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09mar14


La historia de Crimea y el ensayo de una primera contienda mundial


Tratar de adivinar las intenciones del presidente de Rusia, Vladimir Putin, se ha convertido en el deporte preferido de los analistas y en la preocupación diaria de Barack Obama y Angela Merkel, para muchos la presidenta de facto de la Unión Europea. Más allá de lo que termine ocurriendo en las próximas semanas, no es la primera vez que esta península en el norte del Mar Negro, un poco más grande que la provincia de Tucumán, se convierte en el centro del mundo.

Antes que los rusos, pueblos marineros como griegos y romanos se encontraron en Crimea con vestigios de las civilizaciones cimerias y escitas llegadas de Asia. Siglos después, llegaría el turno de los genoveses y los venecianos, que se sumaron a los túrquicos de la zona para formar la raza conocida como los tártaros de Crimea. Bajo la protección otomana, dominaron Crimea durante siglos, hasta la llegada en 1783 de Catalina la grande, la prusiana que por su matrimonio con el zar se convirtió en la rusa más famosa de la historia.

Fue durante su primer siglo como península rusa, en 1853, cuando Crimea atrajo la atención del mundo. En ese año comenzó la guerra de Crimea, un ensayo de contienda mundial que enfrentó a Rusia contra Francia, Inglaterra, el reino de Cerdeña, y el imperio otomano. Las potencias combatían entonces a Rusia para frenar el expansionismo del zar Nicolás.

Rusia perdió la batalla pero ganó uno de los mejores relatos que se hayan escrito jamás sobre la guerra. Entre sus militares, con el rango de subteniente, luchaba el conde León Tolstoi, que utilizó lo aprendido en Crimea para ambientar los horrores de otra guerra, la que libró Rusia contra Napoleón en su novela Guerra y Paz. Ya en el siglo XX, y después de los años de inestabilidad que trajeron la Primera Guerra y la Revolución Rusa, en 1921 Crimea parecía haber encontrado al fin su lugar como una de las repúblicas de la URSS.

Del período soviético quedaron dos marcas difíciles de borrar. La primera, fue la decisión de Josef Stalin en 1944 de desterrar a los tártaros de Crimea hasta Asia central, con el argumento de que habían colaborado con la ocupación nazi de la península.

La segunda fue regalar la república de Crimea a Ucrania en 1954. Con el gesto, Nikita Kruschev se ganaba el favor de los ucranianos y les pasaba los costos de reconstrucción por la guerra sin dejar de controlar la región, ahora a través de Ucrania.

Lo que no entró en el cálculo de Moscú fue lo que nunca entra en los cálculos: los imperios, un día, se terminan. Como antes ya le había ocurrido a griegos, romanos, españoles, ingleses y franceses, la hegemonía soviética tras la caída del Muro llegó a su fin y Ucrania obtuvo su independencia sin desprenderse del regalo de su época soviética: la península de Crimea.

Deshacer ese error, o convertirlo en una pieza estratégica de su política exterior son las opciones que, por el momento, parece estar barajando Putin.

[Fuente: Por Francisco de Zárate, Clarín, 09mar14]

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