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08jul11


La penosa agonía de la ONU


La Organización de las Naciones Unidas (ONU), sita en la isla de Manhattan (Nueva York), fue diseñada poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial (1945), junto con el entonces Banco de Reconstrucción y Fomento (actual Banco Mundial) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Dada la poco feliz experiencia con la Liga de las Naciones, creada al finalizar la Primera Guerra Mundial en Ginebra (Suiza), que nada pudo hacer para evitar la tragedia iniciada en 1939, en la creación de la ONU se agregaron varios estamentos a los que procuraron delegar una serie de prerrogativas o responsabilidades en cuestiones que requieren rápida consideración y ágil resolución.

Las asambleas, a las que son convocados todos los países miembros, son dos por año –salvo situaciones de emergencia– y por lo general se limitan a ratificar todo lo actuado.

El Consejo de Seguridad, órgano ejecutivo permanente, está constituido por nueve integrantes, de los cuales los triunfadores en la Segunda Guerra Mundial –Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia (ex Unión Soviética)– y China son miembros permanentes y disponen del derecho de veto. Ello implica que su oposición equivale al rechazo definitivo de cualquier proyecto que se trate en su seno. En cuanto a los países vencidos (en especial, el llamado “eje” Alemania, Italia y Japón), no se les permitió asociarse y quedaron al margen, carentes de representación.

La calificación de “país enemigo” se extendió a una serie adicional que, sin entrar en la contienda, mostró claras simpatías por el bando perdedor. En ese grupo se incluyó inicialmente a la Argentina.

Desprestigio en aumento.

La trayectoria de la ONU, que ya se acerca a los 70 años, no aportó demasiado y, lo que es peor, se viene desprestigiando a pasos agigantados, pese a lo necesario que sería contar con un organismo idóneo y funcional al progreso de la humanidad. Hasta la fecha, toleró y permaneció ajena a las múltiples guerras localizadas e, incluso, en algunos casos, intervino de manera activa bajo pretextos insostenibles (por ejemplo, en Somalía y Kosovo).

Pero sus dos últimas acciones superan a todas las anteriores, pues en vez de propender a la paz y la seguridad, sirven para agudizar los peligros, al respaldar los intereses de grandes potencias.

El proceso de independencia en el continente africano dio lugar a regímenes que no se distinguen por su vocación democrática y, por lo general, han instrumentado la tortura y persecución como medios para extender todo lo posible sus respectivos mandatos. Esa situación no es muy diferente a la que rige en el Medio Oriente y en Irán.

Libia y Costa de Marfil.

En función de tales antecedentes, lo que viene sucediendo en Libia y Costa de Marfil constituye situaciones extremas, pero reiteradas. Buques, aviones y misiles, en el primer caso, justifican actos unilaterales de agresión armada y bombardeos a la población civil, además de apoyar acciones de irregulares, que agregan factores de desconfianza a los que ya cosecha la ONU.

Libia tiene un territorio de 1,7 millón de kilómetros cuadrados y apenas 6,5 millones de habitantes, que casi en su totalidad están asentados sobre una estrecha franja costera del mar Mediterráneo (Trípoli, su ciudad capital, tiene 3,5 millones, y Benghazi, la segunda, 700 mil).

Posee en el subsuelo dos por ciento de las reservas petrolíferas mundiales y produce 1,8 millón de barriles diarios, que coloca en Italia, Francia y Grecia. Está gobernada desde hace más de 40 años por el coronel Muamar Kadhafi y un estrecho séquito. En el transcurso de tan amplio ejercicio del poder absoluto, mantuvo relaciones de diverso tono con los principales países occidentales. En algún momento, llegaron al borde del rompimiento, y en otras más recientes se caracterizaban por el acompañamiento propio de un fiel aliado, sin que le plantearan significativas objeciones.

Es evidente que ese ridículo tiranuelo fue siempre igual, despótico y extremadamente cruel, en especial para castigar a sus opositores internos. Lo curioso es que recién en 2011, los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), con Estados Unidos a la cabeza, se habrían percatado de ello y, argumentando la urgencia de “salvar vidas humanas”, encararon bombardeos sistemáticos, sin mayor discriminación ni blancos específicos. Lo hacen proclamando su apoyo a un grupo de rebeldes que nadie sabe quiénes son y de dónde han surgido y cuentan con la ¡bendición y autorización de la ONU!

Hay que descartar que sea para asegurar la disposición actual de petróleo a los tres citados estados europeos, pues Arabia Saudita se ofreció a sustituir tales envíos mientras dure la emergencia.

¿Cómo se entiende todo esto? A lo largo de su gestión, Kadhafi exhibió una faceta extremadamente sanguinaria, por lo cual las acciones militares que estallaron ahora no pueden tener esa causa; deben buscarse, en cambio, en otras de suficiente importancia que hayan conducido a tan explosiva situación.

Lo más probable es que se relacionen con los conflictos y manifestaciones que vienen reiterándose luego de los estallidos en Túnez, Egipto y Yemen. En esa zona –incluyendo Irán– se extrae el 58 por ciento del petróleo que se comercializa, pero además el subsuelo contiene 72 por ciento de las reservas localizadas del planeta. Más coherente es suponer que con la intervención armada, por mucho menos, han hecho una dura advertencia sobre hasta dónde están dispuestos a actuar si peligra la provisión de petróleo.

Lo sucedido pocos días después en Costa de Marfil –un intenso bombardeo con aviones e irrupción de tropas francesas, con la venia expresa de la ONU–, como corolario de una elección con resultado no aceptado por quien detentaba ese cargo desde hacía 10 años, también es poco creíble. Es obvio que constituye un hecho insólito, que tiende a consolidar los intereses coloniales de la ex potencia ocupante.

¿Cómo digerir estos claros abusos de poder e injerencia en asuntos internos con el apoyo explícito de la ONU?

[Fuente: Por Salvador Treber, La Voz del Interior, Córdoba, 08jul11]

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