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03mar14


Kiev 2014 no es Berlín 1990


Mi artículo del pasado sábado ("Pogromo en Ucrania no; pero si lo hacen los nuestros, a lo mejor") ha provocado un alud de comentarios tanto favorables como desfavorables. A pesar de que algunos de los foreros demuestran un excelente conocimiento del panorama ucraniano, otros, no tanto. Van para ellos estas explicaciones.

El Maidán (el epicentro de las protestas contra el régimen de Víktor Yanukóvich) no es el Berlín de la caída del Muro. Ojalá lo fuese. En el Maidán había mucha Ucrania, es verdad, pero la que contaba, porque disparaba, era la armada y de extrema derecha. Porque entre todo el Maidán no se contaba un solo Benes, Kundera, Walesa, Esterhazy o Dubcek...nada de nada. Y esa Ucrania nazi es la que ha terminado por llevarse el gato al agua. Recuerden la Revolución Bolchevique. Los comunistas eran minoría. Pero mayoría en los soviets de soldados, que eran los que tenían las armas. Se quedaron con Rusia. Todo el poder a los soviets, ¿recuerdan el eslogan de Lenin? Apliquen la analogía.

Empecemos por el principio. Los países del Grupo Visegrád son viejas naciones. Que el Estado haya llegado tarde no cambia las cosas. Su sentimiento anti-Rusia es natural; diríamos que legítimo. Pero Ucrania no es una vieja nación: su nacionalismo se remonta a finales del siglo XIX, no puede decirse que haya sido nunca independiente hasta 1991 y está recorrida por una idea de patria que entre nosotros no tiene curso. Escuchemos a Svoboda o a cualquier otro partido ucraniano "patriótico". Se definen como "socialistas-nacionales", hablan de una Ucrania como una "etnoeconomía" y prometen luchar "contra los comunistas, los rusos y los judíos". Su héroe fundador, Stepan Bandera.

Cuando llega la emancipación forzada por la independencia de Rusia proclamada por Yeltsin, Ucrania es una provincia rusa sin relato nacional compartido. El este es tan ruso como Nóvgorod. Pero el oeste no es tan nacional como lo pueden ser Polonia o Chequia. Pretender construir un espíritu nacional antirruso en el oeste de Ucrania que sea a la vez compatible con el sistema de valores de la Unión Europea es una contradicción irresoluble. No puede ser y, además, es imposible.

En la UE resolvimos esta cuestión en 1945. Para luchar contra Stalin no se hace uno de Hitler o de Mussolini. Se lucha y se vence desde Jefferson y el Contrato Social. De ahí viene Don Sturzo y la Democracia Cristiana. Sin embargo, parece que no está tan claro como yo pensaba y todo apunta a que reabrimos el melón.

Las raíces de todo esto hay que buscarlas en la caída de la URSS y en la correspondiente reacción estratégica americana. A la vista de la debilidad rusa, a Brzezinski se le ocurre rodearla con un cordón sanitario que va desde Ucrania hasta Kirguistán. Esas revoluciones de colores las paga Soros. En Ucrania, esto llevó al poder a Yulia Timoshenko y a un saqueo del Estado que lo hizo inviable. Cómo no, el adalid epónimo de esta gente era Stepán Bandera, Héroe de la Patria Ucraniana, título oficial que hubieron de retirar ante la protesta de la Fundación Simon Wiesenthal.

Después llegó Yanukóvich. No le costó mucho llegar al poder porque la receta Brzezinski funcionaba sólo si Rusia se encontraba en un extremo estado de debilidad. Putin la sacó de ese hoyo y hubo efecto boomerang. Esta vez los héroes de Ucrania fueron los de la Madre Rusia. Pero en punto a expolio, más de lo mismo. Los ucranianos, hartos tanto de unos como de otros, se tiran a la calle y su vanguardia en la lucha es la extrema derecha, cuyo credo es matar comunistas, negros y judíos. Ganan. Da una idea de cómo funciona Ucrania el que unos mil guerreros bien organizados derrotasen a toda la policía habida y por haber.

¿Es Ucrania uno de los nuestros?

De lo que menos se ocuparon los gobernantes fue de crear un Estado; con engordar sus bolsillos tenían bastante. ¿Y ahora qué? ¿Nos van a hacer creer que un país bajo esos parámetros es uno de los nuestros? Alexander Muzychko, hoy jefe de Seguridad de Ucrania, si viniese a la UE, terminaría en la cárcel por incitación al odio racial. ¿Es menos criminal el discurso de ese energúmeno en Kiev que en Europa Occidental?

Cuidado con mezclar sentimientos y geoestrategia. Es legítimo que los vecinos de Rusia observen al gigante con recelo. Y es igualmente legítimo que vean a EEUU como a su libertador. La CIA, en Europa Occidental, evoca a Pinochet y a Guantánamo. Pero para el Grupo Visegrád recuerda a la gente que les llevaba paquetes de comida a la cárcel, y, cuando lograban su libertad, los llevaba a Norteamérica y les buscaba un trabajo. Visegrád tiene otra memoria de la libertad.

Pero unir el cariño a los antiguos liberadores, el rencor antirruso y la voluntad americana geoestratégica de hacer daño a Moscú puede tener consecuencias demoledoras para la otra Europa, en la que se encuentra España, por ejemplo. Podemos encontrarnos con otro conflicto no resuelto a las puertas (Abjasia, Osetia, Nagorno Karabaj) y con Rusia dueña de la Ucrania útil. Mientras, a nosotros nos quedaría una pradera recorrida por gente que saluda con el brazo en alto, una especie de K.K.K. de las tierras frías.

Ya se ve cómo han empezado las cosas. Tenemos un Gobierno de la nueva Ucrania liberada y mientras Muzychko mantiene "el orden", los judíos han tenido que cerrar sus escuelas y negocios y esperan aterrados en sus casas, como antes lo hicieron sus antepasados. Siguen instrucciones no sólo de su rabino, sino de la propia Embajada de Israel. ¿Cómo puede ser uno de los nuestros un país donde los judíos tienen miedo al jefe de Seguridad?

Meter el dedo en el ojo a Rusia para liberar Ucrania sería obligado si esa patria fuese Polonia, Hungría, Estonia, etcétera. Pero esto es otra cosa. Maidán 2014 no es Budapest 1956 ni Praga 1968. No nos confundamos estratégicamente. Nunca podríamos meter en la UE a una polis con líderes como Muzychko ni a partidos como los de la derecha ucraniana.

Casi 300.000 personas reviven hoy el miedo del nazismo en Ucrania. Hablan con susurros detrás de puertas clausuradas y, mientras escuchan el ruido del ascensor o las pisadas en los peldaños, se estremecen de miedo y recuerdan: la tía Sara desapareció en Dachau, el primo Aron en Salónica, al hijo menor de mi abuela Ruth lo mataron delante de los ojos de su padre, a mi abuelo lo torturaron hasta la muerte porque se negó a escupir sobre la Torá... niñas como Ana Frank abren sus ojos a una vida oscura, niños quizás como Tadeusz Kosinski pintan pájaros de madera, preludio lejano de la muerte que ellos mismos se darán en un lugar todavía ignoto, quizás en una playa solitaria, como Anne Dollfuss, o en las aguas del Sena, como Paul Celan, o en la escalera de una ciudad que todavía no han visitado, como Primo Levy, y meditan sobre todo eso rodeados de oscuridad y de silencio. Solos. Pues a Troya al menos la defendía Héctor. A los judíos, nadie.

[Fuente: Por José Zorrilla, El Confidencial, Madrid, 03mar14]

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