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24sep03


Fujimori y Montesinos ordenaron ejecución de 28 senderistas presos.


El 6 de mayo de 1992, un mes después del golpe del 5 de abril, Alberto Fujimori Fujimori, entonces Presidente de la República, conoció y autorizó el plan de eliminación extrajudicial de 28 reos senderistas del penal de Cantogrande, la mayoría de ellos miembros del Comité Central del grupo terrorista. El mandatario siguió paso a paso el operativo. Y al final, en el lugar de los hechos, celebró los resultados en una conferencia de prensa.

Lo dice el mismo Santiago Martin Rivas, jefe operativo del grupo Colina, en su testimonio rendido al periodista Umberto Jara, para el libro Ojo por ojo, un ejemplar del cual llegó anoche a esta redacción.

El planeamiento "para la toma del penal de Cantogrande se realizó en el SIN (Servicio de Inteligencia Nacional), como todas las decisiones en ese tiempo", admite Martin Rivas en un reconocimiento excepcional.

"El objetivo era terminar con la Luminosa Trinchera de Combate y restaurar el principio de autoridad", apunta. "En la última reunión, cuando ya todo estaba establecido -dice el desconcertante testimonio- Montesinos vino con una idea. Tenía la relación de los principales presos senderistas, y en esa lista aparecían los integrantes del Comité Central, es decir los más cercanos a Guzmán, los que eran el soporte ideológico y militar de Sendero".

La idea fue descabezar a Sendero, darle un golpe mortal, contó Rivas a Jara.

"Ese plan se le llevó a Fujimori para su conocimiento y autorización. Ese era el esquema que se seguía -recalca el jefe operativo del grupo Colina-. Además, toda esa etapa, Fujimori la siguió paso a paso en cada uno de sus detalles".

"Se estableció inclusive un acto final propio de una guerra no convencional: una vez terminado todo, Fujimori tenía que aparecer en el lugar para dar el mensaje al enemigo: 'la autoridad vuelve al gobernante, ya empecé a luchar y a derrotarte'". Al final del operativo, Fujimori cumplió al pie de la letra su parte del guión.

Operativo mudanza 1

La incursión empezó en la madrugada de aquel miércoles 6 de mayo. "El presidio de Cantogrande era el único lugar iluminado en el distrito de San Juan de Lurigancho". El resto estaba en tinieblas.

A las 3 de la mañana, la explosión de las cargas de dinamita despertó a los 6 mil reclusos y las ondas expansivas abrieron un boquerón en el pabellón 1-A, de mujeres senderistas.

Aunque vivían en barracones distintos, los internos habían construido un túnel para comunicarse con el pabellón de varones 4-B. Por allí acudieron en apoyo. Las reclusas resistieron con 'quesos rusos' y con bombas caseras cargadas con clavos untados de excremento para provocar infección y septicemia. La toma no fue nada fácil.

Los asaltantes debieron usar alrededor de cien kilos de dinamita para descoyuntar las paredes de casi medio metro de grosor reforzadas con ladrillos y fierros. La incursión puso al descubierto las modificaciones en la construcción introducidas por los subversivos. Pasadizos zigzagueantes fortificados y hasta equipos electrógenos para el suministro de luz.

Los varones no tardaron en suministrar los fusiles FAL que escondían en sus celdas. Así que recién el viernes se pudo vencer la resistencia de las reclusas, anota el jefe del grupo Colina en su relato afiatado con la pluma de Umberto Jara.

Tres días después...

El sábado 9 amaneció con el despliegue de las fuerzas de asalto enfiladas contra el pabellón 4-B de varones, bastante debilitados éstos por los tres días anteriores de combate.

Por la tarde, el contingente de choque activó una potente explosión y presionó a los terroristas con demandas de rendición en idioma quechua. Pero los subversivos continuaron respondiendo con fuego.

Mientras, en los exteriores, efectivos del Ejército acordonaron el penal y retiraron a los periodistas y curiosos. El campo fue despejado para el asalto final. La capacidad de fuego de los subversivos se agotó.

En esa fase ulterior -cuenta Martin Rivas a Umberto Jara- ocurrió una arremetida mantenida en silencio hasta ahora. "Un pelotón militar ingresó -confiesa el jefe del grupo que también encabezó ese operativo- en la última incursión con un objetivo definido: aniquilar a cada uno de los integrantes de la dirigencia senderista, dejando a salvo a uno solo de ellos: Osmán Morote Barrionuevo".

"Trece miembros de la cúpula senderista fueron ultimados a balazos sin requerirles la rendición y sus muertes fueron reportadas oficialmente por el presidente Fujimori como 'caídos en la refriega suscitada'".

Es lo que textualmente confiesa el mayor Santiago Martin Rivas al periodista Jara.

Da a conocer que "Osmán Morote fue evacuado con una herida de bala en el glúteo derecho. Salvó la vida por una razón militar no exenta de lógica", se lee en Ojo por ojo.

En la parte final del operativo, de acuerdo con la narrativa de Jara inspirada en el testimonio de Martín Rivas, entra en escena el entonces presidente Alberto Fujimori.

"A las once de la mañana del domingo 10, el viento no había logrado disipar el fuerte olor a pólvora en el ambiente, cuando el presidente de la República, Alberto Fujimori, cruzó el portón del presidió seguido por una caravana de seguridad. Permaneció una hora y media en el interior. Luego salió para dar una conferencia de prensa...".

Frente al periodismo, Fujimori "hizo una síntesis de la operación de asalto y anunció estas cifras: 28 reclusos muertos, 20 heridos y 451 rendidos (359 hombres y 92 mujeres)".

Días después, un boletín oficial del ministerio del Interior elevó la cifra de muertos a 35. El testimonio de Martin Rivas da cuenta también de que "por razones que hoy se hacen evidentes", se impidió el acceso al penal a los miembros de la Cruz Roja Internacional, que siguieron los hechos desde afuera.

La cúpula eliminada a mansalva.

"Ese sábado 9 de mayo de 1992 -cuenta Martín Rivas-, por orden de Fujimori y Montesinos, fueron sometidos a ejecuciones extrajudiciales los miembros de la cúpula senderista: Deodato Juárez Cruzatt, Yovanka Pardavé Trujillo, Tito Valle Travesaño, Janet Talavera Arroyo, Elvia Zanabria Pacheco, Ana Pilar Castillo Villanueva, Andrés Agüero Garamendi, José Antonio Aranda Company, Victoria Trujillo Abanto, Ramiro Mina Quispe Flores, Servio Campos Fernández, Fidel Rogelio Castro Palomino y Marcos Ccallocunto Núñez".

El número total de dirigentes de Sendero Luminoso era diecinueve. Estaban presos catorce. Uno quedó con vida. Trece fundadores de la agrupación terrorista fueron eliminados.

Perdonaron la vida a Osmán Morote "En la reunión final antes de llevar el plan completo -confiesa Martin Rivas- se tomaron dos decisiones. Una fue dejar con vida a Osmán Morote Era el enemigo de Abimael porque su propio jefe lo había delatado y enviado a la cárcel por disentir con él. Entonces, nos iba a ser muy útil, nos iba a deber la vida y le daríamos mejor trato, ¿Recuerda que esa vez Morote salió herido? Fue por eso."

"Murieron todos los dirigentes menos él. Si salía ileso se levantaban sospechas, por eso recibió un balazo en los glúteos, donde no hay peligro, y después la prensa se encargó de armar la historia de que Morote era cobarde y quiso huir y por eso le cayó un balazo en el culo. No fue así. Tuvo un sentido dejarlo vivo."

"Esa vez el mensaje fue muy claro: Estamos en guerra total, así como me tumbas a mis cuadros más altos, te volteo a tus históricos, a tu columna vertebral, pero dejo vivo a tu disidente; Morote es ahora mi amigo"

Prófugo y ex asesor se lavaron las manos y culparon a subalternos La creación del Grupo Colina por orden del ex presidente de la República Alberto Fujimori Fujimori y de Vladimiro Montesinos es admitida sin ninguna duda por Santiago Martin Rivas en su testimonio ante Umberto Jara publicado en el libro Ojo por ojo.

"La creación de un escuadrón de aniquilamiento -afirma el ex jefe operativo-, estructurado de tal forma que pudiese recibir órdenes directas desde la más alta instancia, tuvo su origen en una desesperada necesidad de eficacia".

La explicación se ubica en 1991. "La única opción era ingresar a fondo en la lucha clandestina", argumenta Rivas. "Montesinos la conocía. Y la aprobación de Fujimori y del comando militar salió de lo siguiente: si no lo hacían se quedaban sin sus cargos porque Sendero nos estaba ganando la guerra".

"Toda guerra es brutal, es salvaje, llena de atrocidades. En eso consiste y los militares recibimos de la sociedad el encargo de combatir. El problema es -afirma Rivas- que Fujimori y Montesinos no cumplieron con la campaña que se iba a realizar para explicar al país estos fundamentos". En un claro tono acusador que sugiere el móvil de su confesión, agrega: "Ellos vieron riesgos políticos y pensaron que echando toda la culpa a un grupo de subalternos se solucionaba el asunto".

"Lo que la prensa y los políticos llaman Grupo Colina no era un grupo de militares locos que actuaban por su cuenta y hacían lo que querían -alega Rivas en su relato a Umberto Jara-. Si hubiese sido así, entonces, de inmediato, habrían dado de baja y encerrado a todos".

"Si no lo hicieron -afirma sin tapujos Martin Rivas-, si se opusieron a las investigaciones y al final dieron una ley de amnistía es porque ellos, Fujimori, Montesinos y Hermoza, tomaban las decisiones. No se puede hacer una guerra si no hay decisión política, más aún cuando se trata de una guerra clandestina", recalca. Luego se explaya en el aspecto sicosocial de los operativos. Comienza refiriéndose a Barrios Altos, cuya autoría implícitamente acepta.

[Fuente: Unidad de investigación del diario La República, Lima, 24sep03]

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Este documento ha sido publicado el 16oct03 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights