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03sep18


Idlib es el último reducto de los grupos paramilitares islámicos que cuentan con más de 70.000 combatientes


Idlib está llamada a ser la peor de las batallas de la guerra Siria. La razón no es otra que esta provincia noroccidental del país se ha convertido después de siete años en una especie de refugio habitado por tres millones de personas, entre ellas alrededor de 70.000 combatientes pertenecientes a más de 50 organizaciones rebeldes, que hoy están atrapadas y a la espera de que una solución diplomática pueda librarlos de la que sería una de las batallas más largas de este conflicto.

Después de recuperar gran parte del país, el régimen sirio ha anunciado su intención de luchar por esta región fronteriza con Turquía considerada como el último gran bastión rebelde. En los últimos días cientos de tropas se han ubicado en las áreas que bordean la provincia a la espera de que se les dé la luz verde para comenzar esta ofensiva que el enviado especial de las Naciones Unidas para Siria, Staffan de Mistura, ha definido como la “tormenta perfecta”.

“No hay otro Idlib, ¿dónde pueden ir? ¿Dónde pueden ir cada uno de ellos?”, clamaba De Mistura, que intentaba llamar la atención sobre la crisis humanitaria que podría surgir si el régimen sirio, en compañía de sus aliados, decide atacar hasta quedarse con el control total de esta región, tal como se ha anunciado desde Damasco. Idlib ha sido el destino de todos aquellos que no aceptaron ser parte de los llamados procesos de “reconciliación” que siguieron a batallas como las de Alepo, Guta o, más recientemente, Deraa, en el sur del país. Se considera que alrededor de dos millones de desplazados habitan esta provincia.

De las cuatro zonas de desescalada acordadas entre Rusia, Turquía e Irán en el 2017, Idlib es la única que todavía no ha sido retomada. Comparada con las otras es la más grande, la más poblada y la que tiene un mayor número de combatientes. Meses de enfrentamientos, bombardeos y asedios como los que se han visto en otras partes de Siria hacen prever una crisis humanitaria sin precedentes que se sumaría a la que ya existe en esta zona, donde al menos un millón y medio de personas, entre ellos un gran número de niños, son desplazados que sobreviven gracias a la ayuda de organizaciones humanitarias.

Turquía, con tres millones de refugiados sirios, tiene cerrada la frontera y la única alternativa de los habitantes de Idlib sería huir a territorios sirios bajo control de los turcos, algo sobre lo que el gobierno de Ankara no ha tomado una decisión, pero que no haría otra cosa que aplazar el drama. Otra opción sería pasar a territorio controlado por el régimen como lo planteó De Mistura, que habló de la necesidad de establecer corredores humanitarios hacia territorios del régimen. Allí se podrían acoger a una amnistía, como ha sucedido en otras partes de Siria. En imágenes subidas a las redes sociales se observaba cómo el viernes pasado cientos de personas salieron a las calles de la provincia a protestar por un posible ataque, pero también contra la propuesta del enviado especial de la ONU, que para muchos no es viable después de tantos años de dolor. Otros sirios que se han acogido a este tipo de amnistías han denunciado persecución por parte del régimen, lo que aumenta la desconfianza.

“¿Hasta cuándo usted y sus familias vivirán en el terror y la ansiedad?” “¿Hasta cuando sus niños permanecerán sin esperanzas y futuro?”, se lee en algunos de los panfletos que las fuerzas sirias han tirado sobre la región en los últimos días con la intención de distanciar a la población de grupos rebeldes y motivarlos para que se les enfrenten. Mientras que el ministro de Exteriores sirio, Walid al Muallem, se refirió a estos milicianos como “terroristas” y anunció que su gobierno estaba preparado para ir hasta el final en Idlib, su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, describió a los “militantes” como un “absceso supurante”, pero ha dejado abierta la búsqueda de soluciones diplomáticas.

Rusia, que cambió el destino de la guerra siria desde que en el 2015 decidiera apoyar en el terreno al régimen de Bashar el Asad, que en aquel momento estaba acorralado por los rebeldes, ha pasado a convertirse en estas últimas semanas en el eje por el que pasan las negociaciones diplomáticas que buscan encontrar una salida a esta ofensiva. La última oportunidad se dará cuando los mandatarios de Irán y Turquía, Hasan Rohani y Recep Tayyip Erdogan, se reúnan con Vladímir Putin el próximo viernes en Teherán.

Pero a pesar del papel de Rusia y sus declaradas intenciones de evitar una batalla que tenga consecuencias humanitarias dramáticas, sus acciones siempre están rodeadas por las contradicciones. Mientras presiona a los turcos para que logren convencer a los grupos rebeldes de que negocien su reasentamiento y se distancien de los más extremistas, está llevando a cabo una campaña internacional para distraer la atención sobre las verdaderas consecuencias de la ofensiva.

Días atrás el ministro Lavrov advirtió sobre un ataque químico que se estaría preparando en la provincia de Idlib, en un intento por crear confusión sobre un escenario que podría ser posible durante la batalla. Los ataques químicos han sido utilizados en situaciones similares durante este conflicto y en muchas ocasiones las pruebas recogidas en el terreno apuntan hacia las fuerzas del régimen sirio. Los gobiernos de Moscú y Damasco siempre han rechazado estos señalamientos.

Adicionalmente, Rusia realizó el sábado pasado la demostración de fuerza más grande que haya llevado a cabo en el Mediterráneo desde su participación en este conflicto: 25 barcos tomaron parte en unas maniobras militares frente a las costas sirias. Algunos analistas han asegurado que esta sería una estrategia para disuadir a los países occidentales de realizar ataques contra las fuerzas sirias, como ya sucedió después del ataque químico en Guta el pasado abril.

Irán y más tarde Rusia han sido los grandes aliados del régimen de Bashar el Asad mientras que el gobierno de Ankara ha pasado a convertirse en el principal protagonista, e interlocutor, de la contraparte. La mayoría de los grupos rebeldes con presencia en Idlib tienen relaciones directas con Turquía, motivo por el cual Rusia ha intentado que sean los turcos los que convenzan a los rebeldes de que se desmovilicen.

Idlib es un microcosmos de lo que ha sido la guerra en Siria. La mayoría de los actores que han jugado un papel protagonista en este conflicto tienen presencia en esta zona, incluido algunas pequeñas células del Estado Islámico, organización que fue expulsada hace cuatro años de esta región donde el grupo que ha tenido mayor fuerza ha sido la versión siria de Al Qaeda, conocida como el Frente Al Nusra y que hace más de un año pasó a llamarse Hayat Tahrir al Sham, o HTS.

Esta organización extremista, que ha roto vínculos con Al Qaeda sin que eso signifique que haya cambiado su ideología, está considerada uno de los grandes obstáculos para encontrar a una solución alternativa en Idlib. Según se ha conocido, Turquía ha intentado en varias opciones llegar a una negociación que permita su salida de la región o su disolución entre otras agrupaciones, pero hasta ahora no ha sido posible. “Seguid a Dios y no a Turquía”, fueron las últimas declaraciones de su líder, Mohamed el Golani.

Ante este panorama muchos esperan que se logre encontrar una alternativa en la que la ofensiva se lleve a cabo por etapas, dando oportunidad a otros grupos a llegar a negociaciones, incluido el HTS. O crear zonas de protección para la población donde puedan escapar del caos que podría desatarse.

[Fuente: Por Catalina Gómez Ángel, La Vanguardia, Barcelona, 03sep18]

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