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16dic11


La transición encalla en Libia


Diez meses después de que unas decenas de personas se congregaran en la plaza Shasara (plaza del Árbol) de Bengasi, miles de vecinos de la ciudad donde nació el alzamiento contra el régimen de Muamar el Gadafi vuelven a protestar en el mismo lugar. Ahora contra el Consejo Nacional, el organismo que dirige la transición. Sospechan de la presencia de antiguos gadafistas en un Gobierno cuya composición desconocen porque el primer ministro, Abderrahim el Kib, no ha hecho públicos los nombres de todos sus ministros tres semanas después de la constitución del Gabinete. Las milicias de algunas ciudades -especialmente Zintán y Misrata-- se muestran más que reacias a entregar las armas y provocan la ira de los tripolitanos, hartos del caos y de la ausencia de instituciones en un país que está intentando formar su Ejército y fuerzas de seguridad, y poner en marcha su industria petrolera, el maná de Libia.

La seguridad y la reanudación de las exportaciones de crudo son dos prioridades de las nuevas autoridades, pero los desafíos son enormes para un país en el que nada funciona adecuadamente, un país que ni bajo la dictadura de cuatro décadas de Gadafi, ni antes durante la monarquía del rey Idris (1951-1969), creó un Estado moderno organizado. El CNT se esfuerza por hacer encaje de bolillos para conjugar las ambiciones de varias regiones que se atribuyen haber soportado las mayores cargas durante la guerra de ocho meses. Los lugareños de Misrata (que ya declaró una república independiente hace 90 años) recelan de sus compatriotas de Bengasi porque estos detuvieron en abril la guerra en el frente oriental, permitiendo a las tropas de Gadafi arremeter en su castigo contra Misrata; los milicianos de Zintán, en las montañas del occidente libio, también aseguran estar entre los pocos que combatieron desde el primer día; y los tripolitanos se quejan del excesivo protagonismo de Bengasi, rival histórico de la capital. Las divisiones son evidentes.

Pero los problemas cotidianos comienzan a tener suma importancia, dos meses después de la muerte de Gadafi. Raro es el día en que no hay manifestaciones, a menudo a las puertas de los hoteles donde se alojan los dirigentes políticos en Trípoli. Contra el ministro de Sanidad, al que culpan de la escasa atención que reciben los cientos de mutilados (atendidos muchos de ellos en el extranjero). Protestan también los controladores aéreos, que el martes pasado paralizaron el despegue y aterrizaje de todos los aviones en el aeropuerto internacional de Trípoli, que está en manos de la milicia de Zintán, que generó un altercado días atrás en el que se vio implicado el convoy del jefe del ejército, Jalifa Hafter. También la comitiva del primer ministro El Kib fue atacada semanas atrás a tiros, pereciendo dos hombres de su séquito. Las escaramuzas son constantes y en algunos casos sumamente perjudiciales para normalizar la situación: los choques cerca de la frontera con Túnez ha llevado a las autoridades tunecinas a cerrar la frontera varias veces.

Los problemas se acumulan, y el temor a que la corrupción pueda desbocarse en medio del caos institucional es notorio. Un diplomático occidental aseguraba recientemente a este diario que el ex ministro de Petróleo y Finanzas, Ali Tarhuni, había pedido a los países occidentales que no descongelaran todavía los fondos soberanos libios (alrededor de 150.000 millones de dólares). Teme Tarhuni que muchos de los recursos terminen en los bolsillos de dirigentes corruptos. Hasta la fecha, solo 3.000 millones de dólares de esos fondos descongelados (18.000 millones) han sido efectivamente entregados al CNT.

Todos ellos son escollos que pueden superarse con inversiones y una pizca de paciencia. Sin embargo, otra realidad será más complicada de solucionar. Los enfrentamientos a tiro limpio -con frecuencia se dispara artillería- entre milicianos y determinadas tribus son moneda cada vez más corriente en algunas regiones de los alrededores de Trípoli. Reaparecen viejas rencillas y los guerrilleros acusan a algunos líderes tribales de haber prestado apoyo al dictador y de haber ayudado a perpetrar atrocidades durante la contienda. La semana que viene es especialmente peligrosa.

Decenas de miles de vecinos de Tauerga, 250 kilómetros al este de Trípoli, han anunciado que regresarán a su ciudad, devastada por las milicias de Misrata, que vengaron el respaldo de los ciudadanos de Tauerga (la mayoría de ellos negros) al dictador. Los ancianos de esta localidad han decidido que los residentes vuelvan el 20 de diciembre. Pero el consejo militar de Misrata no está por la labor y ha advertido de que es el Estado quien debe organizar el retorno de las decenas de miles que viven en tiendas de campaña o desperdigados por cualquier rincón de Libia. Algunos mandos de los rebeldes utilizaban un lenguaje más duro solo dos meses atrás. "Después de lo que nos hicieron, nunca permitiremos que vuelvan", afirmaba a este diario Sedik el Fituri, comandante de una brigada de Misrata.

Así las cosas, va a resultar muy difícil cumplir los plazos fijados por el CNT para celebrar las primeras elecciones legislativas, previstas para antes del verano. "Todo lo que queremos es que permanezcáis junto al Gobierno transitorio y que seáis pacientes. Hemos tenido paciencia durante 40 años y creo que ser pacientes un poco más no es demasiado tiempo", declaró el lunes Mustafá Abdelyalil, presidente del CNT.

[Fuente: Por Juan Miguel Muñoz, El País, Madrid, 16dic11]

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