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Samuel Blixen, periodista uruguayo de reconocido prestigio internacional y famoso por sus comentarios inteligentes y muchas veces ácidos, desnuda en este artículo al capitán Tróccoli.
Su desnudez es moral y ética y, por más que el quiera, no tiene solución. La nueva vida que pide Tróccoli no está en manos de los hombres.
Los hombres sólo pueden hacer justicia y reconstruir la memoria a través de la historia. Pero les está imposibilitado el otorgar una nueva vida que, ni siquiera con el perdón sería posible.

QUIEN ES JORGE TROCCOLI?

Mentiras verdaderas

La confesión del capitán de navío Jorge Tróccoli tiene muchos claroscuros y algunas ambigüedades imposibles de ignorar. Su afirmación de que no mató ni sabe nada sobre desaparecidos está en entredicho.

Por Samuel Blixen


Doctor Jeckyll y míster Hyde: Jorge Tróccoli era un entusiasta estudiante de antropología con cierto carisma que lograba disimular la brecha generacional con sus compañeros de la Facultad de Humanidades. La diferencia de edad era suplida con una inteligencia ingeniosa y una simpatía que combinaba el buen humor, destellos de una formación cultural, y algunos desplantes cuarteleros, ciertos tics irreprimibles pero no del todo molestos. Los estudiantes de los talleres de antropología habían aceptado a aquel marino retirado que, además, era un "viejo".

Eso hasta el pasado domingo 5, cuando el diario El País publicó su larga carta de justificación sobre su protagonismo en el terrorismo de Estado desplegado por la dictadura.

El lunes 6 un Jorge Tróccoli inusualmente hosco, concurrió a la clase de antropología y permaneció mudo en medio de un ambiente tenso. El pasado oculto había pulverizado la simpatía y hecho añicos la corriente de cordialidad. El capitán de navío retirado estaba decidido a continuar con sus estudios, cualesquiera fueran los efectos de su confesión. Para el resto de los alumnos, la presencia de Tróccoli en las aulas era la materialización de un pasado que no llegaron a vivir, que no está aún en los libros de historia, que se aprehende en medio de una polémica evidentemente desgarradora.

La irrupción del pasado los convertía en protagonistas inesperados de un epílogo inconcluso. Era el desconcierto: aquel veterano simpático resultaba ser un profesional de la violencia, según sus propias palabras, un hombre que había aprendido a torturar con "eficiencia" pero sin "odios" y que confesaba haber asumido la contradicción de despedirse cada noche de sus hijos con un beso para sumergirse en un "aquelarre" de gritos, golpes, capuchas y picanas.

Era imposible ignorar la evidencia. Qué hacer, qué actitud asumir, cómo resolver la encrucijada ética? A la iniciativa de su confesión, Tróccoli sumaba la determinación de enfrentar el juicio de los demás. No les ahorraba nada a sus compañeros de clase como no lo hizo con sus colegas de tortura y sus mandos, a quienes emplazó a extender el "sinceramiento". Los estudiantes de antropología discutían hoy, viernes, en una asamblea, el delicado conflicto y trataban de delimitar el alcance de sus obligaciones y sus potestades.

Es el anverso de la caducidad, que puede renunciar a la potestad punitiva, pero no puede eliminar el conflicto cotidiano puesto que los perdonados por ignorancia, los "ciudadanos de primera categoría" viven con el resto: caminan por la calle, saludan a sus vecinos, discuten de fútbol, y van a clase. La clave consiste en establecer quién es realmente Jorge Tróccoli.


Doctor Jeckyll

Hay un retrato que surge de sus propias palabras: Jorge Tróccoli era un guardiamarina repleto de sueños sobre barcos, viajes y navegaciones, que en 1967 se enfrenta a la realidad de reprimir a los trabajadores de UTE y ANCAP, que en 1969 debe reprimir a los empleados bancarios y que en 1971 es instruido para participar en la "guerra contra la subversión". En 1973 adhiere al golpe militar "ilusionado" por la "increíble mentira" de los comunicados 4 y 7, y en 1974 se convierte en un "profesional de la violencia", se sumerge en el "combate" y asume una lógica que lo transforma en torturador, aunque no tiene posibilidades de decidir sobre esa "lógica" elaborada por políticos y jefes militares. En el Fusna (Fusileros Navales) interroga a detenidos y "trata inhumanamente a los enemigos". Hasta ahí llega la confesión. "No me pregunten detalles dolorosos", dice, poniendo límites a las revelaciones.

Hay, sin embargo, otro retrato, que se completa con lo que Tróccoli no dijo, con pedazos de verdades ocultas que reclaman otras confesiones. En las profundidades de la verdad hay otros planos de sinceramiento, que no desvirtúan el valor de la confesión inicial, sólo si su ocultamiento responde a una comprensible inhibición. En su extensa carta hay omisiones que sería preferible no atribuir a una estrategia de enmascaramiento, que puede apuntar a la confusión. Sin duda, como él mismo dice, corresponde a las "instituciones" (civiles y militares) asumir la globalidad de la verdad; pero su paso está incompleto. Si Tróccoli asume, es menester que asuma todo.


Míster Hyde

Al asumir su condición de torturador, Jorge Tróccoli aclara que "no maté a nadie ni sé nada del tema de los desaparecidos, pero no por un altruismo humanitario", sino porque, "afortunadamente no me tocó vivir esa situación". La afirmación debe tomarse con pinzas. A saber: El puesto de "combate" en el Fusna lo convirtió a Tróccoli en jefe del S-2, es decir, el departamento de inteligencia de la unidad. Como tal jefe de inteligencia coordinaba las operaciones a nivel de la OCOA, un organismo central de las Fuerzas Armadas para la lucha antisubversiva.

Informaciones de prensa (El Observador, lunes 6) sitúan a Tróccoli operando en Buenos Aires en el centro clandestino de detención conocido como Automotores Orletti. Allí tenían su base de operaciones los destacamentos de militares uruguayos que desplegaron la represión en Argentina. Allí fueron interrogados y torturados la mayoría de los uruguayos desaparecidos.

Por allí pasaron Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, allí estuvieron Gerardo Gatti y León Duarte.

Sólo algunos de los oficiales de las Fuerzas Armadas uruguayas que operaron en Orletti, entre mayo y diciembre de 1976 fueron identificados por las víctimas que sobrevivieron. Tres oficiales (José Gavazzo, Jorge Silveira, Manuel Cordero) y un policía (Hugo Campos Hermida) fueron procesados por la justicia argentina por sus actividades en Buenos Aires; pero muchos otros permanecen "compartimentados", en la medida en que los sobrevivientes de Orletti no han logrado identificarlos.

Algunos de ellos tienen la convicción de que entre los "desconocidos" había un oficial de la marina, como había un policía, puesto que los comandos en Argentina respondían a la OCOA. Jorge Tróccoli no ha dicho una sola palabra sobre su presunta participación en Orletti, un extremo que insisten en asegurar fuentes militares.

Si su presencia en Orletti está aún desdibujada, su participación en los sótanos de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) parece más comprobada.

Los dos supuestos miembros de la inteligencia de la Armada entrevistados por Posdata (26 de abril) sostienen que Tróccoli fue designado en la ESMA como "coordinador" a partir de las incursiones de oficiales de la Armada argentina en Montevideo, a mediados de 1977. La captura de un dirigente montonero en Colonia activó la "reciprocidad" uruguaya con Argentina: así como en 1976 las Fuerzas Armadas argentinas aportaron la infraestructura y el apoyo operativo a sus colegas uruguayos, el Fusna hizo lo mismo con sus colegas de la ESMA.

En los operativos realizados en Montevideo y en balnearios de la Costa de Oro fueron detenidos varios montoneros: tres de ellos fueron interrogados en el Fusna y después trasladados clandestinamente a Buenos Aires. Los tres figuran como desaparecidos. Tróccoli, como jefe de inteligencia, participó directamente en la captura, en los interrogatorios y en los traslados. No ha dicho nada sobre ese episodio, y tampoco lo ha desmentido.

Los operativos contra los montoneros permitieron a la inteligencia del Fusna desmantelar la estructura clandestina de los GAU (Grupos de Acción Unificadora), algunos de cuyos dirigentes, como Héctor Rodríguez y Ricardo Vilaró, ya habían sido detenidos, interrogados, procesados y encarcelados.

La acción contra los GAU comenzó con una coincidencia: uno de los montoneros capturados en Uruguay tenía una cédula de identidad uruguaya. Al allanar el domicilio de la persona a quien correspondía el documento, fue incautado material que permitió desmantelar la estructura. La represión de los GAU fue dirigida por Tróccoli.

Decenas de militantes fueron detenidos y torturados en las dependencias del Fusna. También hubo detenciones en Buenos Aires, que según Posdata fueron realizadas por comandos de la ESMA; cuando Tróccoli se trasladó a Buenos Aires para interrogarlos se encontró con que -según esa versión- los uruguayos ya habían sido "desaparecidos".

Los entrevistados de Posdata mencionan los nombres de dos desaparecidos, Fernando Bosco y Luis Fernando Martínez. Sin embargo, la historia no parece ser exactamente así: en el comunicado que brindaron las Fuerzas Conjuntas el 18 de marzo de 1978, sobre el "desbaratamiento de la Organización Subversiva", se aportaba una extensa lista de nombres, entre personas detenidas y procesadas y otras identificadas como pertenecientes a la estructura. En esa lista aparecen tres nombres (Alberto Corsch Lavina, Luis Fernando Martínez y José Enrique Michelena) que hoy integran la lista de desaparecidos del GAU en Buenos Aires. Estos tres desaparecidos y otros, entre ellos Gustavo Arce, José Gambaro, Julio D'Elía y su esposa Yolanda Casco, fueron detenidos, o permanecían vivos, cuando ya el teniente de navío Tróccoli se trasladó a Buenos Aires, a fines de 1977. (El hijo de Julio y Yolanda, nacido en cautiverio, apareció en 1995 en poder de un oficial retirado de la Armada argentina.)

Todos ellos fueron vistos con vida en centros clandestinos de detención en marzo de 1978, según el testimonio aportado en Suecia por el exiliado Washington Rodríguez a organismos internacionales; de modo que el argumento de los funcionarios de inteligencia naval, en el sentido de que "los argentinos los mataron antes de que llegara Tróccoli", es inconsistente. Otros testimonios sugieren que algunos de los desaparecidos del GAU fueron vistos en Montevideo, después de su captura en Buenos Aires.

Tanto en su calidad de jefe del S-2 en el Fusna como de coordinador en la ESMA, Tróccoli participó en la represión a los GAU. De ello no ha dicho una sola palabra: no desmintió, hasta ahora, la afirmación de que había operado en Buenos Aires en 1977 y 1978 ni reveló los entretelones de la suerte corrida por los detenidos.

Dice en cambio que no mató a nadie y que no sabe nada sobre desaparecidos, porque no le tocó vivir esa situación. Los pliegues de la verdad sugieren otra cosa: sin duda le "tocó vivir esa situación", y evidentemente sabe algo sobre desapariciones, pero guarda silencio. Puede que sepa mucho, y en ese caso su "confesión" adquiere otros tintes. En cualquier caso, se impone que levante la autointerdicción, para que su confesión no quede chueca, en el mejor de los casos; o que, en el peor de los casos, soporte la sospecha de la vieja práctica de decir un pedacito de la verdad para contrabandear una gran mentira.


BRECHA. Edición del Viernes 10 de Mayo de 1996

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