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20nov05


Los mercenarios crecen a través de empresas especializadas en el mercado de la guerra.


No los mueve el amor patrio ni los ideales sino el principio capitalista del mayor lucro en el menor lapso de tiempo. Son los llamados soldados de fortuna o mercenarios, los "perros de la guerra", como los pintó William Shakespeare con su pluma afilada.

Hoy poderosas empresas multinacionales, muchas de ellas vinculadas a altas jerarquías de la Casa Blanca y el Departamento de Estado, los reclutan para formar ejércitos privados que no sólo ignoran las leyes internacionales por la paz sino que estarían cambiando drásticamente la concepción que durante siglos se tuvo de la guerra.

El fenómeno es complejo e inquietante porque como explica la revista norteamericana Monthly Review, "las corporaciones privadas del capitalismo siempre han estado implicadas con la promoción de la guerra, pero su acción directa ha sido tradicionalmente limitada". Lo preocupante —subraya la revista— es si estas multinacionales caen en una suerte de distorsión capitalista y, atendiendo a la ley de la oferta y la demanda, deciden ampliar sus lucros aprovechando sus excelentes contactos con los líderes que deciden la guerra o la paz global.

Menos para los países invadidos, el negocio es muy bueno para los militares, para el gobierno de Estados Unidos y, sobre todo, para las multinacionales.

Si la tarea es riesgosa, un mercenario estadounidense puede ganar hasta 50.000 dólares mensuales. Según la empresa, sus tareas incluyen ataques, operaciones de seguridad, interrogatorios, torturas, espionaje y entrenamientos militares. También pueden ser contratados para tareas como recolección de cadáveres, custodiar pozos petroleros, controles fronterizos o cuidar las espaldas de importantes directivos.

"Los militares lo ven como una salida laboral para cuando se retiren", explicó a Clarín, Bruce Bagley profesor de la Universidad de Miami. "Cuando ya están bien adiestrados dejan el ejército y van a estas compañías donde ganan 10 veces más. Al gobierno de EE.UU. también le conviene porque hoy no está políticamente en condiciones de reclutar más jóvenes. Con estos ejércitos privados se garantizan mantener su presencia en todo el mundo sin involucrarse directamente. Esto pasa en Colombia, por ejemplo".

Para las multinacionales el negocio es floreciente. Gary Jackson, de la empresa Blackwater (aquella cuyos "contratistas" fueron linchados y quemados por una multitud furibunda de iraquíes el 31 de marzo de 2004), admitió que esa empresa creció un 300% en los últimos tres años.

Hoy hay en Irak unas 40 empresas militares privadas y más de 15.000 "contratistas". Se debe tener en cuenta que en la Guerra del Golfo de 1991, había por cada 100 soldados regulares, un mercenario. En Bosnia, hubo uno cada 50 y en 2003, al comenzar la invasión a Irak, la cifra subió a uno cada 10.

Asegura la prestigiosa Monthly Review : "Ganan 100 mil millones de dólares al año, es decir, una cuarta parte de la gigantesca suma de 400 mil millones de dólares que EE.UU. está gastando en el campo militar".

"Son puestos sensibles, que manejan mucha información y dinero y carecen de todo control —amplía Bagley—. Sin embargo no ha habido ni investigaciones ni el pueblo norteamericano se ha movilizado. El Congreso es cómplice. Sabemos que hay mal manejo de fondos, desfalcos, tráfico de influencias, transferencia de dinero de los contribuyentes a los privados, pero no hay pruebas contundentes."

Las irregularidades de las empresas contratistas son escandalosas. En primer lugar porque estos ejércitos privados actúan al margen de la ley, mantienen sus actividades en secreto, su cartera de clientes no está regulada por ninguna normativa ni inspeccionada por ningún organismo internacional y violan la Convención Internacional contra el reclutamiento, financiación y entrenamiento de mercenarios aprobada por la ONU en 1989. Su única regulación proviene del Departamento de Estado.

La segunda irregularidad es que ninguna de estas concesiones dadas a los "amigos" fue otorgada por licitación. La Casa Blanca justificó los contratos "a dedo" (por ejemplo en Irak o Nueva Orleans) como parte del esfuerzo para dar las prestaciones lo más rápido posible, algo que el reverendo Jesse Jackson calificó de "saqueo empresarial".

Una de las empresas es Bechtel, más conocida porque al privatizar el agua en Cochabamba, Bolivia, elevó tanto los precios que generó una pueblada conocida como "la guerra del agua". Bechtel, una de las gigantes que más ganancias obtiene de sus trabajos en Irak, cuenta entre sus accionistas a la poderosa constructora de la familia Bin Laden, según denuncias de la prensa.

Otro ejemplo conocido es el de la empresa Kelloggs, Brown & Root (subsidiaria de Halliburton) la más beneficiada por la invasión a Irak y vinculada al vicepresidente Dick Cheney, un hombre clave en este nuevo diseño que adoptaron los conlfictos bélicos con el fin de la Guerra Fría.

El tercer escándalo es que con estas operaciones de destrucción bélica y posterior reconstrucción hoy se está produciendo en Estados Unidos una multimillonaria transferencia de dinero de los fondos públicos a los bolsillos privados, especialmente de una elite que luego colaborará con suculentas sumas para la carrera presidencial republicana.

Según el Centro para la Integridad Pública, el Pentágono ha gastado 300 mil millones de dólares en 3.016 contratos de servicios militares para 12 empresas entre 1994 y 2002 (las cifras excluyen los contratos de armamento).

Por otra parte, en EE.UU. se calcula que entrenar un soldado para la guerra cuesta 300.000 dólares per cápita. Estas compañías aprovechan en general las instituciones militares de varios Estados (pagadas por las expensas públicas) para entrenar a sus empleados. Este es el caso de Honduras, donde la compañía norteamericana Your Solutions entrena soldados chilenos que luego serán trasladados a Irak.

Además de los propios militares norteamericanos se recluta "mano de obra desocupada" de otros países. El diario británico The Guardian informó que soldados chilenos que actuaron durante la dictadura de Pinochet integran hoy las filas de la empresa Blackwater y según The New York Times el propio Nelson Mandela alentó la exportación de represores de la época del "apartheid" a empresas militares de origen británico vinculadas a algunos golpes de Estado en países africanos ricos en oro y diamantes. El hijo de Margaret Thatcher, Mark, fue acusado de operar en una de ellas.

Desde Filipinas hasta las ex repúblicas soviéticas, muchos son los aportes a las filas de estas siniestras industrias cuyos mercenarios, como dijo el analista militar Henri Boshoff, "están siempre en el límite de lo aceptado por las leyes".

Estas empresas, hijas de la ola privatizadora de los 90, están vinculadas también a la nueva estrategia ideada en EE.UU. a partir de los cambios en el poder mundial que trajo la caída de la Unión Soviética en 1991 y el consiguiente desarme y desmantelamiento de los aparatos militares de las grandes potencias.

Ese mismo año, después de la primera Guerra del Golfo, el entonces ministro de Defensa, Dick Cheney, pagó 9 millones de dólares a Brown & Root para estudiar cómo compañías privadas podrían apoyar operaciones de combate norteamericanas.

Posteriormente Cheney se convirtió en director general de Halliburton y durante su mandato la subsidiaria Brown & Root emergió como una de las primeras firmas militares privadas en EE.UU. Hoy es líder gracias a los lucrativos contratos que aparecieron en su camino después de que Cheney asumió como vice, según consignó el diario USA Today el 1º de abril de 2004.

La doctrina de la "guerra preventiva" de setiembre de 2002 fue un excelente espaldarazo para el negocio. Así lo insinuó un mes después el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld: "Procuraremos oportunidades adicionales para tercerizar y privatizar".

Nadie puede saber el resultado final de este crecimiento descontrolado de tropas mercenarias. Pero las noticias no son buenas. "Las violaciones a los derechos humanos son garrafales. Incluso hasta hubo algunos tiroteos, sobre todo en Irak, entre mercenarios y tropas regulares, ambos de EE.UU. para dirimir quién mandaba sobre quién. La Casa Blanca minimizó el hecho", dijo Bagley.

La privatización de la guerra y la expansión de los conflictos (justificada en varias regiones de la Tierra por supuestos "peligros a la seguridad") pueden terminar sencillamente en desastre, es decir, en el florecimiento de una nueva época de barbarie.

[Fuente: Clarin, Bs As, Arg, 20nov05]

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