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25jul09


Fugaz retorno de Zelaya a Honduras


Tres cazas de la fuerza aérea hondureñas sobrevolaban a primera hora de la tarde de ayer la frontera de Las Manos, que divide Honduras de Nicaragua, cuando el presidente depuesto Manuel Zelaya se presentó en la misma línea fronteriza, levantó la cadena que separa los dos países y puso un pie en Honduras, 26 días después de haber sido derrocado por un golpe de Estado.

Minutos antes de llegar a la frontera, Zelaya había agradecido públicamente la llamada telefónica que había recibido por la mañana de la presidenta argentina, Cristina Kirchner, en señal de solidaridad con su causa.

"Ya estoy en mi país, vengo con la bandera de la paz y quiero hablar con el general Romeo Vásquez [jefe del ejército]. No pueden impedir que abrace a mi pueblo y a mi familia", clamó Zelaya en el puesto fronterizo, rodeado de una nube de periodistas y de los pocos pobladores que lograron burlar los retenes militares a través de los cerros que decoran esta hermosa y convulsa tierra centroamericana.

Zelaya estrechó la mano del teniente coronel Luis Ricarte, el militar al mando que había amenazado con detenerlo si cruzaba, y le pidió una comunicación directa con el general Vásquez para que levantara los retenes y le permitiera llegar hasta el pueblo hondureño de El Paraíso, a 12 kilómetros de Las Manos, donde habían quedado bloqueados desde primera hora de la mañana cientos de enardecidos seguidores zelayistas que no lograron romper el cerco militar.

El gobierno de facto de Roberto Micheletti había desplegado en la zona a centenares de soldados, algunos a la vista y otros muchos escondidos entre la tupida maleza de la zona.

En esa tierra de nadie entre Nicaragua y Honduras, entre cientos de camiones varados, Zelaya se quedó varias horas.

Vestido como un campesino en domingo (camisa blanca, chaleco negro y sombrero de ala ancha), el mandatario caminaba un rato por suelo hondureño, ante la atenta mirada de los francotiradores del ejército apostados en las proximidades, y cuando se cansaba volvía a suelo nicaragüense, entraba en su jeep, tomaba un refresco y hablaba por el celular mientras atendía a la prensa: "Vengo con el pecho descubierto. Si me asesinan, el problema va a ser más grave". El derrocado presidente repitió ese vaivén varias veces entrada la noche.

Con un toque de queda decretado desde el mediodía, la frontera sur de Honduras había amanecido totalmente militarizada.

Hasta El Paraíso sólo pudieron llegar unos cientos de seguidores zelayistas debido a los numerosos controles instalados a lo largo y ancho del país.

Mientras Zelaya aguardaba la llamada del general Vásquez -el hombre que ordenó sacarlo a punta de pistola de su cama el pasado 28 de junio y enviarlo en pijama a Costa Rica-, en El Paraíso, volaban las bombas lacrimógenas con las que la policía trataba de dispersar a los zelayistas que no habían respetado el toque de queda.

Los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas del orden en El Paraíso dejaron un saldo de varios heridos y detenidos. Hasta allí trataba de llegar su familia, con su esposa, Xiomara Castro, y su madre, Hortensia de Zelaya, a la cabeza.

"Lo único que queremos es que se restituya la democracia en nuestro país. Si no es así, esto será un grave precedente, sobre todo para el presidente [estadounidense Barack] Obama, si es que permite que los militares tomen el poder en América latina", declaró Xiomara a la prensa antes de aventurarse al encuentro con su esposo.

"No nos vamos a ir de aquí hasta que no rompamos el cerco militar", advirtió Elvin Argueta, un zelayista incondicional que había llegado a El Paraíso desde la localidad de Tocoa, en la lejana región atlántica.

En la ruta

Zelaya había partido por la mañana desde Estelí, donde pernoctó, manejando, en un jeep blanco, los 100 kilómetros que separan esa ciudad nicaragüense de Las Manos y escoltado por la policía del presidente Daniel Ortega.

El canciller venezolano, Nicolás Maduro, recorrió junto con él casi todo el tramo. La caravana de periodistas que seguía a Zelaya hizo una parada al mediodía poco antes de llegar al municipio de Ocotal.

Allí, ante la estupefacción de los clientes del comedor-pulpería El Aceituno, Zelaya decidió improvisar una conferencia de prensa en un cruce de caminos y a pleno sol.

Al bajar de su jeep, y mientras estrechaba las manos de los periodistas, lo primero que hizo fue referirse a la conversación telefónica que había mantenido con la presidenta Cristina Kirchner.

"Fue la primera en llamarme hoy y le quiero agradecer su intervención en la cumbre de Mercosur, donde dijo claramente que los países deben estar unidos para tomar acciones contra los golpistas", comentó a LA NACION. (Ver pág. 3)

Después se sentó a una mesa en mitad del cruce y volvió a pedirle a la comunidad internacional que redoblara sus acciones contra el régimen de facto de Micheletti.

Mientras repetía el mismo discurso de los últimos días, entre peticiones a los soldados para que bajaran las armas a su paso y llamamientos a la movilización de sus seguidores, el mandatario recibió dos llamadas telefónicas. Primero atendió al presidente paraguayo, Fernando Lugo: "Hay que rezar por el pueblo, Lugo", le soltó Zelaya.

Dos minutos después, uno de sus asesores le avisó que tenía una llamada de Brasil. "Gracias por el apoyo, Lula, estoy a 30 kilómetros de la frontera? Espero tu llamada en una hora? Vamos en paz", le dijo de forma campechana Zelaya al mandatario brasileño.

Aunque el presidente hondureño había previsto al salir de Managua anteayer que no intentaría cruzar la frontera hasta hoy, en el cruce de caminos reveló su nueva estrategia: "Nos encaminamos hacia Las Manos, desarmados, a mantener un diálogo con los golpistas para que depongan su actitud". Pero a continuación siguió jugando al despiste: "Podemos cruzar por ahí o por cualquier otra frontera, por vía terrestre o por avión. Tengo a mi disposición avión y helicóptero, así que podré aparecer por donde quiera".

[Fuente: Por César González-Calero desde Las Manos, Nic, La Nación, Bs As, 25jul09]

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