelo reminiscencias quizá de su juventud en la brigada paracaidista- rumbo a las misiones de observación electoral que preside, y devoto de una atiborrada agenda de cumbres, conferencias y condecoraciones.

Y en su diario de campaña, evocaciones caribeñas que hablan de una cena de nueve horas y media con Fidel Castro en el Palacio de la Revolución en la que comandante y diputado acabaron polemizando sobre la existencia del más allá; o de un encuentro con el 'número dos' de Hizbulá en un coche blindado en el Líbano; y de una ristra de anécdotas que el diputado relata con el deslumbramiento humilde de quien todavía se sorprende de su propio oficio.

"Y déjame que te cuente otra anécdota", anuncia antes de añadir otro episodio a su pormenorizada crónica de encuentros con jefes de Estado y de Gobierno. Y sigue el desfile de estampas en las que el diputado le reserva un espacio a la nostalgia y, sobre todo, a la gratitud.

Nostalgia hacia su primer coche, que fue destruido en un atentado terrorista en el aeropuerto de Barajas, o hacia los compañeros valiosos a los que los inclementes aparatos del partido relegaron a la categoría de juguetes rotos. Y gratitud al padre que apostó por él empujándole hacia las oposiciones que le convertirían en inspector para el Ministerio de Transportes, y, más tarde, le valdrían como pasaporte hacia Bruselas.

Llegó a Bruselas a la vez que su país de la mano del comisario de Exteriores Abel Matutes. No había cumplido los 30 cuando ya era jefe de gabinete, dato al que se aferra para defender que hay que dejar paso a la juventud.

De aquella llegada en el 86, recuerda el ingrato recibimiento que le esperaba a España en el edificio Berlaymont. "Tuvimos que desempapelar las paredes de aquella planta 13 para quitar la propaganda antitaurina con la que nos recibieron". Cuando hubo exprimido el limón de la Comisión entretanto, ganó un concurso como funcionario-, decidió explorar territorios parlamentarios, en los que lleva combatiendo desde las elecciones de 1994.

Desde entonces, ha visto desfilar por los escaños a un Sarkozy principiante, ha trabado amistad con la gloria de la izquierda francesa Cohn Bendit y ha puesto de pie a todo el hemiciclo a ritmo de Juanes en un concierto que la prensa acogió con más entusiasmo que las elecciones europeas.

Salafranca cita sin resentimiento, pero con intención, las palabras del dos veces presidente de México Porfirio Díaz: "En política, todos los amigos son falsos y todos los enemigos son verdaderos". Las pronuncia casi a modo de exorcismo y admitiendo que, en su carrera, ha vivido numerosas excepciones.

[Fuente: El Mundo, Madrid, 26mar10]

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