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12jul19


Los misiles rusos para Turquía que apuntan a la integridad de la OTAN


La compra de dos sistemas de misiles antiaéreos rusos de última generación por parte de Turquía ha dejado de ser una incógnita. Están al llegar, si no han llegado ya. Una adquisición de 2.500 millones de dólares que sacude a la OTAN.

Las baterías del S-400 no sólo dan caza a todo lo que se mueve, incluso a 400 kilómetros de distancia y treinta kilómetros de altitud. También apuntan a la posición de Turquía en la Alianza Atlántica.

Recep Tayyip Erdogan volvió de la reciente reunión del G-20 aludiendo a un Donald Trump comprensivo, que culpaba a Barak Obama por negarle los misiles Patriot. "No habrá sanciones", resumía. Sin embargo, anteayer la portavoz del Departamento de Estado volvía a amenazarle con "consecuencias nefastas".

La propia OTAN lleva dos años advirtiendo de que el sistema ruso "es incompatible". Está diseñado para derribar sus aviones. Pero es que además Ankara pretende reunir desde este año en su arsenal a los S-400 con el F-35. Algo que permitiría detectar las vulnerabilidades del caza furtivo, para horror estadounidense.

Pero Turquía se agarra a un precedente. El antecesor de los S-400, el S-300, es operado por Grecia, país con el que mantiene litigios. Cuando Chipre compró dos baterías, puso en pie de guerra a Ankara, que forzó un compromiso: su traspaso a Grecia, que los desplegó en Creta.

En agosto pasado Trump hizo caer la lira un 30% a golpe de tuit, por lo que está claro que Erdogan se mueve al borde del abismo. Cuesta explicar que el Gobierno turco y sus Fuerzas Armadas hayan llegado a la conclusión de que lo suicida sería, precisamente, no comprar el S-400. Y la respuesta está en Siria y el conflicto kurdo.

Algo se resquebrajó ya entre los ejércitos de EE.UU. y Turquía en 2003, al hilo de la invasión de Irak, que no pudieron acometer desde Turquía. Se agrietó, sobre todo, en el Kurdistán petrolero, donde una unidad de élite turca fue secuestrada por los marines.

La herida se hizo de difícil sutura con la decisión estadounidense de armar al brazo sirio del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), como infantería en la lucha contra el Estado Islámico. Tras derrotar a este, dijo el Pentágono, recuperarían las armas. Pero esto no ha sucedido.

Entre tanto, Turquía tanteó la compra de misiles antiaéreos chinos en el 2013, antes de ceder. A lo que hay que añadir las suspicacias sobre el golpe fallido del 2016.

Ahora los militares turcos temen que la zona de exclusión aérea en el origen de la Región Kurda de Irak pueda ser replicada en el nordeste de Siria, esta vez no en beneficio de los peshmerga de Barzani y Talabani, sino directamente en beneficio del PKK.

Asimismo, un conflicto en Irán se extendería a Israel y Palestina, donde Erdogan nunca ha dejado de apoyar a Hamas. La tentación de algunos sería pagar a Turquía con la misma moneda.

Mientras que Washington no cubrió hasta ayer la vacante de embajador en Ankara, tras veintiún meses, Erdogan y Putin se ven cada seis semanas. Ni siquiera el bombardeo mediático sobre la represión de los uigures hace descarrilar las afinidades con Xi Jinping y su nueva ruta de la seda.

Turquía no puede permitirse ceder su plaza en la OTAN a Chipre. Pero un reciente estudio revela que según los turcos sus principales enemigos son Estados Unidos, Francia y el Reino Unido.

EE.UU. ha demostrado su capacidad de presionar por medios no convencionales. Así que los turcos contienen el aliento, mientras España mantiene desplegado al sur de Turquía el batallón de Patriots del que esta carece.

[Fuente: Por Jordi Joan Baños, La Vanguardia, Barcelona, 12jul19]

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