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07jul21
Los talibanes ganan terreno mientras la retirada de EE.UU. de Afganistán ya alcanza el 90%
Como melones de otro planeta, docenas de balones de fútbol americano se apilan estos días en las tiendas de ocasión de la polvorienta Bagram. Son el más humilde fruto del saqueo de la base del mismo nombre, abandonada el jueves pasado por las tropas estadounidenses.
Lo hicieron en mitad de la noche, para evitar fotografías, y sin avisar siquiera a las tropas afganas que debían tomar el relevo. Antes que ellos, militares alemanes e italianos se habían despedido igualmente a la francesa de sus respectivas bases.
En el caso de Bagram, un final particularmente ignominioso, tratándose de la principal base militar estadounidense –antes soviética– que en su día recibió, con bombo y platillo a tres presidentes de los EE.UU. No hubo entonces escasez de cámaras al pie del Air Force One .
Bagram, con raíces en la antigüedad pero hoy reducida a una condición parasitaria, tiene a lo sumo unos pocos meses por delante para desclasificar montañas de chatarra incongruente, procedente de un siglo que aún no ha llegado. Más pronto que tarde, los talibanes intentarán tomar el bastión, como en los años noventa.
Su ofensiva avanza a una velocidad sin precedentes, desde hace nueve semanas, en paralelo a la retirada final de Estados Unidos, completa ya, según su Comando Central, “en más de un 90%”. Culminará, dice Joe Biden, a finales de agosto.
El nuevo comandante de Bagram, el general afgano Mirasadulah Kohistani, promete que hará “todo lo que pueda”, con sus medios. Y confiesa que los mandos de EE.UU. nunca le informaron sobre su calendario de repliegue. Ni se despidieron.
Como símbolo del despilfarro, la desconfianza y el sálvese quien pueda, un millar de coches han sido abandonados, la mayoría sin llave de contacto. Huele a podrido, por la cantidad de comida abandonada.
Los ministros de Exteriores ruso e indio se verán en Moscú el viernes para tratar de Kabul
Los talibanes, según sus últimas informaciones, empiezan a movilizarse en zonas circundantes. Otros movimientos se producen a muchos kilómetros. Los ministros de Rusia y de India, en su día valedores de la Alianza del Norte, se verán este viernes en Moscú.
Estos caudillos muyahidines, en gran medida tayikos y uzbekos, han prosperado como ministros, promotores inmobiliarios, caseros de embajadas y protectores de las mismas. Todo a la vez. Pero sus servicios de seguridad a la burbuja transnacional parecen ahora poco fiables, como demuestra el cierre en cadena de legaciones, incluso en zonas antaño alejadas de la influencia talibán. Ayer, los consulados de Alemania, Rusia y Turquía en Mazar-i-Sharif.
En estas dos décadas, también se ha triplicado el número de escuelas y se han abierto muchos hospitales, aunque algunos, como los bares, tras varios muros y vetados a los afganos. Las mujeres, especialmente entre las clases acomodadas de Kabul, han vuelto a respirar, como no lo hacían desde los años del gobierno comunista y del final de la monarquía.
El coste humano es conocido. Y el material equivale, según algunos cálculos, al del plan de relanzamiento de la economía de EE.UU. recién presentado por Biden. De todos modos, más del 70% ha sido absorbido por empresas extranjeras y unos pocos intermediarios locales.
Los generales estadounidenses han perdido otra guerra. Pero muchas firmas estadounidenses han vivido veinte años de bonanza. Parcelas cada vez mayores del conflicto y la ocupación fueron externalizadas, privatizadas. Tras el fracaso en la eliminación de Al Qaeda y, de forma aún más manifiesta, en la derrota de los talibanes, el tercer objetivo sobrevenido, levantar un Estado, también cojea. Y la seguridad de los afganos nunca fue una prioridad.
La democracia afgana, como el ejército afgano, nunca ha rodado sola, minada por las evidencias de fraude y corrupción. Como un melón fuera del melonar. Sin olvidar que los afganos prefieren el críquet. Y mientras no lo vuelvan a prohibir los talibanes, volar cometas.
[Fuente: Por Jordi Joan Baños, La Vanguardia, Barcelona, 07jul21]
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