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08ago19


Turquía frena su ofensiva en Siria al acordar un corredor con EE.UU.


Algo se mueve en la frontera de Siria. Y se mueve en el sentido que siempre ha deseado el Gobierno turco. Después de tres días poniendo las cartas sobre la mesa, los negociadores de Estados Unidos y Turquía anunciaron ayer en Ankara la creación de un "corredor de la paz".

Dicho de otro modo, el ejército turco tendrá la franja de seguridad que venía reclamando desde hacía meses en el norte de Siria. Dicho corredor actuará como colchón entre la frontera turca y las posiciones del YPG, la milicia kurda que EE.UU. utilizó como infantería contra el Estado Islámico, desaparecido en combate.

No hay detalles sobre la extensión y anchura de dicho corredor, cosa que ha sido fuente de discordia entre ambas partes. Hasta ayer, mientras los militares turcos exigían una separación de treinta y dos kilómetros, los militares estadounidenses ofrecían menos de quince y exceptuando el extremo oriental, donde está la ciudad de Qamishlo.

Tampoco hay claridad sobre quién tendrá el mando, algo reclamado por Turquía. Pero ambos se han declarado de acuerdo en que los milicianos kurdos serán desalojados de dicha franja, previa devolución de la artillería pesada suministrada por EE.UU.

Turquía pretende matar dos pájaros de un tiro con la creación del "corredor de la paz", que serviría como punto de desembarco de parte de los tres millones y medio de refugiados sirios en Turquía. Los que permanezcan en el lugar, de paso, reforzarán el carácter árabe -y suní- de una franja que en gran parte de su recorrido es predominantemente kurda.

El acuerdo ha sido presentado de forma separada por el Ministerio de Defensa turco y por la embajada de EE.UU. Ambos se refieren a la creación de un centro de control conjunto, que estará en el lado turco.

El YPG es, desde hace quince años, la rama siria del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), organización considerada terrorista por la UE y EE.UU. y en guerra con el Estado turco. El presidente Recep Tayyip Erdogan advierte desde el año pasado que Turquía jamás aceptará a la rama siria del PKK apostada en su frontera bajo protección extranjera. Una línea roja en la que coincide toda la oposición, excepto el prokurdo HDP.

Hace un año y medio, las tropas turcas desalojaron al YPG-PKK de Afrin, en el noroeste de Siria. Sólo la promesa navideña de Donald Trump de sacar a sus tropas de Siria pospuso una nueva ofensiva turca, al este del Éufrates. Desde entonces, la paciencia de los militares turcos se ha ido agotando ante las tácticas dilatorias de los oficiales del Centcom y los halcones del Pentágono.

Erdogan expresó hace tres días que la ofensiva era inminente y que Washington y Moscú ya estaban informados. Palabras reforzadas sobre el terreno con una masiva concentración de blindados en la frontera. Dentro del mismo pulso, hace tres semanas empezaban a descargarse en las afueras de Ankara los misiles rusos S-400, teóricamente capaces de desbaratar cualquier intento de imponerle a Turquía una zona de exclusión aérea, como la que hizo aflorar el Kurdistán iraquí.

El desconcertante uso por parte de EE.UU. de una milicia en guerra contra otro estado de la OTAN ha llevado a Turquía a estrechar lazos con Irán. Allí el PKK cuenta con otra filial, el PJAK, que en el último mes se ha enfrentado en tres ocasiones con los Guardianes de la Revolución. En los combates de ayer, los kurdos mataron a por lo menos dos pasdaranes e hirieron a otro. Hace un mes, fue la filial del PKK la que perdió cuatro milicianos, entre ellos uno con pasaporte turco, algo habitual también en Siria.

Pero la lira respira porque Turquía y EE.UU. retroceden por fin del abismo con que coqueteaban.

[Fuente: Por Jordi Joan Baños, La Vanguardia, Barcelona, 08ago19]

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