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12sep03


Serrano Suñer y la sombra de la represión franquista.


Muchas cosas buenas pasaron en la vida de Ramón Serrano Suñer en octubre de 1940. Franco lo nombró el 16 de ese mes ministro de Asuntos Exteriores. Cuatro días después, como estreno majestuoso de su nuevo cargo, recibió en Madrid con todos los honores y parafernalia fascista a Heinrich Himmler, el arquitecto de las SS y jefe del entramado policial nazi. El 23 de octubre acudió con Franco al encuentro histórico con Hitler en Hendaya. Serrano Suñer estaba en el cenit de su poder y gloria. Ministro de la Gobernación desde enero de 1938, un cargo que en realidad no abandonó hasta mayo de 1941, jefe de la Junta Política de la entonces poderosa Falange y ministro de Asuntos Exteriores. Ése es el Serrano Suñer que se ha rememorado ahora con motivo de su muerte. Un ilustre estadista, que desapareció de la vida pública tras su destitución como ministro de Asuntos Exteriores en septiembre de 1942 y que, lejos ya del mundanal ruido de las maquinaciones políticas, incluso escribía de vez en cuando a Franco para que liberalizara el régimen.

Hay otras historias, sin embargo, que también pueden recordarse. Himmler visitó Madrid en octubre de 1940 para preparar las medidas de seguridad del encuentro entre Hitler y Franco en Hendaya. Pero, también, como ha contado Paul Preston, para sellar una mayor colaboración entre la Gestapo y las fuerzas de la policía franquista. La invasión de Francia por parte de las tropas alemanas, iniciada el 10 de mayo de ese mismo año, había permitido la captura de miles de republicanos españoles refugiados en territorio francés desde la conquista de Cataluña por las tropas de Franco y el final de la Guerra Civil. Muchos, como se sabe, acabaron exterminados en campos de concentración nazis. Algunos de los más distinguidos, reclamados por el Ministerio de la Gobernación, fueron entregados a las autoridades franquistas por la Gestapo y el régimen de Vichy. El 21 de octubre, justo cuando Himmler estaba en Madrid, un juicio sumarísimo condenó a varios de ellos a muerte. En ese grupo estaba Julián Zugazagoitia, ministro de la Gobernación de la República, ejecutado el 9 de noviembre. Unos días antes, el 15 de octubre, había sido fusilado Lluís Companys, presidente de la Generalitat, acusado de "rebelión militar". También había sido entregado por esas fechas Joan Peiró, anarquista y ministro de Industria en el Gobierno de Largo Caballero, a quien la hora de la ejecución le llegó en julio de 1942. Los tres habían denunciado sistemáticamente la brutal violencia del verano de 1936 en la zona republicana y habían contribuido a salvar la vida de numerosos políticos de la derecha y miembros del clero.

Serrano Suñer era en ese momento dueño total de la situación y utilizó sus buenas relaciones con Himmler y los dirigentes de la Gestapo para conseguir la identificación y captura de esas autoridades de la España republicana, un asunto en el que tuvo una destacada actuación José Félix de Lequerica, embajador español en Vichy. No hacían falta tratados de extradición ni procedimientos legales. Los vencedores ajustaban cuentas con los vencidos bajo la impunidad que proporcionaba el dominio nazi de Europa y los mecanismos extraordinarios de terror sancionados y legitimados por las leyes de la dictadura franquista. La destrucción del vencido se convirtió, en efecto, en prioridad absoluta. No menos de 50.000 personas fueron ejecutadas en los diez años que siguieron al final oficial de la guerra el primero de abril de 1939, después de haber asesinado ya alrededor de 100.000 rojos durante la contienda. Medio millón de presos se amontonaban en las prisiones y campos de concentración en 1939, una cifra que descendió de forma continua en los años siguientes debido a las ejecuciones y a las numerosas muertes por enfermedades y desnutrición.

Con las fuentes disponibles, resulta muy difícil rastrear de forma minuciosa la responsabilidad directa de Serrano Suñer, y de otros muchos dirigentes franquistas, en aquella violencia vengadora sobre la que se asentó la dictadura de Franco. En la imagen del pasado que él evocó en sus memorias, publicadas en 1977 con el significativo título de Entre el silencio y la propaganda, la historia como fue, trató de desvincularse de aquel terror y de los aspectos más "impopulares" de la dictadura. Serrano Suñer, no obstante, estuvo allí, en primera línea, acumulando poder, en los años más duros, cuando más se humilló, torturó y asesinó, en el momento en que se puso en marcha el sistema represivo procesal, con la Ley de Responsabilidades Políticas, la Ley de Seguridad del Estado y la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo. Defendió, como Franco, la rendición incondicional de los rojos, sintió fascinación por las potencias fascistas y odió a las democracias.

No es sólo la "historia como fue", acicalada por Serrano Suñer y los vencedores, la que debe contarse. Es justo que ese periodo tan oneroso se convierta en campo de debate entre las diferentes versiones, con nuevas formas de aproximarse al pasado y libertad para confrontarlo.

[Fuente: Julián Casanova, diario El País, 12sep03. Julián Casanova es historiador, coordinador del libro Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco.]

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Este documento ha sido publicado el 24sep03 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights